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INSPIRACIÓN DIVINA, MENTIRAS HUMANAS

Por Jorge Carrasco




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De los grandes artistas y pensadores esperamos sólo verdades. Verdades sobre su oficio y sobre su vida, posiciones que nos abruman o reconfortan, pero que sin duda nos enriquecen. La sorpresa viene cuando, sin quererlo, damos de lleno con sus mentiras.

Es el caso de dos de los más importantes poetas chilenos del siglo veinte: Pablo Neruda y Vicente Huidobro.

Si dejamos de lado sus mentiras en el plano amoroso, en el cual ambos se ejercitaron con apasionada maestría, nos encontramos con dos hombres que usaron la mentira para otros fines.

De Huidobro, el mago del creacionismo, se dice que usó la mentira para promocionarse. Cuando llegó a París, no bien constató su anonimato en el mundillo vanguardista, fingió ser víctima de un secuestro. Al poco tiempo todo París hablaba del poeta sudamericano caído en desgracia. Afirmó también, contra toda lógica histórica, que fue herido en la Primera Guerra Mundial y que había conocido personalmente a Hitler. Nada era cierto, claro.

Huidobro fue el poeta de lo novedoso, de lo extraño cubierto de lumbre. “El poeta es un pequeño dios”, afirmó. Y esa novedad quiso llevarla a su vida. Pero la vida nunca es mágica como la poesía. Está llena de rutina, de insignificantes pormenores, de miserias. El poeta, hombre de carne y hueso, comparte con los hombres sus debilidades y está muy lejos de ser un pequeño dios.

El mentor del creacionismo quiso ser un hombre excepcional. Un poeta que inventaba con su poesía un mundo nuevo y un hombre que inventaba su propia vida. Y como la vida de todo hombre es insignificante, nada heroica, él inventó anécdotas y situaciones para hacerla única, irrepetible. En este sentido, sus mentiras fueron novedosas metáforas que construyeron el poema de su fugaz paso por este mundo.

Y este hombre que se creía único no aceptaba rivalidad. Cuando apareció en el panorama de las letras chilenas otro grande, Pablo Neruda, se le enfrentó abiertamente. Entre otras opiniones agraviantes, dijo: “Pablo Neruda es igual de tonto que los escritores criollistas. Va al campo y ve las mismas cosas que ellos. Ve, por ejemplo, que las vacas rumian y que los bueyes se mueren. Pero él, más astuto, les pone aceitito vanguardista. En lugar de escribir: ‘el buey se muere’, como escribiría un Luis Durand o un Mariano Latorre, escribe: ‘la muerte llega a la lengua del buey’”.

Neruda, que tampoco toleraba un opositor de su altura, lo enfrentó con diatribas y anécdotas en el que el vate creacionista queda mal parado. En Confieso que he vivido relata lo que pasó en un tren cuando ambos iban a un encuentro de intelectuales en España:

Cuando se le acercó (Huidobro) a reclamarle la desaparición de su maleta, Malraux perdió el pequeño resto de paciencia que le quedaba. Oí que le gritaba:
  —¿Hasta cuándo molesta usted a todo el mundo? ¡Váyase! ¡Ye vous emmerde!” 

Enrique Lafourcade afirma en su libro Neruda en el país de las maravillas que el autor de Canto general miente cuando habla de un episodio en una estación ferroviaria de España. Allí Vicente Huidobro según Neruda fue insultado por el escritor francés André Malraux por un asunto de maletas perdidas.

Pero Octavio Paz, en una entrevista concedida al escritor chileno Jorge Edwards, amigo y biógrafo de Neruda, declara: “Me acuerdo que nos encontramos con Luis Buñuel, que también viajaba. Neruda, en sus memorias, miente, porque Vicente Huidobro no viajaba en ese tren. Huidobro no se peleó con Malraux por un asunto de maletas, como cuenta Neruda.

Edwards, en el mismo libro, cuenta otro caso. Hubo un tiempo en que a Neruda se lo vinculaba con el asesinato de León Trostky, el revolucionario ruso enemigo de Stalin. La acusación, por cierto, no fue nunca probada. Esta relación se produjo porque David Alfaro Siqueiros, el famoso muralista mexicano acusado de planear la muerte de Trotsky, se hizo amigo de Neruda cuando éste fue cónsul de Chile en México.

En una entrevista concedida a un periodista francés, el poeta afirmó que había conocido a Alfaro Siqueiros en la cárcel, en una visita que le hizo en compañía de Manuel Maples Arce, poeta mexicano que ejercía de embajador en Chile. Pero Edwards recuerda que Neruda lo invitó a un conocido bar francés de la época y le mostró el libro de visitas del lugar. Allí aparecían las firmas de Neruda, de André Malraux, el escritor francés, y de David Alfaro Siqueiros. Por lo tanto, la amistad se había concretado antes de las visitas de Neruda a la cárcel.

Ambos poetas geniales nos dejaron sus verdades y sus mentiras. Pero en los grandes hombres hasta las mentiras nos hacen reflexionar. Y nos enriquecen y nos hacen pensar en que hasta en el material compacto de los más insignes hay algo poroso que los acerca a los mortales comunes.



 

 

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