El escritor Jaime Collyer (1955) ha dado cuenta de una narrativa personalísima, sobria, conmovedora y también elocuente a lo largo de una destacada trayectoria como cuentista, novelista y ensayista, aunque estas clasificaciones, en su caso, hablan más bien de un autor que transita holgadamente en las líneas fronterizas de estos géneros. Algunos hitos de su carrera literaria son (a mi entender) El infiltrado, una novela paradigmática en torno a la dictadura publicada en 1989 y el libro de cuentos Gente al acecho (1992), un conjunto de gran orfebrería escritural, entre otros muchos títulos.
Agua que no has de beber (Lom, 2024) es su última novela y con ello también se hace cargo de un espíritu inaugural en el universo de su escritura. Su reciente aparición enriquece y aporta un engranaje diferente al panorama de la narrativa chilena, fractura un canon que se ha tornado algo monocorde.
El escenario escogido es el macizo andino boliviano, la localidad de Kururu cercana a un glaciar que exhibe el declive, una caída libre más bien provocada por la acción humana que por la corrosión de los elementos. La atmósfera es telúrica, el aire y la languidez del paisaje recuerda de pronto a las imágenes de Tarkovski, siempre teñido por las pinceladas que la historia va plasmando en el paisaje. En aquel confín, se describen las acciones de una compañía minera belga que inciden poderosamente en el derretimiento del glaciar. La blancura y majestuosidad parecen ceder ante el dudoso estandarte del progreso.
La aparición de una mano en la inmensidad, la irrupción de un cadáver altera todas las piezas del ajedrez y las acciones inician una carrera desbocada. Es una imagen fatídica y dislocadora, que pese a su dramatismo no abandona su aspectualidad. “¿Qué toca, qué retoca, qué trastoca/ese vacío de las manos/ solas en su fatiga?” reflexiona el poema de Gelman. Esa mano es agonía, dolor, acusación, nudo gordiano, vestigio.
Al tópico civilización v/s barbarie, un motivo ya finisecular de la literatura latinoamericana tan explotado por cierta novelística naturalista a comienzos de siglo, Collyer le da definitivamente una vuelta de tuerca. Logra que los personajes, desde sus contiendas cotidianas, tribulaciones y deseos frustrados proyecten sus representaciones ideológicas como fuerzas constantemente en pugna.
El glaciólogo chileno Rovira encarna una gigantesca interrogación. Es un personaje vital y melancólico a la vez que duda permanentemente de sus hipótesis mientras trepa el volcán y hunde sus pies en la nieve, consciente que sus teorías naufragan ante lo colosal del paraje y el lastre de una historicidad lacerante. En su anverso, Eric Coppens cree que los reparos medioambientales a las faenas de minería son diques para evitar el desarrollo económico, discursos espurios mal digeridos. En otro plano, se encuentra Adriana Chacón “Nana”, la antropóloga experta en fósiles habituada a los conflictos de esa parte de Bolivia y además, vemos a Mamami, el personaje vernáculo que en su taciturno transitar evoca el tiempo de la guerrilla de Juanjo Arias.
El paisaje o más bien su naturaleza recóndita es otro personaje más de la novela y ese gesto se encuentra trabajado con maestría.
La novela tiene estremecimiento, esa facultad determinante que Goethe le exigía a las obras literarias de importancia. Al andamiaje de un texto narrativo cohesionado, ágil, provisto de un hálito reflexivo pero también de velocidad, Collyer le agrega una paradoja en torno a emplazamientos humanos y proyectos que siempre nacieron enrevesados, la emancipación civilizadora es probablemente la certeza benjaminiana que los documentos de cultura se erigen en los cimientos de una barbarie. El glaciar es el testimonio latente de una otredad fosilizada en el alma del habitante, mientras que el agua es la vida que fluye en el manantial de la memoria para refrescar las zonas donde el silencio histórico permea todo.
Dice una máxima de Lenin que la estética es la ética del futuro. Algo de esa sensación, me queda después de su lectura, una inquietante estocada del entorno donde la narrativa registra las subjetividades para ofrendar un teorema irresoluto. ¿Será siempre así el transitar de lo humano en medio de una natura que a veces parece un coloso impávido? El autor propone la fábula, pero no la moraleja y hace de su novela un tránsito irrenunciable hacia una nueva comprensión de la realidad.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com "Agua que no has de beber", de Jaime Collyer: asedio narrativo al silencio histórico.
LOM, 2024, 236 páginas.
Por Óscar Barrientos Bradasic.