Entrevista a Jorge Cid
(Cañete de la Frontera, Chile, 1986)
Por Mónica Cárdenas Moreno
Centro de Estudios Iberoamericanos de la Université Michel de Montaigne Bordeaux 3
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El café-librería Les mots bleus, en el número 40 de la calle Poquelin Molière, lleva en su entrada una inquietante inscripción: El Cid. Nos damos cita a unas calles de allí, al pie de la araucaria vecina a la catedral de Saint-André, caminamos hacia lo que creemos el lugar ideal para esta conversación.
Jorge Cid, está instalado en Burdeos gracias a un puesto de profesor investigador que le permite también culminar su tesis doctoral sobre el poeta argentino Néstor Perlongher. A sus 25 años, el poeta chileno, ha ganado, entre otros, el Premio “Juegos Florales Gabriela Mistral” por su poemario “Labia Larvaria” y la “Beca de Creación Literaria del Consejo Nacional del Libro y la Lectura” del Ministerio de Cultura de Chile. Su poesía esencial se recoge en dos publicaciones: Labia Larvaria (Editorial de la Universidad de Concepción, 2008) y Bebé Sirena (Ediciones “La Faunita” 2011). Su voz es, valga la redundancia, sonora como un estruendo, sólida y muy propia.
- Los comentarios críticos sobre tu poesía han utilizado los términos máscara, polifonía, travestismo, para referirse a la voz lírica en tus textos, ¿cuál de ellos prefieres tú?
- A mí me parece tremendamente pertinente la noción de máscara y que de alguna forma el libro sea como una especie de teatro. Alguien dijo que las páginas negras que anteceden cada capítulo, eran una especie de telón que advertía el comienzo de un nuevo acto. Creo que acercarse al libro desde ese punto de vista permite comprender por qué a lo largo de él existen una variedad de voces, una pluralidad de personajes y matices que se desplazan a través de los distintos lenguajes, algunos bastante coloquiales o que son guiños al español antiguo o que buscan la novedad en el retorcimiento de ciertas palabras.
- Precisamente, a partir de lo que dices, me pregunto si el unir chilenismos, arcaísmos y neologismos ha sido algo azaroso o lo has pensado así antes de escribir.
- Estos poemas son de cuando yo tenía 16 o 17 años y tenía la impresión de que el lenguaje poético era como un lenguaje nuevo que yo quería poner a prueba, entonces, no fue algo conciente al modo de una programación de la escritura, sino que mi conciencia era más bien la de percibir la escritura como algo que podía reportar placer al ir mezclando lenguajes, códigos, referencias, como un collage de voces que a lo mejor estaban dando cuenta así de ideas entrecruzadas. Sentía que ese trabajo le daba más rotundidad a esta voz que emergía.
- Esta “rotundidad” se expresa, efectivamente, a través de un lenguaje fuerte. Al leerte se siente el placer de la fuerza de tu español. Ahora que vives en Francia, inmerso en una lengua diferente ¿cuál es tu relación con ella?
- Se me ocurren dos cosas: uno, cuando yo escribo, escribo para que el poema sea leído en voz alta, escribo un poema para que este sea dicho. Digamos que durante la escritura se da una etapa de lectura en voz alta para que el oído me permita terminar de afinar esa música del poema, la música con que el poema emerge dentro de mí y que yo, a todo precio, quiero reproducir en su escritura. Es, al mismo tiempo, un ejercicio de vocalización, me gusta que la lectura haga que en la garganta, en el aparato fonador se activen músculos o zonas de él que comúnmente en el lenguaje de todos los días no solemos usar. Me gusta pensar que la lectura en voz alta sea un ejercicio que reporta placer para las personas que lean esa poesía.
Por otro lado, el francés a mí me ha servido para confrontar mi lengua materna, en el fondo, estar en este lugar me ha permitido terminar de entender quién soy y cuál es el lugar de donde vengo. Con la lengua pasa lo mismo, el francés es un sustrato que a mí me sirve para tomar conciencia, por contraste, de los reales rasgos y alcances de mi lengua materna. En gran medida, el francés sigue siendo para mí la lengua de los trámites, del banco, las estaciones de trenes, etc., la lengua en la que hago clases, pero no es con la cual yo nombro la materia sensible de mi visión del mundo, de mi visión poética de las cosas.
- Has dicho que la poesía tiene su propia música, pero más allá de eso ¿cuál es tu relación con lo que corrientemente llamamos “música”, te gusta escuchar algo cuando escribes?
- Escuchar música en mi caso nunca funciona como un acto que pueda acompañar a otro, porque, por ejemplo, yo no puedo conversar contigo mientras suena algo porque no puedo dejar de atender a esa música a esa letra porque me absorbe. No puedo estudiar y escuchar música, porque es como si te pidieran caminar y saltar exactamente al mismo tiempo. Por lo mismo, durante mi vida yo no suelo escuchar mucha, porque no tengo tiempo para dedicarme exclusivamente a ella, sin embargo la recordación de esa música me acompaña siempre. Por eso cuando esto sucede, se da como un acto totalmente ritualizado, en el que yo “voy a oír la música” como quien va al teatro, aunque sea en mi casa. Pero sí, la música es importante para mí como una fuente de lo interpretativo, del dramatismo que alimenta mi visión de lo real. Me interesa la interpretación: cuando la letra activa una interpretación. Eso es lo que he pretendido en mi poesía que sea interpretable y cuya culminación esté en el acto público de lectura. La poesía es entonces como un escape a una incapacidad mía, porque pienso que yo debería haber sido intérprete de algo, quizás cantante, quizás director de orquesta o, lo que a mi juicio, es el supremo arte de la interpretación, la danza. Porque en la danza el soporte de tu arte es tu cuerpo y eso me parece que es un estadio superior de la palabra. Una manifestación del arte que exige una férrea disciplina, un distanciamiento de las rutinas habituales con el fin de perfeccionar una técnica que nunca está suficientemente lograda. Me parece que la danza se trata de un arte en el que el intérprete se inmola cotidianamente como sostén de su expresión. La poesía sería como la danza aunque no es el cuerpo del autor el que entra en escena. La poesía sería como la danza en la medida en la que existe una implicación vital del autor en ella, en una forma poética de enfrentar nuestras circunstancias que, eventualmente, logra ser trasvasijada en la escritura.
- ¿Si para la interpretación te basta la poesía, nunca te ha llamado la atención, entonces, escribir teatro?
- Yo creo que no habría necesidad, no he sentido la inquietud de hacerlo. Me parece que la poesía puede ser perfectamente un género del dramatismo. En ella confluyen personajes, identidades, aparecen monólogos. Por ejemplo, el caso de Bebé Sirena es ése, la primera parte es el reparto de la ópera donde se caracterizan los intervinientes; la segunda parte es el guión, aunque es efectivamente poesía, una poesía musical, operática si se quiere, que cuando la presenté en la Biblioteca Nacional de Chile tuvo algunos pasajes que fueron cantados. Pero eso no la convierte en otra cosa que no sea poesía.
Creo que en algún momento se encasilló a la poesía como un género que servía exclusivamente para la expresión de los sentimientos, pero como que con eso se la castró de una de sus potencialidades primigenias: que podía ser perfectamente un texto para transmitir verdades históricas o dramáticas. Me interesa transitar por los géneros, no géneros como ortopedias expresivas, sino que uno pueda exigirle a la poesía que se ponga al servicio dramático, pero sin necesidad de estar escribiendo guiones de teatro.
- Hablando de géneros, en otra conversación, me comentabas que tenías algún proyecto narrativo, ¿en qué consiste?
- Sí, sí, yo estoy escribiendo una novela y bueno no sé en qué va a parar eso, si va a llegar a término o no. Mi escritura siempre ha sido muy impulsiva. Siento que la poesía es muy orgánica en la medida en que mi cuerpo me exige que yo escriba y por eso tengo la dificultad al escribir una novela porque es este un ejercicio de largo aliento, de reposo. Pero es cierto que la novela se empezó, me parece una idea buena, una luz que se está fraguando, que está en estado larvario, entonces, si yo cuento de qué trata es como si yo abriera, violentara el imago de esa idea, entonces, forzosamente le quitaría energía o la mataría. Entonces mejor no te cuento nada de eso.
- Me quedé pensando mucho en el poder teatral que le imprimes a tu escritura. ¿Ha sido o es para ti importante el taller, la tertulia, la reunión con otros escritores donde se muestran sus textos en proceso de creación?
- No me cabe ninguna duda que las instancias de lectura pública no son un requisito para ser poeta o escribir poesía. La poesía se puede escribir incluso independientemente de encender el computador o de tener papel incluso. Tú puedes tener tu poesía en tu cabeza y funcionar como un ente irradiador de poesía en tu conversación cotidiana: la poesía existe, los poetas existen sin necesidad de que publiquen o hagan una vida pública de poeta, pero al mismo tiempo yo digo que para mí sí ha sido muy rica la experiencia de participar en encuentros de escritores, lecturas a la comunidad o en presentaciones en algunas universidades, porque creo que es el momento cuando más viva está. Creo que uno tiene que parar a la poesía con el cuerpo, uno moviliza la poesía con el propio cuerpo. Más allá de la publicación, de que esté impresa en un papel y viaje, este viaje ocurre de una manera desmejorada. Creo que la manera real en que la poesía existe es cuando el cuerpo del poeta se desplaza para que esta poesía se pare de la página y hable.
- ¿Te sientes parte de alguna tradición poética en particular?
- Hay poemas que me han marcado. Poemas más que poetas. Que han sido importantes para mí, pero todos ellos pueden responder a tradiciones muy diversas. Por ejemplo, de chico me gustó mucho la poesía de Gonzalo Rojas, hay poemas a los que yo vuelvo cotidianamente que vienen de una voz que yo identifico como regional, es universal pero regional a la vez, viene de la misma zona de la cual yo vengo, la zona del carbón, de la octava región de Chile. Me parece que allí se genera un escenario que tiene una tesitura particular de la que Rojas hace eco. Por otro lado, me gusta “Baño de mujeres” de Bárbara Delano ese poema me marcó mucho, pero también el poema “Venus en el pudridero” de Eduardo Anguita, y algún poema de Luis Cernuda también me marcó. Pero enumerar es comenzar a incurrir en atroces omisiones. Seguramente olvido, ahora mientras te digo esto, hablar de los verdaderos poemas más importantes para mí. Así que mejor no sigo.
- Tú haces una tesis sobre el poeta argentino Néstor Perlongher, ¿es fácil para un poeta escribir sobre otro?
- No es fácil. Efectivamente, son dos personas que conviven dentro de la misma cabeza. Cuando yo soy una persona que hace un doctorado, no soy un poeta o, por lo menos, no un poeta vivo. Yo creo que trabajos de ese tipo coartan mi capacidad de creación, porque es otra disposición espiritual e intelectual en la que uno debe entrar para avanzar en eso. El tiempo que yo le dedique a escribir la tesis será un tiempo en que deje el hábito de poeta. Afortunadamente, uno no puede escribir su tesis durante 24 horas al día sino se volvería loco, entonces digamos que estos años he sido intermitentemente doctorando e intermitentemente poeta. Luego está la cabeza también del que quiere escribir prosa, esa es otra cabeza que tengo, pero que está siempre rezagada. Finalmente todo se opone a que uno escriba, a que uno haga literatura. La vida está hecha para que la escritura termine siendo un pasatiempo al que dedicamos algo de tiempo en nuestra adolescencia, entonces, el mérito más grande de los poetas que mueren siéndolo sería haber resistido a esa fuerza coercitiva de la libertad de la escritura que ejerce la vida de hoy contra nuestros lenguajes y que resulta aconsejable resistir.
- Como ya sabes, soy limeña y camino aún por sus calles aunque viva en Burdeos. Sé que tú también la conoces, te quería preguntar ¿qué impresión te ha dejado? ¿Crees que es una ciudad poética? ¿alguna ciudad lo es?
- Para considerar si una ciudad es poética yo creo que tienen que encontrarse ciertos contrastes, ciertos sustratos que sean productivos para ti. Lima para mí sí lo es, en relación a Chile, por ejemplo, encuentro elementos de cierto fervor religioso que están más amplificados y eso me interesa como resultado estético. Las iglesias llenas de Cristos barrocos, que hayan mucho puestos ambulantes de estampitas todo eso a mí me parece sumamente poético en el contraste que esto mantiene con elementos más terrenales.
- ¿Cuál es la relación con tu ciudad desde la lejanía?
- No sé como decirlo, pero en esa ciudad se encuentran los elementos que nombran mi poesía, por ejemplo siento que mi lenguaje poético se gestó en ese sitio y por lo tanto, el lugar donde yo más poeta puedo ser es en ese lugar, porque es ahí donde se estructuró la gran parte de este lenguaje, en la interacción con los elementos de ese sitio. Obviamente, mi verbo se vuelve a encender cuando estoy ahí, al constatar los perfumes de esa latitud, cuando uno percibe el particular del frío de ese sitio que no es igual al frío de otras partes, darse cuenta de esa humedad, de las formas e imágenes de aquellas calles. Esa ciudad está llena de hechos, de hitos, todos esos hechos que marcaron una época, marcaron también mi lenguaje. El lenguaje de un poeta siempre estará más activo en el sitio donde se cuajaron los hitos de su cognición. Que suele ser, a mi juicio, el espacio de la niñez y de la adolescencia. Todo lo siguiente viene a contrastarse con ese idioma original, el de los primeros esplendores y epifanías.
- Antes de despedirnos quiero volver a tus dos libros: Labia Larvaria y Bebé Sirena desde los títulos evocan la experiencia de la formación y del nacimiento, ¿qué significado tienen dichos elementos para ti?
- Sí, no había reparado en lo que dices, pero es cierto, ambos remiten a la idea de origen, pero lo hacen de un modo distinto. En el caso de Labia Larvaria se habla de la formación de un lenguaje del inicio de la adolescencia, cómo eso repercutió en el conocimiento del mundo que es incipiente, la adolescencia como etapa de formación de un lenguaje. En el caso de Bebé Sirena, yo creo que me movió la necesidad de darle voz a cuerpos que me parecían excluidos, a mí me molestaba que los cuerpos que no tenían la forma deseada solo tuvieran existencia como casos clínicos, quería darle voz a cuerpos que no tuvieron la oportunidad de ser mirados humanamente. Por ejemplo, hay culturas en las cuales la deformidad es percibida como un rasgo divino, mientras que en esta cultura es algo monstruoso. En eso está el Bebé Sirena, habla del comienzo en ese sentido.
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Poemas de Jorge Cid
En el gólgota del barrio
Desde el hospital de mi hambre
canta el hombre humano aterido.
Soy más que nunca lo que nombra la palabra espasmo,
lo que nombra el dolor
y ese gusano que por debajo de la piel le hace nido:
la miseria clínica del intento.
Con la intensidad del celo
me bato en la perversión de la técnica:
sondas, punciones y rumor, rumor de pasillos.
Me mata la herrumbre desta cueva de ladrones
en la que me convierten.
Ya no hay frescor de frutas en el patio umbrío de los ilícitos.
Menos la noche donde nuestro ímpetu
nos ahoga en un clamor de labios.
Ya no es el vértigo de la mar mi índole abierta.
No viene la voluptuosidad del vino a quitarme lo cobarde.
Hay sólo una dosis más copiosa de sedante
porque viene peor el acceso de dolor
y no rinde la tasa de los opiarios
para sanar esta ira que yo no entiendo
si este cuerpo sistema mío no hizo nada.
Hojarasca, quebrazón, crujido y polvareda
en este catre hospitalario donde se compunge
hasta la más barata de mis arterias,
porque no calienta deste lado del exilio el sol
como cuando niños echábamos la primera manotada
al invento del placer.
Tibieza y ardor son ahora
quimeras extrañas en este rito prolongado del comercio,
donde me toca beber agria la esponja que me elevan,
en este gólgota del barrio,
a este cristo de todas las esquinas.
Camilla cadalso,
litera que es lítera de un idioma malogrado en sus alcances,
un cuerpo carne fragmento y reseco.
Cólera de la huesa que antecede su oscuro nicho
en esta cúpula de miedo,
las cuatro arterias que son paredes que son encierro
que son dimensión y saña desta escena.
Braman mis miembros, señores,
el bramido de una pieza de ganado
que está perdido de la chacra madre,
que es ahora un esqueleto que se eriza
bajo el rigor de sus muñecas amarradas a la camilla cadalso
que te y que me ciñen al beneplácito político de la vida.
Fluido, sonido y ritmo hospitalario
titilan, persisten, son música de muerte, orquesta depravada
cuando cerrados los ojos estoy solo
de noche en el cuarto hueco de la posta
y el murmullo murmullo murmulla por los pasillos de la burla,
seseos, seseos con sorna
que huyen y rehúyen la veda que impone
el silencio que ya no manda.
Veo la venta de mi alma al peor postor de la demanda,
buitres, mirones, delatores,
finos malhechores que confirman su mal presagio,
ese augurio nefasto que dicen antiguo, pero que inventan ahora
para sustentar la desaparición del ganado.
Yo ya no estoy para gemirles
que es la labia larvaria
que es la verba recia
que es la lengua guarra la que formó hecatombe mi derrotero
que se encabrita ¡carajo! en la marcha
y se repliega, señores, en sí
cuando el candor de la refriega me hace hombre
por lo mortal que tiene el sonido
y la sombra de la palabra hombre.
De Labia Larvaria
Bebé Sirena (Fragmento)
Se le ve vencido dando un postrer lamentar
de piernas atadas a una pierna célibe
y una mirada que toca el más allá de la guarida clínica
ora proscenio del único acto donde cantará su rol.
Tiene aliento, algo comunica su gesto, mas podemos ver
cómo todo lo que irradia su cuerpo deviniendo pez
es la cifra dura,
la cianosis de una pulmonada que no urge,
el ano imperforado que no canta.
Como todos sabemos,
se habla de cómo yerra y cómo falla su sistema,
porque ya a nadie importa en el inhóspito hospitalario
si su gesto pide el don del nombre
o si ansía el tibio hueco del seno
o si prefiere morirse ya
para dejar de ser otro caso clínico clavado
en los insectarios del rechazo.
De Bebé Sirena