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Andrés Gallardo:
“Me gustaría ser recordado como un escritor que hizo un par de novelitas”


Por Juan Carlos Ramírez Figueroa
Publicado en La Segunda, 15 de abril 2016


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¿Y cómo se lleva con la muerte?
— Bien. Estoy tranquilo. Ya hice casi todo lo que tenía que hacer.

Nubes, el cerro Caracol y las casas del barrio universitario. Todo eso puede verse desde la ventana de la oficina que tiene -desde los 80- Andrés Gallardo Ballacey (74), en la Facultad de Humanidades y Arte de la U. de Concepción, donde viaja a dar clases a pesar del cáncer que padece.

Este profesor emérito, lingüista y novelista se queda pensando: “Esta vista es una de las cosas que tanto me gustan de la provincia”. Nacido en Santiago, pero de corazón sureño, el año pasado reeditó “La nueva provincia” (Liberalia) y ahora “Obituario” (Overol).

Este último evoca, en pequeños relatos, diversas formas y anécdotas con que los chilenos enfrentan el fin. Por ejemplo, un coronel va a dejar constancia (por escrito) que muere contra su voluntad. O una animita en la ruta 5 Sur que es una reproducción a escala de la Catedral de Notre Dame. Y al cierre, una declaración del propio autor: “No creo que sea mucho pedirles a los amigos que por un momento lloren a moco tendido, a los conocidos simpatizantes que estrujen una lágrima, a los lectores desconocidos un instante de benevolencia, a los malquerientes una tregua, considerando que yo también me voy a morir (…)”.

Casado con la actriz y cantante Mariana Prat, 2 hijos y de bajo perfil, se siente cómodo en su lugar de “escritor secreto”, es respetado por todos. Desde Roberto Merino (que lo cita en sus columnas) hasta Marcelo y Justo Pastor Mellado. Acaba de terminar varias obras de teatro y revisa su nueva novela, “La ciencia de las mujeres”, donde tres viejos regresan a Coelemu y en el auto repasan todas las mujeres con las que se han involucrado.

En esa misma ciudad transcurre también “La nueva provincia”, publicada originalmente por el Fondo de Cultura Económica de México en 1987.

En la presentación a sala llena en la Academia Chilena de la Lengua, donde Gallardo es miembro de número, Adriana Valdés repitió su teoría sobre esta escritura provinciana. “Donde Marcelo Mellado par-odia , Gallardo par-ama (…) su novela es tan original, que podía desconcertar”.

La enseñanza chiflada

Profesor de Castellano en la UC, se tituló en lingüística en la U. de Nueva York. “Se me abrió el mundo y, curiosamente, Chile se me hizo más claro, con todo su clasismo y las cosas que amo de su gente. Porque no todo es tan terrible tampoco”, se ríe. Incluso se dio tiempo, a fines de los 60, de ir a un espectáculo insólito: Moe Howard de Los Tres Chiflados en conferencia.

“Un alumno se paró y dijo: «Moe, me encantaría que usted me pegara un tortazo en la cabeza». Todos aplaudieron, pero él se negó, porque podría provocarse un accidente o tener problemas legales. Pero todos empezaron a pedirlo, y se comprometieron a que no pasaría nada. Y le pegó el tortazo. Yo gocé todo eso”.

Dice que eligió la lingüística, y no la literatura, porque habría tenido que leer cosas que no le interesan. “Prefiero que mis estudiantes despotriquen contra la gramática antes que contra «El Quijote»”, dice.

Tensiones del lenguaje

“Ni panfletario ni sociológico”, define Gallardo sus intenciones como escritor. Ahora, sentado en un café de Providencia, está animado. Reconoce que experimentar la quimioterapia es algo “fuerte”, pero lo asume todo con optimismo. Aunque vive en Santiago, añora la vida de regiones. “Creo que Coelemu resume toda la realidad de Chile y que la palabra, la presencia contante de la conversación junto a una buena mesa, o un buen mosto, puede ser un motor de identidad y aun de acción”.

¿Qué tensiones del Chile actual se reflejan en el lenguaje?
— Todas. Tenemos un mito de país abierto, sin tensiones sociales. ¡Pero discriminamos por todo! Eso se refleja en nuestra forma de clasificar a la gente por su cara, forma de vestir y manera de hablar. El personal que atiende en bares o restaurantes es increíblemente resentido también. Y con justa razón. ¡Cómo los tratan! Yo me entretengo en el supermercado y me quedo en el sector donde la gente tiene que pedir jamones o queso. Y aparecen unas señoras elegantosas que se permiten tutear a una mujer mayor que ellas. Como una empleada: “Estás a mi servicio”. Si eso no genera un resentimiento…

Usted es más apocalíptico que integrado con el tema de la educación…
— No veo ninguna voluntad de una reforma que toque el espíritu y meollo de la educación chilena. La educación ha sido un campo privilegiado de la retórica: todo el mundo habla, que es una prioridad, que es el futuro, que educar es gobernar. Pero nadie cree en eso. Soy simplista, pero si realmente creyéramos en la educación, los colegios para niños vulnerables tendrían mejor estructura, no más de 15 alumnos y un profesor que ganara el doble. Con eso se gastaría menos de lo que se gasta en las reformas que se están haciendo. Se me va a criticar, pero yo creo que la educación universitaria no es la prioridad, sino que la parvularia, básica y media. Ahí está.

Es tarde, dice que debe ir a la clínica. Y después a seguir trabajando. Pero antes de irse declara: “Me gustaría ser recordado como un escritor que hizo un par de novelitas con las que se puede pasar bien leyéndolas”.


 

 

 

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