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Sobre «Oscuros ríos», de Juan Carlos Villavicencio
Por Martín Gubbins
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Oscuros ríos es una imagen poderosa y atractiva, formal y sustantiva. Pertenece por derecho propio a una cierta eternidad, más aún al dejarla anclada al estado de cosas del presente –Chile de hoy– en el poema XLIXa (poema incrustado que altera el orden de las cosas), lo que le otorga una actualidad muy elocuente y se hace huella, esa imagen, se hace cosmos sin retorno por una eterna permanencia aquí y ahora.
Un aire entre modernista y arcaico está presente en todo el libro, y eso me parece muy audaz de parte del autor. Recursos formales como el uso de la «i» que se reitera, en vez de la «y», enfatizan ese carácter. Lo mismo que el uso de procedimientos visuales del caligrama clásico en los poemas XLIV y XLIX, y por cierto también la manera de titular los poemas, todos con números simplemente, pero romanos. ¿Quién puede hoy realmente contar hasta 51 con números romanos? (52 en estricto rigor, por la trampa del doble 49 en el poema XLIXa). Forma sutil y efectiva, visual por cierto, de traer lo latino al presente. Modernismo anglosajón quiero decir por supuesto. Y ese tipo de relación con el arcaísmo; ese del make it new poundiano.
El libro en general es muy impresionante y complejo, incluida la «otra obra» que es parte integrante de él, incluida a modo de prólogo y consistente en una lectura sobre el libro, hecha por Carlos Cociña. Declaro mi predilección por el título del poemario e imagen de donde surge en el tantas veces aludido poema XLIXa, además del enigmático poema XLII, que sólo dice: «[Herejía de Heráclito]». Ello además de la portada misma en su integridad, dado por el mapa psicogeográfico de Guy Debord, de donde surge la imagen de su diseño.
Ni qué decir de las dos páginas finales escritas en griego, sin título ni explicación alguna. ¿Qué dicen? Es muy desconcertante ese final porque muy pocos podrán leerlo pero muchos podrán descifrarlo. Ahí es donde el río oscuro reside, haciéndose letra, y donde todos los poemas que lo anteceden se transforman en ribera, borde donde el ser humano contemporáneo se halla observando y haciendo públicas ciertas observaciones en verso.
¿Qué dijeron? ¿Qué dirían hoy día los pensadores de la antigua Grecia? ¿Qué pensaría Heráclito de este libro? ¿Qué dirían, por ejemplo, acerca de cómo ha evolucionado la bellísima palabra téchne, que hacía del arte y la técnica una misma cosa? ¿De la poiesis que era cosa material y visión al mismo tiempo? ¿Qué dirían del estado de la areté como deber social con uno mismo, en un país a veces como Chile, o el mundo entero? Mucha agua ha pasado bajo los puentes de la poesía, pero pocas cosas han cambiado en las riberas.
Nadie escribe así ahora. Menos aún con ese tono de autoridad sin complejos. Con esa solemnidad que uno inevitablemente encuentra aún más presente en el texto después de haber oído a Villavicencio leer en voz alta. Su voz se oye muy clara en su escritura. Eso impresiona. Nadie escribe así ahora. Cuando nadie escucha a la poesía realmente, la voz del poeta se alza de distintas formas, en este caso como un grito de guerra o de muerte, en una vuelta a ciertos orígenes de Occidente que no han dejado de ser su presente.
Oscuros Ríos, así con mayúscula inicial en ambas letras, es un libro audaz y culto, que conmueve y también asusta un poco a la vez. ¿Qué más se puede pedir de una obra de poesía en estos tiempos?
XLIXa
Oscuros ríos.
Oscuros ríos de la patria.
Oscuros ríos del cosmos, la palabra, del respiro.
Panta rei, un oscuro río que no termina de nacer
ni de sangrar, que no deja de doler ni de morir.
Oscuros ríos que son fuego,
pero que cargan en esta era la vergüenza
de los crueles,
tan cercana ahora a lo invisible deviniendo
por la muerte a traicionar
nuestros sentidos i raíces.
El fuego que ha sido traicionado
las cenizas
oscuros ríos