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Peor que el virus

Por Jorge Cáceres R.



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El discurso de la pastora Marcela en la primera parte del Quijote (1605) ha sido interpretado provechosamente desde perspectivas feministas y libertarias. Y hoy resulta actualizable desde otra contingencia, la de la pandemia del coronavirus, en relación con la cual salta a la luz una nueva analogía.

La idea parte de las expresiones del personaje del cabrero Pedro, que es quien pone al tanto a don Quijote de las historias de Marcela y Grisóstomo. Según cuenta, Marcela es una pastora muy hermosa, independiente, afable y recatada. Muchos hombres están enamorados u obsesionados con ella (por su hermosura, nada más), y si bien ella los trata con cortesía y amabilidad, no le interesa entablar ningún tipo de relación con ellos (ni sentimental, ni sexual). Por ese motivo, Pedro la estima peor que la peste: “Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y, así, no saben qué decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a éste semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan” (I, XII). Una de estas “víctimas” fue Grisóstomo, quien, desdeñado por “aquella enemiga mortal del linaje humano”, según las palabras de su amigo Ambrosio, acabó por suicidarse. La respuesta de Marcela a estas acusaciones es potente, y, aunque archiconocida, vale la pena citarla en extenso:

A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito. El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a éste ni solicito aquél; ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera. (I, XIV)

La culpa del sufrimiento y de la muerte de Grisóstomo no es suya, como muy bien explica Marcela en este discurso, sino del mismo Grisóstomo, quien no se resignó ante la negativa de la pastora. Y el Quijote confirma la exculpación de Marcela, amenazando al resto de obstinados: “Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo y cuán ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes; a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive” (I, XIV). La culpa, entonces, es de los mismos contagiados; autocontagiados en rigor, porque Marcela no es ninguna “pestilencia”.

Por ahí va la analogía que quiero proponer con la actual pandemia del coronavirus: no por el lado de la responsabilidad del virus, sino de los contagiados y potenciales contagiados, de nosotros, humanos, en su propagación y en sus efectos. Porque lo peor de la pandemia no es el virus mismo; lo que genera "más daño en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia" son las condiciones que le presentamos para su arribo, su expansión y cualquier efecto negativo que pueda ocasionar. Somos Grisóstomo culpando a Marcela, cuando la soga en nuestro cuello no la ha puesto ella.

De ninguna manera quiero replicar con esto el discurso oficialista que ahora responsabiliza a la gente, a nosotros, de la propagación del COVID-19, sino reparar en condiciones más estructurales que determinan los efectos que puede generar el virus. Como lo han afirmado Bram Ieven y Jan Overwijk, en gran medida “nosotros creamos esta bestia”: mediante el eco-colonialismo y sus prácticas de deforestación y mercantilización de la vida silvestre; mediante la globalización capitalista, que facilitó la rápida difusión del virus por el todo el mundo; y mediante la desigualdad económica, que hace que esa propagación tenga efectos más nocivos entre los sectores más precarizados (pobres, migrantes, mendigos, presos, etc.). En la misma dirección ha apuntado, desde las ciencias biológicas, Fernando Valladares, al decir que “la ecuación del desastre tiene distintas variables. Una es la degradación de los ecosistemas, que cumplen esta función. Otra es la globalización, porque infecciones ha habido toda la vida, pero se han amplificado con la globalización”. 

La respuesta usual de los gobiernos a nivel global ha sido el tratamiento del virus como un enemigo o un agente externo que viene a dislocar nuestra vida y nuestra salud: la “ontología de guerra”, entre humanos y contra los animales, que muy bien ha expuesto Mónica Cragnolini. Pero esto no es tan así, como también lo ha denunciado Cragnolini. El agenciamiento del virus con las condiciones pauperizadas de vida y con la acumulación de la riqueza en el capitalismo neoliberal potencia sus efectos negativos. Lo hemos visto en muchas partes ya: allí donde la economía capitalista tiene preponderancia sobre la vida (humana y animal), allí donde el régimen policial y militar se antepone a la salud, el virus actúa con más fuerza. “¡Es el capitalismo, estúpido!”, como espetó Maurizio Lazzarato. Y Chile es uno de los mejores ejemplos de esa lógica neoliberal y militar, que hoy revela con más claridad que antes su articulación letal. Las manifestaciones del 1 de mayo lo evidenciaron muy bien: se puede reprimir brutalmente a manifestantes con la excusa de superar el número permitido por el estado de excepción (50 personas), pero si ese mismo número, o uno mayor incluso, se reúne en un centro comercial o en una feria de abastos no hay ningún problema. La excepción es selectiva: opera sólo contra aquellos que combaten el neoliberalismo, no contra quienes lo reproducen. La excepción, por ende, tiene como principal objetivo mantener y profundizar la regla de la normalidad neoliberal.

Todo esto ya lo acusó el mismo virus en un punzante monólogo: “Las más honestas de entre vosotras lo saben bien: yo no tengo otro cómplice que vuestra organización social, vuestra estúpida fijación con “la gran escala” y la economía, vuestro fanatismo por el sistema”. Pero el virus también iluminó una vía de salida: 

Es una civilización, y no a vosotros, a quien vengo a enterrar. Aquellos que quieran vivir deberán proveerse de nuevos hábitos que les sean propios. Evitarme ha de ser la ocasión de esta reinvención, de este nuevo arte de las distancias. El arte de saludarse, en el cual algunos miopes han querido ver la esencia misma de la institución, pronto no obedecerá más a ninguna etiqueta. Dará sentido a los seres. No hagáis esto “por los otros”, por “la población” o por “la sociedad”, hacedlo por los vuestros. Cuidad de vuestros amigos y de vuestros amores. Repensad con ellos, soberanamente, una forma de vida justa. Formad grupos en torno a una buena manera de vivir; escuchaos mutuamente, y yo no podré nada contra vosotras. Esto es un llamamiento a la atención, no al retorno masivo de la disciplina. No es una condena de toda la despreocupación, pero sí de toda negligencia.

La apuesta es por nuevos hábitos vitales, que, como sostienen Ieven y Overwijk, reformulen nuestra relación con el ecosistema y la organización de la vida y el trabajo. No sé si se logrará el “Green New Deal” al que aspiran, pero cada vez parece haber más iniciativas al respecto, como se evidencia, por ejemplo, en la “literatura de la nueva escala humana” reseñada por Jorge Carrión, que va mucho más allá de lo humano, hasta la biosfera, el espacio exterior o el centro de la Tierra. Además, no podemos perder de vista que las alternativas al neoliberalismo no son sólo un efecto más de la pandemia. El neoliberalismo ya estaba siendo desafiado radicalmente en muchas partes del mundo, y Chile era, y es, uno de esos lugares. En ese sentido, los efectos mortales del virus no nos toman por sorpresa, lamentablemente, porque las desigualdades e injusticias develadas por el COVID-19 ya las habíamos expuesto hace unos meses. Aquí la revuelta no sucede a la pandemia, sino que la precede y la filtra. Eso hay que tenerlo muy claro, porque fue lo que nos permitió entender, al igual que el Quijote, que la culpa no es de Marcela. 

Valparaíso, 15 de mayo de 2020

 

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Referencias

Anónimo. “Monólogo del virus”. Capitalismo y pandemia. Editorial Filosofía Libre, 2020, pp. 9-14.
En línea: https://kehuelga.net/IMG/pdf/Capitalismo-y-Pandemia.pdf.

Carrión, Jorge: “La literatura de la nueva escala humana”. The New York Times, 16 de marzo de 2020. En línea:
https://www.nytimes.com/es/2020/03/16/espanol/opinion/literatura-antropoceno.html.

Cervantes, Miguel de. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Madrid: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2004.

Cragnolini, Mónica B. “Ontología de guerra frente a la zoonosis”. La Fiebre. Editorial ASPO, 2020, pp. 39-48. En línea:
https://drive.google.com/file/d/1k-YzHu9LgPajOuqz8WS5XKjfbj-EqAvM/view.

Ieven, Bram  y Jan Overwijk. “Nosotros creamos esta bestia. La política ecológica del COVID-19”. Rosa. Una revista de izquierda. En línea:
http://www.revistarosa.cl/2020/04/06/nosotros-creamos-esta-bestia-la-politica-ecologica-del-covid-19/.

Lazzarato, Maurizio. “¡Es el capitalismo, estúpido!”. Capitalismo y pandemia. Editorial Filosofía Libre, 2020, pp. 91-112. En línea:
https://kehuelga.net/IMG/pdf/Capitalismo-y-Pandemia.pdf.

Valladares, Fernando. “La mejor vacuna era un ecosistema que funcionase bien y nos lo hemos cargado”. La voz de Galicia, 8 de mayo de 2020. En línea:
https://www.lavozdegalicia.es/noticia/yes/2020/05/07/fernando-valladares-biologo-csic-vacunaera-ecosistema-funcione-bien-hemos-cargado/00031588882772844772703.htm.



 

 

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