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LA ÚLTIMA BARBARIE
Por Jorge Carrasco
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Borges opina que el libro nacional argentino es el Martín Fierro y que la nación argentina lo eligió como su modelo. Con su visión europea de los hechos, considera que el libro de Hernández es la elección de los argentinos de su destino latinoamericano: un país populista, entregado a la barbarie de las hordas peronistas de mediados del siglo y presa de la amenaza del totalitarismo. La elección del Facundo implicaba para él asumir un destino liberal, racional, civilizado, europeo, republicano. Mi visión de escritor latinoamericano de un país periférico perteneciente a una clase marginal, invierte el contenido de la opinión. Para mí el libro que formó y le dio alma a Argentina es el Facundo. Argentina fue modelada por la mirada profética, racional, pasional, caprichosa, racista, antiamericana de Sarmiento.
Los fundadores de la nación argentina pretendieron reemplazar el vandalismo del caudillaje y sus hordas de la campaña con el aluvión medianamente controlado de la inmigración europea. Los extranjeros no se instalaron en el campo, no poblaron el desierto inconmensurable, la llanura misteriosa, para extinguir la barbarie. Se instalaron en las ciudades y trajeron otra barbarie: un nuevo entretejido de relaciones sociales y laborales que instaló de forma permanente la tensión social y el conflicto en la sociedad argentina. Por una parte implicó luchar por adquirir derechos y mejores condiciones laborales del proletariado, y por otra, convertidos en la flamante clase media, exigir la democratización del régimen político y el acceso a los nuevos bienes culturales.
La llegada masiva de inmigrantes a principios del siglo XX provocó en la élite la emergencia de un nacionalismo político y cultural que puso en el debate intelectual temas como la tradición cultural y la presencia en la cultura argentina de otras ideologías, otros lenguajes y otras formas de ver la sociedad. Vinieron a poblar el desierto pero se convirtieron en un fenómeno urbano. Sarlo y Altamirano afirman que de un agente progresista, pasó a ser, en tiempos de la reacción nacionalista del Centenario, un elemento de la barbarie. Lo ve también en el cambio semántico del concepto de la palabra “criollo”, que de su acepción negativa pasó a tomar ribetes de un significado positivo, ubicado en relación opuesta a la oleada inmigratoria de principios del siglo XX. Los descendientes de la “plebe ultramarina” (expresión de Lugones) son los civilizados de hoy, y los bárbaros de hoy son la “plebe ultracordillerana” de los inmigrantes limítrofes. La barbarie de la barbarie.
Los inmigrantes limítrofes vinieron a poblar el “desierto”, ese ideologema de los fundadores de la nación argentina que ocultaba en realidad el hogar de los aborígenes preexistentes a la nación argentina. La inmigración limítrofe —latinoamericana, morena, inculta— fue siempre bárbara. La nueva sociedad, formada por los descendientes de esa inmigración bárbara de finales del siglo XIX y comienzos del XX en Argentina, y considerada bárbara por los criollos eminentes del Centenario, tachan de bárbara toda la oleada inmigratoria latinoamericana —limítrofe en su mayoría— del siglo XX, y muestra reticencias a convertirse en un conglomerado latinoamericano heterogéneo racial y culturalmente. Lo que quiere decir que esta nueva ola inmigratoria no está pensada para ocupar un lugar civilizador en la estratificación social argentina, sino espacios sociales inferiores dentro del aparato social y laboral.
Los inmigrantes limítrofes vinieron, como los inmigrantes europeos de principios del siglo XX, a poner en tensión y en conflicto el juego de las relaciones sociales, la identidad nacional, los valores nacionalistas y el concepto de ciudadanía. Vinieron, en última instancia, a reforzar la república bárbara, latinoamericana, de la que abominaba Borges. Manuel Gálvez, en su obra El diario de Gabriel Quiroga escribe: “Los cuarenta años de nuestra barbarie no son otra cosa que la rebelión del espíritu americano contra el espíritu europeo. El primero estaba representado por los federales y era espontáneo, democrático, popular y bárbaro; el segundo estaba representado por los unitarios y era afrancesado, artificial, retórico, aristocrático y civilizado”. Neruda y Bolaño —escritores de izquierda— avalaron la concepción sarmientina y alberdiana y no advirtieron en sus raíces ideológicas profundas la orientación de la antinomia. Lo paradójico es que en Argentina Sarmiento, Mitre y Alberdi fueron unitarios liberales y en Chile se transformaron en pelucones, portalianos, conservadores por necesidad y porque tenían un rasgo en común: el elitismo.
Perteneciente como realidad social —permítanmelo— a ambos oleajes, mi postura me confirma como esteta del “aluvión zoológico”, intelectual del “rotaje” limítrofe que invirtió el significado de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie. Mi obra relocalizó en la civilización sarmientina la barbarie y en la barbarie la civilización de la verdad legítima de los integrantes de la oleada inmigratoria chilena en tiempos de la dictadura. En primera instancia, hay resistencia de acercarse a mi escritura porque implica poner en cuestionamiento, con una apropiación invertida, los valores sobre los que se asentó la sociedad argentina. La queja cede el lugar a una nueva posición cultural, que se afirma como legítima, en disputa o en oposición a la visión dominante, y se anuda como continuidad del boedismo y de la queja que dejó trunca la desaparición de la gauchesca a fines del tercer cuarto del siglo XIX.
El nacimiento de mi literatura está en La araucana de Alonso de Ercilla. Aquí se da el primer quiebre entre cultura (literatura) y el poder en el panorama literario chileno. Pero este quiebre se produce dentro de dos detentadores del poder: Ercilla y Hurtado de Mendoza eran conquistadores, la cúspide de la escala social de aquella naciente sociedad. La araucana es, en alguna medida, el producto de una vendetta personal que tuvo consecuencias enormes en la construcción de la concepción de las relaciones poder-cultura posteriores. Neruda reconstruye ese quiebre, pero lo hace desde una postura político-ideológica partidaria.
El exilio en Argentina, además de cambiar mi vida, cambió mi forma de leer y mi escritura. El cambio cultural me llevó a ver mi realidad y mi literatura dentro del ámbito de dos tradiciones culturales. Casi de inmediato, en momentos en que trabajaba en una chacra productora de frutas, escribí mi primer cuento. Leía a Faulkner, Hemingway, Steinbeck, Remarque, y comenzaba a asomarme a la narrativa rioplatense con lecturas de libros de narradores argentinos: Conti, Soriano, Walsh, Moyano y Cortázar. No era, en mi inicial formación, el tiempo de Borges, cuya obra —ajena a mis vericuetos existenciales de aquel tiempo— se transformó con el tiempo en un anclaje imprescindible de mi formación. Era el comienzo de mi integración a la tradición realista argentina. Desde entonces mi literatura fluctúa entre dos tradiciones, entre dos historias, entres dos paisajes, entre dos dialectos, entre dos géneros. Y lo que en este libro está escrito fluctúa en esa doble visión de lo experimentado vivencial y espiritualmente a uno y otro lado de la cordillera.
En el intercambio, se repiten las figuras de los “poetas faro” (según Bourdieu), encarnados en Neruda y Borges. Resalta en este libro mi humilde opinión contraria a la posición que postularon Neruda, Bolaño y otros intelectuales chilenos en relación a la cultura y la literatura argentina desde la división decimonónica de unitarios y federales.
Finalmente, un punto destacado en varios de mis textos es la estadía de Neruda en el pueblo cordobés de Villa del Totoral. Mis investigaciones desmienten lo que afirmó el poeta chileno en sus Memorias cuando escribe que desde 1952 hasta 1957 pasó muy poco en su vida; en realidad ese espacio temporal no carece de vivencias histórico-literarias, y la razón de mis trabajos es dejar constancia fehaciente de esa presencia misteriosa en ese punto geográfico argentino, ignorada en las biografías del poeta.
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Referencias
(1) Sarlo, Beatriz y Altamirano, Carlos. Ensayos argentinos, de Sarmiento a la vanguardia.