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EN TORNO A “EL MATADERO” DE ECHEVERRÍA
LA ARGENTINA EUROPEA Y EL CHILE ANGLOSAJÓN
Por Jorge Carrasco
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El realismo nació en Argentina con Echeverría. Nació también en el conflicto. El matadero es una denuncia contra el federalismo de Rosas, de ahí que creí oportuno elaborar una comparación con mi obra, en estos tiempos en que se recela de la participación en instancias políticas y sociales del escritor. Desde este punto de vista afirmo – en otro escalón de la evolución de la moralidad, es cierto - que en el texto de Echeverría hay - además de un afán libertario y progresista - racismo, discriminación y ausencia de compasión por los animales.
Echeverría abrió el camino a la creación de la primera literatura nacional. Fue el iniciador de la narrativa realista argentina. Su poesía inicia también la superación de las influencias neoclásicas del momento. En El matadero hay pecadores: los unitarios; en mis cuentos también: los pobres. La ironía nos cuenta que los puros eran los impuros: Rosas y los federales; Pinochet y su modelo neoliberal.
EL MATADERO FEDERAL
En mi caso, escribir en y desde el exilio es pensarlo a partir del vínculo político y cultural como sujeto que interviene en la praxis. Escribir es ya una toma de postura, más aún si es una literatura anclada en los bordes de lo testimonial. Vida y experiencia; escribir sobre lo que se vive. Y escribir sobre lo que se vive o fundar una literatura sobre lo que se vive, implica tomar una posición política, correr riesgos, posicionarse en un estado de vulnerabilidad. Y este pensar el exilio incluye pensarlo en términos de exclusión e inclusión en un tono abiertamente crítico cuando se expone la realidad del migrante como víctima, en primer lugar, de la sociedad expulsora y, en segundo lugar, de la sociedad receptora. Tras la caída de Rosas, la nación argentina, amparada en la doctrina unitaria, se funda en la exclusión del otro; la dictadura de Pinochet también se funda en la exclusión del otro.
Mi literatura se siente ajena a ambas formas de construir lo nacional. Esta forma de hacer crítica desde la cultura, desde la literatura no es institucionalizada sino puramente individual. No hay un partido (como en Neruda), no hay una institución académica, no hay un grupo que pueda darle un cierto sentido único, una misma orientación, como ocurría con la generación del 37.
Mis textos poéticos y literarios se enlazan con los textos del nacimiento de la literatura argentina porque nacieron en la vorágine del conflicto. El matadero, considerado el primer cuento argentino, escrito entre 1838 y 1840 y publicado póstumamente en 1871, confirma el nacimiento crítico de la literatura nacional argentina como oposición al poder de turno. Echeverría plantea un enfoque dirigido a organizar la república, modernizarla y alejarla de la influencia hispánica. Así también piensa Sarmiento en el Facundo. La razón y la moral cristiana son el fundamento de un nuevo orden que descree de la anarquía de la multitud y las pasiones. Lo subjetivo se ve como una amenaza. Propone, con un fin utilitario, sanidad de mente, cuerpo y alma.
Rosas, el irracional, fue un dictador extraño. Un dictador que desconcierta. Un tipo sanguinario pero cercano al gauchaje. En El matadero la chusma y los matarifes representan la barbarie; el unitario, con su prestancia, la civilización. La violencia elitista de Pinochet no se afinca en Europa sino en Estados Unidos. Su modelo económico tiene su origen en la universidad de Chicago. La raíz del mal – como para Echeverría el origen del atraso de la Provincias Unidas en España – estaba en Cuba y la Unión Soviética.
Echeverría nos da un sentido restrictivo y parcial de patria, la que se construye sobre los valores de lo culto, civilizado e ilustrado. En El matadero el unitario es un ejemplo de representante de una moral cívica, refinada, frente al salvajismo de la clase baja y analfabeta. La clase proletaria es presentada como un conjunto de individuos de expresión deficiente; de la misma forma, los migrantes dan cuenta de su existencia por medio de su dialecto que los hace de inmediato diferentes. Hablan el lenguaje de los bárbaros.
Rosas tenía el poder político, pero no el poder cultural. El espacio intelectual hegemónico argentino de aquel tiempo se oponía al orden político federal contingente y proponía un nuevo orden social y cultural de corte europeo. En los tiempos de Pinochet, la cultura también era oposición, pero se identificaba con las clases denigradas por el modelo neoliberal de la dictadura. Es de destacar aquí el carácter móvil de la razón postulada por los intelectuales en el devenir histórico; en el ideario unitario se afirmaba en la exclusión, y en el ideario de fines del siglo veinte en la inclusión.
Este texto, como mis textos, está manchado de historia, se inserta en un contexto y hace de ese contexto su temática. Echeverría abomina de su tiempo; se siente ajeno a los valores espurios de una sociedad inculta educada en la barbarie; se queja de la omnipresencia de la Federación cuando afirma que “estaba en todas partes, hasta en las inmundicias del matadero”. La razón arraiga en los hombres civilizados en El matadero; en mi obra, en los desheredados. El dogma religioso y la obediencia irracional se imponen a la razón y a las verdades de la ciencia. La conciencia a los estómagos.
Ciento ochenta años después el desprestigio y la incapacidad de actuación social de la clase baja es la misma. Si el matadero es una metáfora de la relación de Rosas con el campo, instalado en los límites de lo cultural y lo salvaje, la gente que lo habita adquiere también esos rasgos limítrofes entre lo humano y lo animal. La clase baja, representada por carniceros, achuradores y curiosos, son una especie subhumana, de ahí sus constantes comparaciones con los animales.
Su odio por la chusma proletaria es invencible, cuando afirma que el matadero “reunía todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme de una pequeña clase proletaria peculiar del Río de la Plata”. Chusma que se comunica con un lenguaje inapropiado, entrecortado, que nombra solo en la superficialidad de lo elemental o de las acciones cargadas de violencia: “Oíanse a menudo a pesar del veto del Restaurador y de la santidad del día, palabras inmundas y obscenas, vociferaciones preñadas de todo el cinismo bestial que caracteriza a la chusma de nuestro tiempo”. A esa limitación comunicativa añade su incapacidad ciudadana y su violencia animal para dirimir los derechos individuales y sociales.
El trasfondo de mis textos tiene la presencia, insoslayable a veces, solapada o implícita también, de la dictadura de Pinochet. El autor en este caso se identifica con los desposeídos, de cuyo grupo forma parte. Pero el valor negativo de la barbarie en Echeverría, Sarmiento y Alberdi se invierte en mi literatura y esta inversión da cuenta del carácter móvil, inestable de la razón en diferentes contextos históricos. Echeverría se queja de la falta de dominio del individuo sobre su conciencia y libertad para desplegar sus actos sin interferencias. El individuo no puede elegir, debe obedecer. Quienes no lo hacen son herejes, así se representa en el texto: “…el caso es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su voluntad sino la de la iglesia y el gobierno. Los herejes de Pinochet son los marxistas leninistas, extremistas, comunistas, agitadores sociales: diferentes vocablos para un mismo sentido.
La literatura argentina nace manifestando el odio al suburbio. El cuento de Echeverría plantea una comunicación de lo urbano con lo rural, de la cultura con lo salvaje, y esa relación dicotómica en Echeverría se da en mi literatura en un plano de complementariedad. No se advierte el más mínimo asomo de piedad por los animales. Es más, la forma negativa, cosificada de los animales les sirve a ambas facciones para descalificarse. La figura central de la chusma es “el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre”. Hormigueaba alrededor una “comparsa de muchachos, de negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las harpías de la fábula”. Estas mujeres, cuya naturaleza se distinguía difusamente de los animales, son presentadas en una lucha feroz con otros seres para obtener su alimento. La críticas a las féminas traspasa clases: el dogmatismo irracional de las devotas (incluida la mujer del Restaurador) y la fealdad ordinaria de la mulatas y negras rebusconas.
Aquí advierto una diferencia fundamental. En mi obra poética y narrativa humanizo al animal, lo visibilizo, cambio la perspectiva de la narración y en varios pasajes de mi obra la poso en el animal. En el cuento de Echeverría hay una profunda división entre cultura y lo salvaje. Esta división es tan profunda que el narrador no se permite ni la más leve cesión compasiva. La suerte de los novillos no se problematiza porque está en función de la conservación de nuestra especie. En el cuerpo del animal muerto – en la división de carne (gente poderosa) y vísceras (chusma) – se aplica la división en clases sociales. Hay intentos de cruzar los límites: “…salía de cuando en cuando una mugrienta mano a dar un tarascón con el cuchillo al sebo o a los cuartos de la res”. Transgredir lo establecido despertaba la “cólera del carnicero y el continuo hervidero de los grupos”.
El unitario tiene el mismo destino miserable de los animales: la muerte en manos de la chusma. Se lo compara con el toro rebelde que al huir decapita a un niño. Tras la muerte, el trabajo está terminado. Hay una objetualización de la víctima. No hay sorpresa. No hay recogimiento. Morir violentamente forma parte de la vida cotidiana. Toda rebeldía se paga con la vida. La muerte es el único ámbito en donde desembocan hombres y animales y tal coincidencia se establece porque el enemigo, solo por serlo, adquiere rasgos de animalidad. Otra coincidencia con las víctimas de las dictaduras militares del siglo XX.
EL MATADERO NEOLIBERAL
Los postulados de Echeverría fueron revolucionarios en lo estético y político. No desligaba su obra del compromiso. Al proponer un nuevo modelo de sociedad, revelaba en su obra las distorsiones históricas del atraso desde la vanguardia política del liberalismo romántico decimonónico. El arte no es autónomo, tiene una función. Pone todo su ser detrás de un convencimiento; todo su oficio en manos de convicciones políticas; toda su fe en manos de una doctrina.
Desde una mirada actual, su postura revolucionaria tiene hoy una impronta conservadora, tal como la de Sarmiento y Alberdi con quienes compartía una misma visión de país. Dice David Viñas refiriéndose al generación del 37: “En el dilema progresismo-tradicionalismo optarán por el primer término; las contradicciones solo se les aparecerán con los resultados de esa elección. Es decir, las resultantes de su progresismo – a los que sobrevivan para verlas – los tornará reaccionarios” (1).
El irracionalismo de una turba brutal, anárquica, caótica; su condición subhumana, inferior que impone la necesidad de eliminarlos por el bien de la nación. Es el mismo juego que utiliza Pinochet: la naturaleza subhumana, anticristiana, antioccidental de los pobres (agentes y beneficiarios del modelo allendista), a quienes elimina por la ley natural del juego de la oferta y la demanda. Y los elimina sin culpa porque son seres inferiores carentes de racionalidad, de orden, de moralidad cristiana. Individuos que pueden cambiar la pala por el fusil igualitario marxista para destruir los valores de una sociedad decente. En otras palabras, los matarifes de Allende.
Mis personajes son, en varios pasajes, víctimas de las leyes del mercado; el mercado es la institución que imparte justicia; ya no se necesitan balas de fusil para exterminar a los salvajes. El mercado es el matadero de fines del siglo veinte. Un matadero inverso, conservador, con matasietes egresados de universidades yanquis. El modelo pinochetista de los federales bárbaros de las clases privilegiadas, sediento de venganza y sangre, y los marginados personificados en el unitario que cabalga sobre el pelo del caballo con su divisa punzó en el pecho. La irracionalidad de los bárbaros echeverrianos se transforma en frialdad y planificación de los bárbaros del siglo veinte. La racionalidad elitista del unitario se transforma en una racionalidad social, democrática, distributiva de las víctimas de las dictaduras militares.
La barbarie dentro y fuera del poder.
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BIBLIOGRAFÍA
Viñas, David. Literatura argentina y realidad política. Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1964.
Enlace: http://www.terras.edu.ar/biblioteca/14/14HLA_Vinas_Unidad_2.pdf