Nostalgia del presente Sobre libro Cámara de niebla (170 páginas), Gabriel Chávez Casazola (Bolivia),
Andesgraund Ediciones, Colección Ojos del salado, diciembre de 2024.
Emergida la promoción donde ubicamos a Gabriel Chávez Casazola alrededor de 1995, pareciera ser ésta la última generación de poetas americanos sostenida en el libro como elemento significante. Al disminuir el papel en cuanto soporte, la siguiente camada regirá su camino de acuerdo al dictado académico cuando no el intercambio recíproco de notas y citas mutuas en el espacio virtual y técnico ya bien disfrutado por el género. Es necesario distinguir entonces entre la verdad literaria y el lobby en el campo de los escasos medios a disposición. Por otro lado, el espacio filosófico pierde terreno dando paso a la instalación de ideologías elementales y, como diría Stuart Hall, produciendo un desplazamiento metonímico del significante hacia el signo mismo. De allí hacia sólo un paso hacia el inevitable divorcio entre autor y lector. Pero la poesía persiste. Y persistirá, obviamente, mientras subsista el lenguaje. Esta obra, Cámara de Niebla, selección de poemas de nuestro autor boliviano, es la más clara muestra de tal afirmación.
Conocí a Gabriel Chávez Casazola en Ceará, Fortaleza, al norte de Brasil, durante la Octava Bienal Internacional del Libro. Corría el año 2008 y habíamos sido convocados por nuestro amigo Floriano Martins. Correcto así un funcionario y afable como profesor de música, Gabriel parecía de todo menos un poeta. No recuerdo haber intercambiado entonces con él. Nos hicimos amigos a través de tanto encuentro y lecturas compartidos en Ecuador, en Chile, Bolivia, México y otros lugares durante los años recientes. Me sorprendió escucharlo por vez primera. Estaba ante un poeta cultivado, de gran oficio y calidad, cuyos aciertos y descubrimientos llamaron mi atención y la de muchos colegas. Además, ha sido un vínculo eficaz para la difusión de la poesía boliviana en el último tiempo. Al menos en cuanto a mí como lector (o mal lector) me corresponde. Lo poco sabido por entonces de la poesía altiplánica lo recopilé en mis conversaciones con Héctor Borda Leaño, con quien compartí mis años de exilio en Malmö, y con mi admirado Pedro Shimose, un héroe de juventud tras haber obtenido el Premio Casa de las Américas, y a quien conocí en aquella Suecia de 1991. También traje conmigo, desde el sureño puerto nórdico, la Antología de la Poesía Boliviana de Yolanda Bedregal en esa edición de siete cuadernillos entregada por Los Amigos del Libro en 1977 (y que aún debo a su legítima propietaria).
Se preguntará el lector por las condiciones que establecen los niveles de calidad en el género o si acaso es un mero asunto subjetivo. Estas existen, sin embargo. La poesía reside en el significado, aún más allá de lo dicho o intentado mostrar y más allá de lo insinuado. La forma, su arquitectura, es la única fuente de evocaciones. La poesía es ante todo un juego de palabras, una subversión del orden gramatical o semántico en la oración. Y aún así, muchas veces el poema supera las connotaciones propias del individuo, las del habla y las tribales o grupales determinadas por su tiempo y territorio. Este foco de iluminaciones traspasa horizonte, fronteras e idiomas y oculta en su equipaje y en la vibración del sonido, la imagen; tal como sucede en la música. La escritura resuena en sí misma y provoca en el lector vinculaciones muy propias, germinadas desde su íntimo barro existencial.
Este nivel superior es pocas veces alcanzado por los poetas y se logra en piezas maestras. En ese instante el aire y el piso remecen a quien escucha y expresan la totalidad. El vibrar secreto alcanza el lóbulo frontal y lo ilumina así un instrumento agudo y pertinaz. No nace del receptor, sino de las palabras emitidas sin lógica ni sentido; pero limpias y secretas que chocan y se friccionan y multiplican ese talento puro y la brillantez del ser. Tal resonar en la profundidad de la corteza implica la comunión mayor en la poesía y remite a otros pensamientos, a otros paisajes que, como en los sueños, no son realizables en pantalla alguna, pues se trata de esquemas donde calza lo exterior -propuesto o figurado- y hace innecesario todo origen vinculado al sentimiento. Son sensaciones y atrapan al buen lector cualquiera sea el idioma subvertido. Hacia allá intuyo la poesía de Gabriel Chávez Casazola; son numerosos los textos de su producción donde capto su germen.
Lo he sentido así en el soliloquio de Macbeth, aquel de “tomorrow and tomorrow and tomorrow”: That struts and frets his hour upon the stage/ And then is heard no more: it is a tale/Told by an idiot, full of sound and fury, /Signifying nothing” (ese idiota que se pavonea en su salida al escenario/ y luego ya no se escucha; es el cuento/ contado por un idiota pleno de sonido y de furia/ que nada significan). Ocurre también en Walcott, quien culmina su Sabbath’s W. I. (Domingo en Indias Orientales) con la imagen de un melancólico atardecer en su verso más espectacular: “those Sundays when my mother lay on her back/ those Sundays when the sisters gathered like white moths/ round their street lantern// and cities passed us by on the horizon” (esos domingos cuando mi madre yacía tirada de espaldas/ esos domingos cuando mis hermanas se agrupaban como polillas/ en torno a los postes de la luz// y las ciudades se esfumaban ante nosotros en el horizonte). En cualquier idioma ocurre como ven; pues -lo repito- aunque la poesía lo es sólo en su lengua, este fenómeno va más allá, sin embargo.
Tal vez nos ocurra esto porque Chávez trabaja sobre una extraña melancolía inherente a la persona. Se trata de la nostalgia del presente, ese oxímoron que quizás mucho más adelante se comprenda al auscultar sobre las páginas de nuestra cultura. Todo es demasiado pasajero. No hay presente; tampoco futuro. La rapidez de la vida, su urgencia por entregarnos objetos, registros y elementos se permea ante la premura de la muerte por alcanzarnos siempre en plena juventud. Y así como en esa imagen de Walcott al contener en pocas palabras la brevedad de esta existencia, el poema Tatuajes, uno de los iniciales, conjuga nuestra mariposa de tinta -esta escritura- con la sobrevivencia a su propia lozanía. Agrega, “Y aunque intentemos olvidar a todos ellos, / la persistencia de sus imágenes en la realidad/ obliga a la persistencia de sus imágenes en la memoria”, en el poema En el principio. Imágenes que bien pueden inundarse de colores, como en el texto Koyu Abe siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Gengi, cerrado con magníficos versos: “acota el holandés, saliendo del silencio de la tela, / y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas/ de cáscaras repletas de diminuta luz. //La enorme regadera anaranjada/ me la alcanza Van Gogh.”
Podemos deducir la coexistencia de muchos tiempos, sin embargo. El poema 1972 permite establecer las bases del habla en tanto materia de su escritura. A partir del año de su nacimiento, en Sucre, juega y combina los elementos del discurso cultural y la memoria colectiva, determinantes para un lenguaje gestado desde el interior de sí mismo en cuanto es signo; pero también desde la comprensión e interpretación racional del autor. Concordemos que el adjetivo racional es un tanto mañoso en el caso del poeta, pues el pensamiento, el chispazo interior viaja a la velocidad de la luz y la mano, al escribir, apenas habrá de alcanzar la del sonido. Se trata con todo de un fraternal saludo a quienes habitan su mismo calendario y la escritura.
La feroz melancolía de lo inexistente o de lo que no pudo ser es otro de sus ejes escriturales. Ocurre con frecuencia en varios versos en textos como De su estancia, Examen de conciencia o Vecinas, por citar al azar. Y vuelvo a la nostalgia del presente, o a ese rápido transcurrir del tiempo, repetido en tantos versos, como en éstos, de Celebración, “Solo brindamos a su memoria/ con este viejo vino que los toneles de roble/ han sabido atemperar”.
La reunión de los sentidos convoca desde el cantar, siempre. Y el cantar en Chávez, ese surtir de ritmo las palabras emergidas con naturalidad y fluidez desde el mismo lenguaje, provoca alegría y complace la respiración. Es difícil ingresar en el poema y no hacerlo suyo. Cito a modo de explicación ese hermoso texto Ahora cuyo primer verso continúa “que las mujeres que amé o me amaron frisan la cuarentena”, verso ante el cual siento la imponderable necesidad de refrendarlo y decir: ahora que las mujeres que amé o que me amaron ya no frisan. Me perdone el lector, el humor es parte seria en este negocio; es una cuestión de palabras.
Gabriel Chávez Casazola da cuenta en esta antología precisamente de aquestos términos, de su posición ante el lenguaje, su época y la cultura donde habitamos indefectiblemente. Su presencia contemporánea será sin duda un elemento historiográfico al considerar, más adelante, las vicisitudes del idioma en esta cámara de niebla que nos protege y nos expone.
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Sobre libro "Cámara de niebla" (170 páginas), Gabriel Chávez Casazola (Bolivia)
Andesgraund Ediciones, Colección Ojos del salado, diciembre de 2024.
Por Juan Cameron (Chile)