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LA FRONTERA DE CRISTAL

Por Javier Campos
Publicado en BOCA DE SAPO N°30. Era digital, año XXI, Mayo 2020.
[Texto ganador como mejor crónica sobre el tema FRONTERAS]




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La construcción inicial del muro que separa México de Estados Unidos comenzó en 1994 bajo el gobierno de Bill Clinton: fue la llamada “Operación Guardián”, desatada para luchar contra la inmigración ilegal. Barack Obama continuó con la política de expulsión de indocumentados, pero fue Donald Trump quien ya en su campaña electoral desplegó una política racista y xenófoba que criminalizó a esa masa de trabajadores migrantes precarizados sobre los que se asienta la economía norteamericana.


Carlos Fuentes tiene una novela llamada La frontera de cristal (1995) que trata sobre la situación brutal de la inmigración desde México (o de América Latina) hacia “la tierra de las oportunidades”. Se trata de una ficción que aborda la separación que se ha dado entre esos dos países por más de 200 años donde ha habido racismo, violencia, fascinación mutua, rencor, sufrimiento. Pero también las injusticias, la corrupción y malos gobiernos mexicanos han sido una de las razones de la emigración hacia “El Norte”. La otra razón, Fuentes la explicaba en mayo de 2001 cuando conversaba virtualmente con los lectores de El País (España). Un mexicano-americano le preguntó, y entonces era presidente Vicente Fox: “¿Qué debería hacer el gobierno de Fox para que disminuya la inmigración ilegal que ha tenido consecuencias mortales?”. El escritor mexicano respondió:

El siglo XXI será el siglo de las migraciones masivas del sur al norte, en todo el mundo. No es posible celebrar una globalización que le da libertad de movimiento a las cosas y se lo niega a las personas. La libertad del inmigrante propondrá uno de los grandes temas de nuestra época y la respuesta de las economías desarrolladas del norte hablará bien o mal del humanismo de Occidente. El trabajador migratorio no solo deja su país por miseria o falta de empleo, sino, sobre todo, porque lo convoca la necesidad de las economías desarrolladas. Prive usted a los Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habría en los Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones abandonadas. Aunque en México pudiésemos otorgarles pleno empleo a nuestros trabajadores, los Estados Unidos seguirían requiriendo mano de obra migratoria y tendrían que traerla, si fuese necesario, del Polo Norte. Los trabajadores migratorios son eso, trabajadores, portadores de cultura y no le quitan nada a nadie y les dan mucho a todos.

El presidente de EE. UU., Donald Trump, quien al parecer continuará en un segundo mandato desde enero de 2021, cuando era candidato arengaba en sus discursos que cerraría definitivamente toda la frontera entre ambos países con un muro (extendiendo lo ya construido por gobiernos anteriores). El muro sellaría definitivamente las 1951 millas (3180 kilómetros) de longitud que tiene esa frontera para que ni una mosca pudiera pasar al lado norteamericano. Las palabras de Carlos Fuentes aun siguen vigentes y sería una perfecta respuesta a la propuesta de Trump puesto que si estamos en un contexto de globalización en que no solo se mueven las cosas de un lado al otro en el planeta, es evidente que también, y nunca como antes en la historia de las inmigraciones, se mueven también las personas. Según Allert Brown-Gort en un artículo publicado en Foreign Affairs Latinoamérica (2016):

El mundo vive lo que el sociólogo australiano Stephen Castles y el politólogo estadounidense Mark Miller denominaron “la era de la migración”. De acuerdo con las últimas cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2015 había en el mundo unos 244 millones de migrantes; es decir, un 3.3% de la población mundial de 7350 millones ahora vive en un país en el que no nació. Esto representa un aumento del número de migrantes de aproximadamente 60% en los últimos 25 años o de más de 25% en la última década.

El proyecto de Trump es hacer, como lo repite continuamente, y lo seguirá repitiendo en su segundo mandato, “un EE. UU. para los estadounidenses”. En inglés usa la frase “America for the Americans” y como hombre de negocios y muy mediático, resultó muy eficaz para ganar las elecciones especialmente con los votantes de los estados del Medio Oeste del país. Por tanto, intentar expulsar a 12 millones de indocumentados parece ser su objetivo de acuerdo con esa frase suya. También renegociar o eliminar El Tratado de Libre Comercio (TLC), imponer altos impuestos a productos mexicanos que entren a EE. UU. y hasta la posibilidad de poner impuestos a las remesas que esos 12 millones de indocumentados envían a sus familias mexicanas, centroamericanas y de otros países de America Latina cuyas sumas anuales llegan a varios billones de dólares. Ya le advirtió a México en 2019 que si no atajaba a los emigrantes que salían desde América Central pasando por su territorio subiría los impuestos a las importaciones de productos mexicanos. Esto hizo cambiar la opinión del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de tendencia izquierdista. Quien tuvo que aceptar la decisión de Trump. Luego Trump cambió de opinión porque le informaron que el presidente de México estaba parando a cualquier ciudadano de países vecinos que querían usar el territorio para pasar ilegalmente a Estados Unidos. Así estaban las cosas, en febrero de 2020.

En años pasados y por décadas, el territorio de México fue un pasadizo sin mayores problemas para millones de personas en su deseo de entrar a Estados Unidos. Lo que es cierto es que con estas exigencias de Trump a López Obrador el flujo de emigrantes a Estados Unidos bajó considerablemente en 2019 sin por ello detener la construcción del muro. Incluso así, no se ha detenido el deseo de miles de personas que siguen insistiendo en entrar a Estados Unidos usando a México como país puente. Gran dolor de cabeza de López Obrador: el malestar social aumenta en México por la presencia de miles de personas de países centroamericanos que circulan como seres a la deriva en pueblos y ciudades fronterizas.

La condición de vida de los indocumentados en EE. UU. no ha variado en décadas en los tipos de trabajos que deben hacer, esencialmente en servicios. En esos trabajos los inmigrantes indocumentados no reciben beneficios médicos ni sociales que sí tienen los que son residentes o ciudadanos. Hay que agregar algo que no se dice mucho respecto a esos inmigrantes y es lo relativo a problemas psicológicos y mentales que aparecen en las nuevas condiciones de vida y de trabajo. Y es la depresión psicológica que desarrollan al vivir en un país donde ninguna ley los ampara pues son solo un par de brazos para trabajar. No existe una ley de inmigración que los favorezca, aun cuando Obama intentó ofrecer permisos legales de trabajo para ellos, y hasta la posibilidad de ser residentes: la muralla republicana modificó esa propuesta de ley de Obama hasta hacer casi imposible que un indocumentado pudiera aspirar alguna vez a ser residente y vivir con seguridad en EE. UU.. Y menos llegar a ser ciudadano norteamericano. Lo que comenzó a hacer Trump desde enero de 2017 fue apretar con más fuerza un botón rojo ya existente haciendo más difícil la vida de esos 12 millones de indocumentados y hacer imposible la entrada desde México, América Central y cualquier país que esté al sur del Río Grande.

El 16 de febrero de 2017, a un mes de ser Trump el nuevo presidente, hubo protestas en 65 restaurantes de Washington, otros en Nueva York, Filadelfia, Houston, bajo el lema “un día sin inmigrantes”. En general los dueños de los restaurantes (que no son inmigrantes indocumentados pero que contratan a indocumentados que usualmente trabajan en la cocina, o limpian, y rara vez serán meseros o meseras) ponían en las puertas de sus negocios carteles como estos: “Apoyamos y nos solidarizamos con todos los inmigrantes en este país”, “Apoyamos en un 100% a nuestros empleados sean inmigrantes o nacidos en EE. UU.”. Este último cartel era confuso porque una persona de origen hispano nacida en EE. UU. por lo general tiene otro trabajo mejor con salario más justo por su condición de ciudadano o residente que el de lavar platos, barrer o limpiar ventanas de edificios, limpiar casas o cortar el pasto en los jardines de la clase media norteamericana.



Lo que resulta importante analizar es que, en esa protesta de febrero de 2017, sin negar su valor solidario, no se aclara cómo funciona el trabajo de un indocumentado inmigrante. Y por otro lado, el trabajo de un inmigrante que posee una residencia legal o tiene ciudadanía es muy diferente al de inmigrante indocumentado. Esa confusión la he visto en varios periódicos como El País de España al poner en un saco a los 45 millones de personas de origen hispano sin distinguir que entre ellos están los 12 millones de indocumentados a los cuales Trump intenta expulsar (aunque él dice que quiere expulsar a indocumentados con antecedentes criminales). Esta confusión también influye en algunos intelectuales y escritores de América Latina que viven en EE. UU., o recién vienen llegando, y publican artículos sin analizar con seriedad la situación de los indocumentados en ese país. Lo que no se analiza mucho es cómo funciona la plusvalía (global) de la que se apropia el dueño de un restaurante en EE. UU. o en cualquier país al que llega esa ola de inmigrantes de la que hablaba Carlos Fuentes y que contrata a inmigrantes indocumentados; nos lo decía también Allert Brown-Gort en los datos arriba indicados.

Lo pondremos con este ejemplo que conozco de un restaurante de la ciudad donde vivo en Estados Unidos. Este restaurante bastante popular hace aproximadamente unos 3000 dólares neto en un día por servicio de almuerzo y cena. Emplea a cinco inmigrantes indocumentados que trabajan unas diez horas al día, preparando la comida y haciendo el servicio de limpieza de platos, vasos, etc. Reciben cinco dólares la hora así que cada uno recibe al fin del día cincuenta dólares. El dueño paga 250 dólares en efectivo a los cinco al final del día porque esos inmigrantes no tienen documentos ni menos el número de seguro social (SSN) que solo los tienen los residentes o ciudadanos, aunque se sabe que algunos poseen SSN falsos y de eso se hace un gran negocio (El New York Post ha publicado artículos sobre la existencia de ventas de SSN y tarjetas de residencia –green cards– falsas que tienen algunos indocumentados en Nueva York). El dueño queda con 2750 dolares al fin del día. Este es el tipo de “trabajo barato” del que se beneficia el dueño de un restaurante contratando a inmigrantes indocumentados a los que no les dará ningún tipo de beneficio médico como protección en accidentes del trabajo. Y esto es una situación global que ocurre no solo en EE. UU. sino en países donde emigran millones arrancando de sus países originarios por razones económicas o políticas.

No es malo que los dueños de restaurantes se solidaricen con esos inmigrantes indocumentados en el “un día sin inmigrantes”, pero también es importante ver esa plusvalía de la que ellos se apropian (en términos marxistas) al emplear a sus trabajadores inmigrantes sin papeles; en efecto, la globalización económica está muy ligada al alto porcentaje de la inmigración ilegal a nivel mundial que circula por el planeta. En todo caso a Donald Trump poco le importa si los dueños de restaurantes quienes contratan a inmigrantes indocumentados en EE. UU. los explotan o no (jamás se ha referido a esa “plusvalía global” en sus discursos), sino que quiere que no entren nunca más esos “bad hombres” y que salgan de ese país lo más pronto posible. Volviendo a lo que planteaba Carlos Fuentes en 2001, ¿tendrá un efecto desastroso que Trump expulse a esos 12 millones? decía Fuentes: “prive usted a los Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habrá en los Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones abandonadas”. Y ese muro que quiere terminar de poner Trump a través de toda la frontera, ¿será de todas maneras un muro frágil de cristal?

Una de las grandes fronteras de cristal en estos momentos es lo que sucede en América Central. El Salvador y Honduras junto a Guatemala son países que constituyen “El triángulo del Norte”. Este triángulo es un tratado esencialmente económico de ayuda mutua (aunque la mayor ayuda o casi toda la da EE. UU.). El 9 de agosto de 2019, ese Triángulo estaba a punto de derrumbarse por la denuncia del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, quien dijo desconfiar de las políticas de Guatemala y Honduras para combatir la persistente migración irregular de ciudadanos de esos países a EE. UU.. Además, el presidente de El Salvador calificó de dictador al presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, porque había sido financiado por el narcotráfico para llegar a la presidencia. Aseguró finalmente que los gobiernos de Tegucigalpa y de Guatemala “no han sido ejemplo” en la contención migratoria. A Trump aquel triángulo, por otro lado, en su visión prepotente, le parece que más bien constituye un Triángulo del Mal. Él considera que es una región devastada. Esa idea fija es la que agita el presidente de EE. UU. constantemente señalándolo como un grupo diabólico que quiere entrar a un territorio donde se supone que está el sueño americano (muchas veces ha usado el término los “bad hombres” para referirse a los que quieren entrar ilegalmente a EE. UU.). A los países al sur de su frontera sur, Trump los ha definido así: “países que están en un hueco de mierda” (fuente Univisión Noticias, 11 de enero de 2018). Esto lo dijo específicamente cuando se le habló sobre programas para inmigrantes de Haití, El Salvador y varios países africanos, incluidos otros países de América Central. Trump preguntó: “¿Por qué tenemos aquí a estas personas de países que son un hueco de mierda?”.

Sin embargo, los presidentes de América Central en 2018 pidieron a la ONU elaborar un plan que ayudara a solucionar esa ola migratoria. Según la CEPAL, que en mayo de 2019 presentó un plan de posibles soluciones, son cinco las causas de por qué la gente emigra de sus países de América Central hacia EE. UU.. ParaLa CEPAL se trata de causas estructurales. Primero, el lento crecimiento económico de los países junto con la grave desigualdad que eso genera. Segundo, el alto crecimiento demográfico. Tercero, el aumento de la frecuencia de las sequías e inundaciones. Cuarto, la falta de empleo. Y quinto, el crecimiento de la pobreza y el aumento de la violencia. Lo interesante es que la CEPAL no menciona para nada la corrupción política que hay desde los gobiernos mismos, como en el caso del presidente de Honduras, financiado por el narcotráfico. Cuando a la gente de Honduras o de El Salvador o de Guatemala, por ejemplo, se les pregunta por qué quieren irse hacia EE. UU. en un viaje extremadamente peligroso de miles de kilómetros, la mayoría responde que es por la falta de trabajo, mucha pobreza y continua violencia.

Otro hecho importante de mencionar es la autorización de redadas masivas dentro de EE. UU. en industrias en busca de indocumentados. La redada más grande en una década ocurrió el miércoles 7 de agosto de 2019 en Luisiana, donde fueron arrestados 680 inmigrantes (de los cuales 107 eran mexicanos) en siete plantas de trabajo por 600 agentes de inmigración. Los que no demostraban que estaban legalmente en el país serían deportados inmediatamente. No hay duda de que Trump ha dado un golpe muy fuerte en esa frontera con sus frases cargadas de un odio que ningún presidente anterior se atrevió públicamente a pronunciar. Hay que recordar que la construcción inicial del muro comenzó en 1994 bajo Bill Clinton para luchar contra la inmigración ilegal, fue la llamada “Operación Guardián”. También lo continuó Obama quien hasta ahora ha sido el presidente que más indocumentados ha expulsado. Pero fue Trump quien desde su campaña electoral antes de 2017 dijo que terminaría de construir un muro por toda la frontera con México fuera como fuera, y lo que lo tendría pagar México. Lo curioso es que millones en EE. UU. creyeron que Trump solo estaba bromeando cuando prometió aquello en su campaña. La diferencia de Trump con otros presidentes es que tiene un odio atávico a los que viven en ese “hoyo”, como él lo ha definido. Trump amenazó con cortar ayuda a América Central cuando en 2019, en un abrupto típico de él, dijo que esa ayuda la traspasaría ahora al autoproclamado presidente de Venezuela Juan Guaidó. Por tanto, puede que esos planes propuestos por la CEPAL para solucionar esas cinco causas estructurales fallen.

Trump desea, además, declarar ilegales todos los “santuarios” que hay en distintas ciudades de Estados Unidos que ayudan a inmigrantes en suelo norteamericano, pero esto no le ha sido fácil. También ha dejado en el limbo a los “dreamers” a quienes se les ha permitido estudiar en las universidades norteamericanas. Son jóvenes que llegaron de pequeños con padres indocumentados a EE. UU.. Este programa lo inició por decreto Obama dando ayuda a cerca de 700 mil jóvenes. Trump lo ha querido eliminar. La Corte Suprema comenzó en junio de 2019 a estudiar legalmente el caso y se espera que se pronuncie en 2020; mientras tanto, esos 700 mil jóvenes que no son ni residentes ni ciudadanos pueden continuar estudiando en sus respectivas universidades. Si se elimina ese programa, todos ellos pueden ser deportados. Pero ¿cuánto tiene que ver EE. UU. con esta ola de gente que como un éxodo bíblico se echa a buscar otra tierra prometida puesto que en la que vive solo ve miseria, violencia, corrupción y un futuro negro para su familia e hijos? Para comprender la crisis migratoria centroamericana hay otras razones, y no solamente las causas que da la CEPAL; hay que tener una perspectiva histórica y mirar hacia atrás, desde fines del siglo XIX, para entender esta oleada migratoria nunca vista (la primera oleada fue de 5 mil personas en octubre de 2018 que partió de San Pedro Sula, Honduras). Estados Unidos es la primera y moderna potencia mundial imperial que después de España llegó a la región del Caribe, en 1898 se apoderó de las últimas colonias españolas instalando enclaves de producción y enclaves militares. Antes de esa fecha ya había saltado a Centroamérica. Las primeras plantaciones de bananas comenzaron en Honduras en su litoral norte. Para 1870 Estados Unidos exportaba ya el producto a Estados Unidos. Desde 1899 la UFCO de Estados Unidos (United Fruit Company) era propietaria de grandes extensiones en América Central de tierras dedicadas al cultivo del plátano destinado en su totalidad a la exportación del mercado de Estados Unidos[1]. Ya se sabe que toda esa cintura de América se la apropió instalando dictadores locales. También sabemos de la apropiación de tierras donde se situaron las compañías norteamericanas y usaron a la población nativa como trabajadores baratos. Dictaduras van y vienen amparadas por EE.UU y su cohorte militar, capaz de frenar insurrecciones populares. Estamos en plena guerra fría. Hay miles de asesinados, desaparecidos, torturados, exiliados. Por tanto, no se puede explicar la Revolución Cubana en 1959 sin esa explotación norteamericana ni tampoco la Revolución Sandinista en 1979. O sea que por décadas EE. UU. se apropió de una gran ganancia que nunca repartió en suelo centroamericano. Guatemala, Nicaragua, El Salvador se envuelven en guerras civiles (desde los años sesenta en Guatemala) que terminan a fines de la década del ochenta con el Acuerdo de Paz de Esquipulas (acuerdo elaborado por el Grupo Contadora desde 1983 a 1985) que fue una iniciativa para resolver los conflictos militares que plagaron América Central por muchos años, y en algunos casos (Guatemala principalmente) por décadas. Si alguien le respondiera a Trump que el “hoyo” en esa región lo causó una política imperialista seguro se reiría y escribirá un twitter ofensivo. Al irse EE. UU. con sus enclaves industriales y sus billones de dólares en inversiones a otra parte, dejó a la mayoría de la población en un “hoyo” sumida en la pobreza y con el deseo de emigrar hacia “la tierra de las oportunidades”.

Un ejemplo es lo que ha escrito el escritor hondureño Fabricio Estrada en el verano de 2018 desde la vida de una persona común que desea salir de Honduras e ir al Norte. Lo escribió en los días iniciales de la primera gran caravana de emigrantes de aquel verano:

¿Se preguntan cómo se organiza el éxodo hondureño, quién está detrás? Se los responderé en confianza: Resulta que un día se amanece sin haber conseguido ayer el préstamo de 5 dólares (100 lempiras) para poder comer algo hoy. Te quedan tres huevos, dos lempiras de tortillas y un voto que ir a dar tipo 10 de la mañana en la escuela de tu barrio... Resulta que prendiste la tele y están pasando la masacre de la madrugada. Vas a la pulpería a pedir fiado y te das cuenta de que ya no abre más porque le dispararon al dueño por no pagar el impuesto de guerra. Camino a la escuela, cientos de personas están haciendo fila para votar. Das tu voto pensando que tal vez se arregla algo cambiándolo todo de una buena vez. Al regreso a casa ves un inusual movimiento de tropas en cada rincón de la ciudad, la mayoría de ellas encapuchadas. Llevas diez años asistiendo a las movilizaciones en las calles. El golpe de Estado del 2009 movilizó a millones y vos estuviste entre ellos. Es de noche ya. El conteo da como ganador a lo que elegiste democráticamente en lugar de agarrar un fusil e irte con miles a una revolución incierta. El voto era incierto, pero esta vez el conteo habla con certeza absoluta: se ha barrido con la élite que secuestra al país desde el 2009 y medio mundo comienza a celebrar y celebrando se da el fraude. Se revierten en un parpadeo alrededor de dos millones de votos y resulta electo por la fuerza y bajo la bendición de la Embajada estadounidense un patizambo que de inmediato se convierte en dictador. La rabia es brutal. La alegría es tan precaria. Miles y miles salen a las calles a protestar y son bombardeados, asesinados, torturados, encarcelados... las tropas enmascaradas invaden los barrios pobres y sacan del pelo y a patadas a los jóvenes, a las mujeres... vos tenés hambre, pero es mayor el hambre de la indignación. Se protesta, se protesta, pero desde Washington se manda a decir que debés aceptarlo, que eso es democracia. Tras noches de desvelo te das cuenta de que ya no podés conseguir empleo, que los noticiarios van aumentando su cuota de asesinatos, que los estudiantes son asesinados, perseguidos, que los campesinos son desalojados por miles, que encarcelan a los campesinos, que los bancos te niegan el préstamo, que no tenés educación más que para trabajar por horas sin derechos laborales, que no tenés derecho a un seguro social que fue saqueado por los mismos que se han reelegido y que desde los púlpitos te piden aguantar y aguantar y aguantar. Ves las filas en Western Union y Money Gram... largas filas que a veces solo van a retirar 100 dólares enviados desde algún lugar de la yusa[2] ... 2000 lempiras que nadie te regalará en tu día donde solo necesitabas de 5 dólares para sobrevivirle al día... lo calculás, ves la diferencia ¿y si gano allá, aunque sea 200 dólares a la semana es más de lo que ganaría en todo un mes? Te cuentan que se reunió una caravana para salir hacia el norte. Que esta vez los Zetas no podrán secuestrarla ni fusilar a nadie como aquel año en Tamaulipas donde asesinaron a 76 mojados. Me iría, pensás, pero no podés porque ya estás en silla de ruedas, sin las dos piernas que cortó la bestia[3] hace un año. ¿Cómo se organiza tanta necesidad? ¿Lo explico de nuevo?

Pero desde septiembre de 2019, el presidente Trump, quien desde los primeros días de su gobierno pronunciaba frases incendiarias sobre lo que pensaba de esa región, cambió extrañamente a una política más suave respecto al Triángulo del Norte sin interesarse mucho por las acusaciones del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el 9 de Agosto de 2019 al presidente de Honduras por ganar las elecciones gracias al narcotráfico. La reacción de Trump sobre esa denuncia del presidente de El Salvador fue no darle ninguna importancia. ¿Por qué? Ese es siempre un enigma en las decisiones instintivas de Trump que son tan características de su personalidad. Por ejemplo, basta ver el contenido de sus constantes tweets sobre diversos y muy delicados asuntos que tienen que ver con la política mundial, con aspectos económicos globales, migratorios, raciales, etc. Sin embargo, Trump firmó el 26 de julio de 2019 un acuerdo de cooperación de asilo con Guatemala, lo que repitió el 20 de septiembre de 2019 con El Salvador y cinco días después con Honduras. ¿Pensará muy diferente a partir de enero de 2021? Y esto es un misterio porque la reacción de Trump siempre es cambiante y contradictoria sobre México y la región de América Central. Quizás nunca hubo en la historia de Estados Unidos el caso de que un presidente cambiara de opinión según el humor con que se levantaba cada día. Y esto lo ha dicho muchas veces la poderosa demócrata Nanci Pelosi, presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, quien recientemente, en la sesión del informe anual al país que dan los presidentes en el Congreso todos los 4 de febrero, rompió en pedazos el discurso escrito de Trump: declaró a la prensa que todo lo que había dicho era mentira.

Expertos consultados por la BBC Mundo en octubre de 2018 dijeron que aunque hace más de 30 años que terminó la guerra fría, la influencia de Estados Unidos en Centroamérica continúa siendo un factor decisivo, y no solo por las ayudas económicas que ofrece. No es un secreto, dicen esos expertos, que Estados Unidos es todavía una fuerza dominante en países como Honduras, Guatemala y El Salvador.

A los pocos días de esta reflexión, en febrero de este año cuando la envié al concurso Boca de Sapo, en EE. UU. comenzaría la amenaza invisible del virus llamado Covid-19, amenaza que Trump y sus asesores no vieron como tal aun cuando ya en Europa, Italia principalmente, comenzaban a blindar ciudades completas. La realidad es que una de las principales ciudades del mundo con mayor cantidad de muertos y contagiados hasta ahora es Manhattan. Todos apuntan a Trump por no haber tomado medidas inmediatas cuando ya había dos contaminados en California la primera semana de febrero. La situación de los indocumentados es ahora sumamente grave, al punto que parece una película de ciencia ficción. Mientras el gobierno federal trata de apurar miles de millones de dólares a individuos, empresas y estados para combatir la pandemia del coronavirus, un grupo ha quedado fuera: los inmigrantes indocumentados de la nación que llegan a casi 12 millones. El Congreso ha aprobado más de dos trillones de dólares para entregar los pagos directos a la mayoría de los contribuyentes, ampliar enormemente los beneficios de desempleo y hacer que las pruebas del coronavirus sean gratuitas. Pero, aunque los inmigrantes indocumentados no son inmunes a la crisis del coronavirus, no han sido incluidos en ningún programa de beneficios del gobierno, lo que los pone en riesgos económicos y de salud que impedirán los esfuerzos hechos para detener la propagación del virus, dicen los médicos. Muchos inmigrantes están en trabajos considerados “esenciales”, los de servicios, como los trabajadores de tiendas de comestibles, asistentes de salud en el hogar y trabajadores agrícolas y, aunque no sean indocumentados, pueden carecer de acceso a pruebas y cuidados. ¿Deberíamos hablar ahora de una post frontera post corona virus?

 

 

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Notas

[1] Ver la novela de Mario Vargas Llosa, Tiempos recios (2019), donde relata cómo se creó el imperio de la United Fruit Company en Centroamérica.

[2] “La yusa” es una expresión coloquial hondureña que significa “ir para la USA” o “ir para los Estados Unidos”.

[3] “La bestia” es el nombre que le han dado a un tren de carga mexicano y a él se suben en el techo miles de indocumentados para llegar a la frontera con EE. UU.. Muchos se caen del tren en marcha, a muchos le ha cortado una pierna, un brazo o arrollado totalmente dejándolos tirados a la orilla de los rieles.



 

 

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Publicado en BOCA DE SAPO N°30. Era digital, año XXI, Mayo 2020.