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El Motivo de la Máscara en el Obsceno Pájaro de la Noche

Por Rodrigo Arriagada Zubieta


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Durante la segunda mitad del siglo XX la literatura hispanoamericana experimentó una proliferación del género testimonial, representado por textos con alto carácter referencial y político, de índole no ficticia, en los cuales destacaban principalmente problemáticas relativas a la marginalidad urbana y a la represión general causada por las dictaduras militares suscitadas durante dicha época. En general dichas narraciones están imbricadas en el proceso de comprensión de la dialéctica establecida entre una cultura dominante y otra subordinada o subalterna, desde el punto de vista de la lucha de poder, y de las relaciones que a partir de ella se establecen. Es este el caso de la historia social de Chile, la cual ha estado continuamente marcada por la polaridad y la segmentación de clases y precisamente afianzada en la dualidad de patrón-sirviente que, no obstante los diferentes nombres que pueda adquirir en las distintas fases históricas, resulta una constante imposible de soslayar en la conformación e interacción de las relaciones estamentales.

Es dentro de este contexto donde encuentra punto de partida la novelística de José Donoso, una narrativa erigida sobre la constante pugna entre un mundo claro y oscuro, representados por la clase burguesa y la desposeída, donde la visión de mundo del autor evoca constantemente la permutabilidad de ambas, la indeterminación y la ausencia de la diferencia localizada en el nivel de la conciencia, de los impulsos sexuales y de la grotesca caducidad del ser humano. Tanto en Coronación , como en El lugar sin límites y el Obsceno pájaro de la noche el autor merodea por zonas donde se cuestiona la integridad del hombre, su unicidad, la apariencia de los gestos sociales, en un esfuerzo titánico por sacar a la luz la realidad última de la persona; su carácter mortal, su constante autodestrucción y la preponderancia de las bajas pasiones por sobre las apariencias de clases. Es cierto que la narrativa de Donoso participa de la tendencia generalizada de la década del ’60 a incorporar elementos vanguardistas en su obra y que sus procedimientos formales revelan ciertas concomitancias con los de los grandes renovadores de la novela europea, tal es el caso de Joyce, Proust, Kafka y el mismo Samuel Beckett. También es cierto que su obra puede ser contextualizada dentro de la estética del absurdo, en el sentido del abandono del discurso lógico, y un rechazo inevitable del realismo tradicional, lo que redunda en la plasmación de un universo oscuro, marginal y deforme que mediante otros procedimientos literarios no saltaría a la vista. Sin embargo, más allá de sus filiaciones con la vanguardia europea, nos parece importante recalcar, como ha señalado Leonidas Morales, el hecho de que las novelas de Donoso encuentran punto de partida- en el nivel de los motivos-en el juego ambivalente de las relaciones de poder, relaciones que, a su vez, y también con la misma regularidad adoptan la forma de relación entre patrón y sirviente (Morales: 2003). Y es en ese sentido que decimos que su punto de anclaje es la literatura testimonial hispanoamericana, pues en la mayoría de sus obras el testigo ocupa un lugar clave en la configuración del universo literario, en la forma en que los sucesos, la estructuración de los personajes y la focalización misma está mediatizada por la conciencia del testigo- narrador, procedimiento que llega a su punto más álgido en El Obsceno pájaro de la noche, novela cuyo análisis nos interesa en esta oportunidad.

Desde el punto de visa de las relaciones y pugnas de poder El Obsceno pájaro de la noche despliega una reflexión sobre el posicionamiento social como una estructura endeble que se sustenta meramente en la relación de implicancia conformado por el tejido patrón- sirviente, la cual es recíproca en su configuración, esto es, según las palabras de Sartre, el hecho de que sin señor no hay siervo y sin siervo no hay señor. (Morales:2003). La insustancialidad de ambas categorías- que será posteriormente explicada- permite acercarnos a la problemática del cuestionamiento de la identidad, del sujeto como entidad autónoma, y de la persona misma como construcción, todas interrogantes que en la novela se manifiestan en la recurrencia del símbolo de la máscara, como núcleo fundamental de sentido y sobre el cual nos interesa detenernos con especial atención

En el contexto de la historia de la literatura Mijail Bajtin, autor cuyos conceptos y reflexiones son constantemente aplicados a la obra de José Donoso, realiza una definición del concepto de máscara. En la cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, el autor ruso analiza las formas de la cultura cómica popular contenidas en la obra del escritor renacentista Francois Rabelais. Destaca dentro de ellas el concepto de carnaval, que aparece como una fiesta tendiente a suspender el curso natural de la vida cotidiana, la permanencia de las jerarquizaciones sociales, y las distancias establecidas en la sociedad medieval altamente estamental. El rasgo esencial del carnaval es la comicidad que se cierne como cuestionamiento de las formas establecidas culturalmente, señala Bajtin:

El mundo infinito de las formas y manifestaciones de la risa se oponía a la cultura oficial, al tono serio, religioso y feudal de la época. Dentro de su diversidad, estas formas y manifestaciones- las fiestas públicas carnavalescas- los ritos y cultos cómicos, los bufones y bobos, gigantes, enanos y monstruos, payasos de diversos estilos y categorías, la literatura paródica, vasta y uniforme poseen una unidad de estilo y constituyen partes y zonas únicas e indivisibles de la cultura cómica popular, principalmente de la cultura carnavalesca. (Bajtin: 1994; 10).

La cultura carnavalesca como manifestación representa una suspensión del tiempo cotidiano, donde se abre un espacio de libertad e irrisión sin límites, y donde son transgredidas simbólicamente las instituciones establecidas en las formas de vida, formulando provisionalmente la idea de un mundo al revés. Desde esa visión de mundo la máscara representa la negación de la identidad y del sentido único, y permite al hombre cuestionar su posición dentro de la sociedad estamental medieval, de manera que ya hay allí un cuestionamiento acerca de las limitantes del hombre y del lugar que le toca ocupar socialmente, cuestión que es también vital en la enajenación del personaje-testigo de nuestra novela, Humberto Peñaloza.

El Obsceno Pájaro de la Noche es una inmersión en el universo mental de Humberto Peñaloza o el Mudito, quien narra los hechos que determinaron su vida junto a Jerónimo de Azcoitía. La aspiración social de Humberto Peñaloza estriba en la idea de convertirse en un gran escritor que le permita hacerse de un nombre dentro de una sociedad chilena altamente estratificada y clasista, por cuanto una serie de obsesiones respecto de su origen social se imponen como trabas para su gran empresa. En su intención aspiracional, su impotencia, y su complejo de inferioridad es de vital importancia la influencia de su padre, profesor primario que impone a su hijo una visión distanciada de la burguesía a la cual observa como paradigma de lo culto, lo ordenado y lo bello:

¿Qué diría mi padre, mi pobre padre, profesor primario, si supiera que un nieto suyo, un hijo mío, un bisnieto del maquinista de un tren que con su tizne de carboncillo unía dos o tres poblachos del sur, va a ostentar el apellido Azcoitía? No, no, Humberto, hay que respetar el orden, no se puede engañar ni robar, para ser caballero hay que empezar por ser honrado. No podemos ser Azcoitía. Ni siquiera tocarlos. Somos Peñaloza, un apellido feo, vulgar, apellido que los sainetes usan como chiste chabacano, símbolo de la ordinariez irremediable que reviste al personaje ridículo, sellándolo para siempre dentro de la prisión del apellido plebeyo que fue la herencia de mi padre. (Donoso:1997; 110).

La consideración ontológica del apellido en cuanto dador del ser y como determinante final de la vida completa, en el contexto de una sociedad con escasa capacidad de ascenso en la escala estamental y con nula retroalimentación de clases en sus gestos cotidianos, estructura signada acá como orden,provoca en Humberto Peñaloza una temprana anulación de su identidad la cual se irá incrementando con el tiempo, donde su esquizofrénica personalidad lo llevará al delirio, a la indeterminación, a la ambigüedad y a recluirse en la Casa de Ejercicios fingiendo ser sordo y mudo. En este temprano reconocimiento de su nula posibilidad de ser, se define el motivo ambivalente de la estructura patrón-sirviente, pues ante la imposibilidad de hacer caso omiso a las aspiraciones de su padre, motivo que funciona como determinante sicológica, Humberto ultimará esfuerzo por fusionarse con una clase en la cual su pertenencia está vedada, aventura para la cual afirma adquirirá una máscara magnífica, un rostro grande, luminoso, definido, que nadie deje de admirar (Donoso: 1994; 109). Y ese modo de aproximación no será otro que un servilismo llevado al extremo de su propia desaparición como persona.

Es precisamente esta condición servil la que articula el mundo narrativo del Mudito, pues en su hablar se reconoce continuamente su carácter subalterno que lo posiciona dentro del mundo oscuro de la inferioridad de clase. Y es desde ese posicionarse desde donde surge la vislumbre de un lugar enmarcado en lo decadente, en lo sórdido, teñido de imágenes obsesivas y grotescas, un universo que reconoce su posibilidad de ser sólo arraigado en el esfuerzo sicológico de una mente disgregada que lucha por sacar a la superficie el reverso de la comedia elegante, del mundo esencialmente estéril de las formas sociales disfrazadas, enmascaradas, desde el lugar donde anida el obsceno pájaro de la noche que transforma lo real en un tejido complejo e indeterminado.

No obstante su indeterminación vital el Mudito se sitúa en el centro del relato, configurando el mundo narrativo, y la estructura de los personajes mismos. Su discurso testimonial se realiza a partir de una mente desfragmentada en la otredad, que interpreta los sucesos desde un plano acomodaticio que le es menester para escapar del mundo de lo aparente, al cual desprecia y admira al mismo tiempo, el del mundo burgués. Es así como, consciente de su propia desarticulación, contará el lado oculto de los hechos con un alto afán de negar el mito de la integridad del hombre: los deseos homosexuales, los pensamientos íntimos de los personajes, los secretos de La Rinconada, la intimidad de las viejas y las bajezas de Jerónimo de Azcoitía. De esta forma, el narrador emplea nuevos elementos para interpretar la realidad, donde ingresan la tergiversación de los hechos, la alucinación y la enajenación en el otro, en definitiva la indeterminación del habla. Esto resulta de suma importancia puesto que el afincamiento de la narrativa de Donoso en el contexto de la pugna de las relaciones de poder propias de las sociedades hispanoamericanas que hemos manifestado en el comienzo de este ensayo, se concreta en el Obsceno pájaro de la noche, precisamente en la movilidad del narrador-hablante quien atestigua siempre desde una posición de inferioridad. Observemos como se presenta a sí mismo:

Y al servir a estas rémoras, al ser sirviente de sirvientes, al exponerme a sus burlas y obedecer sus mandatos, voy haciéndome más poderoso que ellas porque voy acumulando los desperdicios de los desperdicios, las humillaciones de los humillados, las burlas de los escarnecidos. Soy la séptima vieja. (Donoso: 1994; 77).

El Mudito se autoreconoce como una representación metafórica de los subalternos a partir del cual se infieren las relaciones posibles entre aquellos que tienen el poder y aquellos que no. Desde el comienzo de la obra Humberto detenta la condición de no-caballero establecida hasta el cansancio por su padre, que lo coloca en una situación marginal que se prolonga incluso en su estadía en La casa de Ejercicios donde es un sirviente abocado a la tarea de clausurar puertas, y en una posición de servilismo respecto de las viejas que ahí habitan. También sufre un estatus de inferioridad en La Rinconada, donde a los ojos del conjunto de seres deformes adquiere él proporciones anormales. Todas los enmascaramientos del Mudito responden a un proceso de búsqueda de identidad que, como hemos dicho antes, Peñaloza se ha visto imposibilitado de llenar desde su infancia. El vaciamiento de pertenencia que corresponde a una posición social inferior se materializa aquí en la ausencia del nombre propio que le ha sido robado metafóricamente en los libros que se encuentran en la biblioteca de Don Jerónimo, los cuales le obsesiona recuperar, puesto que ahí hay una posibilidad de recomponer su identidad, aunque sea con la mera presencia de la repetitividad de su nombre. Como bien ha señalado Mónica Barrientos, la identidad narrativa se convierta en una posibilidad de configurar una identidad personal por medio de la escritura, lo que según Ricouer significa que la narratividad es una chance de salvar la problemática fundamental de la dimensión temporal de la existencia humana para intentar proporcionar unidad al conjunto de la vida. (Barrientos: 2007).

Sin embargo, Humberto Peñaloza no ha realizado una aprehensión literaria de su vida, sino que ha escrito sobre otros, sobre la historia de los Azcoitía durante su larga estadía en La Rinconada, lo cual confirma nuevamente su posición servil. Es por esto que el discurso confesional del Mudito presenta la particularidad de estar escindido en el tiempo, carente de linealidad, y abierto constantemente a la irrupción de hechos fragmentarios, alucinatorios. Dicha dispersión en el tiempo compromete no sólo su narración, sino también su continuidad como sujeto dentro del mundo narrado. Humberto Peñaloza adquirirá tantas identidades como dispongan sus temores y deseos psíquicos, en un viaje que va desde el ser a la nada, representado en el imbunche que termina por convertirse. Ese ser mitológico, obstruido en todos sus orificios que viene a representar la destrucción final de su identidad, su incapacidad de comunicarse con el exterior, su soledad, en una figura metaficcional que envuelve la idea de la continua desaparición de los desposeídos en un mundo en que no encuentran arraigo.

En relación a la dispersión temporal de la novela es necesario hacer aquí un alto para dar cuenta del motivo metaficcional que articula la totalidad de la novela, a modo de propuesta autoreflexiva que compromete los motivos más importantes que en ella se narran: la pugna de poder entre el mundo claro y oscuro, la pérdida del referente de la realidad en lo narrado, y la carnavalización quela ficcionaliza en el modo del enmascaramiento: nos referimos a la leyenda del Poncho.

El mito de la Conseja Maulina de la niña bruja y su nana plantea un hecho ambiguo que servirá al Mudito para edificar su propia realidad confesional desde el punto de vista de las sustituciones, de manera tal que aquel funcione como metáfora del sometimiento de la clase baja reactualizado a través de la historia, produciendo un juego de correspondencias que atribuyen la culpa y el enmascaramiento de lo real a la clase burguesa. Desde el engendramiento de este relato se produce la complejización de lo enunciado, pues lo real y lo ficticio, las categorías de lo soñado y lo efectivo se vuelven indeterminadas, y discurren durante toda la obra sin encontrar un lugar fijo desde el cual una verdad unívoca ilumine el mundo representado; lo que sí sabemos es que esencialmente plantea la disparidad entre dos clases, y la carnavalización eterna de la verdad reactualizada en el tiempo:

Sólo lo esencial siempre permanece fijo: el amplio poncho paternal cubre una puerta y bajo su discreción escamotea al personaje noble, retirándolo del centro del relato para desviar la atención de la peonada hacia la vieja. Ésta, un personaje sin importancia, igual a todas las viejas, un poco bruja, un poco alcahueta, un poco comadrona, un poco llorona, un poco meica, sirviente que carece de sicología individual y de rasgos propios, sustituye a la señorita en el papel protagónico, expiando ella sola la culpa tremenda de estar en contacto con poderes prohibidos. (Donoso: 1997; 54).

La primera sustitución del mito opera en la narración de un episodio de la campaña política de Jerónimo Azcoitía, destinada a convertirlo en Senador de la República, para la cual Humberto ocupa un papel central en las tareas propagandísticas. La situación esboza el ataque realizado por un grupo adversario a los partidarios de Jerónimo quienes huyen por el interior de la Iglesia y suben al techo. Ahí, con la escasa luz que favorece la distorsión en la percepción de las figuras, Humberto se acerca al techo y desafía a los adversarios, asumiendo una manera de hablar que es propia de su patrón, lo cual redunda en un disparo que lo hiere. En esa situación se revela el complejo de Peñaloza quien encuentra ocasión para detentar precariamente el poder a través de la apropiación de una identidad ajena, sólo a través de la adquisición de una máscara:

Sí, Madre Benita, por qué no confesarle la verdad a usted, en ese momento mi ansia de ser don Jerónimo y poseer una voz que no fuera absurda al gritar rotos de mierda fue tan desgarradora que gustoso lo hubiera lanzado para que entre todos lo descuartizáramos, apropiándonos de sus vísceras, cebándonos en sus gemidos, en su ruina, en el fin de su dicha, en su sangre. (Donoso; 1997; 203).

En la transferencia de la herida desde Humberto a Jerónimo , desde el sirviente al patrón, este último quien adquiere proporciones heroicas al ingresar en la plaza señalando un discurso restaurador del orden, se vislumbra la lógica de la institucionalización del poder fundada en un proceso de encubrimiento de la verdad. La hegemonización del discurso dominante y la imposición de los valores culturales atingentes a la clase alta se presenta aquí como la base del sometimiento de la clase inferior, pues se establece la condición del poder a partir del acallamiento de la otra clase:

La crónica no registra mi grito porque mi voz no se oye. Mis palabras no entraron en la historia. Pero alguien me señaló. Mis ojos vieron a Don Jerónimo de Azcoitía sobre el tejado. Sonó el disparo. Mil testigos me vieron encogerme con el dolor de la bala que me rozó el brazo justo aquí Madre Benita, en el lugar donde años antes me había rozado el guante perfecto de Don Jerónimo. (…)

La historia recogió ese momento como el momento culminante del poder de una oligarquía que, a partir de entonces, comenzó a declinar. Pero el público que lee la historia, contrario o favorable al Partido Tradicional, no puede dejar de conceder su admiración al arrojo que don Jerónimo de Azcoitía demostró ese atardecer en la plaza del pueblo. El público sigue sin saber que es a Humberto Peñaloza a quien están admirando, a esa figura heroica y sangrienta que los insultó, recortada sobre lo que iba quedando de crepúsculo. ( Donoso: 1997; 215).

La lógica de las relaciones de poder como fundamento de esta novela encuentra otro pilar de sentido en las relaciones que se establecen entre sus personajes, presentados en la generalidad de la obra de Donoso, como representaciones emblemáticas de roles fundados en la estratificación social que gobierna el mundo narrado. Así, en El obsceno pájaro de la noche Inés y Jerónimo representan una pareja paradigmática del mundo visible, de lo luminoso, del orden y la pulcritud, a la cual se contraponen la Peta Ponce y Humberto, seres deformes, monstruosos que dentro de la narración, generalmente se encuentran en espacios cerrados para no ser vistos en su carácter esperpéntico. Ellos actúan como reverso oculto de un mundo institucionalizado en las formas de la clase burguesa, pero se sugiere acá que son los que sostienen el orden desde la oscuridad:

Y te cuento de esa gente rica que vive en esa casa amarilla, toda la plata y todo el poder que tienen me lo deben a mí así es que no sería robo, Iris, yo soy pobre y enclenque porque ellos me lo robaron todo, no me han pagado nada de lo que me deberían pagar porque no existirían si no existiera yo, yo les puse todo en las manos, yo les conferí belleza, poder y orgullo, sin mí se esfumarían, entiendes, su plata, y sus joyas y todo lo que tienen me pertenece (Donoso: 1997; 357).

La interdependencia de clases está presente en varios episodios de la novela que metaforizan la configuración de la estructura estamentaria. Ya hemos visto cómo en el episodio del disparo hay una transferencia de roles que se sintetizan en “el robo de la herida”, que establece la idea de funciones visibles y otra oculta que actúan equilibradamente como sostenedoras del orden. Así también ocurre en el acto sexual proclive a producir el engendramiento de Boy, donde La Peta Ponce y Humberto realizan el acto al mismo tiempo que Inés y Jerónimo para compensar la impotencia del patrón:

La Peta y yo quedamos excluidos del placer. Ella y yo, la pareja sombría, concebimos el hijo que la pareja luminosa era incapaz de concebir. (..) Cuando Inés cayó en los brazos cansados de Jerónimo , fueron revitalizados por nosotros, porque en la oscuridad del cuarto de la pareja grotesca nuestras miradas doloridas buscaron, y vieron, los rostros de ellos dos en nuestros rostros deformados por la nostalgia, cumpliendo desde las sábanas sucias nuestra misión. (Donoso:1997; 234).

En todos estos episodios la indeterminación funciona al nivel de los personajes, de sus funciones, de la identidad misma, y son instancias en las que la estructura social se revela en su carácter dual, donde patrón y sirviente se necesitan mutuamente para existir como tales, lo cual queda de manifiesto en el hecho de que Jerónimo frecuenta prostíbulos, pero sólo le es posible penetrar a las mujeres ante la mirada acechante de Humberto, de quien se dice, le otorga la potencia a través del poder que inflige su envidia:

.. y me tenía ahí , mirándolo gozar con cualquier puta, diciéndome mira qué macho soy, apuesto que tú no podrías hacerla gozar como la hago gozar yo con mi potencia descomunal y la fuerza de mis brazos y la pericia de mis piernas y mis manos y mi lengua, mírala Humberto, mírala, oye cómo chilla, te das cuenta de que eres un pobre tipo porque no puedes despertar el ardor que yo sé despertar, el dolor te azota y te hiere, deja que la nostalgia quiebre todo lo que permanecía en pie en ti, siente tristeza porque eres incapaz de lo que yo soy capaz. (Donoso: 1997; 107).

Desde el punto de vista de la indeterminación de las identidades la novela plantea la estratificación social, signada acá como medallones, como una realidad accesoria que se reafirma en el robo de algo al otro; ahí se revela la realidad última de la estructura de poder. Tanto Jerónimo como Humberto no son entidades que se poseen a sí mismos, sino que son máscaras relativas que han sido adquiridas en la relación con el otro. Lo que subyace a esto es la igualdad descarnada del ser humano en su condición cruel y denigrante, reflexión que parece ser la síntesis de la experiencia vital del Mudito por oposición a la lejanía de clases establecida a modo de obsesión en su mente por el padre:

Mucho después, cuando él ya no existía si es que alguna vez existió y todo esto no es invención mía, pude comprobar que sus obsesiones eran pura fábula, porque la gente que era alguien, la gente con rostro, era casi igual a nosotros: también ellos solían comer cebolla, la sillas en que se sentaban eran muy poco menos feas que las nuestras, el refinamiento que lo deslumbraba no existía más que en un puñado de familias algo viajadas. (Donoso: 1997; 112).

Si Humberto Peñaloza ha contemplado la esencia de las cosas; esto es el carácter accidental del posicionamiento social, la igualdad verificable en la obscenidad de la conducta humana no obstante las apariencias morales de la clase burguesa, y en definitiva la nulidad de la identidad del sujeto, es entonces cuando comprendemos su enajenación, su continuo anularse en la cerrazón de su conciencia delirante que secretamente reclama el no haber obtenido otro posicionamiento en la estructura dual del poder, donde él se reconoce como aquel que ha sido despojado de algo propio, de su nombre, de su herida, de sus genitales etc. Pues tal como señala Leonidas Morales, Ni Humberto ni Jerónimo han nacido para ser sirviente el uno y patrón el otro. Ningún derecho, ni divino ni humano, les impone a priori, como sujetos, una u otra de esas identidades. Pero sí estaban predeterminados a definirse como sujetos en la interacción con el otro dentro de tales o cuales estructuras de poder. El hecho de que sus existencias transcurran en el interior de una particular estructura de poder, marcada por una rigidez de origen colonial, constituye en el fondo, no una fatalidad, no una necesidad inevitable, sino una mera circunstancia, un acontecimiento al final fortuito. (Morales: 2003)

Es en este punto donde la máscara como elemento representacional adquiere realce en El obsceno pájaro de la noche, porque el Mudito intuye que su posición dentro del orden establecido es arbitraria, y reconoce en la rigidez de la estructura social la imposibilidad de que existan otros medallones más allá de los del patronazgo y el de la servidumbre. Así, desde la conciencia de su alienación en una máscara que da cuenta de la inesencialidad de la persona, es que Humberto Peñaloza decide anularse paulatinamente hasta convertirse en el imbunche que finalmente es, porque sabe que dentro del orden eterno no podrá acceder a otro disfraz:

Hay tan pocas máscaras, por eso me da pena que hayan destruido la cabezota del Gigante. Yo no entiendo, Madre Benita, cómo usted puede seguir creyendo en un Dios mezquino que fabricó tan pocas máscaras, somos tantos los que nos quedamos recogiendo de aquí y de allá cualquier desperdicio con que disfrazarnos para tener la sensación de que somos alguien, ser alguien, gente conocida, reproducción fotográfica en el diario y nombre debajo. (Donoso: 1997; 165)

Si el discurso del Mudito se caracteriza por su proliferación, por el descentramiento del relato, por la indeterminación de lo real y lo ficticio, de lo recordado y lo soñado, es precisamente porque Humberto Peñaloza es, dentro del universo narrado, el único personaje que ha intuido la pérdida del referente de la realidad, la carnavalización, el enmascaramiento de la verdad en el gesto repetido del poncho encubridor ya sea en el episodio del robo de la herida como en el del encierro de Boy en la Rinconada, donde Jerónimo repite la historia de la conseja maulina, retirando a su noble hijo deforme del centro y recubriéndolo de un mundo que se le parezca. Así, el mito de la conseja maulina es una propuesta metaficcional que se vuelve a iluminar en la Rinconada donde el mundo creado por Jerónimo es una puesta en abismo de la obra entera, la cual se caracteriza por la división polarizada de la realidad en categorías dicotómicas: lo bello, y lo deforme, lo ordenado, lo caótico, lo real y lo ficticio, en un cosmos que se asume del todo carnavalizado

Si bien la figura de la máscara en la novela de Donoso ha sido continuamente analizado en relación a la definición que de ella realiza Bajtín en su libro La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, nosparece conveniente establecer ciertas diferencias que los sitúen a ambos escritores en los propios contextos abordados desde los cuales dicho símbolo encuentra productividad como tal. Para Bajtín la máscara es indisociable del carnaval, un espectáculo simbólico propio de la Edad Media en el que reina lo anormal, a partir de la proliferación de confusiones, transgresiones, ambivalencias, y un juego de continuidades en que se pone en jaque las distancias sociales fuertemente polarizadas en la sociedad feudal. La interacción de diferentes estratos de la vida cotidiana, produce la liberación de las instituciones arraigadas, lo cual redunda en la experimentación de un tiempo distinto del habitual, donde las imágenes entran en contacto con las partes inferiores del cuerpo, pues se resalta la sexualidad, los aspectos orgánicos y reproductivos del cuerpo humano en un espectáculo que tiene por fin la irrisión, la alegría que genera el parodiar apoteósicamente el orden establecido. Desde esta cosmovisión el elemento de la máscara, señala Bajtín, expresa la alegría de las sucesiones, de las reencarnaciones, y una negación de la identidad del uno consigo mismo. Bajo esta concepción la máscara reviste tintes positivos en el sentido de que sitúa al individuo en el cenit de su libertad original, sacrificada en el encasillaiento de las jerarquizaciones sociales, es, de este modo, un elemento que encubre pero al cual subyace una visión totalitaria del ser como entidad.

Como contraparte, la máscara en Donoso pone de manifiesto la crisis del sujeto en la sociedad postmoderna, y en su acto encubridor, connota la inesencialidad del mismo, su incapacidad de constituirse en el acto de sociabilización, en el cual, por el contrario, va desapareciendo permanentemente de un modo regresivo, que manifiesta el proceso que va desde un potencial ser a la nada absoluta dentro del contexto contemporáneo de la pérdida de sentido, y es desde aquí que el Mudito puede decir en el fin de su experiencia vital : soy este paquete.

 

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Bibliografía

- Bajtin, Mijail: La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, Buenos Aires, 1994.
- Donoso, José: El Obsceno Pájaro de la Noche, Santiago, Editorial Alfaguara, 1997.
- Morales, Leonidas: Novela Chilena: cap I, La Mirada del testigo en José Donoso, 2003.
- Barrientos, Mónica: El discurso confesional en el obsceno pájaro de la NocheEspéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense, Madrid, 2007.


 

 

 

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