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Boccanera en el espejo[1]
Por Juan Cameron
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Una de las afirmaciones más odiosas para un poeta es escuchar de un lector el elogio a sus primeros poemas, en desmedro de todo el aparato verbal levantado con sangre, a fuerza de vida y experiencia. Me perdonará Jorge, entonces, porque yo soy ese odioso lector y no puedo olvidar sus textos ya clásicos, de esa década entre Los espantapájaros suicidas (1974) y Polvo para morder (1985) reunidos en Marimba (Buenos Aires, 1986). Sin embargo por disciplinado y curioso he leído y con gran placer Ojos de la palabra, la selección entregada ahora por RIL Editores en su colección AÉREA.
Reviso una decena de publicaciones de Jorge en mi biblioteca –un par de ellas en distintas ediciones– y estos volúmenes me hablan de un discurso fenomenal, de un tratado sobre la poesía y sobre su fuente: la existencia. Por alguna razón habrá titulado así este libro, como ojos de agua, como afluentes.
Antes de continuar en mis lecturas considero a Jorge Boccanera entre los mayores en nuestra poesía actual, junto a Eduardo Chirinos en Perú, Coral Bracho y Juan Antonio Campos, en México, o Juan Manuel Roca y Jotamario Arbeláez, en Colombia, o el cubano Víctor Rodríguez Núñez por nombrar unos poquísimos. Y me pregunto por qué Boccanera –y aquellos– no han sido convocados a nuestro Iberoamericano teniendo méritos de más. Al menos este año lo invitaron como jurado, me consuelo.
Les hablaba de sus primeros textos y es justo referirme a ellos. Mi primera sorpresa, al leerlo, fue encontrarme con Límites, no los de Borges, sino de sus Poemas del tamaño de una naranja (1976). La oposición de los conceptos territorios/celda y país/mujer me hizo el efecto de un bandoneón y aún resuena en la memoria: “mi pueblo/ limita al norte con bolivia y paraguay/ al este con brasil el océano atlántico y uruguay/al oeste con chile/ y luisa/ se pudre en una celda de dos metros por uno”.
No solamente por el tema sino por la actitud frente al lenguaje, por el registro y por la voluntad de hallar algo, me dije por entonces que Boccanera continuada, tras el puente de Ana Bignozzi y Alberto Szpunberg, el oficio señalado por Juan Gelman. Eran tiempos difíciles. Yo vendía libros por Argentina y sé de esa historia y de ese paso.
Y a propósito de nuestro Borges, recuerdo aquel de Algunos consejos de doña Leonor a su hijo el poeta Jorge Luis: “No permitas que ella cruce el jardín de la/ palabra solo, (...) No le entregues la llave de la puerta./ No atiendas el teléfono./ Si te mira, no mires./ Que ella no ponga un pecho en esta casa”. Y es que el poeta gusta de esta conjunción de opuestos como el lugar donde yace -lo había ya anotado al referirme el 2001 a su libro Bestias en un hotel de paso- para marcar su condena a la derrota. “Entre el espejo y yo, hay un hombre hecho polvo” afirma en Cuaderno del espejo; y tal es justamente el de la poesía, representación del mundo a través de la mirada del poeta. Juan Manuel Roca ocupa la misma imagen para su poética: “Fabrico espejos –escribe el colombiano– Al horror agrego más horror/ más belleza a la belleza”. Pero ya sabemos que no se trata de un simple objeto reflectante, sino de una serie de lentes entre el poema y la realidad; pero eso es tema para un tratado aparte[2]. Cuanto nos interesa es, primero, develar por qué Boccanera logra ese vínculo semántico, esa conexión más profunda, esa economía mayor de lenguaje, ese descubrimiento al fin de cuentas.
En su poesía se percibe el olor, el tacto, la visión del niño quien describe su exterior desde el asombro, como si el contorno fuera mágico y las cosas le hablaran, le explicaran: “He visto caminos de ceniza atragantados en el corazón de las aves (...) ¿Alguien tiene memoria de una fiesta que hubo en este lugar” o “¡Guarde celosamente la selva impenetrable este ulular de bestias!/ tambores y petarnos acompañan./ Algo de todo el polvo que levantan es mío”.
Tal vez por un proceso de écfrasis o cercano a esta figura literaria (los tropos son cerca de doscientos ochenta y yo no soy académico, me excuso) Boccanera consigue armar la imagen conceptual con elementos que traslada desde un lugar a otro del discurso. O arma la figura, como muchos soñamos en hacerlo, a partir del contorno para figurar lo dicho.
¿Es un proceso de armado o de rearmado? Lo caído, lo derrotado por el tiempo debe levantarse, sino desde las ruinas, desde los escombros. Y no es lo mismo. La ruina tiene prestigio, patrimonio; el escombro es lo ruin de esa ruina, lo sobrante, lo amontonado en un rincón, lo carente de valor en absoluto, ausente de su historia.
Ordenemos, el poeta existe y crece en una suerte de paraíso: infancia, roles paternos, familia, paisajes, amores. Más de pronto el mundo se quiebra, lo convierte en extranjero, situación que arrastrará consigo incluso al retornar a su prometida tierra.
El poeta funde estos elementos en uno solo: el poema.
Yo conocí, les decía, el proceso dictatorial argentino, lo viví y algo podría contar de aquello. Son varios los ejemplos a dar a partir de esta poesía. Hallo rápidamente uno en un texto llamado La fotografía que nos sacamos una vez, como síntesis de lo propuesto en este punto: “Después,/ pasó el otoño con el café barato, tu pequeña canción,/ vino acaso la guerra, volví a los compañeros/ la distancia de a poco fue cubriendo todo, como/ un lento derrumbe de cartas amarillas que no llegaron nunca./ Y un nuevo jet cruzó todo el espacio,/ una ciudad pasó a llamarse Ho,/ se agudizó la histeria del fascismo...”.
De allí a la partida hay un solo paso, “No hay sitio para los elefantes./ Ayer los expulsaron de la selva en Sumatra,/ mañana alguien les impedirá la entrada al Unión Bar”. La ternura, dirá después, se oxida adentro de él en la tarde de otros.
Y de nuevo el espejo lo refleja en su tierra como El extranjero (dos). Es el mismo pero es otro: “Los espejos vomitan siempre un bocado más de lo que fui./ Regresé del exilio, volví a ninguna parte”.
Esta es la ventaja de aplicar las condiciones de un elemento en otros, o de cruzarlos o demarcarlos al lector. Se funden en la imagen, concentrados, brillantes. Brillantes como ese Servicios del insomnio donde resume la experiencia del ostracismo y el recuerdo de lo anterior en un tercer elemento. El poeta se pone de acuerdo consigo mismo: “Yo tuve otros empleos. Eso está en otro cuerpo./ Ahora dedicación, la lengua muda./ Soy el que apila noches toda la santa noche./ El que traslada escombros de una carta a la otra”. Así una cuchara todo, al fin de cuentas, se lo ha dado la poesía en la boca; y a golpes “Más a mano que Dios./ Más humana que un perro”.
Resumamos, “la resciliación o mutuo disenso es un modo de extinguir las obligaciones que consiste en una convención para dejar sin efecto un acto jurídico, válidamente”. “La resiliencia es la capacidad de los humanos para sobreponerse a períodos de dolor emocional y situaciones adversas” define el maestro Google. Es decir, dejamos o extinguimos las obligaciones impuestas al dolor por un acuerdo con nuestro propio pasado, con nuestro cuerpo.
Ahora, además de lo mencionado en torno a esta poética, su visión general sobre la disciplina va adquiriendo claridad en el transcurso. En atención al género el término poesía es femenino y el poema es masculino. Aplicándolo así puede fundir (y confundir) oficio y ejercicio amoroso en uno solo; después de todo ambas lenguas se unen en la acción. Tal lectura la aprecio a partir de Noticias de una mujer cualquiera (1976) trabajo donde inicia este oficio de traditar connotaciones desde un concepto a otro: “¿qué haré con este corazón?/ ¿derribarlo a mentiras?/ ¿Ahogarlo con palabras?”. Y cobra vida cuando el poeta crece y desenvuelve una voz ya cargada por la experiencia y una muy bien trabajada nostalgia: “Y ahora, ¿para qué tumbadoras, maracas, para qué?/ Si este harapo, esta lengua de su trazo de sombra [¡Obsérvese las consonantes!] en las paredes blancas del silencio./ Yo guardo las trompetas, yo escondo los timbales./ Mi rostro viaja, zumba, le da por hablar solo:/ yo no la quiero es cierto pero a veces: mamá no puedo con ella”.
De toda esta revisión fluye un punto de inflexión en su desarrollo y este es Sordomuda, poemario aparecido por la Editorial Universitaria Centroamericana, en San José, Costa Rica, en 1991. Casi a los cuarenta de su edad lanza todos los elementos a la pista de baile: historia, experiencia, lecturas; porque solo bajo tal ritmo podrá bailar y exponer su inmensa belleza aquella dama –quien a ojos del mundo, parece sorda, pues no escucha el rumor de lo vulgar, y muda, puesto que nada dice a sus oídos. Esa dama es la poesía.
Y este, mis amigos, es el poeta. Muchas gracias.
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Notas
[1] Presentación del libro de Jorge Boccanera, Ojos de la palabra (Santiago, RIL editores, 2016), realizada el 24 de junio de 2016, en el Espacio Estravagario, Fundación Pablo Neruda, Santiago.
[2] “Imaginemos a la poesía como un telescopio para observar las estrellas. Este a su vez y por obra de espejuelo sobre espejuelo, es ahora un microscopio contra el cielo del lenguaje; y el poeta, al subvertir cada palabra hasta la más mínima expresión dentro de su cámara, da cuenta del actuar, de la historia y del íntimo significado de cada término. La poesía llega así al germen, al origen. No es magia; es simplemente una operación matemática aplicada sobre la conexión de los significados”. De mi artículo sobre Guillermo Meléndez en un volumen próximo de crónicas.