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El legado de The Cure: Sus años oscuros
Por Juan Carlos Ramírez Figueroa
Artes y Letras, El Mercurio, 7 de abril de 2013
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Existe una cierta percepción popular de The Cure como banda con pasado oscuro pero de hits saltarines o, al menos, tarareables. Esto, básicamente, debido a su líder Robert Smith, quien a sus 53 años aún parece como fugado de una ilustración de Edward Gorey.
Una imagen -que incluye delineador, maquillaje pálido y pelos parados- tan icónica como chocante (al menos al principio), pero que es capaz de entonar piezas tan dulces y pop como “Just like heaven” o “Friday I’m in love”.
Una contradicción que se hace patente en cada show, tapa de revista o videoclip, que venía a reforzar los hits con que debutarán en el Estadio Nacional el 14 de abril. Y si nos guiamos por su show de tres horas en Brasil, promete convertirse en un gran festín de grandes canciones que varias generaciones han entonado.
Porque The Cure es una banda tan masiva y reconocida como U2, pero que a la vez ha generado un culto tan intenso como The Smiths, por nombrar a dos bandas contemporáneas de los ochenta. Sus seguidores sienten que cada letra está escrita exclusivamente para ellos, celebran el momento que vive la formación actual (que incluye al bajista histórico Simon Gallup y al tecladista Roger O’Donnel).
Y todo este culto lo origina la trilogía de discos que siguen al debut “Three imaginary boys” (1979), “Seventeen Seconds” (1980), “Faith” (1981) y “Pornography” (1982).
De hecho, podemos decir que la obra posterior de The Cure, progresivamente masiva, puede interpretarse como enérgica salida a flote -con sus lógicas inestabilidades- tras el hundimiento emocional retratado en esas canciones. Pedazos rotos de un espejo que reflejan tanto el mundo de Smith como el de la Inglaterra de Thatcher, tan odiada por la generación a la que pertenecían los responsables de grabar estas canciones.
Una banda “siniestra”
En España se utilizó el adjetivo “siniestro” para etiquetar a conjuntos como los fundacionales Joy Division, Bauhaus o los mismos The Cure. Es decir, lo que acá se llamaba “gótico”. Música heredera del minimalismo punk , pero con la actitud experimental -y desolada- del postpunk, el movimiento inmediatamente posterior: cámara de eco, sutiles fraseos de guitarra, bajo repetitivo y percusión marchosa. Sonido que evocaba a la perfección el daño, vicio o la “inclinación a lo malo” con que la RAE define esta palabra.
Pero The Cure, que curiosamente nunca aceptó lo “gótico”, busca evocar la tragedia de tender hacia el mal, lo oscuro, la autodestrucción.
Volver a escuchar “Secrets”, “A forest” o “The funeral party”, “All cats are grey” o “One hundred years”, puede ser una experiencia emocionalmente fuerte. El mismo Smith reconocería que de no haber grabado discos como “Pornography”, sencillamente se habría suicidado. Después de esto, escuchar sus canciones más luminosas cobra un sentido más heroico.
“Yo estaba preso en un círculo vicioso. La inspiración era continua. Éramos veinteañeros. Lo dábamos todo: durante las giras nos preguntábamos quién moriría primero”, recordaba Smith en una conversación con Brian Molko para la revista Les Inrockuptibles el 2001. “Estaba extrañamente feliz de vivir en el exceso, era algo obsesivo. Pero al final no lo soportábamos más. Se convirtió en algo muy violento… No nos vimos durante un año y medio”.
Para profundizar en el período oscuro de The Cure, quizá sería bueno rescatar a uno de los referentes de la crítica de rock moderna: Nietzsche. Un filósofo que en sus textos musicales eleva la experiencia y el goce del sonido por sobre cualquier análisis formal. Algo que se condice con su visión de sociedad como un choque entre cultura y normativa estatal. Para él, la experiencia vital no debería ser regida por el Estado, sino que este debería facilitarles a los ciudadanos la posibilidad de vivir “una vida bella”.
Y bajo este marco, podemos apreciar el sonido desarrollado por The Cure y cuyas esquirlas pueden encontrarse hasta en hits tardíos y de etapas más alegres como “High” o “Mint Car”. Si las pautas de lo que debería ser la música popular vienen normadas por la industria -símil a lo establecido-, las canciones de la banda venían a elevar la voluntad y el sentimiento por encima de estas normas. Y si bien ese camino lo fueron marcando los referentes de la banda (Hendrix, Bowie, Joy Division), lo excepcional de The Cure es que pudieron volverlo pop totalmente transversal y masivo. Y bello, por supuesto.
No es fácil dar con esa fórmula si tienes como ingredientes letras extremadamente angustiosas, sintetizadores con eco, acordes menores, extensos pasajes de bajo y batería, guitarra sin virtuosismo y muy abajo en la mezcla; o la voz quejumbrosa de Smith.
Pero aunque llegó la luz, esto no significa que la banda haya mudado su identidad. De hecho, cuando lanzaron “Disintegration” (1989), los ejecutivos del sello Fiction le enviaron una carta diciendo que era un “suicidio comercial” y que estaba “siendo oscuro a propósito”. Vendieron millones de ejemplares gracias a singles tan sentidos como “Pictures of you” o “Love song”. Y todo por enfrentar la depresión y el vacío existencial con una banda de rock.