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Nuestro Pedro de Oña

Por Jorge Carrasco



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Ya otros dijeron que nació en Los Confines de Angol, a casi doscientos kilómetros de Carahue (donde nació quien esto escribe) para ser el primer poeta de Chile. Fue en 1570. Su padre, capitán español, murió en la lucha de conquista, despedazado por los mapuches; se dirigía a La Imperial (antigua Carahue) a abastecer de ropa a los soldados de la guarnición. Según Góngora Marmolejo, murió por arrogante y desdeñoso, en unos carrizales cercanos a Purén;  antes de acostarse a dormir aseguró a la desconfianza temerosa de sus quince soldados que “estaban tan  seguros como en Sevilla”.

La muerte de Pedro de Oña ocurrió en Lima, Virreinato del Perú, en 1643. La Capitanía de Chile fue su “amada patria”, como dice en su Arauco domado.

Voy a ser sincero. No le creo a Oña todo. Es por su bien. No le creo porque él no se cree. Pero no importa; está escribiendo literatura, no historia. Arauco Domado fue una obra de encargo; su objetivo era resaltar la figura y obra de García Hurtado de Mendoza. En el Exordio confiesa su indignación de que el autor de La Araucana lo “haya de propósito callado” para arrebatarle la gloria que le correspondía. Agrega también que el rencor de Ercilla fue más dañino para su obra que para su anterior jefe militar y político. La obra quedó sin héroe carnal, es cierto; pero eso es para mí lo que acrecentó la fama de La Araucana. No carece de héroe; el pueblo mapuche es el héroe colectivo que se refleja.

Arauco Domado es una obra artificial, que no logra su propósito. No lo logra porque tenía sobre sus espaldas La Araucana de Alonso de Ercilla. La grandeza de una obra crece o desmejora en relación a otras obras. Lo mismo la valía o el brillo de los hombres.

Hijo de españoles, nació en el flamante Chile. Angol era un fortín de avanzada en los tiempos de la conquista. Presume conocer la lengua y las costumbres de los habitantes del sur. Criollo nacido dentro del Wall Mapu, se niega a establecer un puente de aprecio con el pueblo mapuche. En la parte de su obra en que desprestigia a los aborígenes con extraños y macabros rituales (Canto segundo), dice que informa de lo que cuenta porque: “Helo sabido yo de muchos de ellos,/ por en su país, mi patria amada,/ y conocer sus frases, lengua y modo:/ que para darme crédito, es el todo”.

Tras la muerte de su padre, su madre, Isabel de Villegas y Acurcio, se casó con un pariente político de Hurtado de Mendoza. Se fue a Perú a los diecinueve años. El marqués de Cañete asume el virreinato en 1590; bajo su protección, estudió en el Real Colegio de San Felipe y SanMarcos. Arauco domado se publicó en 1596, año que lo reconoció como bachiller; después refinó su espíritu con una Licenciatura en Artes y estudios de Teología.

Fue también el primer poeta del amor y quizás del amor erótico nacido en Chile. El primero también que conoció el exilio. Voluntario si se quiere, pero exilio al fin. Un exilio limítrofe. Como el mío, pero diferente.

De Oña fue más. Unió ocho versos endecasílabos consonantados en una octava que lleva su nombre. Con estocadas soneteras, midió fuerzas con un tal Sampayo, por creerse sin méritos habitante del Parnaso, así como lo hicieron Quevedo y Góngora. Le dice a Sampayo: Señor Sampaño, pardo y no Sampaco,/ Hecho de tizne, tinta, pez o brea,/ Tizón o chamusquina de Guinea/ De mosterete sucio negro taco. Suerte tenemos de estar dos siglos lejos escribiendo esta crítica ligera.

Bajo las órdenes del capitán general Pedro de Arana, soldado del virrey protector, ayudó a aplastar la rebelión de Quito contra la alcabala de Felipe II. Cuando Hurtado de Mendoza abandonó Perú, lo exoneraron de su cargo de corregidor de Jaén de Bracamoros; el deán del arzobispado de Lima, Pedro Muñiz, lo acusó de ser autor de versos difamatorios, y padeció la viudez en la paternidad de cinco hijos. Se lo ve después pasando por Charcas, Santiago del Estero, Córdoba y el puerto de Buenos Aires, rumbo a España. No quiso morir allá y volvió a Perú a ejercer el cargo de corregidor en varias ciudades.

José Victorino Lastarria, en el discurso inaugural de la Sociedad Literaria de 1842, lo ninguneó quizás con justicia: “Pedro de Oña, que según las noticias de algunos eruditos, escribió a fines del siglo XVI dos poemas de poco mérito literario pero tan curiosos como raros en el día”. No es difícil ningunear a alguien dos siglos después. Manuel Rojas, en un mismo tono, nos avisa que escribió “ridiculeces e inexactitudes”.

Si de La Araucana dio positiva recepción Cervantes en el Quijote, de El Santiago de Cantabria, poema sacro de don Pedro, opinó calderón de la Barca: «Por mandado de V. A. he visto un poema sacro, que su autor intitula El Ignacio de Cantabria; aquel soberano patriarca fundador de la sagrada religión de la Compañía de Jesús: está escrito con el decoro, la agudeza, el celo y la atención que requirió tan grande asunto. No sólo no he hallado en él pequeño inconveniente, pero antes mucha utilidad, porque debajo de la numerosa suavidad de los versos, está más apacible la ejemplar enseñanza de sus virtudes». 

Este gongorino nació bajo la lluvia del sur de Chile. Es nuestro. Fue de España. La inversión del propósito inicial de quitarle protagonismo al pueblo ancestral se la debe a La Araucana. Ercilla, sonriente en el sepulcro, parece decirnos que creamos en lo positivo que dice Pedro de Oña del pueblo mapuche. Si dice lo contrario, que lo tomemos al revés. Fue el peso de escribir bajo la sombra de La Araucana de Ercilla.



 

 

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