Un problema serio de la prensa conservadora de este país es que vuelve cada dos o tres años, de manera persistente, a los mismos temas, en un eterno retorno por lo demás comprensible: al orden conservador le interesa más que nada que todo siga siempre igual, pese a los estallidos sociales, los procesos constituyentes esperanzadores y las explosiones de corrupción observables, precisamente, entre los devotos del orden y el statu quo.
Es algo que se le hace bastante patente a uno cuando está inserto en el mundo literario y editorial. Basta, como escritor, que baje uno la guardia y se repliegue a sus cuarteles de invierno a escribir en paz, lejos de la chimuchina y el faranduleo, para que sin previo aviso aparezca la prensa a la vuelta de la esquina, pulsando esa cuerda que hace girar todo como rueda de hámster, que se mueve pero no avanza, con la pauta lista para el artículo de rigor. Tal y como acaba de suceder en el suplemento mercurial del domingo 15 de diciembre en una crónica relativa a la inminente o presunta resurrección de la nueva narrativa chilena (¡!), con todos los topicazos asociados al caso (el taller del viejo Donoso, la maquinaria hipotética de la editorial Planeta, etc.). Uno lo lee, y se lee en medio de las cuñas y declaraciones restantes, con cierta náusea ineludible frente a estos ceremoniales dominicales que buscan revitalizar escenarios pretéritos (en este caso, el de la nueva narrativa de los 90), quizá para sugerir que toda el agua y la sangre discurridas desde entonces bajo los puentes, todos los ojos arrancados con alevosía y todos los dineros públicos saqueados en el interregno, han sido apenas un paréntesis irrelevante en el orden tan inamovible y tan estable de las oligarquías locales.
No es de extrañar, pues, que el adalid proclamado a la cabeza de esta presunta resurrección sea el autor de una novela sobre los devaneos amorosos de una aristócrata local: puestos a blanquear la realidad y depurarla de sus rencores y estallidos, nada mejor que un escrito surgido de las filas de la alta burguesía con el tema de una feminista presunta de clase alta y, para vehicular todo eso, ciertos sellos editoriales que parecieran ir perdiendo el norte con los años, poniéndose sin ambages al servicio de la gente linda y sus devaneos en letra impresa.
En fin, nada nuevo bajo el sol. Por mi parte, me queda la esperanza de que en este eterno retorno haya pronto espacio para que los temas urgentes, literarios y sociales, vuelvan a los libros, a las mesas y a las calles, con la gente incluida.
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Columna de Jaime Collyer.