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SINAGOGA QUEMADA POR LOS NAZIS EN NOVIEMBRE DE 1938

Javier Campos


.. .. .. .. ..

¿Dónde están esos rostros, esos viajes?”
 Juan Gelman

(Cualquier relación con otra situación actual parecida es pura coincidencia)


El 9 de noviembre de 1938 una sinagoga judía fue quemada por lo nazis en la ciudad de Gottinguen, Alemania . Entre el fuego murieron muchos judíos. Aquella hoguera anunciaba una de las épocas más tenebrosas del siglo XX. Esa luz calcinante donde se consumió una iglesia, una distinta forma de adorar el misterio que tiene desde milenios el ser humano  por lo desconocido y por  la búsqueda de la paz espiritual, anunciaba los horrores que padecería todo un pueblo que vivía y rezaba de otra manera.  Pero esas llamas comenzaron a aumentar mucho más en los años que siguieron a 1938  y por ellas miles y miles de judíos entraron en trenes a los paisajes horrorosos del infierno.

El día  9 de noviembre de cada año, en el antiguo lugar donde  estuvo aquella  Sinagoga, se congregan cientos de personas a escuchar y sentir  una de los más profundas ceremonias que yo no había presenciado nunca, como  extranjero y visitante de paso,  en territorio alemán. Cuando estuve allí, alguien me fue traduciendo al español y en susurros toda la ceremonia. Hacia frío ese día martes 9 de noviembre  de 2000 a las 6 de la tarde. La antigua Sinagoga había sido reemplazada por un monumento  cuyo diseño simbolizaba muchas cosas. Había un pequeño subterráneo donde estaban algunas placas con cientos de nombres. Sobre ese pequeño hoyo semi-cuadrado se veían también unas vigas de metal (podría asegurar que representaban unos rieles de trenes) que entrecruzadas formaban unos pequeños rectángulos. Sobre ellos, una bella escultura de metal plateado que mirándola desde el sótano hacia arriba, hacia el cielo, se veía perfectamente la estrella de David.

El frío de aquel 9 de noviembre de 2000, sesenta  y dos años después,  no parecía entrar por las gruesas ropas de las 600 personas (eso dijo el diario de Gottinguen al día siguiente) que de pié escuchaban la ceremonia. Yo en cambio sentía un frío que me calaba los huesos .  Imaginaba que hace 62 años ese frío que ahora sentía (quizás en ese entonces sería también el comienzo de la nieve) traspasaría como cuchillos los esqueléticos cuerpos de miles de judíos que enviaban en trenes durante los años 40 de los Ghetto a los campos de concentración. El viaje duraba  tres horas desde Gottinguen. Se salía de un lugar no muy lejos de la calle ahora llamaba  Platz der Synagoge de donde presencié toda la ceremonia.

Todo comenzó a las seis en punto con una melodía tocada en flauta por 5 minutos. La melodía se llamaba “Eli, Eli” (canción tradicional hebrea). Luego, y por varios minutos, continuó lo que ellos llamaban “Vergessene Namen”. Se iba  nombrando primero una calle de Gottinguen y luego nombres y apellidos de judíos que la policía nazi habían ido a detener. Después se mencionaba el lugar  donde toda esa gente fue a parar. Finalmente la voz decía:  “asesinado en Dachau” o “desaparecido”. Fueron muchísimos nombres. Una letanía u oraciones de apellidos tal si fuera un largo collar de identidades que íbamos escuchando minuto tras minuto. Sólo esa letanía era suficiente para imaginar a cientos de gente con  rostros angustiados o una larga caravana de personas por estas calles, apuntadas con pistolas o fusiles,  para subirlas en trenes con destino al infierno.  Luego en  un intervalo  -para respirar o suspirar por tantos nombres escuchados y los destinos inciertos de tanta gente- una voz continuaba: “Sarah y Jacobo Zimmerman  fueron arrestados  en junio de 1942, enviados al guetto  de Varsovia y al campo de concentración  de Flossenbürg. Desaparecidos”.  La última melodía que tocó  la flautista fue triste  y melancólica . Se llamaba “Ghetto” y era de  un autor anónimo.

La ceremonia terminó con una oración cantada por un sacerdote . En cada pausa, una  mujer (nacida y criada en Chile, me dijeron después)  iba mencionando cada Campo de Exterminio Nazi. Conté exactamente 18 campos. Cuando finalizó la ceremonia, muchos se fueron cabizbajos a sus casas.  Algunos bajaron al sótano a saludar a ciertas personas. Me señalaron a una mujer. Era quizás de 80 años. Pelo blanco y de mejillas sonrosadas que sonreía con mucha tranquilidad. “Ella fue una sobreviviente del campo más horroroso de los 18 campos de concentración nazis: Auschwitz”.

Una cosa siempre fue repetitiva cuando iban  nombrando a las personas: muchas se suicidaban en sus casas antes de ser detenidos por los nazis porque sabían que iban a ser enviados a algún guetto o campo de concentración. Las edades de todos esos suicidas era de los sesenta años para arriba.

Un tren blanco y bellísimo, veloz, casi supersónico, que me trajo de vuelta a Frankfurt para tomar el avión de regreso a Estados Unidos, iba mostrando paisajes apacibles y gente feliz caminando por un territorio libre. También recordé que el día anterior al 9 de noviembre, hacia once años, en 1989, se había desplomado una muralla que cambió ideológicamente a todo occidente comenzando a nivel planetario lo que ahora llamamos –para bien y para mal- la “globalización”. Aún trato de conectar el incendio de la Sinagoga hace 62 años y el desplome de la Muralla de Berlín sólo hace una década, pero lo único que pasa por mi mente es esa melodía melancólica y triste llamada “Ghetto” en una tarde donde el frío de Gottinguen me clavaba como un cuchillo de nieve y hielo. Esa ceremonia tan profunda, en la que millones sufrieron el más horroroso desprecio humano, me enseñaba otra vez (pensando en Argentina, Uruguay o Chile) que el pasado no puede ser jamás una estatua levantada al olvido.

 


Nota: Esta columna la escribí el 9 de noviembre de 2000 en un viaje a Gottinguen, Alemania.


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Javier Campos
. Escritor y académico chileno. Recientes libros publicados. El bailador de tango (novela, editorial Casasola, Washington, 2018). El tango en el Rio de La Plata (ensayo, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 2019), La isla del fin del mundo (novela, Mago Editores, Santiago de Chile, 2020), Los gatos no viven en el tejado y otros poemas de amor (poesía, Mago Editores, Santiago de Chile, 2020). Es profesor en la Universidad Jesuita de Fairfield, Connecticut. EEUU.



 

 

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