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NI MALOS NI BUENOS: INCORREGIBLES

Por Jorge Carrasco



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En Latinoamérica es usual que los escritores participen en política. La mayoría lo hace en partidos y movimientos de izquierda, impulsando un cambio a favor de las masas desprotegidas. Neruda, Cortázar, García Márquez, son algunos ejemplos. Sus posturas y opiniones no se alejan, en demasía, de las posiciones que adopta el ciudadano común y, en general, son aceptadas por la sociedad.

Alejarse de toda norma de aceptación conlleva el rechazo y el escándalo. Por eso las opiniones en materia política de Borges siguen generando polémica y son escandalosas. “Borges era un genio literario y un imbécil político”, dijo alguna vez el escritor mexicano Carlos Fuentes.

Frente al peronismo Borges mantuvo siempre, pública o privadamente, una actitud de resistencia. Se cuenta una anécdota que define sin ambages su posición. Borges pretendía cruzar la Avenida 9 de Julio y un muchacho, militante peronista, se acercó para ofrecerle ayuda. El joven estaba decidido a abandonarlo en medio de la calle, movido por un rencor criminal. En el trayecto, para incomodar al anciano, el muchacho le confidenció: “Borges, yo soy peronista”. El poeta, sin amilanarse, lo consoló: “No se preocupe, joven, yo también soy ciego”.

Corría el año 1978, plena dictadura militar. La gloria y la fama ya le pertenecían al casi octogenario vate. El peronismo había sido derrocado dos años antes, de la misma manera que fue derrocado en 1955. El insigne poeta había dado muestras de su algarabía pública en ambas ocasiones.

Con la llegada de Perón al poder tocaba su fin el régimen conservador. Borges odiaba las masas y opinaba que el individualismo era una de las virtudes principales de los argentinos. “Siempre descreí del mito grasa del hada rubia y el primer trabajador”, dijo despectivamente alguna vez.

Desde la revista Sur, órgano de la intelligentzia conservadora, Borges se unió a toda una legión de opositores. Como represalia, Victoria Ocampo, directora de Sur, fue alojada en la cárcel, en compañía de prostitutas; Leonor Acevedo y Norah Borges, madre y hermana del poeta, corrieron la misma suerte; Borges no olvidará la afrenta.

Los ataques no cesaron. En ese entonces el autor de El Aleph era un humilde auxiliar de la biblioteca Miguel Cané, situada en Avenida la Plata y Carlos Calvo,  barrio de Almagro. La respuesta peronista, cargada de ironía, no se hizo esperar. El empleado público recibía un ascenso y era nombrado inspector de aves y conejos. Para aminorar tamaña humillación, Borges renunció al escalafón municipal y se quedó sin trabajo.

Tiempo después, aún durante el gobierno de Perón, fue elegido presidente de la Sociedad Argentina de Escritores. La institución funcionaba bajo amenaza de clausura, y los disertantes de las conferencias eran controlados por agentes de la policía. Alicia Jurado, amiga del poeta, recuerda: “El mismo Borges dictó un curso sobre filosofías orientales, al que asistían en la última fila unos vigilantes perplejos; sus expresiones, mientras se hablaba del Gran Vehículo o de los místicos sufíes, serán inolvidables”. Borges enfrentó los ataques y las presiones con entereza y estoicismo. En 1953, por negarse a colgar un retrato de Perón en la sede de la Institución, se vio obligado a renunciar.

Pasó el tiempo y el rencor de Borges contra el peronismo no decreció. Sus obras literarias, en general, carecen de pasión, pero cuentan sus amigos que sus ideas políticas fueron siempre apasionadas e intransigentes. Así lo demostró también en 1976, en ocasión del golpe de Estado que derrocó al gobierno de Isabel Martínez de Perón, cuando manifestó que “cualquier cosa, incluyendo a los golpistas, es mejor que el peronismo”.

En aquel momento acudió a un almuerzo del dictador Jorge Rafael Videla, acompañado de Ernesto Sábato y Esteban Ratti, entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores. La revista española Cambio 16 da cuenta de lo que Borges le expresó al dictador Videla: “General, he venido a agradecerle personalmente lo que usted ha hecho por la patria, salvándola del oprobio, el caos, la abyección en la que estábamos y, sobre todo, de la idiotez”.

Quizás su frase política más famosa sea aquella que dice que los peronistas no son malos ni buenos, sino incorregibles. Frase que, quizás, podría aplicarse a él mismo: Borges, en materia política, no es malo ni bueno, sino incorregible.



 

 

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Ni buenos ni malos: incorregibles.
Borges y el peronismo.
Por Jorge Carrasco