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Álbum Familiar

Poemas de Javier Campos
Publicado en Revista Altazor




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Inalcanzables vías lácteas

Pasaste volando a mi lado reconociéndome
y dando cantos de alegría,
pero sólo un instante te posaste en mi mano,
segundos donde fuimos felices,
y volaste lejos hasta desaparecer
por las galaxias:
aún estoy sentado en la plaza de las palomas
de una ciudad somnolienta y en llamas,
embriagándome aún con los aromas de las rosas,
mirando hacia las estrellas,
los soles y las lunas,
buscándote con mis manos extendidas,
por algún inalcanzable punto oscuro,
entre millones de árboles de luces,
praderas de otras más lejanas vías lácteas
de todo nuestro universo infinito.

 

 

La paloma mensajera

Es muy fácil quererte escribes desde otro planeta
mientras miro por una ventana llena de nieve.
Un calor ardiente sube por mis ojos
pensando en lo que me enviaste con una paloma mensajera.
Venía cansada de traer ese mensaje de miles y miles de años luz solo para mí.
Es muy fácil quererte repito también y escribo lo mismo.
Y la paloma regresa donde tú vives con el mismo mensaje.
Hace milenos no recibía un mensaje así.
Ahora soy feliz por tus palabras que tardaron
muchos miles de años en llegar a mí.
Quizás la paloma envejecerá y será muy anciana
cuando regrese de vuelta a llevarte el mismo recado:
“es muy fácil quererte”.

 

 

El silencio

El silencio es una cucharita del café que tintinea.
Es el gato que ronronea sonámbulo.
Es el vidrio que suena leve por el viento de la primavera.
Es alguien a lo lejos construyendo una casa.
Son mis lentes que me miran desde la mesa.
Un libro que abro y al pasar leo unas líneas sobre el pasado.
Es un susurro que no entiendo, pero me enamoro de él.
Eres tú que te mueves entre las sábanas y no despiertas.
Soy yo en tu sueño que baila con los ojos cerrados.
El silencio siempre es un sonido imperceptible lleno de amor.

 

 

Álbum familiar

La noche en que nos fotografiamos
antes de iniciar la cena del nuevo año,
tú estabas cerca de unos gladiolos blancos
tomada a mi brazo
esperando a que fuésemos iluminados por el flash
y quedar pegados para siempre a un negativo.
Allí nos quedábamos para el álbum de los recuerdos:
tú, sonriendo con amargura,
y yo, afirmado en mi bastón,
adoptaba tristemente una pose
como cuando tenía 20 años
y me tendía cara a los árboles
a esperarte.

 

 

La silla de ruedas

Abriré el cajón de los recuerdos
y me acordaré que en unas viejas hojas
de esquelas rosadas
me anunciabas que me esperarías a la salida de la ciudad.
Me puse mi traje negro.
Cubrí estas abundantes canas.
Disimulé las arrugas de mi frente.
Y con tu carta aún intacta
fui en mi silla de ruedas a tu encuentro,
sintiendo que estas mismas hojas rosadas del otoño
alguna vez cayeron a tu cuerpo como ahora en el mío.
Y yo, que siempre esperé milagros de la vida,
hoy sea testigo de uno sólo
y te vea venir con aquellos 20 años.
Y yo, poeta lleno de cenizas, eche a rodar por el césped
la oxidada silla vacía.

 

 

La abuela sin apellido

Debo contarles esta historia
y no sé por dónde empezar.
Escucho voces, señales lejanas,
ruidos, gritos.
El rascar de uñas en una sábana
manchada de sangre.
Luego una mujer de 16 años
sube a un tren que parte a una ciudad.
Detrás de ella va desapareciendo el campo donde nació.
De entre la bruma de las Araucarias
sólo su madre mapuche la contempla irse para siempre
mientras viaja hacia la muerte.
Dice que se llama Amelia
y viene de una larga familia sin apellido
y en ese último sueño repite su nombre, Amelia, Amelia.
Amelia sin apellido.
Piensa en su hijo que vive en otra galaxia, lejana.
Quizás ya se convirtió en estrella.
O en polvo de las galaxias.
O sólo será luz.
“Sólo será luz” repite.
Amelia sin apellido
en su viaje a la muerte.
Soñando que regresa
en tren al Sur de su país.
Y que la vienen a buscar dos niñas
sus dos nietas y sus bisnietas.
También su propia madre mapuche
convertida en ceniza de árboles araucarias.
Y más atrás, mucho más lejos,
esa luz, ese polvo de galaxia
también está allí.
Y entonces cierra sus ojos para descansar.
Para morirse feliz.
Y esta es la carta final que les escribo
desde mi nave convertida en luz.
Esa luz que es la voz de Amelia sin apellido.
Amelia sin apellido.

 

 

Arte Poética

¿Qué es poesía?
me lo preguntaste
durante muchos siglos,
día tras día, pero no sé
si respondí a tu pregunta
o como toda poeta
me perdí entre las palabras
a través de los siglos
haciendo acrobacias con ellas,
juegos de engaños
para construir lo inmortal
(sin embargo, qué hermosa utopía
fue aquella,
la de tu poeta joven
y luego también la de tu poeta anciano,
el que ahora te escribe los últimos versos);
pero de nada me arrepiento
si pasé milenios buscando cómo responderte
reproduciendo imágenes frente a los espejos
(que al final siempre fueron las mismas)
llenándote de papeles
para que también fueras eterna;
pero nunca di con la respuesta
porque no existe,
porque ni Borges dio con ella;
y fue tragado por el laberinto de estantes
de su biblioteca infinita
aquella que construyó en la oscuridad, a ciegas,
y donde únicamente acumulaba libros que se repetían
una y otra vez
porque quizás eso sea toda la belleza de imaginar:
unas mismas tres o cuatro metáforas de siempre;
las mismas que vuelvo a plagiar para ti,
en este poema final.



 

-Del libro inédito Las sombras del amor.






 



 

 

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