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José Donoso y sus obsesiones

Publicado en ERCILLA, N°1715, 1 al 7 de mayo de 1968


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José Donoso ("Coronación", "Este domingo", nació en 1925) es una figura discutida en la literatura chilena. Los críticos nacionales no se ponen de acuerdo en torno al valor de su obra. Sin embargo, la crítica norteamericana —y sus colegas escritores, García Márquez, Vargas Llosa, Rodríguez Monegal— lo considera figura destacada en la eclosión narrativa de hoy.

Donoso estudió en el "Grange" de Santiago y en el Instituto Pedagógico. También trabajó una temporada como ovejero magallánico, y viajó a dedo por México a Centroamérica.

En una etapa más sedentaria de su vida estudió en la U. de Princeton, de EE. UU., donde se graduó. Próxima etapa: profesor de la Escuela de Periodismo de la "U" y redactor de ERCILLA. Con su esposa, María Pilar, vivía en una casa de Los Dominicos. Por dentro era cómoda y acogedora; desde el exterior, lucía inhóspita, sin ventana alguna hacia la carretera.

Abandonó ese hogar (incluyendo a "Yorich" y "Chirusa", sus ovejeros alemanes) para trabajar en el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa, y actualmente está recluido en Pollensa, Mallorca, trabajando en una nueva novela. Allá recibió el cuestionario elaborado por el equipo de ERCILLA, cuyas preguntas y respuestas figuran a continuación:


¿Qué está escribiendo?
—Estoy escribiendo una novela muy larga —para mis standards— y que me resulta muy difícil, en que estoy trabajando desde 1961. En un tiempo se llamaba "El Obsceno Pájaro de la Noche", pero en siete años ha crecido mucho, se ha complicado mucho, y ha dejado atrás el título. He trazado cientos de esquemas, he incluido y excluido cientos de personajes y situaciones que luego he cambiado, me he deprimido de muerte, he pensado que no vale la pena seguir escribiendo, interrumpí mi trabajo para escribir otras dos novelas, después, para enseñar en USA, y ahora me he venido a Mallorca, donde vivo aislado en la punta de un cerro, trabajando en mi novela todo el tiempo. Es la novela de más aliento que he intentado hasta aquí. Es, en muchos sentidos, la novela por la cual yo me voy a medir a mí mismo, aunque no sé si los demás me van a medir por ella.

¿Sobre qué tema?
—Esto es muy complicado: en este caso, el tema se ha transformado tantas veces, permaneciendo el mismo; me ha evadido y me ha engañado y ha aparecido como otro, que ya no sé lo que es. Hay muchas viejas y muchas sirvientas y muchos curas. Hay un hombre que se destruye a sí mismo, voluntariamente. Hay, también, la fantasía de este hombre y el personaje que crea para que le dé fuerzas a su existencia miserable. Hay un personaje que es una máscara de cartón piedra. Hay muchas cosas. Hay perros importantes, y gatos importantes: los temas que toco son muchos, ninguno "importante" ni "heroico" ni con "significación social". Son temas, personajes, situaciones, cosas que me obsesionan y cosas en que se transforman las cosas que me obsesionan.

¿Qué significa en el conjunto de su obra?
—Es mi novela de mayor aliento. Creo que, en muchos sentidos, es la síntesis de una "época" mía, que significará, probablemente, dejarla atrás. Después de esta novela es posible, por ejemplo, que ya no necesite más escribir sobre sirvientes; creo que en cuanto a mí, las habré agotado como obsesión; habré adquirido una libertad frente a ellas, por lo tanto no tendré que escribir sobre ellas (creo que la diferencia entre un escritor serio y uno que no lo es, es simplemente que el serio escribe sobre lo que tiene que escribir, sin libertad; mientras que el no serio escoge libremente su tratamiento y su tema). Les pasará esto a muchos temas míos en esta novela. Creo que después de esta novela escribiré cosas muy distintas. Es lo único de que estoy seguro frente a esta novela.

¿Es un parto difícil o fácil?
—Difícil. La más difícil de todo lo que he escrito. Me he demorado siete años, y no sé cuántos más me demoraré. No por eso va a ser mi mejor obra. Puede ser como puede no ser, ya que el esfuerzo nada tiene que ver con la calidad de la obra.

¿Cómo escribe?
—En forma sistemática, desde luego; ahora que tengo todo mi tiempo para escribir. Estoy terminando una primera versión completa de mi novela, que ha ido uniendo y recogiendo los pedazos dispersos que he ido escribiendo antes, ensamblándolos, aumentándolos o corrigiéndolos o desechándolos, y dándole un orden, una dirección, un fluir a esta cantidad de materiales dispersos. A fines de marzo o comienzos de abril tendré por fin completa una primera versión en bruto, de unas ochocientas a novecientas páginas. En esta fase, la primera versión, me sucede lo mismo que a Flannery O'Connor, que decía que escribía dos horas en la mañana y pasaba el resto del día convaleciendo. Yo escribo un poco más de dos horas, pero siempre en la mañana, y el resto del día siento la sensación de que estoy convaleciendo. Cuando tengo esta primera versión en bruto, el "footage", como diría un cineasta, entro en la fase más divertida y entretenida del hacer una novela, que es el equivalente a lo que el cineasta hace en el "cutting-room": es decir, reviso, corto, armo, reescribo, hago puentes, fijo las secuencias, hago más larga o más intensa esta parte, elimino ciertos personajes, creo otros, y ya, después de esta estancia en el "cutting-room", me queda lo que creo que llaman un "copion" en cine. En esta fase, la del "cutting-room", puedo trabajar todo el día y a veces toda la noche sin inmutarme. Es el trabajo más "cerebral", menos comprometido, más divertido, más esencialmente "artístico", por expresarlo así, del trabajo de la novela y a mí, por lo menos, es el que más me gusta y el que menos me cuesta. Después que sale del cutting-room, la novela está hecha. Quedan una o dos versiones más, en que se da uno la lata de sacarla a máquina dos o tres veces, mas ajustando el idioma, limando rincones, o creándolos. La primera versión, la que estoy haciendo ahora, es como un vómito general, desesperante, angustiante, una confesión con el papel, aunque uno esté escribiendo sobre una silla o sobre un viaje en micro; yo odio esta fase, y sufro mucho de dolores de úlcera (tuve un derrame que me tuvo a las puertas de la tumba, en Cuernavaca, 1965, al terminar la primera versión de ESTE DOMINGO) y me pongo bastante histérico y neurótico y odio a todo el mundo. Es como un escultor que, sobre el esquema de unos alambres torcidos según una idea o intención, apila greda y más greda, esbozando grosores y espesuras y movimientos, que a su vez modifican la intención primera del alambre y se modifican entre sí, a medida que se va poniendo más y más greda. Es muy aburrido, muy aterrorizante. El trabajo siguiente, del cutting-room, con la mente alerta, gobernando y definiendo el material, es el trabajo realmente lindo para mí como novelista. Espero tener este copion final, entero, después del cutting-room, cuando parta de Mallorca de regreso a USA, en diciembre de este año.

¿Con qué escribe?
—Escribo dos cosas paralelas: notas a mano, en un cuaderno que siempre me acompaña, que es como mi diario de novelista, donde voy haciendo planes, esquemas, estudios, notas, alteraciones, etc. (una universidad de USA me acaba de comprar 35 de estos cuadernos, que llevo desde 1950, por una suma de dinero que ha hecho posible que pueda pasar un año entero escribiendo). Siempre llevo estos cuadernos conmigo. Luego, la primera versión a máquina, directamente, ensayando, eso sí, a veces, pasajes en el cuaderno, donde, si me parece que lo que tengo que hacer es difícil, escribo una pauta que sigo con soltura, a medida que escribo en la máquina. Siempre parto de lo escrito en el cuaderno. Nunca termino el día al final de una página: siempre dejo una página a medias y una frase a medias en la máquina, de modo que me resulte fácil retomar al día siguiente. Me gusta el papel de tamaño carta, muy, muy grueso, muy pesado. A veces me cuesta conseguirlo, pero lo consigo.

¿Corrige mucho?
—Esto está contestado más arriba. Pero en general puedo decir que soy un corregidor maniático, y que nunca me parece que la página está realmente terminada, hasta que mi mujer me la quita, y la manda donde mi agente. Creo que es algo que les pasa absolutamente a todos los escritores. Otra maña: necesidad de silencio absoluto, de no hacer nada más que escribir, y de no oír ningún ruido de ninguna especie: me desesperan y me distraen.

¿Se siente habitualmente optimista?
—A veces sí, a veces no. Generalmente, en esta primera versión, me deprimo totalmente, y me cuesta muchísimo arrastrarme hasta la máquina, concentrarme, etc. Ni siquiera releo lo que he escrito en el día: sigo la pauta, simplemente, y preparo la pauta del día siguiente según lo que he hecho ese día. Pero éste es el período ingobernable, terrible, en que uno se deprime por comas más, comas menos, en que decide que, en realidad, mejor dejarse de tonteras y escribir best sellers (como si fuera lo más fácil del mundo) y abajo la literatura, sobre todo la novela, que está muerta, que el cine ha reemplazado, para qué sigo escribiendo esta porquería; pero uno sigue. Por inercia, supongo, por miedo al vacío, no sé, pero sigue, y yo ya estoy a punto de llegar al fin de esta fase depresiva y pesimista. Después, uno también puede seguir siendo pesimista y deprimiéndose, pero en general las otras fases de escribir una novela, para mí, por lo menos, están más gobernadas por la inteligencia y la voluntad, y es, por lo tanto, más fácil ejercer la facultad crítica; entonces, si uno se deprime, es porque el trabajo no ha sido bueno, y hay que hacer algo.

¿Le cuesta escribir?
—Pregunta redundante, después de todo lo anterior. Claro. Cualquier cosa, un ruido, una visita que no se esperaba y que llegó sin anunciarse, un libro escrito por un amigo que a uno lo puede llenar de admiración o de envidia, una novela que influye demasiado, cualquier cosa lo puede dejar a uno en una bancarrota creativa, y a veces resulta dificilísimo salir del caos en que a uno lo precipita lo más insignificante. Luego es tan difícil buscar los equilibrios. Para quién escribo, para qué público, cuánto me entrego a la moda y cuánto me rebelo de ella, hasta qué punto son buenas estas dos cosas, qué idioma usar, chileno puro, o idioma académico, o qué proporción de uno y otro para que salga una mezcla expresiva pero no "corriente" ni periodística, en fin, qué palabra usar, cuándo decir pollera y cuándo falda..., es a cada minuto que uno tiene que hacer decisiones y tomar actitudes, esto es muy difícil y cuesta mucho..., por lo menos a mí.

 

 

 

 

 




 

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