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RODOLFO WALSH, OPERACIÓN RESCATE

Por Jorge Carrasco


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Hoy vivo en Villa Regina, pequeña ciudad de la provincia de Río Negro, Patagonia argentina. Así como la cercanía entre Carahue y Temuco, lugar donde se crió Neruda, me llevó a leer su obra con cierta curiosidad geográfica, si se me perdona el término, hoy me veo en una encrucijada semejante. Esta vez la cercanía es entre la ciudad en la que habito y Lamarque, pueblo situado a ochenta y un kilómetros. Walsh es el mejor escritor patagónico de todos los tiempos y uno de los mejores del siglo XX en Argentina.

Nació el 9 de enero de 1927. Sus padres fueron Esteban Walsh, mayordomo de hacienda, y Dora Gil, ama de casa, ambos de condición muy humilde. El trabajo de su padre consistía en dirigir las labores agrícolas y ganaderas de capataces y peones. “Allí todavía estaba fresco el rastro sangriento de la conquista”, dice en uno de sus cuentos. Se refiere a la Conquista del Desierto, polémica gesta similar a la Pacificación de la Araucanía en Chile.

Fue el cuarto de cinco hermanos. La familia se traslada en 1932 a Juárez, ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires. Su padre pretendía convertirse en agricultor empresario, por tal motivo alquila un campo para siembra y cría de ganado. La crisis económica lo deja sin bienes en 1936 y de allí parte con su familia a Azul, donde los hermanos se separan, acuciados por la pobreza. Algunos se quedan con la abuela y otros pasan a ser pupilos de establecimientos irlandeses. A Rodolfo lo internan y pasa un año en el instituto Fahy, de Capilla del Monte, y dos más en el Fahy Farm, de Moreno. La experiencia vivida en las congregaciones (de diez a catorce años) le sirvió para escribir tres formidables cuentos: Irlandeses detrás de un gato, Los oficios terrestres y Un oscuro día de justicia.

Rodolfo Walsh nació en la estancia El Curundú, hoy propiedad de la multinacional Expofrut Argentina S.A., ubicada al oeste de Lamarque. El inmueble fue declarado de interés cultural por la ley 3606 de la Legislatura de Río Negro. Posteriormente, el Senado de la Nación lo declaró de interés público y sujeto a expropiación. El propósito actual es convertir la casa en un museo de la memoria y un espacio de rescate de la visión histórica del autor rionegrino.

La plaza del pueblo lleva su nombre. Una placa recuerda su figura. En el cuento Trasposición de jugadas el comisario Laurenzi dice haber llegado a  Choele Choel “arreando una modesta tropilla” y que su labor inicial fue la de ayudante del comisario en Lamarque. Esto prueba que Rodolfo estaba al tanto del cambio de nombre de su pueblo natal.

Lamarque es un pueblo pequeño que vive del cultivo del tomate y de la fruticultura, incrustado en el Valle Medio de Río Negro. En las biografías se dice que nació en Choele Choel. Sucede que en sus inicios Lamarque fue la Colonia Nueva del Pueblo de Choele Choel. Desde 1942 lleva su nombre actual.

De cualquier manera creo que a Walsh no le hubiera disgustado la situación. El equívoco se acomoda perfectamente a sus juegos de identidad. Solía utilizar varios nombres para despistar a sus enemigos en el tiempo de su militancia montonera. Cuando un escuadrón de la ESMA lo mató en las calles de Buenos Aires llevaba entre sus ropas una identidad falsa.


LITERATURA Y VIDA

Leí con especial atención la serie de cuentos de los irlandeses de Rodolfo Walsh. Como se sabe, Walsh pasó cuatro años internado en colegios irlandeses para pobres. Cuando ingresó tenía diez años. De ahí seguramente extrajo la experiencia para escribir esos relatos. Alguna vez, en Villa Regina, fui celador de un colegio salesiano (como El Morsa de Irlandeses detrás de un gato) y doy fe de la violencia y brutalidad que se practica en esos internados. Pude advertir los códigos, las estrictas reglas de comportamiento que exige el establecimiento y cómo los pupilos más antiguos las aplicaban con rigidez implacable a los ingresantes o los débiles. Walsh sufrió las consecuencias. Y las enfrentó.

Para Walsh, ya adulto, la sociedad continuó siendo ese internado violento, rígidamente estratificado, con reglas que sólo favorecen a los que detentan el poder. Para él, en esos internados se aplicaba una justicia abstracta, una justicia incólume que se convertía en injusticia, lejana e impenetrable como el amor de los religiosos.

Walsh nos dice que sólo los débiles pueden revertir esa situación crónica. Concluye que sólo saldrán de la opresión organizándose y luchando decididamente, sin esperar ayuda externa o providencial, como el Malcolm del cuento Un oscuro día de justicia. Por eso creía que, frente al estado de cosas de una sociedad que sentía ajena, lo mejor era convertirse en desertor, como el Dashwell del cuento Los oficios terrestres. Deserción y subversión para acabar con la prepotencia y la iniquidad. 


DEL RECONOCIMIENTO A LA MUERTE

Alguna vez David Viñas dijo: Si me apuran, digo que Walsh es mejor que Borges. Ricardo Piglia, por su parte, afirmó que el autor de Operación masacre “era capaz de escribir en todos los estilos y su prosa es uno de los grandes momentos de la literatura argentina contemporánea”. García Márquez dijo que “fue el autor de unas novelas policíacas deslumbrantes” y que “se distinguió por su compromiso con la realidad, por su talento analítico casi inverosímil, por su valentía personal y por su encarnizamiento político”. Los años han permitido que su figura se vaya recortando en la literatura argentina con un perfil sólido, ganado por el talento de su pluma, el compromiso y la honestidad. Compromiso que lo llevó a la muerte en 1977.

Esa es la verdadera dimensión de Rodolfo Walsh. Fuera de todo esquematismo o postura ideológica. El reconocimiento llega firme, propuesto por escritores y académicos de diverso sesgo ideológico. Su obra traspasó la maraña contingente, la bandería política e incluso su propia voluntad. Walsh no quería ser un escritor burgués, separado del pueblo por su etiqueta intelectual. A mediados de los sesenta escribió: ''El campo del intelectual es, por definición, la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra".

Se propuso reemplazar la ficción por el relato testimonial basado en una demostración empírica. Literatura como instrumento de insurgencia para desazonar al lector. Operación masacre se publicó en 1956, cuando su autor tenía 29 años. Para muchos Walsh, con esa obra, se anticipó unos cuantos años a Capote y Wolfe en la creación de la non fiction novel. Pero su concepción ideológica terminará por engullir su proyecto literario, su vida aislada dedicada a la creación y al placer estético. La política lo empuja a la acción, en un acercamiento a la tradición decimonónica, personalizada en Sarmiento. Ficción versus documento. O ficción dentro del testimonio. O el documento bajo el cristal depurado de su estilo.

Su relato Esa mujer aparece en casi todas las antologías del cuento contemporáneo argentino. En una votación reciente realizada en Internet esa pieza ocupó el primer lugar, delante de obras de Borges, Cortázar y Horacio Quiroga. Sin embargo, mi cuento preferido es Nota al pie, cuyo protagonista es un corrector de pruebas que cuenta su vida aburrida y mediocre en una carta que escribió antes de suicidarse.

Años atrás, después de haber leído toda su obra cuentística, me puse a leer toda su literatura testimonial. De Carta abierta a la Junta Militar y Operación masacre pasé a ¿Quién mató a Rosendo? para concluir con El caso Satanowsky.

Fue una continuación, sin intervalos aislantes. Hasta su muerte, en manos de un escuadrón de la ESMA en 1997, en las calles de Buenos Aires, construyó con su raciocinio y su bondad, con el compromiso y el apego a su verdad, al igual que la unificación temática de su obra, un mismo hombre.

 



 

 

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Rodolfo Walsh, Operación rescate.
Por Jorge Carrasco