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“Con alas de Papel” Poemas de Jesús Ortega Heller
Por Juan Cameron
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Solamente el día de ayer me encontré con este nuevo libro de Jesús Ortega y tras de una primera lectura hallo muy pocos textos conocidos en forma inédita. Algunos de ellos me los mostró en el 2013, la última vez que nos tomamos un café en el Trianglen, en el Malmö de sus lares suecos donde vive, tras breves estadías por aquí y por allá, hace ya cuatro décadas.
Con alas de papel, editado por Aura Latina a fines de 2017, aporta a sus páginas los temas ya conocidos de Ortega: el amor, principalmente el amor, los elementos de ese contorno erótico, algunas quejas en torno a la miseria humana, al paso del tiempo y otras observaciones entreveradas con la ternura, la humanidad y el transcurso, a la manera de Omar Lara y muchos de su generación.
Encuentro ciertas curiosidades: sonetos, el ocasional uso de la rima consonante y, tamaña sorpresa, otra versión de un texto enviado por correo electrónico poco después de nuestra conversación donde replicaba mis observaciones a su poética. Es Publico poco Juan, lo reconozco, aparecido en la página 43.
Jesús Ortega se ha mantenido oculto para la desinformada poetancia nacional, agregándose así silencio a nuestra vanidad, ombliguismo y observación de avestruz. Allá afuera, en el mundo, el poeta ha girado no sin una particular extravagancia, propia más bien de un personaje que de un autor. Durante esta última década -y por desgracia olvidé la fuente- alguien me señaló recordarlo en un kibutz, en Palestina, por la década del 70 o primeros ochentas. Tal vez se trataba del Trac-trac del lobo estepario (Harry Haller), señalada por Herman Hesse:
“Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida”. Tal vez se trataba de otro judío errante por el mundo. Haller o Heller, en busca de sus raíces. Llevaba otro nombre de pila por entonces. Y algo no muy claro y a desgano respondió el poeta ante mi consulta.
Curiosamente su imaginación lo ha llevado a emprender los caminos más extraños sin proyectarse, como en caso de la mayoría, a construir un sistema de mitos en torno a su figura. Más bien el curioso lector se va encontrando con él en el camino. Así, cuando de jóvenes leíamos, en tiempos del Café Cinema, Las Pizarras del Mundo (Imprenta Arancibia Hermanos, Santiago, 1968) no vinculábamos a su autor con el personaje de Chaplin tan de moda en televisión por entonces. Ni siquiera sabíamos, por agregado, de su secreta labor de asistente de imagen del señor Presidente de la República, don Salvador Allende Gossens.
Gran amigo de Enrique Lihn en sus comienzos, compartía con él su formación en la Escuela de Bellas Artes en la capital. Jorge Edwards rescata estas imágenes en su novela La Casa de Dostoievsky (Planeta, 2008). Esta casa estaba ubicada en el centro, a media cuadra de la Alameda y al parecer Lihn era su okupa oficial. Edwards nos relata en la página 33:
“En el ala de la casa que él ocupaba, la del norte, que tenía más espacio que la otra pero que estaba más hundida, había otros escritores y artistas, locos de talento, en general, aunque tampoco faltaban los locos desprovistos de todo talento. En la primera categoría, en la de los locos de talento, había un pintor, un tal Jesús Ortega, y este Jesús Ortega, Chus Ortega, no falsificaba cuadros en el sentido estricto del término. Lo que hacía era pintar la pintura de un pintor que no había existido nunca, un pintor cuya biografía inventaba junto con inventar su pintura, un tal Ronsard, homónimo del poeta renacentista, francés como él, pero de la segunda mitad del siglo XIX”.
Es decir, Ortega se ganaba la vida falsificando a un pintor inventado por él. En una entrevista de hace ya veinte años, Jesús me cuenta de esa época:
“Si, era muy amigo de Lihn; con Jodorowsky, Palacios… era una pandilla. Palacios era profesor de filosofía y está en París ahora”. Se refiere a Jorge Palacios nacido en 1926 y fallecido en 2014. “Lihn, todavía lo veo caminando medio de lado, con sus dientes negros. Yo sé lo que hundió a Lihn, me parece. Yo creo que fue una mujercita sencilla y tonta. Las mujeres más lolitas liquidan un trasatlántico. Yo creo que fue ‘la paloma tonta’. Y Tellier quedó hecho mierda. ¡Estoy seguro que estas tragedias de los grandes escritores, que pasan por ser agonías literarias y artisticas, son dolores ocasionados por mujeres, nada más!”
Y hay otro Ortega en este mazo de naipes. De pronto está en España, de cantaor y hombre de teatro. El dúo integrado por María Knutsson y Jesús Ortega, de Möllevången en Malmö, no fue premiado en el Festival Anual del Circo, en Monte Carlo anuncia una mañana de febrero de 1989 el Arbetet, un matutino sueco. No podemos competir con cocodrilos, leones y trapecistas voladores, declara el afamado mimo Obregón. Pero silencia, de seguro, sus historias a lo Barón de Münchhausen y su antiguo sueño de trabajar alguna vez en el circo del futuro. No está derrotado, al menos como visionario. Le Cirque du Soleil aparecerá poco después.
Ninguna pérdida logrará derribarlo. El poeta siempre nos habla desde su pajarera, entre periscopios, cristales y estalactitas -de esas que nacen hacia el solsticio de invierno- nos relata una época de alegría, de besos y luminosidad, con un dejo de nostalgia como una costumbre azul, según nos dice, que aún no termina. En un texto ha poco escrito reafirma lo existencial y necesario y solicita, humildemente, ser incinerado con la intrínseca prenda de esa dama como un baluarte para ingresar, así un caballero provenzal, al reino del más allá.
Muchas gracias