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JAVIER CAMPOS (1947)
Poema y fotografía

Publicado en Entre la lluvia y el arcoiris : algunos jóvenes poetas chilenos / Soledad Bianchi. Edit.
1a. ed. Rotterdam : Instituto para el Nuevo Chile, 1983. 281 págs.



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Nunca sabré por qué escribí el primer poema frente a una playa de Tomé mientras unos pescadores recogían las redes. Quizás la poesía vino por el desamparo, el desarraigo familiar o la búsqueda de una ternura en una comunidad familiar que no tuve.

Nacido en Santiago en el 47 sólo recordaré más tarde, como viejas fotografías amarillentas de álbumes olvidados en viejos desvanes, la elección presidencial de Ibáñez en el 52, gente ensangrentada, una gran radio Philips transmitiendo una cadena nacional, unos tranvías verdes que viajaban al cementerio, un ramo de flores por entre la ventana, la cordillera de los Andes vista desde la plaza Egaña o una luna a las nueve de la noche mientras esperaba a mi madre entre espasmos de llanto y desamparo.

De mi árbol genealógico sólo sé hasta mi madre que llega de Temuco por el año 45 o 46 a trabajar como empleada doméstica. Hermosa y alta alguna vez me dijo ser hija de un alemán y de una madre con sangre indígena. Tiene 17 años y es hija natural, un año después nazco yo siguiendo la huella de la falta paterna. Vivimos entre una familia de comerciantes adinerados pero luego comienza la ruina y debemos emigrar a Tomé. Viajamos en un tren y llegamos en un día de enero a la ciudad maderera, textil y pesquera que en tiempos atrás había sido uno de los principales centros exportadores de trigo. Las calles se comienzan a pavimentar. Cientos de obreros salen y entran a las industrias mientras largas sirenas de las tres fábricas dicen a la población que es mediodía. Apresurados pasajeros suben y bajan a tomar la combinación para los distintos ramales. Los que esperan otros trenes compran chicha en una carreta de bueyes o escuchan a un ciego acordionista que canta valses y corridos mexicanos. Al bajarme veo entre la multitud la claridad verde del mar de Tomé.

Mi madre trabaja como empleada doméstica en una residencial-hotel, la más grande del pueblo. Descubriré, sin que nadie me explique, los extraños encuentros amorosos de obreros, comerciantes, viajeros, pescadores y campesinos medios por entre los agujeros del entretecho de la casa que los hijos de una lavandera me enseñan. Viene un mundo picaresco a mi infancia lleno de desafío y ternura. Delicado y silencioso lloro por cualquier cosa. Tengo que trabajar llevando viandas a las industrias textiles, debo hacer camas deshechas, servir a los pensionistas, embotellar el vino, preparar el fuego en el horno de ladrillos para las empanadas, hacer el escabeche para el invierno, limpiar la vieja casona de veinte habitaciones. También voy a la escuela primaria y no sobresalgo en los juegos infantiles. Un muchacho al que llaman «el abuelo» me rompe la cabeza con una pistola de agua cuando estoy en la quinta preparatoria. Mi profesora me dice que entre a trabajar en la fábrica o que me haga marinero en la isla Quiriquina.

Finalmente entro al liceo, largo y delgado lleno de soledad y desamparo escribo unos versos a una muchacha que copio de las Rimas de Bécquer y ella me los devuelve porque no los entiende. Conozco al poeta Alfonso Mora y lo veo estudiando la poesía de Gonzalo Rojas cerca del mar. Conozco a algunos del grupo ARIETE y me impresionan sus actividades culturales y políticas. El grabador Rafael Ampuero nos enseña su trabajo y nos sirve vino caliente con naranjas. Me hago amigo del hijo del director de la Escuela Industrial que me enseña la militancia, libros y conversaciones. También suelo deambular «aplanando calles» como decía mi madre. Comienzo a escribir poemas a las gaviotas, al mar, al pescador pero me despojaré poco a poco de palabrerías y versificaciones con ARUSPICE, grupo de poesía de Concepción que funda Jaime Quezada. Gonzalo Rojas me invita a su casa y me enseña como trabajar un poema. Me recomienda libros y poetas, pero sigo escribiendo sobre las gaviotas, el caracol, el rocío, la mujer que desconozco pasando del hermetismo a un seudo surrealismo y de ahí a una poesía explícita pero ininteligible. Retomo los consejos de Gonzalo Rojas, el contacto con ARUSPICE, TRILCE, TEBAIDA y comienzo a leer seriamente a Neruda, Huidobro, Cardenal, Parra, Lihn y me estanco por un tiempo en busca de algo significativo qué decir y cómo decirlo.

Los años 70-73 me acercan a la joven poesía cubana, a Roberto Fernández Retamar y escribo tratando de plasmar, según mis vivencias de ese momento, el amor y el proceso revolucionario; pero hay otras actividades más inmediatas y la poesía queda estancada nuevamente. Viene el 11 de septiembre y entonces me encuentro deambulando por un ambiente de pesadilla e irrealidad como si volviera una infancia desamparada a través de daguerrotipos tomados en los crepúsculos, fotografías perdidas, habitadas por seres que viven en un presente caótico impuesto por decreto y fuerza. Dejo toda escritura hermética y la poesía se va tornando casi narrativa, llena de imágenes de senectud y una profunda ternura de desarraigo. Como si una máquina fotográfica de plaza estuviera retratando la vida interior y colectiva de los que deambulan por una atmósfera amarillenta, falsamente alegre y extrañamente tierna.

 

 

 

La máquina es pequeña usualmente negra
Con un lente ovalado 1.2 o más
Se regula automáticamente dejando entrar la adecuada luz
Y midiendo con exactitud el espacio
Si se quiere alcanzar más de cerca el objetivo
Se pone un teleobjetivo
Y el hombre puede retratar la cabeza el corazón o la espalda
Por sorpresa
Cuando se baja el obturador con el dedo pulgar
Hay un sonido imperceptible y suena dentro
Una delicada ranura que se abre y se cierra
Dejando entrar la cabeza el corazón o la espalda
Que se pega en una cinta negra
La máquina se puede llevar al hombro colgada
O adherida al cinto o meterla en una caja
Siempre cuidándola con la mano
Cuando la máquina no puede hacer más disparos
Se saca la cinta con cuidado
Siempre en una pieza llena de luz roja
Donde los hombres son sólo sombras oscuras
De la mezcla de líquidos químicos
Saltan en estremecimientos eléctricos sobre un papel mojado
La cabeza el corazón o la espalda
Finalmente el buen fotógrafo pasa a sus superiores esas tomas
Y los negativos se guardan bajo llaves
El fotógrafo usualmente recibe un ascenso
O vuelve de nuevo a las calles solitarias
Con la máquina de color negra o gris
Con un lente 1.2 o más
Para retratar una espalda una cabeza o un corazón

 

Desta orilla del corazón
Levanto una máquina de daguerrotipo
y tú corres por la casa amarilla
Por un paisaje muy silencioso
Yo busco tu pose exacta
Desde la sangre que nos separa
Animales domésticos obstruyen la toma
Tú los espantas con una rama
Lanzas una piedra
Esa lenta ondulación de la sangre
Esconde todo el sol
De dónde saco sol
para las fotografías?
Necesito un puente
No es ésa la pose que quiero de ti
Tú haces la seña final
Yo miro por el lente del daguerrotipo
Y en la plancha queda el negativo
De una manzana roja y aguzanada
También una mariposa
Golpeando
Los vidrios de una casa vacía.

 

Salgo al patio de mi casa
Me hago tomar una fotografía
Frente a un árbol inmemorial
Me apoyo en mis muletas de plástico
Evoco una vieja canción de amor
Me caen lágrimas por las mejillas
No sé por qué estoy llorando
O quizá es risa
Me dicen que me siente
Que así saldrán las flores del árbol
O de lo contrario sólo saldrían mis ojos
Tiro las muletas
Y me siento en el pasto verde
Alguien me trae una peineta
Me aliso el cabello canoso
Después me pasan una guitarra
Digo que se apuren
Ya comienza a oscurecer
Se ríen
Dicen que nunca como ahora
Ha iluminado más el sol
Quedo en silencio
Después pido un espejo
Ensayo posturas juveniles
Dicen que ésa es la pose correcta
Ahora me río a carcajadas
Nunca me he reído tanto
Me muestran la fotografía
Y sólo veo unas muletas podridas en el pasto
Al lado de unas flores marchitas de un árbol mohoso
Y en el fondo
Algo que no alcanzo a distinguir
Por la oscuridad de la noche.

 

Esa que está en la esquina del retrato
eres tú
cuando dijeron que sonrieras
cuando vestida de colores el rayo instantáneo
aprisionó tu imagen junto a una bandera
que cubrió la otra esquina de la fotografía

Por aquel gesto de eternidad que tuvimos contigo
te buscan por todo el territorio
tú,
que el sólo pecado fue sonreirle a la vida
y quedar para siempre como una adolescente
recorriendo las grandes avenidas
entre las multitudes
haciendo la tierra.

 

A mi hermano le sacaron una instantánea
Justo cuando miraba por la ventana
A mi hermana la desnudaron para enfocarla con los reflectores
A los vecinos de dos casas más allá
Los siguieron con una cámara de televisión
Un hombre que caminaba por la calle al sentir los flash
Apareció de rostro entero con unos números debajo de la cabeza
(Unos números al azar)
También desde arriba de los cielos los fotógrafos
Tomaban miles de instantáneas que caían como estrellas
Sobre unas casuchas
Sobre unas mujeres que acarreaban agua
Sobre alguien que pasaba de un patio a otro
De vez en cuando alcanzaban a tomar unas sombras
Que arrancaban como animales
Esos también aparecieron de alguna manera en el retrato
Las calles y las plazas aparecían con grupos de gente
Con las manos hacia arriba
Otros aparecían acostados
Otros con las manos en la cabeza mirando hacia una isla
Las calles de las ciudades fueron grandes escenarios
Para retratar al público
A los que se hacía entrar en camiones o automóviles secretos
Para la gran fotografía
Los negativos se tiraron por ahí
Todavía hay alcantarillas ríos mares casas secretas
Donde se suele encontrar rostros manos
O unas sombras arrancando de unas luces
Que se prenden y apagan
QUE SE PRENDEN Y APAGAN.

 

Hacia los edificios
Como si buscara objetos perdidos
Y cuando revelan el negativo
Los edificios están agujereados de balas
También se oyen gritos y sirenas.(1)

 

Las luces de los anuncios me dicen
Que quizá aún estés viva
Las flechas de las calles me llevan a tu lugar
Son tantos los edificios iluminados
Que los confundo con las estrellas
Nadie me dice dónde te encuentras
Hago parar las micros que viajan al sur y al norte de la ciudad
Por las ventanas nadie me hace señas ni siquiera una sonrisa
Creo que me he extraviado de camino
Creo que no son estas gentes nuestros amigos
Nadie me invitaría a beber un vaso de vino o a conversar
Pasan a la velocidad de la luz los automóviles
Nadie me dice dónde te encuentras
Los letreros VIAJE POR VÍA VARIG HOTEL EL DORADO
CON TELEVISIÓN INDIVIDUAL EN SU CUARTO
Aumentan mi melancolía
Y nadie me dice dónde te encuentras
Pregunto en las calles en voz alta
Me responden cosas obscenas
Me disparan con un paraguas abierto
En medio del corazón
Yo respondo a ciegas la dirección donde tú me esperas
Me rodean en un círculo y me entregan volantes
Que sacan de sus bolsillos: AQUI YA NO HAY LUGAR PARA EL AMOR
Y nadie
Nadie me dice dónde te encuentras.

 

(SANTIAGO 75)

Hace años que estamos recorriendo las calles
En ataúdes herméticos.


Por qué han dejado entrar a los trenes en las calles
Si no han puesto líneas ni luces ni sirenas ni guardavías
Por qué tenemos que arrancar al poste más cercano
cuando por cualquier motivo se ve humo, se oyen ruidos,
se siente que por detrás de nosotros hay olor a fierro
o a carbón quemado
Ni aun cuando miramos hacia arriba
de repente
unas ruedas afiladas pasan por nuestras cabezas
y rápidamente corremos a guarecernos
debajo de los asientos de las plazas
Si no hay ruido
entonces nos sorprende un hombre
y nos pide los boletos nos pide el nombre
del pueblo a donde vamos
Cuando se le ve desde lejos todos corren a los baños
públicos
unos se hacen los dormidos otros los que miran despreocupados
el paisaje calcinado
pero es igual
todos estamos perpetuamente viajando

A alguien se le ocurre vender cosas inexistentes para matar el tiempo
cuchillos oxidados, naipes marcados, pañuelos
otros hacen de adivinos para ganarse el favor de los inspectores
y las calles adquieren muchedumbres de mercados
Los que han perdido la imaginación son consumidos por sus alucinaciones
sin salidas
y quedan botados en las calles
hasta que se los traga la tierra hasta que viene el otoño
Todos viven mirando el cielo hacia atrás o hacia adelante
nadie está seguro ni en su propio lecho
Besar a una muchacha secretamente en un parque o en un cine
en cualquier momento podemos ser pasto de los fierros
de afiladas ruedas
podemos encontrarnos con el inspector a las doce de la noche
justo cuando vamos a comenzar a hacer el amor.

 

LA ÚLTIMA FOTOGRAFÍA

Le dijeron que se riera
Que no fuera tan triste
Que pensara en cosas hermosas
El pensó que estaba oscureciendo
Que no tenia fósforos
Él pensó que recibía insultos
Que tenia que encontrar muchas puertas
Que no había por donde guiarse
Que ni siquiera una luz
Una pequeña ventana
Un hueco tal vez
Que sonriera entonces
Pero cómo pensó
Necesito que me hablen
No puedo mover los labios
He perdido el habla
No hay nadie con quien conversar
Estoy perdido
Sencillamente no soy fotogénico
Inventen primero una máquina
Que me retrate el corazón
Esta sólo llegará hasta los músculos
Sonría la luz se está terminando
No nos queda mucho tiempo
Tenemos que retratar a todo el mundo
Tenemos prisa
No juegue no menosprecie la cibernética
Los cables de colores
La relatividad
La energía de los líquidos
El invento del siglo
Siga las normas adopte una posición
Gire la cabeza
Ahora sonría piense que tiene un hijo
He perdido la voz
Estoy quedando ciego
Pido que hablen más fuerte no oigo nada
Sólo veo fantasmas colores desteñidos
Enciendan las luces
Hagan una hoguera
Cómo se llaman los árboles
Para qué sirven los pájaros
Qué es eso que se prende y se apaga
Por qué hay tantas sirenas de ambulancias

No aguanto más
Asi está bien
Tomemos otra
Apóyese con aire agresivo
Sonríale a la vida
Asi está bien

Quiero que enciendan la luz del sol
Acaso no ve que estamos a oscuras
Cuál es mi nombre
No sé dónde estoy
PIDO QUE ENCIENDAN LA LUZ DEL SOL.

 

 

(1) «Desta orilla...» y «Hacia los edificios» fueron publicadas en LICHEX 7 (julio 1978).

 

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Comentario del poeta Javier Campos.

La imagen es de 1980, año en que publicaron estos poemas en  esa antología.  Fueron escritos entre 1973 y 1976 en Chile durante la dictadura de Pinochet solo para dar el contexto  Escrito cuando tenía 28 años.
Fueron publicados en el libro "Las últimas fotografías", publicado en 1981 en Montevideo.  El libro ganó el segundo premio en diciembre de 1974, el premio "Teofilo Cid", en Chile, organizado por la Sociedad de Escritores de Chile. 



 

 

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JAVIER CAMPOS (1947)
Poema y fotografía
Publicado en Entre la lluvia y el arcoiris : algunos jóvenes poetas chilenos / Soledad Bianchi.
Edit. 1a. ed. Rotterdam : Instituto para el Nuevo Chile, 1983. 281 págs.