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Abrázame bien

Por Javier Campos



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Su vida sentimental  había sido miserable desde que se divorció. Era aún joven. De una belleza que no pasaba desapercibida para ningún hombre. De profesión fotógrafa. Jamás imaginó, antes de sus 25 años, que iría a manejar hasta ahora, en sus cuarenta, máquinas complicadas para retratar a personas para vender ropa de moda. Fue un poeta ruso, mayor que ella en treinta años,  quien  para enamorarla le sacó fotos y luego que el poeta desapareciera de su vida le dejó de regalo una cámara manual.  Para que veas el mundo deotra manera, le dijo aquel poeta, antes de abrazarla y no verla más en su vida.

¿Cómo se enamoró de un poeta que podría ser su padre? nunca quiso pensarlo mucho. El amor llega y desaparece, se decía a sí misma. Nos abraza y luego nos deja huérfanos. Lo conoció cerca de El mar negro donde ella vivió por un tiempo. Sus primeras fotos eran de árboles, el mar, barcos, pescadores, flores, conchas marinas. Se interesó por los rostros humanos cuando en una foto que había tomado por casualidad cerca de una playa, al fondo en una posición interesante un hombre remendaba unas redes de pesca. Especialmente las manos del pescador. Arrugadas por el sol o el agua salada, o heridas de algún pez. De allí imaginó la vida de ese hombre hacia atrás. “Para que veas el mundo de otra manera” recordó aquella frase que podría ser un mensaje que debía descifrar. En 1999 se encontró entre medio de una guerra en Chechenia, tenía 35 años, un título en arte y fotografía y una cámara. La misma que el poeta ruso le había regalado diez años atrás. Todavía  usaba rollos y para nada quería tener una cámara digital. Ella misma rebelaba los rollos y sentía una emoción intensa cuando iban apareciendo las tomas. Como alguien que comenzaba a nacer de una manera distinta cuando se apretaba el obturador de la cámara y luego de las sombras negras en un cuarto oscuro aparecían rostros y cuerpos.  Fue así como llegó a Nueva York no sólo arrancando de aquella guerra sino de una relación perturbadora de la que no quería hablar con nadie. Y con la misma vieja cámara y una experiencia mirando a la gente no por fuera sino por dentro de sus almas. ¿Será por eso que hay millones  de seres a los que la felicidad permanente les está vedada por mirar demasiado dentro de sí mismos? Siempre arrastraba con ella esa pregunta. 

No le fue difícil encontrar trabajo en Manhattan. Hablaba cuatro idiomas, incluido el español que aprendió en Madrid por un año. Se fue allí por la fotografía. Estando en Budapest vio una exposición de fotos de Robert Capa sobre la Guerra Civil Española. Se quedó dos horas mirando aquella foto famosa donde Capa capta a un soldado de la república siendo abatido por balas nacionalista. Luego comenzó ella misma a buscar información sobre origen de esa foto. “El miliciano se llamaba Federico Borrell. Era un tejedor y activista, vinculado al movimiento anarquista desde su ingreso en las Juventudes Libertarias en 1932 (adoptando el nombre de guerra de Taino). Había sido encarcelado por su intervención en una insurrección en 1934, y al fallecer tenía 25 años, ignorándose dónde fue enterrado. Patricio Hidalgo localizó el lugar exacto donde fue tomada por Capa la foto de su caída, lo que le llevó a establecer que la hora fue por la mañana, contradiciendo la versión oficial que la retrasa a la tarde, con motivo del ataque franquista desde Córdoba capital. Por otro lado, Miguel Pascual encontró en el Archivo Histórico de Alcoy una carta de un testigo ocular del suceso, fechada en 1937, que manifiesta que la muerte de Taino-Borrell ocurrió mientras se ocultaba tras un árbol". Le interesó tanto aquella foto porque siempre ha sido una foto controversial, o si fue verdad o si fue una manipulación,  sin desestimar que fuera representativa del sacrificio humano en su lucha por la libertad y la democracia. Todo lo que vemos no es todo lo que vemos, pero una cámara revelará luego lo que no vimos bien. Eso recuerda que le dijo aquel poeta. Como el amor, agregó ella. Es siempre una cámara semi oscura. Parece retratar instantes de placer y felicidad, pero luego miramos alrededor de la foto, lo que no queríamos mirar bien,  y nos llega el dolor, el desamor.

Porque tenía una experiencia diferente a la de un graduado de una universidad norteamericana típica, de alumnos que no han salido jamás de su país, y apenas hablan una lengua, la contrató rápidamente una agencia de publicidad de ropa. Tenía un currículo de  fotos que ningún graduado habría podido fotografiar sólo estudiando en su dormitorio de la universidad de Columbia o de la universidad de Nueva  York. Ella no tuvo otra opción de otro trabajo como aquel de salir a retratar una casi guerra civil que ocurría en las calles de la ciudad. Manhattan no era ningún país del tercer mundo. En Manhattan sus fotos eran vistas de otra manera. Eran el sufrimiento humano. El comité que la entrevistó dijo algo parecido. Quedaron varios minutos contemplando sus fotos como si estuvieran en  un funeral y luego pasaron al trabajo que ella realmente debía hacer. Les interesaba  que trabajara en una publicidad impactante de ropa de moda, especialmente para la gente joven entre 20 y 30 años.  Pensaban que por su experiencia en su técnica de fotos en blanco y negro, las que tenían una fuerte connotación del sufrimiento humano,  querían que ella usara ese talento en vender a través de la sugestión visual. Que la ropa reflejara la alegría de vivir, así se lo dijeron. Aceptó el trabajo. Ella no estaba para parecerse a ninguna madre Teresa ni representar a la contra globalización. Quería vivir en Manhattan y olvidar o al menor cubrir un pasado de violencia como muchos o millones que querían entrar como fuera a Estados Unidos.

Aquel poeta le gustaba bailar y le enseñó a bailar tango o al menos saber qué hacer cuando se bailaba un tango. El poeta parecía haber viajado por todo  el planeta. Sí, le dijo he visitado 120 países. Es el único baile donde abrazarse es lo más importante, no hay otro baile parecido en otras culturas. Abrazarse bailando una música y letra que no habla de la felicidad entre la pareja, sino del desamor. ¿Cómo bailar el desamor?, le preguntó ella. Parece una ridícula contradicción. Es posible, pero el abrazo puede ayudar a curar el desamor o al menos por los dos minutos y medio que dura bailar un tango, le respondió él. O sea que no lo cura realmente, sino es una ilusión que el baile sane emocionalmente a una persona, dijo ella. El poeta ya no tenía más respuestas o no existían respuesta a esa pregunta.

Durante el día trabajaba retratando ropa en cuerpos de mujeres y hombres jóvenes y hermosos tratando de injerir en los millones de ojos por todo el mercado global la felicidad de la ropa fuera invierno o verano, cayera nieva, hubieran tornados, tormentas, o el sol iluminara finalmente las calles más tenebrosas, sucias, o modernas del planeta.

Por las noches, y cada noche en Manhattan, entraba vestida con el más bello traje para bailar tango. Unos zapatos que ella había tantas veces retratado para sugerir la sensualidad del cuerpo como si fuera (o era) el fetiche que provocaría emociones sensuales y sexuales al tacto de una mano que subiría por las piernas suaves de medias igualmente suaves y transparentes. Un maquillaje que a la luz de una cámara, o a la media luz de la milonga, creaba la atmósfera de un encuentro amoroso que parecía permanente pero duraría dos minutos y medio.  Se sentaba siempre sola en una mesa con una vela color rosado que semi iluminada su rostro soñado por hombres y mujeres. Buscaba sólo el abrazo momentáneo. La ilusión de un abrazo para siempre. “Abrázame bien”, decía cada noche en murmullos en una lengua extraña al oído del bailarín ocasional y que éste jamás logró entender.

 

 

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Javier Campos. Narrador, poeta, traductor, académico chileno.  (Inédito de libro en preparación sobre tango Tus besos fueron míos(tango en Manhattan).  Reciente publicación de cinco relatos sobre tango, Tangazos, publicado en la prestigiosa revista de literatura dirigida por Sergio Ramírez, Carátula, número 51, Diciembre 2012-Enero 2013
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