Ciertamente un encasillar, un aparente fin estadounidense y un comienzo albanés
Reflexiones en torno a la obra de Jaime Collyer Gente en las sombras, Jaime Collyer. LOM ediciones, Santiago, 2020. 198 páginas
Por Héctor Morales Vergara
Hace poco saldé —muy entrecomillas— una de mis aun mil y un deudas pendientes con la literatura chilena. En este caso, con Jaime Collyer. Leí sus cuentos recopilados en dos tomos y su novela Fulgor.
De forma simplificada, poco original, permítanme dividir estas lecturas en dos categorías, las mismas por las cuales se dividen sus tomos: Los Monstruos, aquellos relatos que más me gustaron, los enciclopédicos con cierta inspiración en Borges y Cortázar; y Los Héroes del día a día, protagonistas masculinos que abordan los procedimientos subrepticios que dominan la vida de pareja, el escenario familiar y el entorno académico con tintes «perversos» o «libertinos»: véase, Danubio pardo, Últimos días de nuestro vecino y, por supuesto, Fulgor. Esta última categoría, si bien, tan notable en su ejecución como la primera, no me acabó de convencer. ¿Por qué?
La respuesta radica en aquellos a los que Foster Wallace llama «Grandes Narcisistas Masculinos», escritores estadounidenses de posguerra cuyos temas, critica, tienden al solipsismo y al falo: falócratas llama a Mailer, Updike y Roth. Curiosamente, he partido novelas de los tres y no he acabado ninguna. No he conectado con sus temas y solo la prosa de Roth me ha gustado lo suficiente como para saber algún día tendré mi revancha con El teatro de Sabbath porque es un novelón. Existe una preocupante brecha generacional. ¿Alguien tiene la culpa?
Collyer me recuerda a ellos, principalmente a Roth: en los temas, en el placer estético que brinda leerlo. Por ello no fue sorpresa descubrir al autor de Gente al acecho expresar su admiración por el autor de Pastoral Americana en su artículo De libertino a clásico en vida; al punto que las mismas características que usé en el primer párrafo de este artículo para describir a los héroes de Collyer son las que él usó para la obra incisiva de Roth.
Fulgor pertenece a esta categoría: parafraseando la contraportada, tres semanas después de una operación que ha afectado su virilidad, Nicolás Fonseca sube a la montaña a trabajar en un observatorio, en solitario, dejando atrás a su pequeño hijo y la relación desfalleciente con su esposa Magdalena.
Cuesta empezarla. Tomarse en serio las comparaciones iniciales del pene con el telescopio o el nombre del perro, Alfa. Aunque sean bromas. Como dice Jara, pareciese existir una brecha entre la voz del narrador y del lector difícil de superar. Generacional. La que podría llevar al reduccionismo, a decir: una obra solipsista y falocéntrica. Y lo es. Pero también más. Superados los prejuicios, hay elementos como la relación con Alfa que tienen verdadera calidez. Empaticé con el protagonista y, acabada la obra, pensé, pese a todo, ha valido la pena. Y mientras escribo esto me cuestiono mi abandono de esos escritores encasillados como Grandes Narcisistas Masculinos, al menos de Roth; si bien la clasificación no es del todo incorrecta, a la vez, pone una muralla que potencia el prejuicio con el cuál los abordé en un inicio por temas culturales, sociales, potencia el bloqueo, ¿no se supone la literatura debiera servir para empatizar con realidades ajenas a la nuestra? ¿no estoy perdiendo una habilidad esencial como lector, como humano, al simplemente encasillar?
Pasaron las semanas. Fui a la Biblioteca de Santiago a devolver unos libros —atrasadísimo; el día que retomen las multas no sé qué será de mí— y a sacar otros que me atrajesen en el momento. Me pillé con la penúltima novela de Collyer, primera publicada por LOM, ¿por qué no? Efecto mariposa que acabó en este artículo, pretencioso como insustancial, diría Collyer.
Entre Fulgor y Gente en las sombras hay un hiatus novelístico de nueve años, nueve años que han dado como fruto un cambio de registro admirable si tomamos en cuenta la edad de Collyer y la gran cantidad de autores que fracasan a la hora de reinventarse. Y no es que haya cambiado de esencia, al contrario, ese voyerismo tan propio de su narrativa se mantiene, esa capacidad para realzar el lenguaje paraverbal: gestos, miradas de complicidades civiles, de despiadados simplones y de víctimas.
Los diálogos varían: a veces tienden a lo expositivo o a los lugares comunes, pero también poseen momentos memorables como el del limonero o la reflexión entre animales y humanos.
De los personajes, me gustaría hablar de Svetlana Braun, arquitecta encargada de la remodelación del centro de torturas «Campo D». Si bien Espinosa la ha llamado pieza remplazable —y a veces, como en el capítulo 10 de la primera parte, es usada como muñeco para desarrollar exposición— creo las indagaciones dentro de ella, desde su aparente jovialidad frente a Álvaro, protagonista de la novela, hasta sus recuerdos y heridas frente a la fachada del centro —véase capítulo 2 de la segunda parte—, son un respetable intento por parte de un narrador omnisciente proveniente del estilo previo de Collyer por salir de su zona de confort. Me gustaría seguir viéndolo.
Pero lo que me llevó a escribir toda esta verborrea fue la siguiente reflexión, si la narrativa previa de Collyer dialoga con Roth, ¿con quién dialoga Gente en las sombras? Es algo que no he visto mencionar y me llama la atención, en especial, porque su autor no lo oculta. Al contrario, la novela parte con una cita de Ismail Kadaré, escritor albanés fallecido este mismo año. En especial, creo, dialoga con la primera obra del albanés, El general del ejército muerto. Ambos textos, además de compartir estilos en la prosa, narran encargos por parte del gobierno, misiones de indagar y restaurar la memoria, a partir de cadáveres uno, y de un centro de torturas el otro: búsquedas inmersas en la ambigüedad —que extrañé en la cuarta parte, si bien entiendo por qué se hizo—, en un aparente sinsentido, en personajes y burocracias patéticas donde lo banal y tirano se refleja en los números, las actuaciones premeditadas, en las clasificaciones, encasillamientos, estructuras que nos alejan del otro, de las que podemos ser víctimas, incluso, leyendo a Grandes Narcisistas Masculinos; si bien es obvio se deben salvar las distancias, los síntomas comienzan en algún lado, ¿no? Porque el sistema nos empuja al ombliguismo, a lo simplón, al vaciar progresivo de la cabeza y alma «sin nada medular detrás de la máscara», dice en su tercera parte; convencimiento, daltonismo ético, sujeto a la monotonía, al tedio de un tiempo libre que carcome, la mirada perpleja, mezcla de simpleza y sociopatía, ¿dónde se marca la línea entre una y otra? Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.
Ciertamente podría seguir hablando de esta novela, hablar del Wotan o de Larry el gato y su encuentro con Ronald, pero extenderme más allá de mis intenciones iniciales sería, ahora sí que sí, pretencioso e insustancial. Mejor leerla.
Collyer ha publicado estos días, de nuevo con LOM, su más reciente novela: Agua que no has de beber. Espero pronto tenerla entre mis manos y ver cómo continúa esta nueva etapa narrativa.
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Reflexiones en torno a la obra de Jaime Collyer. "Gente en las sombras", LOM ediciones, Santiago, 2020. 198 páginas.
Por Héctor Morales Vergara.