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El Barbero de Kabul

Por Javier Campos




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Esta breve crónica fue escrita en diciembre de 2001 cuando EE. UU. y los aliados sacaron del poder a los talibanes. Se público en un diario en  Chile on line. En 2004 fue electo democráticamente un presidente de Afganistán.

 Este agosto 16 de 2021, 17 años después los talibanes retoman todo el poder en ese país. Todo parece que se volverá a un pasado que parecía haber terminado en 2001 en Afganistán. Es que no solo la historia de repite, sino que una sociedad, en este caso con el regreso de los talibanes al poder, vuelven a un pasado siniestro, especialmente para la mujeres que habían conquistado una libertad y ahora regresaran  a la oscuridad, y a la marginalización total. Y para los hombres, quizás obligadamente tendrán que usar barba. Ya el barbero de Kabul que en diciembre de 2001 que se sentía tan feliz, volverá desde ahora a guardar sus tijeras y cerrar la peluquería quién sabe hasta cuando.

 

Cuando las fuerzas de la Alianza del Norte llegaron a la capital de Afganistán, Kabul, la primera semana de noviembre de 2001, bastó una breve declaración de unos cuantos minutos para cambiar el rostro de hombres y mujeres de aquel país. Por años tuvieron que soportar (una mayoría) el fundamentalismo más extremo de los Talibanes. Por ejemplo, las mujeres cubrirse el rostro y pasar a la subyugación más inhumana: no trabajar ni recibir educación además de un tratamiento casi animal. Todos los hombres dejarse obligadamente una barba.  Y prohibido escuchar música o ver televisión y menos películas.

Uno habría pensado que la Alianza del Norte, apoyada por las fuerzas especiales norteamericanas, iban a tener una resistencia fuerte de los Talibanes para defender el modo de vida que impusieron. Por el contrario, estos últimos arrancaron de Kabul como podían (en camiones o a caballos) a otra provincia. Otro grupo de resistencia en el sur del país está a punto de rendirse.

Las imágenes que han mostrado la prensa y la televisión de Occidente cuando entraban las fuerzas liberadoras a Kabul son escenas muy variadas, pero todas ellas tienen mucho de alucinante para cualquier espectador occidental.  También la cadena árabe Al Jazira mostró aquello hasta antes de que sus oficinas instaladas en la capital de Afganistán fueran bombardeadas por “error”, según justificó el comando norteamericano.

Por ejemplo, imágenes alucinantes es ver una gente que perfectamente puede pasar por seres de épocas bíblicas o viviendo aún como en los orígenes del profeta Alá. No por su vestimenta simplemente, sino por la escasez y miseria generalizada de una vida que corresponde a siglos pasados y parece estar mucho más atrás de la misma Edad Media. Con frecuencia la televisión occidental mostraba, a veces al pasar,  el estado pre-industrial de aquella sociedad musulmana (de varias etnias) para resolver sus problemas más cotidianos: ya fuera en la preparación de sus alimentos diarios, en la reconstrucción de sus viviendas o en la artesanía absoluta para la producción más indispensable.

La electricidad, por ejemplo, fue usada predominantemente para asuntos o militares o para la elite Talibán, jamás para mirar la televisión que muchos probablemente no tenían idea qué significaba esa pantalla. Tampoco aquel único recurso “moderno” que poseían no fue usado ni para transmisiones de entretenimiento ni para mantener informado a la gente. Por eso se ha dicho que el pueblo de Afganistán nunca vio las imágenes del atentado a las  Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. O sea, la revolución electrónica-digital en todo su sentido era y sigue siendo un asunto de ciencia ficción para esa parte del planeta porque ni siquiera han salido aún de la etapa artesanal. Las razones son muchas y ya han sido explicadas por una gran cantidad de analistas en centenares  de artículos que han sumado otra cantidad más grande de páginas en diarios que van desde el New York Time, The Economist, The Nation, The Telegraph a El País, La jornada, etc., incluyendo también  los propios análisis desde el mismo  Medio Oriente.

Por eso que a los minutos de llegar la Alianza del Norte, y de aquel comunicado liberando a la gente de la opresión de los Talibán, muchas mujeres descubrieron sus rostros sintiéndose libres. Pero otras escenas fueron las largas filas de hombres, especialmente gente joven que esperaban sentados, sonriendo, su turno para que algunos barberos de Kabul les sacaran de raíz aquellos pelos de la cara que por años llevaron obligados. Es posible que en el mundo nunca un barbero (ni el propio Barbero de Sevilla) haya tenido tantos clientes cada día, incluso por varias semanas seguidas.

Tampoco ningún barbero de Kabul, desocupado por años, había sido tan feliz de tener al fin una labor que le remunerara algo cada treinta minutos (porque la fila de espera es aún larguísima) y además, sonriendo también, -según se ve en la fotos que recorre el mundo- pudiera arrancar con unas simples tijeras la aparente fuerza que decía tener el fundamentalismo Talibán. Al menos comenzaba una preciosa libertad para aquellos jóvenes que se declaran viejos ahora, a sus 24 años (“no podíamos ni siquiera gozar la vida ni la juventud” declaraban a los periodistas hace unos días).

Y lo interesante es que aquella libertad de esos jóvenes de Afganistán, sea cual sea la religión o la etnia o la cultura, sea distinta o no a la de occidente, o a la del planeta Marte, lo que queda comprobado es que el deseo de gozar la vida es universal. Porque para el “Carpe Diem” -además las raíces de este tópico se remontan a la lejana Babilonia y a las “Mil y una noche”-  no existen fronteras culturales ni religiosas (y de la Biblia leamos, por ejemplo “El Cantar de los Cantares”). Es que no hay dogma alguno en el planeta que pueda exterminar el deseo de ser feliz y expresar una cierta libertad. Por eso que la foto de un Barbero de Kabul, afeitando con tanta alegría las barbas de los jóvenes de Afganistán, resulta tan impresionante.

Spring Hill, Florida, 16 de Agosto de 2021

 

 

JAVIER CAMPOS. Es narrador, poeta, ensayista, académico. Recientes libros publicados: El bailador de tango (novela, Casasola editor, Washington, 2018), El tango en el Río de La Plata (ensayo, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2019), La isla del fin del mundo (novela, Mago editores, Chile, 2020), Los gatos no viven en el tejado y otros poemas de amor (poesía, Mago editores, Chile, 2020). Fue traductor de la poesía del poeta ruso Yevgeny Yevtushenko (ediciones de Nicaragua, Colombia, Chile, Perú, Cuba, Rusia, España). Vive en Florida, EEUU.

 

Foto:  Talibanes en Kabul, 15 de agosto de 2021

 

 

 



 

 

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