El jardinero
He plantado flores, regado las plantas de mi jardín.
He mirado somnoliento los árboles
agitadas sus ramas por la fresca brisa del verano.
He mirado hacia el sol como si mirara a un Dios de fuego.
He agradecido el estar vivo hoy día.
He tomado agua de un manantial como si alguien me bendijera.
He saludado otro día de la vida.
Sé que en otras partes de la tierra alguien no tiene este gozo fugaz
cuando miran hacia cualquier parte.
Nada hay para hacerlos felices, todo parece oscuro o congelado por el frío.
O quizás sí, en algún momento misterioso de sus vidas
que no sabemos y apenas sospechamos
cosechan secretamente flores alegres y frutas de oro.
He encontrado en un árbol un durazno dulce hoy día
y lo he comido como si viniera de algún paraíso encantado.
Sé que alguien nos protege en algún momento de la vida.
Nos hace contemplar con otros ojos todo lo que nos rodea
y entonces pensamos que viviremos para siempre.
Sí, hay seres en la vida a los que nadie toca con una leve señal
Aunque venga de una parte lejana del Universo.
Como si vivieran en el rincón más oscuro de una galaxia sin nombre.
Ni siquiera el susurro del aire del verano los hará felices.
Hay seres en la vida, yo no sé.
Nosotros los de entonces
A los que se fueron al exilio.
A los que creyeron en una utopía
A los que emigraron quién sabe dónde
Dónde estarán los amigos del pasado.
Aquel que me dijo leyera a Lenin y El Capital.
O aquellos que en las tardes insubstanciales de un pueblo del sur
me invitaban a leer poesía tomando vino dulce y fumando mariguana.
O aquella bella muchacha que a las 8 de la noche en verano
me hacía señas de su balcón
y yo en la esquina de la calle mirándola con un libro bajo el brazo
a la que nunca hablé, a la que se la tragó la vida.
Dónde estarán los otros amigos que trabajaban en una fábrica
y allí envejecieron o desaparecieron en una isla,
en un campo de concentración.
Dónde estarán las bellas muchachas de piernas color del durazno.
Esas que nos llamaban para que nadáramos en el mar junto a ellas.
Les tocáramos sus senos, las besáramos en sus labios color de las cerezas.
Dónde estará aquel que tenía un único abrigo para el frío
y se paseaba por la plaza del pueblo leyendo a los poetas malditos.
Y aquel que tocaba la guitarra cantando canciones de protesta
dicen que está enterrado en el fondo del mar
amarrado a una piedra con cadenas.
A dónde se fue aquella edad cuando íbamos a construir
un Universo igual para todos.
Ahora somos otra vez esos muchachos y muchachas que repiten lo mismo.
A lo mejor somos de nuevo todos ellos que volverán a leer los mismos libros,
ver las mismas películas, repetir las mismas canciones,
encandilarse con hombres de barbas con una estrella en su boina,
que les susurrarán meterse en una selva con un fusil
y dar la muerte para cambiar la vida.
Quizá no
Por cierto que volverán amar a las mismas muchachas o a los mismos muchachos.
Acariciarse en la arena caliente, tocarse sus cuerpos desnudos bajo el agua del mar.
Algunos volverán a desaparecer en la misma isla.
Meterlos en horrorosos campos de concentración.
O serán lanzados otra vez al mar con la misma piedra,
encadenados para que nunca más puedan regresar.
O Quizás no
Nosotros los de entonces, rejuvenecidos por la nostalgia,
seguiremos siendo los mismos.
Quizás si
Quizás ya nunca más.
Cuauhxicalli [1]
Aquí estoy con mi corazón en la mano para ti.
Siempre fue para ti.
Hoy no lo quieres.
¿Qué corazón prefieres?
Te ofrezco este porque es mi sangre.
Los antiguos de Mesoamérica lo ofrecían al sol.
Pero tú eres mi sol y quien me daba la luz, el agua, el maíz.
Aquí está mi corazón.
Alguien se sacrifica por ti que no soy yo.
Yo me sacrifico por ti y esta sangre derramada no te llega.
Tú que eras mi sol, y yo que era tu vida.
Guardaré este corazón en una vasija de piedra.
Algún día necesitarás mi sangre, aunque sea en sueños.
Yo lo sé.
Adolescentes poetas muertos
Qué sería de mis queridos y antiquísimos poetas jóvenes
los que se olvidaron de mí;
aquellos que se quedaron en la misma ciudad de siempre
en aquel pueblo al que nunca más regresé.
Qué sería de mis libros enterrados, bajo la tierra,
esos volúmenes prohibidos que hace muchos siglos atrás
leímos como candente fuego y ardientes profecías.
Qué ocurrió con sus miradas, junto a la mía, hacia el universo
buscando entonces la Estrella Polar
siguiéndola con los viejos zapatos de Rimbaud,
o en nuestros hombros la mochila con olor a trigal de verano
del poeta Essenin,
y un tubo con agujeros para inventar un música nueva
como nos enseñó el poeta ruso Vladimir Mayakovski en 1914.
Y qué fueron de las miles de caminatas por aquellas calles
bajo un balcón inalcanzable donde alguien nos hacía señas
para que subiéramos por su sonrisa y sus cantos de sirena,
aquella beldad lejana, imaginada por nuestras bellas cabezas
de pelo revuelto y mejillas rojas.
La que cantaba para mí, o para mi viejos compañeros,
nosotros, los bellos adolescentes bajo ese balcón de Julieta Capuleto
escribíamos poemas y cartas de amor,
hoy arrumbadas en podridos baúles;
nada más que hojas amarillentas
arrugadas por el tiempo y que nadie nunca más leyó.
¿Qué fue de aquellos poetas muertos y dónde quedó
todo lo que escribimos hasta altas horas de cada estación del año,
bebiendo ajenjo amargo como los poetas malditos
o pensando en suicidarnos como Alfonsina Storni?
Sin embargo nadie se murió de amor, ni nadie se suicidó,
algunos sí desaparecimos entre la vida,
y viajamos a estrellas lejanas
otros murieron en el mismo pueblo:
olvidados adolescentes poetas muertos.
Mayakowski
Hay una canción francesa
que se llama Natalie de Gilbert Becaud
escrita en los años 60.
Cuando existía el comunismo en Rusia
y Rusia estaba cerrada al occidente
y el occidente no sabía cómo era el socialismo real.
Ya nadie recuerda esa canción.
Es una vieja nostalgia
como cuando Vladimir me dijo ahora
en diciembre de 2019
que la actual Rusia no es como
cuando él era miembro del partido.
Me habla de este capitalismo ruso de súper billonarios.
De su jubilación ahora que apenas le alcanza para el mes.
Si mi mujer no fuera doctora sería difícil la vida.
Mi hijo es taxista y apenas se mantiene.
Me dice todo eso en una famosa tienda de dulces rusos
en el centro de Moscú llamada “Alenka”.
De dónde eres me pregunta? De América Latina le digo.
Y me dice que era profesor en la entonces universidad Patricio Lumumba.
Enseñaba la solidaridad comunista a jóvenes de todo el mundo.
Y a muchos latinoamericanos.
Me habla de Allende, me pregunta sobre Pinochet y Videla
y que en Rusia hubo mucha solidaridad con los desaparecidos
y torturados por esas terribles dictaduras.
Vladimir tiene una mirada de resignación.
Mira con cierta nostalgia un monumento gigante
del poeta Mayakovsky
a la entrada del hermoso Metro del mismo nombre del poeta.
Me dice que fue hecho en 1938, ocho años después de su muerte
(“cuando se suicida”, le digo pero parece no escucharme ).
Arriba en el techo hay hermosos mosaicos
del gran pintor Aleksandr Aleksandrovich Deyneka.
Me dice como si ahora volviera a ser
el profesor de la Patricio Lumumba
y yo un joven muchacho latinoamericano
estudiando en la gran Unión Soviética.
“Fue un pintor soviético, artista gráfico y escultor.
Considerado uno de los más importantes pintores figurativos
de la primera mitad del siglo 20.
Su colección “Las granjas colectivas en bicicletas”
se consideran un ejemplo del realismo socialista a partir de los años 30.”
Cae un poco de nieve en diciembre en Moscú.
Se me cruza la canción Natalie por mis oídos.
La actual Plaza Roja está llena de árboles de navidad
bellamente iluminados,
iglesias ortodoxas también iluminadas.
Gente comprando. El gran consumo global.
Vladimir me pide mi teléfono de mi hotel.
Dice que mañana me mostrará el otro Moscú de su nostalgia.
Me despido del profesor de la Patricio Lumumba .
Me dice que ahora debe ir a enseñar una clase
sobre las granjas colectivas soviéticas a un grupo de estudiantes cubanos.
Nos damos la mano.
Yo me quedo largo rato contemplando la hermosa estatua de
Vladimir Vladimirovich Mayakowski
(Moscú, diciembre 9, 2919)
El poeta olvidado
Escribo tu nombre en esta biblioteca virtual de Alejandría
y hay miles;
tu primer nombre es de millones,
tu nombre y apellido juntos también es de miles;
y cuando escribo “poeta” ante tu nombre
y tu apellido
la máquina entre billones de nombres
no encuentra el tuyo en ninguna parte.
Ni siquiera sabe que fuiste un poeta de un pueblo
de mi país
que escribiste dos libros que nadie te publicó,
o quizás era sólo uno, o probablemente ninguno,
que leías tus poemas en lugares que sólo interesaban a los poetas
o cuando hace siglos los poetas eran queridos por las muchedumbres;
pero de eso ya ha pasado mucho tiempo.
Nada dicen de ti en esta biblioteca cibernética
aún cuando tu nombre y tu apellido aparece miles de veces;
tampoco hay referencia alguna que mencione que fuiste un poeta maldito
o quizás eso fue una leyenda y eras realmente un poeta romántico
ni tampoco hay información de que tenías un único abrigo gastado
y eras pálido (o pálida) como la luna.
Menos que alguna vez fuiste un guerrillero o guerrillera
y te metiste por meses o años en una selva
de eso sí que nadie se acuerda en aquel pueblo
del sur de planeta
o quizás aquello fue también una leyenda que a nadie importa
ni siquiera hay una foto de ti
ni aquella al lado de un poeta famoso quien decían era tu amigo
y cuyo nombre ya nadie tampoco recuerda.
Hermosa o bello te encontraban las muchachas
y los muchachos adolescentes suspiraban por ti,
y eso parece que era verdad.
Querido poeta olvidado
quizás aún deambulas por el pueblo aquel, envejecido, o anciana,
con tu gastado abrigo desteñido, solapas alzadas,
pelo encanecido, y tu bella sonrisa destruida,
con alguna cicatriz de una bala que recibiste
cuando vivías en una selva, en una montaña,
cuando te enamoraste de una boina con una estrella
ni siquiera la post modernidad (ni menos la modernidad)
se acordó de ti.
Quién sabe si en un par de segundos ahora aparezca tu nombre y apellido
y quedes para siempre en esta biblioteca cibernética
a lo mejor alguna muchacha (o algún muchacho) del futuro
encuentre tu nombre
y sepa que fuiste una poeta pobre y olvidada,
o quizás a esa muchacha del futuro (o a ese muchacho)
ya no le interesen ni los poetas viejos
tampoco los poetas muertos, ni menos los poetas jóvenes.
O quizás sí
porque hay que tener fe en el futuro
y aún dentro de este paisaje virtual y cibernético
que rodea al Universo
tendrá que haber en alguna parte del planeta
una muchacha (o un muchacho)
que volverá a repetir la historia del poeta olvidado.