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Romero, un fan de la poesía chilena
Proximamente presentará Apuntes para una historia de la poesía chilena
[Ediciones Tácitas]
Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 1 de Octubre de 2017
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"En Chile no hay más poeta que Sanfuentes", escribió Marcelino Menéndez Pelayo en el siglo XIX. "No existe la poesía chilena, dijo Miguel Arteche". Ambas sentencias son, respectivamente, el epígrafe y los últimos versos de Apuntes para una historia de la poesía chilena, de Juan Cristóbal Romero (Santiago, 1974). Un libro construido sobre la base de citas y referencias que el autor toma de episodios biográficos y anécdotas, a veces curiosos, por lo general banales, pero que suelen provocar estimulantes asociaciones de ideas por analogía o contraste.
A Neruda, cuando niño, "le daban un libro al revés y lo leía de corrido". Enrique Lihn no sabía inglés. Juan Luis Martínez era diabético. Eduardo Anguita se alimentaba de sopas de sémola y de yogurt. Nicanor Parra tocaba el ukelele. Vicente Huidobro y Juan Guzmán Cruchaga fueron compañeros de colegio. Paulo de Jolly y Diego Maquieira también. Son frases cortas, de una o dos líneas en su mayoría, aunque hay más largas, como: "Juan Guzmán Cruchaga y Jorge Hübner Bezanilla fundaron la Sociedad Poética y Comercial Ltda., empresa que ofrecía escribir sonetos de amor y elegías fúnebres a cambio de una pequeña retribución en efectivo".
Romero escribió su libro, que apenas supera las 100 páginas, entre julio y noviembre de 2016, a partir de apuntes que venía reuniendo desde el año 2007, asociados a la tradición literaria chilena. "Busco una poesía a base de hechos y no de figuras literarias", dijo Parra. "Eso mismo persigo en los Apuntes: una poesía que esté cerca de la prosa periodística de Kafka, de Beckett. Una poesía de economía gramatical e informativa", afirma Romero, mientras se come un lomito en un bar de Plaza Italia.
Los antecedentes más remotos de Apuntes para una historia de la poesía chilena (Ediciones Tácitas) se pueden encontrar en los primeros tres siglos de la era cristiana. "Su origen tiene que ver con la doxografía, un género literario que me gusta mucho", dice Romero. De doxa (opinión) y grafía (escritura), la doxografía es la rama de la literatura que comprende obras dedicadas a recoger opiniones y hechos de pensadores sin establecer ninguna crítica sobre los mismos. Clásicos del género son Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, de Diógenes Laercio, y Noches áticas, de Aulo Gelio, una colección de notas, referencias y citas motivadas por lecturas en desorden.
"La novedad, en mi caso, es el montaje", dice Romero. "El montaje somete las referencias a una intemporalidad en la que todo es contemporáneo de todo. Esa es la contribución de la poesía a una tradición que fue principalmente asociada a la filosofía enciclopedista. Proporciona lo que a la narrativa y a la historia se les escapa: la fuerza de lo simultáneo. La poesía es siempre actual. Al menos de la manera en que la entiendo, para mí es tan contemporáneo Horacio como Uribe o Ercilla".
Romero aprovecha las "falencias" del género para conseguir efectos de sentido poético. "La filosofía contemporánea criticó enormemente a la doxografía porque no daba contexto, generando un montón de malentendidos. Lo que se busca acá es permitir que la interpretación la dé el lector y que se produzcan situaciones incómodas, humorísticas y vibraciones a partir de esa yuxtaposición. Esto es puro ready made ".
En buena parte de los casos, añade Romero, las páginas tienen cierta unidad. "Cada una tiene su corte, no hay ningún apunte que quede colgando en la página siguiente. Hay unidades de sentido a partir de constelaciones de referencias que en sí mismas producen sentidos nuevos", explica.
Como cuando cita a Armando Uribe ("Ser poeta es elevar volantines mientras todo se cae a pedazos") y 10 líneas más abajo cuenta que Rubén Azócar, Thiago de Mello y Pablo Neruda encumbraban volantines en Isla Negra. Del sentido figurado al literal. En otros casos hay varias páginas de separación entre datos que se asocian retrospectivamente: "Parra escribe como un carabinero un parte policial. Dijo Diego Maquieira". Sesenta páginas después, el lector se entera de que, a los 17 años, Nicanor Parra quería entrar a la Escuela de Carabineros.
En Apuntes adquieren valor literario el chisme, la anécdota y el pelambre. Todo lo contrario de lo que enseñan los críticos y los profesores de literatura: centrarse en la obra y no en la biografía del autor. "Yo soy fan de la poesía chilena", dice Romero. "Ser fan es disfrutarlo todo. Si yo supiera cuánto calzaba Neruda hubiera estado en este libro. A quien le interesa la poesía terminan interesándole todos los detalles del poeta: qué pensaba, qué hacía en sus tiempos muertos, cuáles eran sus lados ocultos. De Neruda, en particular, me gusta mucho más su humanidad que su obra. Encuentro admirable lo que alcanzó y cómo lo hizo: las estrategias que utilizó para obtener el Nobel. Apuntes permite tener un panorama de la poesía chilena con toda su riqueza y sus miserias. Entre más grande, más miserable. La grandeza obliga a justificar los medios".
La guerrilla literaria que protagonizaron Neruda, De Rokha y Huidobro no podía quedar fuera de Apuntes. La novedosa interpretación que se da en el libro es una de las contadas ocasiones en que el autor opina directamente. "Es probable que la guerrilla literaria sea una derivación del contrapunto de los poetas populares, así como este lo fue de la tenzón provenzal", escribe Romero. Durante la entrevista agrega como antecedentes los sonetos de Pedro de Oña contra Sampayo, que el autor recogió en su antología El soneto chileno (2013). "Son bien soeces, con toda la lógica de la guerrilla literaria posterior. Esa controversia del siglo XVII es parte del ADN de la poesía chilena. Pedro de Oña es el primer poeta de Chile".
Romero se entusiasma al hablar de autores olvidados o que se consideran menores, de todas las épocas. "Yo quiero distinguir entre lo bueno y lo que me gusta", precisa. "No hay lugar a duda de que Zurita es un poeta de primer nivel. Lo mismo Maquieira. Pero el autor que a mí me interesa más de esa generación, en cuanto a recursos, sobre todo por sus quiebres sintácticos y la sorpresa que todavía me causan poemas que ya me sé de memoria, es Paulo de Jolly".
"Es insospechado que exista la poesía chilena"
- ¿Todas las afirmaciones de su libro son verídicas?
- No hay ninguna invención mía. Nada que yo no haya oído, en menor grado, y, en mayor grado, leído. Son hechos que pueden ser o no ciertos, porque tal vez el origen de la fuente no sea verídico, pero al menos caben dentro de lo verosímil, que es el campo en que se mueve la poesía según Aristóteles. Porque Apuntes es un libro de poesía, que ojalá también estimule a rescatar algunos autores.
- Por su naturaleza, también le van a buscar los errores.
- Yo soy ingeniero y los ingenieros sabemos que parte del aprendizaje es contradecir al profesor: buscar el error. No son errores forzados, si es que los hay. Todo en este libro nació de alguna referencia más tres o cuatro conclusiones mías muy menores. Al final, incluso perdí la pista de cuáles son.
La contraportada de Apuntes para una historia de la poesía chilena exhibe una cita del escritor Adolfo Valderrama, en su Bosquejo histórico de la poesía chilena (1866). De alguna manera, contesta las negaciones de Menéndez Pelayo y Arteche que enmarcan el libro de J. Cristóbal Romero: "¿Qué debemos esperar de nuestra poesía? Debemos esperarlo todo". Valderrama casi anticipa la máxima de Carlos Dittborn sobre el Mundial del 62 ("Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo).
"Es que es insospechado que exista la poesía chilena", se admira Romero. "Desde la Colonia, Chile siempre ha sido un campamento militar, donde es muy difícil pensar que algún tipo de actividad intelectual se desarrolle. Es un país que tiene una tradición poética muy limitada, que nace durante el siglo XX, prácticamente. Yo trato de honrar toda la poesía del siglo XIX, pero la verdad es que era una poesía de tertulia. Recién se consolida con Pezoa Véliz y Pedro Antonio González. Una tradición que no tenía ni 60 años cuando Mistral ganó el Nobel. Que hoy tengamos dos, y de poesía, es increíble".