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De paseo con José Donoso
El infierno sin límites
Por Eduardo Bravo
Publicado en Medio Rural. N° 10. Año 5. Maule, Chile 2017
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Los ladridos de los perros dibujan las distancias del campo en la noche, acá el tiempo se mide en aullidos. A veinte minutos de El Lugar Sin Límites, la fetidez del carburo se siente.
El paso afuerino atraviesa la plaza de Pelarco seguido de cerca por ausencias y más ladridos. El templo sigue cerrado y no hay sonido audible desde el bar La Higuera o del gimnasio al aire libre, de plástico, donde nadie ejercita. El pueblo literario es de Alejandro Cruz y sus cuatro perros negros; se adivina en el aire, hace frío.
Con El lugar sin límites José Donoso ayuda a cuestionar la memoria sucia, o su propia memoria, y lo hace desde el paraíso agrícola y la sequía, pero sobre todo desde la oscuridad. ¿Por qué Donoso escribió El lugar sin límites pensando en Pelarco, en Talca, en San Clemente? ¿Por qué hablaba del farwest católico y latinoamericano? Era para referirse a la aridez, la violencia y la pacatería.
En Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, Donoso describe a Talca como una ciudad fea y polvorienta —especialmente en verano— con sus tías beatas, con su parsimonia y olor a orines. ¿Por qué esa misma ciudad lo venera hoy con un premio Iberoamericano y al mismo tiempo deja en ruinas la casa donde se crio cuando niño?
Sabemos que en lugar de la casona de 1 Oriente, donde pasó parte de su infancia, se levantó una torre postmodernista.
Talca, septiembre de 1996. José Donoso estuvo acá a pocos días de su muerte. El Premio Nacional de Literatura fue amable y cálido, en voz baja preguntó por su primo Juan Emar. Pensé que era una broma. No, José Donoso estaba hablando con fantasmas como Emar.
"En este país no es gratuito ser talquino, dijo, esto implica un orgullo, un verdadero o falso orgullo, orgullo sin embargo, cuando no cierta vanidad bien o mal formulada (...)". La frase es un hit y forma parte de su discurso de agradecimiento a la Universidad de Talca por la medalla Abate Molina concedida ese año.
EL INFIERNO
La hipótesis es que el infierno queda muy cerca del Maule, aunque es un infierno literario, ubicuo y en constante desplazamiento y profundidad. Es como el demonio —al igual que Dios— que está en todas partes y en ninguna a la vez. Rescato de un computador viejo un texto del académico Roberto Cabrera: "La clave principal para entender el decadentismo del Lugar Sin Límites se encuentra en el epígrafe, extractado del "Doctor Fausto", de Marlowe, novela sobre el infierno. Así, el espacio de El Lugar Sin Límites es el infierno, pero esto va más allá de lo físico; lo físico mismo está en función de lo psíquico: el pueblo es una estación, es decir, no tiene un punto fijo, aquí hay desplazamiento. El Olivo puede estar en cualquier parte: Talca, Iquique, Magallanes, no importa; lo cierto es que ese infierno está —principalmente— en los personajes, en el laberinto interno de cada uno de ellos".
LOS SÍMBOLOS
Hay otros libros de Donoso que hablan del huacho, de los perdedores, de esa sensibilidad que aparece en un prostíbulo, posiblemente de Pelarco y en el símbolo de la casona en ruinas frente a la plaza de Talca, destruida por un buldócer a media noche, años antes del terremoto de 2010, como presagiando esa movilidad. La casona se habría caído igual, la tierra moviéndose no la habría perdonado. La película que hizo Arturo Ripstein basada en el libro El Lugar sin Límites tiene poco y nada de Pelarco, nada realmente, pero se viste con esa turbiedad de la que Donoso sabía muy bien. Este filme ocupa el lugar 9 dentro de los 100 mejores del cine mexicano, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine azteca, publicada en 1994.
Los "Donoso" no tienen nada que ver con México, son hombres de todos los pelos y categorías, linajudos con AudiQ7 a la puerta, ganapanes, señoritos, todos tejen la metáfora de El Lugar sin límites, con o sin manta de castilla. Todos como señores feudales y a la vez peones. Como en los claroscuros de la película Ocaso de Theo Court, el inquilino no es sino los recuerdos de su patrón con un sufrimiento que es real, cuando el del patrón es literario. Es el misterio fundacional que siempre habrá de persistir en las tierras del gran Pepe, o de don Alejo Cruz, el patrón de El Olivo, sobre un caballo mojado por el invierno maulino con una manta de castilla y un revólver, enfrentado a un huaso nazi, artero, escondiendo el cuchillo en cada palabra, torvo, con el ladrido y la sangre de los cuatro perros negros.
LA HIJA
La hija del escritor, Pilar Donoso, recopiló los 64 diarios de su padre (su última anotación es de 1994). Ahí apareció su lado más oscuro, su Lugar sin Límites, con ciertas aristas de su personalidad, hasta ese momento, desconocidas.
"Verano 2006. Sentada en el bow-window de la casa en Cachagua de mi suegra, descansan sobre mis rodillas seis de los 64 tomos de los diarios de mi padre. Tengo miedo... los observo, tomo su peso, los hojeo a la rápida y reconozco la letra, casi de hormiga. Intuyo lo que pueden contener, la posibilidad de encontrar las divagaciones, revelaciones de una mente creadora que explora las angustias profundas del alma: en esas páginas a las que debo enfrentarme hay un mundo paralelo, oscuro, oculto, cercano al de la muerte", dice en "Correr el tupido velo".
FUNDO CERCANO
El Lugar sin límites ocurre en un tiempo que puede ser ubicado a mediados de los sesenta, cuando comienza a gestarse la caída del negocio ferrocarrilero y la llegada de inversiones en carreteras. "Junto a ello, es posible ver las olas migratorias del campo a la ciudad y el estado de abandono creciente de la ruralidad", escribe el profesor Cabrera. La vida del pueblo depende en gran medida de las acciones que haga o deje de hacer don Alejandro Cruz, don Alejo y sus perros, el dueño del fundo y de la vida.
"La Manuela suspiró. Tanta plata. Y tanto poder. Y tan bueno don Alejo. ¿Qué sería de la gente de la Estación sin él? Andaban diciendo por ahí que ahora sí que era cierto que el caballero iba a conseguir que pusieran luz eléctrica en el pueblo. Tan alegre y nada de fijado, siendo senador y todo." Don Alejo logró la instalación de la luz, efectivamente.
Pero también Cruz es él y son sus perros: la presencia vigilante en los cuatro puntos cardinales; las cuatros estaciones del año son perros negros: Sultán, Otelo, Moro, Negus, dan miedo con sus dientes y sus ojos que saltan en la noche, como cuando despedazan la piltrafa sanguinolenta que vuela hacia ellos. Y los perros danzan tras ella y después los cuatro juntos caen hechos un nudo al suelo, "disputándose el trozo de carne caliente aún, casi viva. Lo desgarran, revoleándolo por la tierra y ladrándole, babosos los hocicos colorados y los paladares granujientos, los ojos amarillos fulgurando en sus rostros estrechos. Los hombres se apegaron a los muros.
Devorada la charcha los perros volvieron a danzar alrededor de don Alejo, no de don Céspedes que fue quien los alimentó, como si supieran que el caballero de manta es el dueño de la carne que comen y de las viñas que guardan. Él los acaricia —sus cuatro perros negros como la sombra de los lobos tienen los colmillos sanguinarios, las pesadas patas feroces de la raza más pura" (El Lugar sin Límites).
"Donoso se pasó buena parte de su vida hurgando en el tercer patio de nuestra identidad, obsesionado con viejas desdentadas que por la mañana desaguaban la bacinica en la acequia, bajo el palto", dice el escritor Óscar Bustamante.
Fausto agrega a sus palabras en el epígrafe de esta novela universal:
"Primero te interrogaré acerca del infierno.
Dime, ¿dónde queda el lugar que los hombres llaman infierno?
Mefistófeles: Debajo del cielo.
Fausto: Sí, pero ¿en qué lugar?
Mefistófeles: En las entrañas de estos elementos.
donde somos torturados y permaneceremos siempre.
El infierno no tiene límites, ni queda circunscrito a un solo
lugar,
porque el infierno es aquí donde estamos
y aquí donde es el infierno tenemos que permanecer..."