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BUDNIK : EL MONTAJE DEL “YO VEO”
“Budnik” de Juan Carreño, Cinosargo Ediciones, 2016
Por Alejandro Cabrera Olea
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Budnik, de Juan Carreño, es la historia de Daniel, Jorge y Ana.
Budnik es un manifiesto, un libro de sueños, un manual de guerrilla urbana, un catálogo genial de películas alucinantes, la biblia de una nueva religión, el relato de una guerra santa.
Budnik es una crónica, la crónica de un NOSOTROS, el Frente ContraCine, y como tal, es un documento feroz, violento y amoroso sobre el cine, sobre una forma de hacer cine y en consecuencia, sobre una forma de ver la vida.
¿Pero qué forma de hacer cine?
¿Y cuál vida?
En lo que se refiere al cine, se establece en Budnik desde el comienzo la filiación al manifiesto de Aleksander Medvedkin, cineasta soviético de principios del siglo 20, que recorrió su país en el tren del cine registrando documentos fílmicos y exhibiéndolos a los miles de habitantes y trabajadores de la revolución. Al respecto, Medvedkin señalaba que gracias a su trabajo y su ejemplo, “en diferentes partes han ido surgiendo pequeños estudios obreros donde se han hecho películas cortas sobre la lucha de clases, sobre la justicia social. El tema, por ejemplo, podía ser: ‘Cómo pasa sus vacaciones el dueño y cómo descansa un obrero’. Nuestro trabajo”, decía, “fue utilizado por Chris Marker y luego aparecieron grupos de este tipo en Chile. Mis amigos de allá (de acá) trataron de verdad de utilizar estos métodos.”
Esto hasta el golpe de 1973.
Pero a Medvedkin, yo sumaría la presencia en Budnik de otro glorioso ojo-fantasma:
Dziga Vertov, pionero de un nuevo cine soviético en el que poco después aparerecían Kuleshov, Pudovkin, Eisenstein y Dovzhenko.
La gracia de Vertov es que hace casi exactamente 100 años atrás impulsó con su idea del cine-ojo un movimiento renovador en las artes que fue coherente con la otra renovación mayor en lo social y lo político. Su línea de trabajo fue muy personal, porque, como los integrantes del Frente ContraCine de Budnik, Vertov postulaba un tratamiento cinematográfico de la realidad inmediata, llevando esa intención al nivel de toda una doctrina estética.
Cito algunas frases de sus manifiestos incendiarios:
1.”El cine-ojo es el cine explicación del mundo visible, aunque sea invisible para el ojo desnudo del hombre.”
2.”El cine-ojo es el espacio vencido, es la relación visual establecida entre las personas de todo el mundo, basada en un intercambio incesante de hechos vistos, de cine-documentos, que se opone al intercambio de representaciones cine-teatrales.”
3.”Ahora no sólo se puede hablar del grupo, no sólo de la escuela del cine-ojo, no sólo de una parte del frente, sino incluso de todo un frente de ‘cine documental sin actores’.”
4.”Al sumergirse en el caos aparente de la vida, el cine-ojo intenta encontrar en la vida misma la respuesta al tema tratado.”
La vida misma.
¿Cuál es la vida misma de Budnik?
Juan Carreño la instala en un Santiago actual, pero visto desde una especie de futuro post-apocalíptico o de post-guerra, donde sólo se escucha en la calle la infinita repetición de camiones distribuidores de gas licuado, y donde las antenas de directiví han quedado abandonadas en los blocks.
Hay una imagen bellísima y potente que ilustra esta idea: “cuando las micros amarillas de la Zona F del Transantiago descansan en una plataforma lunar, rodeadas de torres de alta tensión pintadas de rojiblanco y de fábricas cementeras que codean con desperdicios a los más alejados. Veo los peajes de la carretera y a mi sombra en bicicleta arrimada a la costra de la ciudad y al progreso, pura basura a la entrada de los ojos.”
Santiago, año 0, podríamos decir, aludiendo a la película neorrealista, post segunda guerra mundial, de Rossellini. Así es esta vida. Santiago, año 0. Acceso sur. (Curioso que Santiago se acabe en un acceso. Curioso, y terrible.) Carreño dice que Santiago ahí se acaba. “Porque hay queltehues. porque hay queltehues y álamos. porque hay viento. atravesar este espacio, donde la memoria es como un basural, es como recorrer la biografía de un día que perfectamente no le puede importar a nadie.” (Estoy apropiándome de frases del libro para armar mis propias frases. No se me puede juzgar por eso. Budnik promueve la toma y la expropiación. No por nada aparece aquí la Pampa Irigoin).
La vida en este Santiago acceso sur es dura, y principalmente es ruina.
La ruina que quedó tras una secreta guerra santa donde las huestes del Protopresbítero, el Hieromonje y el Archimandrita rusos ortodoxos, se enfrentaron a los ejércitos adventistas, evangélicos, mormones, una guerra donde el Frente Armado de Testigos de Jehová fue abatido en la Batalla de Bajos de Mena en el 2019 y tras la cual se legalizó la pasta base y surgió el primer presidente evangélico de Chile.
El autor, al modo de un corresponsal de guerra, en este caso, un corresponsal de post-guerra, nos cuenta que sueña con cabezas nucleares durmiendo como fetos de ballena fosilizados debajo del block, y compara el escenario el que se mueven sus personajes con una versión hacinada del sacrificio, donde la sangre escurre por los peldaños del block como lo hacía por las piedras escalonadas de la pirámide ancestral.
Sobre este telón, Carreño mezcla en una amalgama promiscua palabras y nombres tan disímiles como Caterpillar, Bajos de Mena, Vuelta de Cachencho, El Volcán, Heriberto Salazar, Síndrome Kawasaki, Petroflex, Quitalmahue, Francisco Pérez Yoma, Kate Durand, Ronald Rivera Calderón, Baris Ratkevicius, La Parva, Hans Pozo, Copeva, Felipe Camiroaga.
Y siempre, o casi siempre, en la hora más melancólica de la tarde.
Ahora, ¿quiénes narran esta VIDA?
¿Quiénes la viven?
Son tres:
1.Daniel P.P., un niño que vive en un tubo de concreto marca Budnik. Ahí tiene su taller de dibujo, su guarida, su escondite, como lo tuvieron hace muchos años hombres, mujeres y niños que dormían en tubos de similares características fabricados por la empresa “A. Torrant”, que les entregó techo y también el apellido de atorrantes.
2.Jorge Cuminao (o Jorge Budnik), que acampa tres días en los block vacíos de El Volcán, los que están por demoler, según él “como para sentir el vacío de la identidad del gas metano, el resignificado de la expropiación”, y que experimenta sueños alucinados. “soy ruso”, dice, “me llamo Jorge Budnik y mi abuelo, el cual publicó un libro de poesía y fue un héroe durante la guerra civil, está enterrado ahí”, en el Cementerio Ruso de Santiago.
3.Ana Rosa Tapia, que vive en el paradero 30 de Santa Rosa, en Venancia Leiva, en un departamento, sola, huérfana y ex trabajadora, “actriz, 26 años, sin trabajo teatral hace más de dos años, dos años de garzoneo partaim hasta el día de hoy”. Ana pasa una temporada en el invierno, se propone no meterse a feisbuc borracha, y despotrica contra Sanhattan, según ella “la punta de lanza, la punta de un pico donde se solazan los dueños de todo”.
A partir de estos tres personajes y sus relaciones, Juan Carreño nos sumerge entonces en la historia final de un colectivo, un NOSOTROS, el Frente ContraCine, donde participan Daniel, Jorge y Ana. Esta historia se relata, primero, a través del recuento de los diferentes Festivales de Cine de Interzonas que ha organizado el Frente ContraCine, y segundo, a través del catálogo de las diferentes películas o “samizdat” que se han realizado ahí y que son exhibidas no sobre sábanas blancas estiradas, sino al vacío, al universo y a las estrellas, desde animitas de la calle convertidas de noche en proyectoras de las vidas de los muertos. En esta parte es donde la novela se convierte en crónica y manifiesto, con todo el lenguaje, nomenclatura, purgas, resentimiento, violencia, agresividad e intolerancia que se espera de cualquier colectivo incendiario y subversivo que se precie de tal.
Así, escuchamos consignas como:
“En el hampa está la cuna de la revolución.”
“A apropiarse de LA VIDA”.
“A autoexpropiar las imágenes propias, autoexpropiarse en venganza por todas las imágenes que mostraron al proletariado sumiso y servil al patrón”.
“No a la belleza y la perfección”.
“¡A lobotomizar la unidimensionalidad de la realidad!”
“¡Que muera el hiperrealismo! ¡Que viva la VIDA!”
“Herederos de Medvedkin y Víctor Jara: ¡A LA CALLE! En memoria de todos los compañeros caídos: hermano Basura, hermana Carolo, hermano Rancherito, ¡PRESENTES!”
Y es aquí, finalmente, donde los miembros del Frente ContraCine, Daniel, Ana y Jorge entre ellos, se emparentan con esos otros hombres y mujeres de la cámara de la época de Dziga Vertov y Medvedkin.
Esos kinoks de ayer son los budniks de hoy, y sus consignas renacen más vigentes que nunca.
A saber:
“Nos llamamos los kinoks para distinguirnos de los ‘cineastas’, hatajo de ropavejeros que apenas logran encubrir sus antiguallas”.
“Nosotros introducimos la alegría creadora en cada trabajo mecánico, asimilamos los hombres a las máquinas”.
“Educamos hombres nuevos”.
“El hombre nuevo, liberado de la impericia y de la torpeza, que tendrá los movimientos precisos y ligeros de la máquina, será el noble tema de los films”.
“No olvidamos ni un solo instante que la silla está hecha de madera y no de la laca que la cubre. sabemos perfectamente que la bota está hecha de cuero y no del betún que la hace brillar”.
“Qué horror, dirán, son zapateros y no cineastas. Pues que se nos den más zapatos de esta clase y todo irá bien”.
“Al diablo el betún, al diablo las botas embetunadas, que se nos den botas de cuero. Alineaos con los kinoks, primeros cine-zapateros soviéticos”.
“Hemos sido los primeros en hacer films con nuestras manos desnudas, unos films quizá torpes, palurdos, poco brillantes, unos films quizá un poco defectuosos, pero en todo caso unos films necesarios, indispensables, unos films dirigidos hacia la vida y exigidos por la vida”.
“Los kinoks se han fijado como objetivo la organización de la vida real...”
“Para los kinoks (y los budniks), el campo visual es la vida; la materia de construcción para el montaje es la vida; los decorados es la vida; los artistas es la vida”.
“Nosotros definimos la obra cinematográfica en dos palabras: el montaje del ‘yo veo’”.
Yo veo.
De eso se trata Budnik. De eso nos habla Juan Carreño en esta novela apocalíptica y torrencial que finalmente es un canto de amor a la imagen y a un colectivo que, como dice Aleksandr Medvedkin al referirse al tren del cine, “era bueno y se componía de gente interesante. Jóvenes entusiastas y románticos, hombres abnegados. Trabajaban de quince a dieciocho horas al día y a muchos yo tenía que sacarlos de los talleres, de la mesa de edición, de los laboratorios y obligarlos a dormir un rato, porque ya se tambaleaban del sueño. Todo era interesante”.
Como en Budnik.
Aquí también, todo es interesante.