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Oscuros ríos (Descontexto Editores, 2018), de Juan Carlos Villavicencio
Por Ernesto González Barnert
Texto original luego resumido para la Revista Cuaderno Nº 80, abril 2019
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Adentrarse en Oscuros ríos (Descontexto Editores, 2018), el último poemario de Juan Carlos Villavicencio (Puerto Montt, 1976), es navegar, sumergirse y fluir no solo en el oscuro río de la vida y su reverso: la muerte. Una obra-río constituida por esas corazonadas que son la marca registrada de Villavicencio. Me refiero a composiciones abruptas, visiones fragmentadas, oníricas, cargadas en su herida y reflejo de lo que es, somos, sueña, soñamos y avisoramos en la nave de los locos de la poesía.
Un volumen de poemas breves como un canal erizado de toscas que avanza de noche por una senda de niebla, cuyo único navegante, Villavicencio, rema con una foto de Heráclito en la billetera, probándose una y otra vez en esta fluvialidad escarpada y bruna, silenciosa y húmeda del latido, que son los propios límites de su lenguaje: asuntos que le son atingentes desde siempre en su trabajo poético.
Aquí despliega un lenguaje herido por imágenes oscuras, sensoriales, abiertas a sentidos y señas, de belleza sonora, cuyas raíces más pequeñas e inquietantes beben un sentido de pertenencia sensual o desajuste trágico en el flujo interior del que lo lee y rearma a su antojo, contra cara del derrape social y político nacional.
Hermoso libro a contramano de lo que se lee hoy pero que se busca siempre, una llamarada húmeda en los orígenes, un monólogo abisal en la noche oscura del alma, no lejos del río heracliteano en el que somos y no somos el mismo cuando nos reflejamos en nuestro destino y tiempo, con las antorchas y las estrellas de espalda mientras remamos conscientes de lo que pervive bajo las piedras y lo que canta –no sin dolor– astillado.