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LITERATURA Y EXILIO EN UN DISCURSO VIENÉS
BOLAÑO Y EL DESTIERRO

Por Jorge Carrasco



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El exilio es un término de significado múltiple que relaciona esta multiplicidad semántica con la experiencia personal. Cada escritor lo interpreta según sus vivencias. Bolaño nos da un ejemplo de exilio cultural que esconde el significado del exilio material, afectivo, sentimental. Bolaño reniega de la nostalgia porque, como el poeta mexicano Mario Santiago que nombra en el texto, da muestras de que “no creía en países y las únicas fronteras que respetaba eran las fronteras de los sueños, las fronteras temblorosas del amor y del desamor, las fronteras del valor y el miedo, las fronteras doradas de la ética”. Para Bolaño la patria puede ser una biblioteca, unas manos laboriosas o un hijo.

Bolaño no admite el exilio literario: “(…) yo no creo en el exilio, sobre todo no creo en el exilio cuando esta palabra va junto a la palabra literatura”. Bolaño nos informa que el exilio es una actitud ante la vida, actitud que conforma la vida misma: “(…) que entendieron el exilio como en ocasiones lo entiendo yo mismo, es decir como vida o como actitud ante la vida”. Al relacionar exilio con actitud, afirma que el exilio, más que vivirse pasivamente, se construye voluntariamente.

Mi visión del exilio es diferente, no mejor ni peor, sino diferente. La literatura escrita en el exilio encierra una visión particular de una realidad en un país ajeno, más o menos adversa, tejida de precariedades laborales, afectivas y de convivencia, que fusiona dos instancias socioculturales (la del país de origen y la del país que acoge) en una homogeneidad conflictiva. Bolaño desdeña el conflicto emanado del cruce de culturas y rechaza la nostalgia, el anhelo de volver al país natal, cantinela que para él guarda un sonsonete de mentira. Aquí no estamos de acuerdo. Creo que el estoicismo de Bolaño, en mi caso, no se apega a la realidad. Cuando dice, por ejemplo, que obedece a una caprichosa queja originada en desequilibrios emocionales como la soledad, no se detiene a analizar cuál es el origen de esa soledad, porque cree que los migrantes rezuman compañía como los personajes de sus novelas.

Los escritores chilenos que partimos al exilio tuvimos diferentes experiencias. Mi vivencia refuta en buena parte la visión de Bolaño porque tuvo un inicio distinto. A mis veinte años no partí al exilio siendo un escritor con obras editadas (era, eso sí, un escritor vocacionalmente definido que guardaba lo escrito en hojas y cuadernos); partí siendo parte de las oleadas expulsadas por los ajustes brutales de la dictadura de Pinochet de mediados de la década del ochenta. Esta circunstancia de no considerarme aún escritor, de sentirme anteriormente parte de una realidad social y no cultural, de no vivir la épica del exilio político sino económico, orientó mi visión inicial del exilio. Fui pobre, pero nunca sentí que mis manos laboriosas fueran mi patria.

Cambié una sociedad por otra, pero no cambié mi realidad social por otra. Era pobre en Chile y continué siendo inicialmente pobre en Argentina. A la carencia material reproducida en Argentina se sumó la pérdida de derechos ciudadanos: falta de documentos, imposibilidad de competir laboralmente en igualdad de condiciones, pérdida de derechos políticos por falta de documentos de permanencia legal, etc. Mi realidad literaria y cultural se desdibujaba en mis apremios materiales.

Los beneficios del exilio se ven con el tiempo sin perder el dolor de ser inmigrante. Creo que Bolaño se confunde cuando asocia la nostalgia con el bienestar. El exilio tiene una relación indirecta con la pérdida del bienestar. Tiene más que ver con la pérdida de identidad. Irse al extranjero en busca de bienestar (como fue nuestro caso) implica, más allá de identificar la patria con nuestras manos (como lo haría Bolaño), padecer inconscientemente el lento proceso de la pérdida de identidad en otra tierra, cuya gente habla otro dialecto, tiene otras costumbres, otra forma de alimentarse, otra forma de ver el mundo, aspectos que configuran finalmente la identidad personal.

Dice Bolaño que la patria de un escritor es su biblioteca, un lugar simbólico, como las manos lo son para un trabajador: “Para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria”. Y Agrega: El trabajador no puede ni debe sentir nostalgia: sus manos son su patria”. El lugar propio, nuestra verdadera patria, es para Bolaño el lugar del oficio, no un concepto anterior, lo cual es una interpretación superficial, aristocrática, del significado del exilio porque esconde su drama existencial. Finalmente – aquí coincidimos -nos dice también que su patria es su familia: “Pero yo estaba hablando de escritores, es decir estaba hablando de mí, y allí sí que puedo decir que mi patria es mi hijo y mi biblioteca”.

En segundo lugar, Bolaño resume la patria en una contingencia sociopolítica particular. Para él es imposible sentir nostalgia de un país injusto, de un país gobernado arbitrariamente. Relaciona entonces la patria con el ejercicio de  derechos, unión necesaria para ocasionar la nostalgia. Creo que eso nos quiere decir cuando dice que Mario Santiago, el poeta mexicano, fue expulsado de Austria y ese hecho no tuviera repercusión en su vida: “Si Mario Santiago hubiera sido un fanático de los festivales musicales de Salzburgo, sin duda se habría marchado de Austria con lágrimas en los ojos. Pero Mario nunca fue a Salzburgo”. O cuando afirma que sería lógico o normal que sintiera nostalgia un preso suizo en Tailandia y no un preso tailandés en Suiza que deseara cumplir su condena en Tailandia.

Esto es también una interpretación estrecha porque es una interpretación parcial, individualista, reductora. Confunde la patria con un sistema de vida o un modelo sociopolítico ligado a la experiencia personal. Olvida también que las injusticias del país de origen no terminan en el país que acoge. Cambian su forma, pero no el contenido. La discriminación por ser pobre se renueva en el país que te acoge y se suma a otra discriminación, quizás más fuerte que la anterior, la de ser extranjero, la de ser en mi caso inmigrante limítrofe, carga que por cierto va disminuyendo con el tiempo. 

En tercer lugar, afirma con humor parriano que los mejores poetas chilenos son dos: Alonso de Ercilla y Rubén Darío, haciendo alusión irónicamente a que la literatura no tiene patria, a que los escritores son ciudadanos del mundo. Pero, tal como él mismo lo dice, Ercilla y Rubén Darío murieron en su patria: España uno y Nicaragua otro. 

Creo, eso sí, como Bolaño, que hay otros exilios que vives en tu misma patria: la incomprensión familiar y social que sintió Kafka, el exilio de ser pobres y vivir la vida fuera de las ambiciones, el exilio de adiestrarse en un ambiente adverso a tus afanes de formación. Ser poeta es ya una forma de exilio. Comparto cuando opina: “Literatura y exilio son, creo, las dos caras de la misma moneda, nuestro destino puesto en manos del azar”.

La riqueza de la literatura del exilio implica una fuerte relación intercultural. Ya escritor formado, después leí y escribí dentro de un marco de dos literaturas nacionales. La lenta, inconsciente, pérdida de identidad se reflejó en mis obras. El dialecto inicial se mezcla con el dialecto rioplatense en una mezcla que configura una nueva forma de comunicación de las experiencias. Este involuntario e inexorable cambio lingüístico manifiesta las emanaciones del movimiento inaprehensible del cambio de identidad. En mi caso, el dialecto rioplatense, casi inexistente en mis primeras obras, aparece con fuerza en mis últimas obras narrativas, para extender la identidad geográfica de mis personajes argentinos a su realidad lingüística y cultural. 

Para Bolaño la nostalgia debe tener una justificación racional; dirigirla hacia una patria injusta, hacia una realidad adversa, es solo masoquismo. Me declaro masoquista eterno. Tal vez nunca vuelva a Chile, pero un ojo siempre mirará hacia el océano Pacífico y el otro hacia el océano Atlántico. Borges cuando era joven experimentó varias estadías familiares en Europa. Ya se sentía parte de una identidad transnacional, la de pertenecer a la tradición occidental. Fue enterrado en Ginebra. Pero Borges amaba Buenos Aires, amaba con todas sus contradicciones, Argentina, y aquí se quedó a vivir hasta los momentos anteriores a su muerte. Todos recuerdan estos dos versos de su soneto A Buenos Aires: “No nos une el amor sino el espanto;/ Será por eso que la quiero tanto”.

La lenta transformación identitaria no implica el olvido de tu patria. El bienestar amortigua la nostalgia, pero no la destruye. Borges, estoico como Bolaño, podría haber dicho alguna vez que el exilio es otra forma del olvido. Yo me atrevo a decir ahora, después de tantos años de vivirlo, que es otra forma del recuerdo.


FUENTE
Bolaño, Roberto. El exilio y la literatura. Revista Ateneo, n° 15, p. 42-44, año 2001. ( http://www.letras.mysite.com/rb070405.htm)

 

Imagen superior: "Antes de partir" Alfredo Jaar



 

 

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