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SALINGER, PERSONAJES Y LECTORES
HISTORIA DE UNA TRIPLE IDENTIFICACIÓN
Por Jorge Carrasco
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Al leer la obra de Salinger se actualiza la relación problemática de la identificación del autor con sus personajes. ¿Es importante el peso y el paso de la biografía a la ficción y el traspaso de las experiencias de la ficción a la biografía?
¿Cuánto hay de Holden Caulfield en su creador y cuánto hay del autor en el alma del personaje? Salinger siempre deseó, inconscientemente, instalarse otra vez en el lugar privilegiado de la inocencia. Alguna vez manifestó que Holden Caulfield es su retrato de cuando él era joven. En su descripción hay evidentes similitudes: individuos altos, rebeldes, retraídos, solitarios, desdeñosos, desorientados, desesperados, víctimas de su propio narcisismo. ¿Este anclaje en lo real aseguraba –aspiración fundamental en su autor- una cuota importante de autenticidad?
Holden se retrata negativamente con lo que detesta. Odia la escuela, la ciudad, el tránsito de la ciudad, pasear por sus avenidas, odia el cine, los ascensores, la rutina vacía de los centros urbanos, la lectura de periódicos, los informativos de la televisión, y odia, sobre todo, el servilismo acrítico hacia todo ese tipo de hábitos de la clase media blanca de Estados Unidos. Salinger en toda su escritura plasma esa denuncia y su aspiración de recuperar la libertad primigenia de la fantasía anterior a la pubertad. Un ejemplo de esa anarquía perdida se advierte en lo que afirma Werner Kleeman, soldado compañero del escritor en la Segunda Guerra Mundial: “Por entonces Jerry no era más que un chiquillo. Más bien callado. Yo ya me daba cuenta de que era un poco raro. Era distinto. No se abrochaba las correas del casco. Hacía lo que le daba la gana”.
En otra ocasión otro compañero manifestó que Salinger, enemigo de la autoridad, desconfiaba de los altos mandos del ejército. Y contó que cierta vez, mientras combatían en Francia, recibió la orden de pasar la noche vigilando a los alemanes en una trinchera, con otros hombres. Salinger desobedeció la orden y se fue secretamente a dormir a una casa ubicada a unas manzanas de allí.
Sus juegos amorosos no son sino recreaciones de situaciones amorosas de la adolescencia. Todas sus mujeres guardan un extraño parecido físico. Fueron amadas hasta que el desvío carnal desorientó su inocencia. El rechazo a la pérdida de la pureza se unió a sus ansias de abandonar el ambiente urbano y habitar el espacio geográfico libre de la contaminación humana, como se advierte en la propuesta desesperada, absurda que le ofrece a Sally Hayes de irse a vivir a una cabaña lejana, cerca de un arroyo, que no se materializa en la ficción pero sí en la vida real de su autor. Allí, como en un castillo medieval, se sintió hasta su muerte señor de sus posesiones y libre de las prácticas reductoras de la sociedad.
Entre autor y personaje hay un complot para poner límite a la influencia del “ellos” en el “yo” de instituciones y relaciones sociales sustentadas en reglas y reglamentos absurdos. Holden y Jerome son amigos, es decir cómplices. Haz tú lo que no pude o no puedo hacer yo, parece decir el autor. Y Holden, en lugar de obedecer (odia las órdenes), se echa al hombro su destino y el destino de su autor, y crea una existencia híbrida de realidad y ficción. Holden engaña a Salinger porque la ficción no logra lo que desea el autor: derrotar su sentimiento de impotencia. En este sentido, la novela termina como empezó: la imposibilidad de proyección de una voluntad cercada, quebrada, en un devenir incontrarrestable. Holden siguió viviendo en Salinger. Y en esa existencia que le dio vida, se paralizó, no evolucionó a la odiada adultez.
Holden se escabulle de la ficción novelesca y pisa la realidad, y Jerome realiza el camino inverso. Más que amigos, son la misma persona. La conexión autor/personaje, realidad/ ficción es instantánea. Ambos descreen de los valores de la sociedad. Ambos desdeñan su moralidad y sus caminos de realización personal. Ambos buscan la soledad, practican el desdén, buscan no estar de acuerdo. Ambos miden y desechan a los demás con su ambigua altura moral.
La fusión ficción/ realidad produce un acercamiento efectivo y afectivo de personaje y lector. Los lectores empatizan con Holden, se identifican con Holden, crean un lazo misterioso y permanente con el personaje, y al meterse en la interioridad del personaje ingresan en la interioridad de Salinger, y de alguna manera se creen también Salinger porque vivieron lo mismo que el autor y desearon alguna vez comunicar como él el dolor de la incomprensión. Por esa triple igualdad de experiencias, personaje y autor se transmutan en lector.
Los lectores, al igual que Salinger, terminan creyéndose los creadores de los individuos que fueron en la adolescencia. Holden, monumento a la impotencia, les señala también el camino de lo que quisieron ser y no pudieron. El camino a la pureza de la anarquía de la desesperación está cruzado por gente idiota, escuelas mediocres, estúpidas reglas de academias, padres autoritarios y mujeres sin corazón. Los lectores son también Holden Caulfield. Aman sus heridas, sus debilidades, sus circuitos rotos porque se aman a sí mismos. Instalan su rabia, su sed de venganza como un desquiciado marco legal de su propio sentido de justicia.
Esa triple relación puede crear un entramado tremendamente afectivo o una ligazón monstruosa. La instancia sociocultural, la realidad psíquica y el depósito de experiencias de cada lector abrirán su propio camino interpretativo. Michael Clarkson viajó en su auto 725 kilómetros para conocer a Salinger; deseaba interactuar con ese padre que nunca lo escuchó, con ese autor que supo comprender su angustia adolescente. Sus afanes terminaron en la desilusión.
Chapman, Hinkley y Bardo llevaron la rebeldía de Holden al asesinato; quisieron matar los emblemas de una sociedad escudada tras el desprecio y el desdén. Lectores/autores también de la historia de Holden, construyeron, para una voluntad homicida, con la complicidad de Holden y Salinger, una guía para limpiar de hipocresía y falsedad el mundo. Ingenuos, perversos anhelaron destruir la debilidad y la impotencia de Holden complementando el final de la acción. Se sintieron cazadores de individuos, como el protagonista, cuando afirma en la novela: “¿De cazador de ciervos? Y un cuerno. Cerré un ojo como si estuviera apuntando con un rifle. Ésta es una gorra de cazar personas. Con esta gorra cazo personas”. O también cuando fanfarronea apuntando: “Prefiero tirar a alguien por la ventana o cortarle la cabeza que darle un puñetazo en la mandíbula. Odio las peleas a puñetazos”.
Las muertes de John Lennon y Rebecca Schaeffer y el intento de asesinato de Ronald Reagan fueron otros finales, más trágicos, claro, pero no menos cuajados de impotencia, de El guardián entre el centeno. Salinger también fue un asesino: mató una fibra interior de Holden en el cierre de la novela. Interna o externa, la muerte es el comienzo de otra tragedia.
Con su solitario exilio en una colina de Cornish, New Hampshire, Salinger quiso darle otro final a El guardián. Tomó el lugar del protagonista y sin una Sally Hayes se fue a una cabaña lejana. El psiquiátrico final de Holden se transformó en un refugio agreste de treinta y seis hectáreas, con árboles que le prodigaron leña para calefaccionarse y agua de los ríos para beber e higienizarse, cerca de un poblado sin estructura urbana.
Cuando Salinger vivía, siempre sus lectores soñaron compartir con él unas palabras. Pero ellos no sabían que la mitad de ese encuentro era un engaño. Deseaban relacionarse con Jerome porque deseaban dialogar con Holden. Pero Holden estaba muerto en Salinger. La religión vedanta y el zen, con todas sus semillas de renuncia y desapego, mataron su arte y, desde su despecho y desilusión, les quitaron el alma a sus personajes. Cuando murió el artista en las venas de Salinger, quedó huérfano Holden, y no murieron, por bendición o desgracia, quienes ocuparon el lugar del autor: los lectores/creadores de El guardián entre el centeno.
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BIBLIOGRAFÍA
Salerno, Shane y Shields, Davis. Salinger. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Seix Barral, 2014.