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Kitten y Míster Wilson

Por Javier Campos (*)


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Recuerdo cuando trajeron a Míster Wilson. Las dos hijas con sus maridos vinieron el mes de mayo a hablar con la directora del nursin. Los vi mientras limpiaba los vidrios del salón donde se reciben a los visitantes.  Con míster Wilson no sé si nos hicimos amigos un mes después que lo trajeron, pero él fue quien me hablaba mientras yo limpiaba el piso del pasillo, sacaba la basura, pasaba la aspiradora. El salía de su pieza con esos aparatos para caminar y me hablaba de su piano, luego pasaba a hablar de unos caballos. ¿Cómo te llamas? me preguntaba cada vez que me veía.  Yo me llamo Wilson, dígame sólo Wilson, me decía. Yo le escuchaba y a veces le preguntaba si tocaba el piano. Pero no me hablaba del piano sino de sus caballos que decía tenía en Kentucky.

Le puso Kitten al gato. Este apareció un día por la parte de atrás del edificio donde está la cocina. Y donde están los tres grandes basureros de plástico con tapas para que no entren los racunes en la noche, o las ardillas, al olor de restos de comida. Aunque la dejábamos en bolsas de plástico aun así algunas noches las rompían. Pero el gato no era como los racunes.  Estaba detrás de los tarros mirándome porque yo era el encargado también de poner las bolsas de plástico en esos contenedores. Allí lo vi. Parecía asustado, pero me miraba con gran curiosidad y listo para arrancar hacia los arbustos si se daba cuenta que quería asustarlo para que se largara de allí. Ni se movió cuando le dije algo. Regresé a la cocina y con un plato que aún tenía pedazos de pollo con arroz que algún anciano no terminó de comerlo regresé al basurero. El gato había desaparecido. No sé si era buena idea dejarle el plato para que tuviera una cena especial. Lo pensé unos segundos y dejé los restos de comida cerca de los basureros. Entré y me fui a vigilar por la ventana descorriendo un poco la cortina blanca. 

Era el comienzo de junio y hacía mucho calor en Connecticut. Parecía que íbamos a tener un verano caliente. El día aún estaba claro a eso de las nueve de la noche. Yo trabajaba desde temprano hasta las once de la noche.  Pero el horario era liviano y tenía un buen salario:  tres comidas al día y me daban un cuarto con baño privado incluido. Tenía libre dos sábados al mes  y libre todos los domingos. En verano debía cortar el pasto del nursin cada dos semanas. Era una parte muy verde que parecía un parque y allí había mesas y sillas para los ancianos, y un camino bonito para pasear. También hubo una piscina me dijeron, pero la sacaron porque era peligroso. “Los ancianos -me dijo la directora-  no son personas muy racionales y cuando vieron ese espacio grande con agua, lo confundieron con una cancha para jugar basquetbol y el primer día que abrimos la piscina a fines de mayo, cuando se abre la temporada de verano en este país, cuatro viejitos, y una viejita que estaba en una silla de ruedas, contentos se fueron a la cancha de basquetbol y casi murieron todos si no hubieran llegado los bomberos en 3 minutos”.  Pero el nursin tenía máquinas para cortar el pasto así que eso era un trabajo fácil.  Mi inglés no era malo y entendía muy bien lo que debía hacer durante el día. Con los viejitos a veces tenía problemas de entenderlos.  Con el señor Wilson no hubo casi ninguno porque como supo que mi nombre era hispano pensaba que tenía que ser mexicano y me tomó cierta estima. Me hablaba lento para que le entendiera como si yo fuera un poco tonto. Siempre me decía, Pedro ¿eres de Tijuana?  No Míster Wilson, soy de El Salvador.  Y el repetía, de El Salvador, de El Salvador, de El Salvador.   Yo lo miraba repetir eso varias veces al día cuando se topaba conmigo. Otras veces volvía a preguntar mi nombre. Lo decía en un español muy bien pronunciado ¿Cómo te llamas? Me llamo Antonio, y no Pedro Míster Wilson. A mí no me molestaba que me volviera a preguntar una y otra vez lo mismo porque sabía qué tipo gente vivía en este nursin.  Además, cuando me dieron el trabajo me dijeron que no debía molestarme ni menos enojarme con ellos si me repetían cien veces alguna pregunta o incluso si me insultaban.  No más que si algo pasara como que un viejito empezara a gritar, a tirar platos, dar golpes en la mesa, tirar papeles a la chimenea prendida, salir hacia la carretera en calzoncillos o desnudo, entonces que llamara a los enfermeros o enfermeras. Por eso yo tenía una pequeña radio de emergencia y un teléfono.  Podía usar el teléfono si quería hacer llamadas personales, pero no para llamar fuera del país ni menos a El Salvador, me dijo la directora riéndose.

Miraba por la ventana y el gato no aparecía, pero vi moverse una pata detrás de basurero y luego un ojo y una oreja. Miró para varios lados y caminó en cámara lenta al plato. En unos minutos se comió todo, incluso los huesos del resto del pollo. Se lamió los bigotes por varios segundos y se limpiaba con la pata izquierda la boca. Luego despareció.  Es un Kitten muy inteligente, escuché en voz alta a Míster Wilson que también miraba por la otra ventana de la cocina. Me asusté porque creí que estaba solo. A veces algunos ancianos entraban a la cocina a pedir un vaso de leche, pero Míster Wilson no quería nada de la cocina y no sé por qué apareció por allí.  Le voy a poner Kitten al gato, me dijo en español. ¿Sabes Pedro que es Kitten en inglés? No, Míster Wilson, ¿qué es Kitten?  Es un nombre cariñoso para los gatitos pequeños, casi recién nacidos. Ah, dije, dando una gran ahhhh. Mi inglés aún no llegaba a entender esos coloquialismos. Bonito nombre, dije después de ese largo ahhh que expresé.  Dos de mis caballos en Kentucky tenían una relación especial con un gato de la casa. El gato siempre iba a visitarlos y les rascaba el hocico. A veces cuando algún caballo estaba tendido en el corral el gato se acostaba encima, cerca de la oreja. Ahora me hablaba en inglés Míster Wilson y a veces no era fácil para mí entenderlo. Ah, eso sí que era divertido, y lanzó una larga carcajada.   Pedro, los animales son seres especiales y misteriosos. Me había cansado de decirle que mi nombre no era Pedro sino Antonio, pero al final no le corregí más porque lo mismo hacía con otros viejitos del nursin que les llamaba con distintos nombres.

Yo también pensaba lo mismo cuando observe a Kitten acercándose a comer los restos de comida. También cuando comenzó a entrar a la cocina sin temor. Fue Míster Wilson que comenzó a ponerle en las tardes un poco de leche en un plato. No pasó una semana cuando el gato andaba como por el nursin tan campante, adueñándose de todo el territorio pues no había otro animal con quien competir los espacios.  La directora no se había dado cuenta porque el gato parece que sabía. Cada vez que sentía sus pasos se metía en algún lugar o debajo de las mesas, en algún sillón, o en su lugar favorito: debajo de la cama de Míster Wilson. No sé cómo hizo Míster Wilson para que el gato fuera su amigo en un par de días. Yo sabía que cuando veía venir a Míster Wilson a la cocina, o iba por el pasillo a su cuarto, muy cerca de él lo seguía Kitten siempre mirando hacia atrás por si veía a la directora. Cierto Míster Wilson, los animales son un misterio, le dije comentando lo que había pensado. Así es Pedro, yo te lo dije. Mis caballos en Kentucky eran muy inteligentes. También me seguían por el campo, detrás de mí, lentamente.  A veces me decían algo y llegamos a conversar cosas muy interesantes sobre los caballos. ¿Sabías Pedro por qué los caballos duermen de pie y no se caen?  Eso sí que no lo sé Míster Wilson, ¿y por qué no se caen?  Uno caballo me dijo que tienen un mecanismo que es como atornillar una máquina para que esta no se mueva y quede bien firme enclavada en el suelo. ¿Entiendes Pedro?  Yo como no estaba chalado como   Míster Wilson le dije: bueno, si lo dicen los caballos debe ser verdad Míster Wilson. Pues claro que lo es Pedro, me dijo un poco molesto.  Hasta este gatito ya me comienza a hablar. Cuando dijo eso yo me puse a pensar que mejor me iba a hacer mis deberes pues estaba siguiendo una conversación como los otros del nursin que hablaban cosas más extrañas. Desde su segundo día en el nursin, Míster Wilson comenzó a organizar un club de tango. Puso en el salón principal un CD de tango en una radio portátil a eso de las siete de la tarde cuando la mayoría de los ancianos estaban sentados alrededores de mesas jugando al bingo. Actividad que alguien organizaba. Quería que a través del tango la gente se abrazara siguiendo la música. Pero lo que yo vi fue un tumulto de gente chocando unos contra otros y nadie seguía la música. Creo que luego de tres reuniones de tango, Míster Wilson prefirió dedicarse a Kitten.

Kitten no sólo habitaba en el cuarto de Míster Wilson, sino que se dormía a los pies de la cama. Luego cerca de su cabeza, haciendo un espacio en la cabecera. Kitten era un gato pequeñito que parecía no crecer en todos esos meses desde que Míster Wilson lo adoptó sin saber aún la directora que había un animal en el nursin.  El gato se acostumbró a entrar a otras habitaciones de otros viejitos. Una vez se quedó toda la noche en los pies de la cama de un hombre que estaba muy enfermo y podría morirse en cualquier momento. El gato pasó tres días entero en la habitación. Míster Wilson me preguntaba si había visto a Kitten. Pedro, parece que Kitten desapareció. Yo no le dije nada porque quizás iría al cuarto del enfermo para agarrar al gato y enfadarse por celos con el otro anciano.  Al cuarto día ese hombre falleció y entonces el gato salió corriendo del cuarto a esconderse debajo de un sillón en la sala. Yo nada le dije a Míster Wilson. Luego el gato apareció a los pies de Míster Wilson y él se pudo muy contento y lo llevó a su cuarto y le dio un poco de leche en un plato. A todo esto, muchos sabían del gato en el nursin. Excepto la directora. Me di cuenta que algunos ancianos rehuían a Kitten y dejaban cerradas sus puertas cuando salían a comer o caminar por el patio, y especialmente cuando se iban a dormir. Vi a otros en la noche mover sillas, agacharse debajo de la cama, para estar seguro que Kitten no estaba en su cuarto. Otros cuando veían a Kitten se hacían la señal de la cruz. Otros daban unos alaridos muy fuertes y la directora creía que era algún ataque de epilepsia de algún anciano.  Yo no decía nada sobre Kitten a la directora porque como estaba involucrado en este visitante permanente en el nursin podría ella culparme a mí del revuelo que estaba causando el gatito.

Kitten pasó varios meses, hasta la muerte de Míster Wilson en el nursin. Varios ancianos fallecieron antes de Míster Wilson y Kitten estuvo con ellos o me metió de alguna manera a sus cuartos aun cuando los ancianos con mucha dificultad deseaban que cerraran la puerta y algunos balbuceaban la palabra gato, gato, gato a sus familiares, pero ellos no entendían de qué estaba hablando su padre anciano que estaba pronto a expirar. Yo no sabía qué pensar a esas alturas y seguía haciendo mi trabajo y la directora sin saber que un gatito se había instalado en el nursin por varios meses. Yo no sé si Míster Wilson sabia de las misteriosas escapadas de Kitten. Esos días que el buscaba a Kitten y me preguntaba que a dónde andaría el gatito. Y me volvía a repetir su frase preferida. Pedro, los animales son unos seres especiales y misteriosos.

Eso mismo pensé yo después de la muerte de Míster Wilson. El día en que murió, cerca de la medianoche, un día de mucha nieve en marzo, su hija y otros familiares, que vinieron de Kentucky por el aviso de la directora y del médico, estaban en su cuarto. Yo estaba en la cocina preparando té y café para los familiares y llevarles al cuarto o agua como me había dicho la directora o cualquier cosa que pidieran. Yo estaba seguro que Kitten debía estar debajo de la cama de Míster Wilson esa noche. Pero no. Nunca lo estuvo.  A eso de las nueve de la noche salí a dejar la basura en los contenedores iluminados por los faroles de la casa que dejaban ver una nieve muy blanca que caía levemente. Vi a Kitten que caminaba por la nieve internándose en el bosque que había detrás del nursin. Hasta ahora nunca más ha regresado Kitten al nursin. Un mes después de la muerte de Míster Wilson, una de sus hijas me envió por teléfono un video que me tomó Míster Wilson en junio pasado, pleno verano, donde yo cortaba el pasto del nursin. Le dijo a su hija que por entre un árbol donde yo pasaba la cortadora de pasto se ve a Kitten escondido. De vez en cuando el gatito salía del nursin porque era muy independiente y medio salvaje. Dice que se ven los ojos de Kitten pero yo por más que miro el video no veo nada. Imaginaciones de Míster Wilson que en paz descanse.


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Nota: Este cuento es inédito

 

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(*) Javier Campos (Santiago de Chile). Ha publicado dos novelas, dos libros de cuentos y cuatro libros de poesía. El poemario Las cartas olvidadas del astronauta (EEUU, 1991) obtuvo el primer premio Letras de Oro en 1990 para escritores hispanoamericanos residentes en Estados Unidos. El año 1998 fue finalista en premio Casa de las Américas, Cuba, con su cuarto libro de poesía El astronauta en llamas, publicado luego por LOM, Chile en 2000. Ha sido traducido al inglés, alemán, gallego, y ruso. En diciembre de 2002 gana el premio de poesía, categoría poema largo (“Los gatos”) en el Premio Internacional “Juan Rulfo” de Radio Francia Internacional. En 2003 publica su primer libro de cuentos La mujer que se parecía a Sharon Stone, Editorial RIL, Chile.   Fue columnista del periódico chileno en Internet El Mostrador desde 2002 hasta 2012 (cerca de 300 columnas publicadas). Antologado en Antología de poesía chilena (Santiago de Chile: Editorial Catalonia, 2012).   13 poemas fueron traducidos al ruso en revista literaria rusa en 2015 con introducción de Yevgeny Yevtushenko.  Ha sido invitado a todos los festivales de poesía de América Central. También el de Medellín, Colombia; Cuba; el I Festival Internacional de Poesía de Lima; Festival de Poesía de Granada, España; Festival de Música y Poesía en Samara (Rusia); Festival Internacional de Poesía Barcelona, España; recientemente al Festival de Poesía de El Salvador, Quetzaltepeque, abril 2019 y al III Festival International de Poesía “Los Confines” de Honduras, julio 2019.  Fue traductor de la poesía del poeta ruso Yevgeny Yevtushenko junto al mismo autor desde 2007 a 2016 en 6 ediciones publicadas en: Nicaragua, Rusia-Cuba, Chile, Colombia.  También en la editorial VISOR, España, 2011, bajo título Manzanas robadas.  Y en la editorial VALPARAÍSO de Granada, España, 2016, bajo título Dora Franco (Confesión tardía).   En 2017 publicó la novela El bailador de tango (Washington, editorial CASASOLA). En 2017 en editorial ALAIRE LIBROS (Tomé, Chile) publicó una compilación de su poesía de 1990 hasta 2016, El poeta en llamas, y el libro de cuentos Fui dueño de tu encanto (tango en Manhattan). En 2019 en El Salvador la editorial LA CHIFURNIA publica el poemario Los gatos no viven en el tejado.  En julio o agosto de 2019 sale en la Editorial CORREGIDOR, Buenos Aires, su libro-ensayo, El tango en el Río de La Plata (conversaciones con Osvaldo Natucci).  Campos también ha publicado varios ensayos críticos sobre poesía chilena globalización y cultura de la imagen en la era digital y el tercer milenio, sobre Cine y dictadura militar, también sobre el tema del exilio en la literatura chilena. Actualmente es profesor titular de literatura latinoamericana y español en la Universidad jesuita de Fairfield, Connecticut, Estados Unidos. Vive en Middlebury, Connecticut.



 

 

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