El escritor José Donoso pasó la niñez en una de esas casonas que ya no están. en la calle Ejército. Vivía con sus padres y dos tías-bisabuelas "completamente chifladas" que habían decidido pasar sus últimos años en la cama. "Todos los días las llevaban, encamadas, al oratorio de la casa". En esas idas y venidas, las dos señoras se cruzaban en los corredores, pero no se saludaban. "Estaban peleadas para siempre". La chifladura cundía en la familia: había un primo, el Cucho, "loco de remate", que iba a visitarlos los domingos y se entretenía encerrando a los gatos en el cajón de una cómoda. "Los gatos chillaban de una manera atroz mientras el Cucho lanzaba gritos de alegría". El Cucho era un peligro serio. "Le teníamos pavor". No lo dejaban entrar a la biblioteca. "Le gustaba hacer picadillo con los libros".
A los 17 años lo echaron por cuarta vez de un colegio. "Ya no me aceptaban en ninguna parte". El papá le consiguió trabajo, pero también lo echaron porque en vez de trabajar se dedicó a pintar monos en el libro del contador.
A los 20 mandó todo al diablo y se fue de la casa: a Magallanes. Quería hacer cosas de hombre grande, de hombre curtido. De cierta manera lo hizo: se convirtió en ovejero y hasta destripó a una oveja. Pero los hombres de allá lo miraban raro: "el rucio con anteojos", le decían.
Dejó la aventura magallánica y se fue a Argentina, "caminando". Llegó a Buenos Aires más muerto que vivo "y menos mal que me vino
neumonía y mi papá me fue a buscar".
De vuelta al redil dio el bachillerato y entró a la Universidad de Chile a estudiar inglés y filosofía. Después viajó a Estados Unidos, a la Universidad de Princeton, donde estudió literatura inglesa. Volvió a Chile, y en el año 1955 publicó su primer libro, "Veraneo y otros cuentos" (Premio Municipal); después vino "Coronación", que lo lanzó a la fama; "El lugar sin límites", "El obsceno pájaro de la noche", "Casa de campo". "El jardín de al lado", entre muchos otros.
El golpe de estado del 73 lo pilló en Polonia. "Estaba a punto de volver a Chile, me habían dado la beca Guggenheim para escribir en Chile una obra de teatro sobre la vida de Rugendas y una novela acerca de como era poner una obra de teatro como ésa en el régimen de Allende... Ese era el proyecto. Cuando vino golpe devolví la beca; no quise venir a Chile en esas condiciones, pero me dijeron que podía escribir lo que quisiera y donde quisiera".
Vivió en España hasta el año 1980. En noviembre de ese año volvió a Chile.
—¿Cómo vio a su país entonces?
—Me encontré con un país floreciente, en pleno "boom"; todo el mundo millonario, toda la gente rubia, todas las mujeres miss Chile, todas iguales a la Raquel Argandoña; había una locura de prosperidad, de riqueza; ya no éramos el pequeño país modesto y legalista que tenía un cierto orgullo de civilidad; Chile se había convertido en un tremendo país capaz de comprar y vender cualquier cosa.
—¿Y usted se creyó el cuento?
—Se veía que todo eso era mentira, pero a uno no le gustaba creer que no era cierto; entonces, claro, me metí a comprar una casa demasiado grande con la poca plata que traje de Europa, y todas esas estupideces que uno hace.
—Y ahora, ¿cómo ve la situación del país?
—Siento un miedo general; a mí, personalmente, lo que más me da miedo es no saber lo que pasa; me da miedo la censura. Los diarios que antes publicaban noticias, opiniones, y que uno leía, fueran del lado que fueran, para saber lo que sucedía en el país, están agonizando, se están entregando o ya se han entregado al gobierno; ya no critican, no juzgan, no opinan y no informan; lo único que pueden hacer es asentir y obedecer; por eso en Chile nadie lee los diarios y quienes los leen no creen lo que dicen. Los periódicos son todos idénticos. Se han nivelado. Sus tirajes han bajado de una manera espectacular y en lugar de noticias traen una espantosa mescolanza de crímenes, descuartizamientos, asesinatos. Fíjese que hace un tiempo atrás fui a Buenos Aires. Leer un diario chileno en Buenos Aires es algo realmente impresionante. Uno cree que este país es un país de locos, porque en lugar de mostrar nuestro verdadero rostro, preocupado, aproblemado y desolado, la prensa chilena muestra horribles accidentes donde mueren no sé cuántas personas, muchachas descuartizadas, incendios... Eso si que se puede mostrar, pero no los verdaderos horrores que Chile está sufriendo. Y lo que no es eso, son informes oficiales del gobierno diciendo que decrece el desempleo, que baja la tasa de interés, que aumentan las exportaciones y que este año habrá una ganancia del gobierno de tantos cientos de millones de dólares: vale decir, jauja, jauja con la tremenda máscara de monstruosidad de la represión, la censura, los descuartizamientos.
—¿Usted ve la televisión?
—¿Para qué? Eso es lo mismo que no ver nada... Yo creo que este País está enfermo, enfermo de verdad.
—Las autoridades de gobierno no están de acuerdo con usted. Dicen que el país está sano que es un remanso de país.
—¡Claro! Está sano, muy sano; aquí hay Festival de la Canción de Viña y el tema es cantar a la familia, celebrar la moralidad de la familia. Los jóvenes chilenos cantarán al unísono con sus padres y sus hermanos. Eso es lo que dice la prensa chilena. Quizás sea verdad y estemos entrando a una época de gran moralidad.
—¿Cómo ve usted la situación de la cultura en Chile?
—Los dictadores saben que la cultura es peligrosa y tienen razón: la cultura es peligrosa porque hace conciencia.
—¿Usted cree, como mucha gente, que
hay una regresión cultural fuerte?
—Yo no sé si haya una regresión cultural propiamente tal; sin embargo, hay fenómenos que son monstruosos. Por ejemplo, lo que sucede con el libro. El hecho de que los libros paguen IVA es una de las cosas más siniestras. El libro no tiene lugar en nuestra cultura. Por otra parte, la literatura chilena no se recoge. ¿Qué libro de Joaquín Edwards Bello hay en las librerías? Ninguno. ¿Qué hay de Augusto D'Halmar? Nada. No hay difusión de nuestra propia cultura.
—¿Y usted por qué no edita sus libros en Chile?
—Porque aquí me harían una edición de tres mil ejemplares. Chile no exporta libros. Chile exporta armas. Pese a todo, yo veo que hay un florecimiento de la poesía, por ejemplo; de la novela femenina, también. Pero se pasman porque no tienen espacio. El problema de Chile, a todo nivel, es un problema de espacios; espacio para disentir, para escribir, para hacer cultura. Este gobierno eliminó los espacios.
—¿Cómo cree usted que es Pinochet?
—Bueno, así como sale en la televisión, supongo...
—¿Cómo lo ve usted, ahí en la televisión?
—Como una persona con una fuerza primitiva, pero no la fuerza del buey sino la del zorro. Un tipo que es pura antena, equivocado o no, pura antena, y con miedo también. Todos los chilenos, incluso Pinochet, estamos viviendo bajo el miedo, el temor de no saber lo que está pasando... Yo no me atrevo a salir a la calle sin documentos, cosa que hago en Paris, en Estados Unidos. Aquí no se puede.
—¿Qué cree usted que va a pasar después de Pinochet?
—Bueno, yo supongo que se irá a morir. También es viejo. Se morirá, me imagino, algún día. ¿Cuántos años tiene?
—Como setenta.
—Ah, bueno. Espero que después venga la democracia, pero vamos a ver si Estados Unidos nos deja.
—¿Se acuerda cómo era Chile cuando vivía en democracia?
—Claro que sí. Recuerdo, por ejemplo, las elecciones de Eduardo Frei. Mi mujer, que es más política que yo, hizo una apuesta con el bencinero, el hombre que trabajaba en la bomba de bencina. En esos momentos, la única conversación posible era la conversación política. El que trabajaba en la bomba era pro Allende y mi mujer pro Frei. Hicieron una apuesta. María Pilar tenía una colita de zorro colgada en la antena del auto. La apuesta consistió en lo siguiente: si ganaba Frei, el bencinero tenía que atender al público con la cola de zorro puesta en la cola del bencinero. Si ganaba Allende. María Pilar tenía que ponerse la cola de zorro en la cola. Quedaron en eso. Se hicieron las elecciones y ganó Frei. El bencinero se puso la cola. María Pilar lo pasó a ver. Se dieron un abrazo. El bencinero le dijo: aquí somos todos chilenos. Ganó su partido, pero ahora tenemos que trabajar todos juntos. Así era Chile. Un país con espacios para disentir, para convivir con personas que pensaban de manera distinta. Además, los chilenos nos sentíamos motivados por nuestro país. Había una tradición muy arraigada de servicio; había un real sentimiento de servicio. El hombre de la clase media buscaba la manera de subsistir, pero no existía ese individualismo
que hay ahora: el país siempre estaba presente porque el chileno sentía que el país le pertenecía. Existieron hombres como don Benjamín Vicuña Mackenna, que financió con plata de su bolsillo la remoción del cerro Santa Lucía. ¿Quién haría algo así hoy? Nadie, porque lo que reina ahora es el miedo, el caos, la confusión, y eso de no saber qué somos, dónde estamos y para dónde vamos.
—¿Por qué cree usted que se ha llegado a esta situación?
—Porque se terminó con la esencia misma de la democracia: el espacio para no estar de acuerdo. Se terminó con el Congreso Nacional, entre otras tantas cosas.
—¿Qué piensa del papel que han jugado los políticos durante estos años?
—Yo creo que los políticos han estado intentando sobrevivir en un régimen que se ha especializado en desprestigiar a la política y a los políticos. Una de la cosas que este régimen ha deshecho completamente es la organización política que había en Chile. Yo veo que ahora los políticos están intentando rearmar el estilo democrático que existió en Chile por más de cien años. Hay que ver esta mesa de acuerdos que se ha formado.
—¿Qué opina usted de ese acuerdo nacional para alcanzar la democracia?
—Yo estoy plenamente de acuerdo con ese documento y con la mesa que se ha formado; además, pienso que es importante, porque cuando la gente que disiente se sienta en la misma mesa, empieza a tener poder.
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José Donoso: "Pinochet es pura antena".
Por Elizabeth Subercaseaux.
Publicado en APSI, N°162, octubre de 1985