"Marulla" de Juan Cristóbal Romero / "Pie quebrado" de Cristián Gómez Olivares
Música silenciosa
Camilo Marks
Revista de Libros de El Mercurio. Viernes 24 de septiembre de 2004
Según John Ruskin, la mala pintura caía en dos categorías: aquella que era débil y pasivamente detestable y la otra, malograda de un modo enérgico, pujante, activo. La poesía sin calidad de hoy día, casi siempre lo es por culpa de su intensidad o su violencia. Bajo el pretexto de liberarse a sí mismos de consideraciones prosódicas y normativas, muchos poetas evitan los riesgos métricos, pues resulta más cómodo seguir las cadencias del verso libre, de las rapsodias en prosa. Lo más garantizado para los bardos del momento es dar un golpe de efecto desde la partida, intentando alarmar, impactar, incluso causar un chocante deleite en el lector. En verdad, esto ha ocurrido en todo el arte contemporáneo, desde que, hace casi un siglo, Serguei Diaghilev le exigiera a Jean Cocteau: "Étonne-moi!" (¡Asómbrame!). A estas alturas, es bastante fácil sorprenderse, sin calmarse ni aquietarse, dejando sedimentar en la memoria la magia duradera de las palabras y su inexplicable melodía.
Es necesario añadir que, hasta aproximadamente la década de 1950, los poetas tomaban en serio su oficio. Se trataba de una disciplina, una profesión para ser estudiada, tal como en las universidades se enseñaba a dibujar naturalezas muertas o figuras humanas. Fuese cual fuese el futuro de dichos aprendices, esas destrezas adquiridas en las escuelas los acompañaban para el resto de sus vidas.
Juan Cristóbal Romero y Cristián Gómez Olivares se sitúan en la última generación que practica el género lírico y han publicado dos libros de poca extensión, como se usa ahora, pero ambos reflejan varias voces y estados de ánimo, son exquisitamente controlados, sutiles, a veces contemplativos y los dos obtienen buenos efectos con el mínimo de arrebato. En estos casos se notan conocimientos, preparación, abundancia de lecturas, en suma, seguridad y delicadeza.
Marulla, de Romero, refleja un apego a las estructuras clásicas y predilección por los compases populares. Como ejemplo de lo primero tenemos "Ritmo", que cierra el tomo: "Qué mal puede haber en seguir/ el ritmo oculto de las cosas./ Qué mal en marcar con los pies/ el golpe de lluvia en las pozas./ Qué en hacer del ruido compás,/ del pestañeo pandereta./ Llevar con los pies el cansado/ paso de las cosas secretas". "Las cuecas del montonero" o "Las cuecas de Villamediana" son algo más livianas, pero el súbito "Tras la pista de Santiago Arcos" demuestra que este creador posee imaginación y sabe cómo utilizar el molde aleatorio y abierto.
Gómez Olivares, en Pie quebrado, alude con su título, seguramente a las coplas inmortalizadas a comienzos del Renacimiento por Jorge Manrique. No estira con ello la cuerda, porque en sus textos hay rimas sin escuchar, o sea, música silenciosa, esa que percibimos más allá de los signos o vocablos en la página, a través de lo que puede discernirse en las inconscientes simetrías de nuestros procesos mentales. Leemos, quizá disfrutamos las estrofas, aunque ellas tienen otra dimensión diferente en la memoria. Así sucede con las líneas engañosamente simples de "Funámbula": "Yo me he quedado mudo en la vida, y han pasado/ los días. Los días pasaban unos tras otros, como/ los vagones de un tren. Nadie los esperaba en la/ estación. Nadie agitaba sus manos en el aire/ porque aún no se usaban ni las/ despedidas ni las bienvenidas en nuestro país ni se daban las gracias/ de antemano cuando nadie necesitaba darlas".
Romero y Gómez Olivares revelan perspicacia, atención al detalle estético, intuición de la belleza. Siendo muy distintos, comparten un nivel de rigor, mesura armónica, rechazo por el efectismo. Sin embargo, sus textos son demasiado escuetos y tanto Marulla como Pie quebrado se incluyen en la corriente por imprimir volúmenes que casi parecen folletos. Estamos, en todo caso, frente a creadores de valor; sólo el tiempo dirá si cumplen la promesa de estos títulos iniciales.