A pesar de las polémicas por los actuares amorosos (maritales y como padre) de Neruda, y que han causado revuelo estos últimos años (ojo que no minimizo la situación un ápice, pero aún existe controversia y nada definitorio en su biografía según diversas fuentes y encontradas voces), el poeta, se sabe, fue una persona a ratos tímida, un hombre que podía ser taciturno, aunque cercano, cálido, acogedor con otros, y devoto del juego. Su casa en Isla Negra lo confirma: cuando, por ejemplo, Neruda le pedía al maestro Rafita (constructor de tres cuartas partes de aquella morada de laberintos y sorpresas), que incrustara en la pared, que aún no terminaba, un hueso de pollo que acababa de sacar de la cazuela que se servía. Como dice Fernando Savater, “la celebración de la vida”. Actos poéticos. Y, claramente, la vida tiene que ser poética o no ser, la vida tiene que ser juego o no ser. Pero la poética más alta es la que se ejecuta en el trato con los demás, y en eso, pienso, Neruda fue un hombre hospitalario, solidario —sus gestiones para traer a los españoles arrancados del franquismo así lo demuestran—, y consecuente. Esa imagen se me hace más patente si nos retrotraemos a una entrevista: “Pablo Neruda y Gabriel García Márquez frente a frente”, donde uno y otro se develan. La entrevista, propiciada por Televisión Nacional de Chile y realizada en París, es una suerte de homenaje al Neruda recién galardonado con el Nobel. Aquí, nuestro vate se muestra sobrio, recatado, una persona de modales impecables y sencillez elegante, lo que no le impide, a contrapelo, juguetear. Del otro lado, vemos un García Márquez algo desacomodado, literalmente echado en el sillón donde entrevista al Nobel, grosero con el periodista que lo introduce con un ramo de rosas metafórico y al cual le devuelve, con displicencia supina, sólo sarcasmo y denostación. Más tarde, no siendo él el escritor agasajado, dice que piensa que él mismo estaría pronto a ganar el galardón (“andan diciendo”, advierte), en un acto de ombliguismo y soberbia increíble, que, aunque así ocurriera en 1982, me resulta imperdonable en el contexto. Como si todo eso fuera poco, el autor colombiano, con abrupta impasibilidad y nueva muestra de egocentrismo autoritario (curiosamente, escribía en ese preciso instante, la muy dictatorial «El otoño del patriarca»), mediando sólo unas pocas preguntas, da por cerrada la entrevista sin consultarle casi a su interlocutor y sin preocuparse de los televidentes/lectores, quienes lo observamos estupefactos, por la falta de delicadeza —de educación debiera decir— que ha tenido a lo largo de todo el breve encuentro televisado.
Hybris decían los griegos de esta actitud: la desmesura del orgullo y la arrogancia, y que acarrea un castigo. Si la Poesía y la Literatura sirven para algo, en primer lugar deben servir, más allá de los aportes literarios (indudables en el caso de García Márquez), para que esa hacha que quiebra el mar helado dentro nuestro, como decía Kafka, se encarne en el trato con otros, en primerísimo primer lugar; para que, no importando nuestros logros y hazañas, no importando la cantidad de imperios de la imaginación conquistados y fabulosas catedrales y ciudades de palabras erigidas, la hybris, pecado mortal, no nos carcoma.
Por eso, ojalá, podamos ser como aquel Neruda: sobrios frente a los logros, mesurados y hasta tímidos de cara a los éxitos, dignos e igual de sencillos cuando se ha desafiado y sojuzgado a todos los dragones. Ojalá que, cuál sea nuestra victoria, siempre tengamos a nuestro lado a ese susurrante personaje que acompañaba a los generales romanos triunfantes después de la batalla, y que repetía: mememto mori, “recuerda que morirás”.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Para no convertirse en García Márquez.
Por Juan R. Chapple.
Publicado en LA PANERA, N°147, abril 2023