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Ironía

Por Javier Campos

 

Es  lastimoso leer articulitos donde se mofan cruelmente de los poetas en sentido general o quizás una cierta mala sangre del emisor  para quizás vengarse de conocidos poetas santiaguinos (porque se hace referencia a poetas locales chilenos que viven por la capital creo entender)  que los percibe lastimosamente como  perdedores, frustrados, en fin,  artistas olvidados para siempre. No tocados de ninguna manera por la mano de alguna musa, muzo, Dios, deidad lejana, menos por esa “locura divina”  que dicen sólo les llega a unos pocos. No. Esos son poetas de pluma barata, incapaces de crear nada imaginativo que valga la pena (¿y quién diablos determina el valor de una poesía o de un poeta?). Esos pasan por la vida envejeciéndose sin siquiera¨”crear” nada artísticamente ni  través de un verso que sea cristal y no vidrio sucio. Transitan camino a su sórdida  vejez  garabateando hojas, algunas auto publicaciones para sus amigos y familiares.  Seres que no sirven para nada. Son los poetas que envejecen deseando  haber llegado a la cumbre del monte del Olimpo (de su pueblo o de  barrio). Ironía amarga del articulista.

A lo mejor tiene razón  aquel que narra con rencor.  Lo interesante (o cruelmente interesante) es que eso le pasa sólo a los poetas. Los narradores parecen no entrar en ese despeñadero del escribiente, versificador, poeta, que va hacia el abismo por su propia cuenta.  Seudo artista incapaz de darse cuenta de su nula falta de talento. Los narradores parecen estar en otra categoría que no tienen los poetas, estos últimos que mastican su propia tragedia de poetas malos. Y para qué decir de los pintores, los músicos, los escultores, los que hacen mini films en sus blogs o en youtube.com, etc., etc.  Todos esos, excepto el poeta mendigo, el poeta gordo, el poeta fracasado,  el poeta iluso, el poeta sin amada, no entran en la tragedia que menciona el articulista. Ah, pero eso no es novedad. Ya se ha hecho lugar común, leyenda desde los poetas malditos, que el poeta es el ángel caído por su propia cuenta. ¿Para qué darle más cuerda al reloj?  Antes de desaparecer El Conde de Lautréamont era un poeta mediocre, más bien insignificante. “El editor Lacroix se negó a vender el libro, Los cantos de Maldoror,  porque temía ser acusado de blasfemia u obscenidad.”

He visto a un poeta en una calle de Madrid vender versos que él escribe allí, al instante, que versifica  por encargo para una fiesta, un velorio, un cumpleaños, una carta para un muchacho que tiene su primera novia. Hasta un artículo de periódico le dedicó un poeta español famoso pero sin entrar en la sorna ni en la crueldad.

He  visto a un pintor envejecido, sólo tenía 30 años, en una calle de Managua,  vender un cuadro diciendo que era artista. Un poeta de otra parte del mundo se lo compra. Luego ese poeta me cuenta la historia, ese es un poeta muy importante en Francia, pero  tiene una ternura y humildad  que me  impresiona  porque comprende  a ese artista olvidado y cuya pintura nada tiene del otro mundo.  No vi en ese poeta famoso  ningún  reproche ni menos expresiones de crueldad para los que con talento o sin talento  quieren mirar imaginativamente de otra manera la realidad. O no pudieron sacar mejores cosas de su débil imaginario o fueron olvidados pero 100 años después se hicieron clásicos. ¿Cómo?  Es el misterio de los que hacen arte que ni aún el más brillante académico es capaz de convencernos cómo se hace un genio en poesía  (por eso no creo en Harold Blom).  Pero tampoco tenemos ya mucha certeza en este mundo virtual qué es la obra de arte. Ni menos cuál es el mejor poema. Y remotamente qué significa ser un poeta bueno, excelente, extraordinario. El que lo sepa pues que tire la primera piedra (incluido los que carecen de humildad).

Termino con unos versos de un poema mas lago llamado Ironía de Yevgeny Yevtushenko que acabo de traducir para una edición en España que saldrá este año

Pueden escribir sobre nosotros, y nosotros les permitimos
hacer películas sobre la basura de sus libretos,
pero nos reservamos el derecho
de tratarlos a todos ellos con una sutil ironía. 

Por ese desprecio nos sentimos superiores.
Todo esto es así,  pero viéndolo más profundamente,
la ironía, en vez de ser nuestra salvación,
te convierte  en un asesino.

El conocimiento agrio nos ha hecho impotentes,
y nuestra cansada ironía, irónicamente
se ha vuelto contra nosotros.

 

* * *

Poeta, narrador, columnista, traductor, académico

   “Pintura, EL POETA,   de René Hugo Arceo, 2008

 

 

 

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