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La frontera de cristal: Indocumentados versus la plusvalía global

Por Javier Campos


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Carlos Fuentes tiene una novela en nueve cuentos, La frontera de cristal (1995). Cuentos que tratan sobre la situación brutal de la inmigración desde México (o de América Latina) hacia “la tierra de las oportunidades”. Estos relatos cuentan la separación que se ha dado entre esos dos países por más de 200 años donde ha habido racismo, violencia, fascinación mutua, rencor, sufrimiento. Pero también las injusticias, la corrupción y malos gobiernos mexicanos han sido una de las razones de la emigración hacia “El Norte”.

La otra razón, Fuentes la explicaba en mayo de 2001 cuando conversaba virtualmente con los lectores de El País (España).  Un mexicano-americano le preguntó, y entonces era presidente Vicente Fox, ¿Qué debería hacer el gobierno de Fox para que disminuya la inmigración ilegal que ha tenido consecuencias mortales? El escritor mexicano respondió: “El siglo XXI será el siglo de las migraciones masivas del sur al norte, en todo el mundo. No es posible celebrar una globalización que le da libertad de movimiento a las cosas y se lo niega a las personas. La libertad del inmigrante propondrá uno de los grandes temas de nuestra época y la respuesta de las economías desarrolladas del norte hablará bien o mal del humanismo de Occidente. El trabajador migratorio no sólo deja su país por miseria o falta de empleo, sino, sobre todo, porque lo convoca la necesidad de las economías desarrolladas. Prive usted a los Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habría en los Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones abandonadas. Aunque en México pudiésemos otorgarles pleno empleo a nuestros trabajadores, los Estados Unidos seguirían requiriendo mano de obra migratoria y tendrían que traerla, si fuese necesario, del Polo Norte. Los trabajadores migratorios son eso, trabajadores, portadores de cultura y no le quitan nada a nadie y les dan mucho a todos”.

El nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, desde que era candidato, arengaba en sus discursos que iría a cerrar definitivamente toda la frontera entre ambos países con un muro (extendiendo lo ya construido por gobiernos anteriores).  El muro sellaría definitivamente las 1.951 millas (3.180 kilómetros) de longitud que tiene esa frontera para que ni una mosca pudiera pasar al lado norteamericano. Las palabras de Carlos Fuentes arriba aún siguen vigentes y sería una perfecta respuesta a la propuesta de Trump puesto que si estamos en un contexto de globalización en que no sólo se mueven las cosas de un lado al otro en el planeta, es evidente que también, y nunca como antes en la historia de las inmigraciones, se mueven también las personas. Según Allert Brown-Gort en reciente artículo publicado en Foreign Affairs Latinoamérica (2016) dice:  "El mundo vive lo que el sociólogo australiano Stephen Castles y el politólogo estadounidense Mark Miller denominaron ‘la era de la migración’. De acuerdo con las últimas cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en 2015 había en el mundo unos 244 millones de migrantes; es decir, un 3.3% de la población mundial de 7350 millones ahora vive en un país en el que no nació. Esto representa un aumento del número de migrantes de aproximadamente 60% en los últimos 25 años o de más de 25% en la última década."

El proyecto de Trump es hacer, como lo repite continuamente, “un EEUU para los estadounidenses”. En inglés usa la frase “America for the Americans” que como hombre de negocios y muy mediático resultó muy eficaz para ganar las elecciones especialmente con los votantes de los estados del Medio Oeste del país. Por tanto, intentar expulsar a 11 millones de indocumentados parece ser su objetivo de acuerdo a esa frase suya. También renegociar o eliminar El Tratado de Libre Comercio (TLC), imponer altos impuestos a productos mexicanos que entren a EEUU y hasta la posibilidad de poner impuestos a las remesas que esos 11 millones de indocumentados envían a sus familias mexicanas, centroamericanas y otros países de America Latina cuyas sumas anuales llegan a varios billones de dólares.

Pero la condición de vida de los indocumentados en EEUU no ha variado en años en los tipos de trabajos que deben hacer (esencialmente en servicios), la ausencia total de beneficios, las deportaciones continuas, la imposibilidad de escalar su condición de trabajador barato a una condición de trabajador con derechos y beneficios. No existe una ley de inmigración que les favorezca aun cuando Obama intentó ofrecer permisos legales de trabajo para ellos, y hasta la posibilidad de ser residentes, pero la muralla republicana la modificó hasta hacerla casi imposible que un indocumentado aspirara alguna vez a ser residente y vivir con seguridad en EEUU.

Lo que está haciendo Trump es apretar más fuerte un botón rojo ya existente que haga mucho más difícil la vida de esos 11 millones de indocumentados y haga imposible la entrada desde México, America Central y de cualquier país detrás del Rio Grande. Por eso las protestas del 16 de febrero de 2017 en 65 restaurantes de Washington, otros en Nueva York, Filadelfia, Houston, bajo el lema “un día sin inmigrantes”. En general los dueños de los restaurantes (que no son inmigrantes indocumentados pero que contratan a indocumentados que usualmente trabajan en la cocina, o limpian,  y raramente o casi nunca serán meseros o meseras) ponían en las puertas de sus negocios carteles como estos: “Apoyamos y solidarizamos con todos los inmigrantes en este país”, “Apoyamos en un 100% a nuestros empleados sean inmigrantes o nacidos en EEUU” (este último cartel es confuso porque un emigrante nacido en EEUU por lo general tiene otro trabajo mucho mejor que lavar platos por su condición de ciudadano o residente).

Lo que resulta importante analizar es que en esta protesta, sin negar su valor solidario, no se aclara cómo funciona el trabajo de un indocumentado inmigrante y el trabajo de un inmigrante que posee una residencia legal o tienen ciudadanía. Esa confusión la he visto en varios periódicos como El País de España por ejemplo al poner en todo un saco a los 45 millones de personas de origen hispano sin distinguir que de entre ellos están los 11 millones de indocumentados a los cuales Trump intenta expulsar (aunque él dice que quiere expulsar a indocumentados con antecedentes criminales). Esta confusión también llega a algunos intelectuales y escritores de America Latina que viven en EEUU, o recién vienen llegando,  y publican artículos sin analizar con seriedad la situación de los indocumentados en este país.

Lo que no se analiza mucho es cómo funciona la plusvalía global de la que se apropia el dueño de un restaurante en EEUU o de cualquier país al que llega esa ola de inmigrantes de la que hablaba Carlos Fuentes y que contrata a inmigrantes indocumentados y nos decía también Allert Brown-Gort en últimos datos.  Lo pondremos con este ejemplo del que conozco de un restaurante de la ciudad donde vivo. Este restaurante bastante popular hace aproximadamente unos 3.000 dólares neto en un día por servicio de almuerzo y cena. Emplea a 5 inmigrantes indocumentados que trabajan unas diez horas al día, preparando la comida y otros haciendo el servicio de limpieza de platos, vasos, etc. Reciben cinco dólares la hora así que cada uno recibe al fin del día cincuenta dólares.

El dueño paga 250 dólares en efectivo a los cinco al final del día porque esos inmigrantes no tienen documentos ni menos el número de seguro social (SSN) que sólo  los tienen los residentes o ciudadanos aunque se sabe que algunos poseen SSN falsos y de eso se hace un gran negocio (El New York Post ha publicado artículos de la existencia de ventas de SSN, Tarjetas de residentes falsos que tienen algunos indocumentados en Nueva York).  El dueño queda con 2.750 al fin del día. Este tipo de “trabajo barato” del que se beneficia el dueño de un restaurante contratando a inmigrantes indocumentados a los que no les dará ningún tipo de beneficios (médicos o protección en accidentes en el trabajo) es una situación global que ocurre no sólo en EEUU sino en países donde emigran millones arrancando de sus países originarios por razones económicas o políticas.

No es malo que los dueños de restaurantes se solidaricen con esos inmigrantes indocumentados en el “un día sin inmigrantes”, pero también es importante ver esa plusvalía de la que ellos se apropian (en términos marxistas) de los inmigrantes indocumentados donde la globalización económica está muy ligada al alto porcentaje de la inmigración a nivel mundial que circula por el planeta.  En todo caso a Donald Trump poco le importa si los explotan o no los que contratan a inmigrantes indocumentados en EEUU (jamás se ha referido a esa “plusvalía global” en sus discursos) sino que quiere que no entren nunca más esos “bad hombres” y que salgan de este país lo más pronto posible.

Lo que aseguraba Carlos Fuentes en 2001  ¿será real si Trump expulsa a esos 11 millones cuando decía  “prive usted a los Estados Unidos del trabajador migratorio mexicano y habrá en los Estados Unidos escasez de productos, inflación y ocupaciones abandonadas”?  ¿Y ese muro que quiere terminar de poner Trump a través de toda la frontera será de todas maneras un muro de cristal?

 

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Javier Campos. Profesor de universidad jesuita Fairfield University, Estados Unidos. Poeta, narrador, traductor, columnista.


 

 

 

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