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José Donoso
Una revelación chilena [1]

Por Ángel Rama
Publicado en Acción, 11 de mayo de 1958.
En: La querella de realidad y realismo. Ensayos sobre literatura chilena
Editor Hugo Herrera Pardo. (Mímesis, 2018)



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Coronación es la primera novela de un escritor chileno de 32 años que sólo tenía en su haber una educación inglesa, dos viajes europeos, varios oficios y un tomo de cuentos laureado.[2]La novela ha sido propuesta como una interpretación sociológica de la sociedad chilena y quizás haya sido uno de los elementos que justificaron su pronto éxito en su país. Fuera de él, es otro juego de coordenadas el que utilizamos para medirla: ya no nos importa su veracidad interpretativa —como no nos importaría el tenían razón los güelfos o los gibelinos para medir la obra de Dante—; nos tiene sin cuidado su chilenismo —como nos tiene sin cuidado saber si eran bien ingleses los personajes italianos de Shakespeare—; en un ensayo previo y parcial del juicio definitivo, encaramos esta creación de Donoso como una suma artística, como un esquema significativo de lo humano también.

Los personajes y las situaciones de la novela se cumplen a la sombra de una nonagenaria patricia, Misia Elisita Grey de Abalos, quien se sobrevive en su enorme casa vacía y cuya particular y arbitraria locura consiste en una procaz obscenidad para interpretar a los seres que la rodean: sus dos viejas servidoras, —Rosario y Lourdes—, la joven Estela, un nieto cincuentón, timorato, reprimido y elegante, don Andrés Abalos. Mediante la provincianita, Estela, venida al mundo tentador de la gran ciudad se establece la vinculación entre los dos ambientes que oponen dos distintos modos de corrupción —por exceso y por carencia—: el de la oligarquía decadente en que está la familia Abalos y sus amigos enriquecidos, especialmente Dr. Carlos Gros, y el de una zona miserable de la población representada por René y Dora, por la barra de muchachos a que pertenece Mario, quien ha de enamorarse auténticamente de Estela. En el desmoronamiento definitivo, presentado sarcástica y aparatosamente bajo las especies de una coronación, sólo se salvan estos dos jóvenes personajes, la pareja de Mario y Estela —ya embarazada— de cuya nobleza simple y primaria podrá esperarse algo nuevo.

La obra tiene una primera virtud: la facilidad narrativa que muestra el autor; el andar suelto sobre un ritmo amplio que caracteriza su desarrollo; el apresamiento de la realidad ambiente mediante una malla muy amplia, porosa, como es habitual en la limpieza narrativa inglesa. Pero es al mismo tiempo una de esas obras que se le van haciendo al escritor mientras las redacta y desbordan los planteos originarios. Cosa mucho más visible, y que es origen de las sucesivas asperezas que se originan en su lectura, porque es una novela que no ha pasado por un proceso de corrección y estructuración posteriores. A pesar de la confesada admiración del autor por Stendhal, lo que aquí se necesitaba era esa armonización stendhaliana de las diversas de las diversas partes para obtener un equilibrio del que nace el funcionamiento vivo de la obra.

No me extrañaría que esta novela haya nacido de un relato mucho más breve que ha sufrido un proceso de crecimiento inarmónico: hay personajes cuyo trazado es ambiguo, como el caso de Andrés Abalos, que comienza sobre una tesitura y mediada la novela pasa a otra que puede integrarse con la primera, pero que es disonante por el salto inesperado; hay otros personajes como su amigo el médico a los que la novela les concede repentinamente un peso excesivo en el desarrollo, incorporando la historia innecesaria de su vida privada. Pero hay distracciones nimias que demuestran esta falta de reacondicionamiento de la materia narrativa: las relaciones entre Abalos y Gros se dan por clausuradas definitivamente en la página 179 y en la 205 se los enfrenta en una conversación: con ellas se pretende un enriquecimiento ideológico de la obra que desfigura a ambos personajes al dotarlos de una autoconciencia que hasta ahora les había faltado.

Donde Donoso es más sagaz es en el tratamiento de los personajes populares por lo mismo que los ve desde arriba; la tipificación costumbrista con que los viste se enriquece interiormente con un discreto análisis psicológico; es el caso de las mujeres, Dora, Lourdes, Rosario, Estela. Y también, en la zona burguesa, es el trazado de la nonagenaria sobre una gama constante que busca la intensidad y el efectismo, y lo consigue certeramente.

Pero lo que quizás en esta obra marque mejor la influencia de la moderna literatura inglesa, es la capacidad para ambientar. El personaje nunca queda solo sino que se establece, entre él y el mundo, un lazo sutil que los reúne. Es la pintura de la casa; la descripción del ceremonial de la fiesta; una larga escena aglutinada por una llovizna que es casi niebla; la visión melancólica del campo de juego abandonado y sus alrededores donde está la más cruel escena de amor (René y Dora); el caótico paisaje urbano de los barrios pobres de Valparaíso donde Mario siente crecer su miseria. Donoso encuentra una realidad original y sabrosa para envolver su historia. Su estilo es todavía laxo, y muy a menudo se descansa en muletillas o las frases hechas (otra vez la falta de corrección y apretamiento del texto) de sonido convencional (“en el vientre de Estela dos vidas conjugadas bellamente producían otra vida”), o recurre a trucos cinematográficos como el vuelo del pájaro que le permite ligar y oponer dos escenas eróticas. Pero cuando narra la acción o describe el contorno natural readquiere su ponderable concisión y agilidad para pasar de una a otra escena con una medida oportuna del tiempo y una excelente capacidad imaginativa.

A Donoso le convendría abordar una segunda edición corregida de su novela, para que ésta alcance la plenitud a que apunta. Quizás entonces sea más breve, le sirva de ejemplo la economía tensa de su contemporáneo González Vera. Y ello no afectará lo más singular de esta experiencia: su resonancia espiritual. Ese sentido crepuscular, agónico y a un tiempo dramático en que sitúa la vivencia humana. Donoso está buscando una aspereza interior que trasunte su personal conflictualidad, y a ella llegará, porque es un escritor dotado. Evoca con el romanticismo de nuestro tiempo un mundo convulso en que zozobran los antiguos valores morales. De ellos todavía se prende, porque aún no es capaz de ver más allá de su definitiva quiebra. Pero ronda su composición. Su salida optimista se legitima por la sucia furia dentro de la cual se formula y la dota de un centro veraz. Pero lo que más me importa es lo que tiene de índice de una nueva situación, literaria y humana, de la creación artística, tal como la ilustrara entre nosotros Juan Carlos Onetti. No creo que Donoso lo conozca, y el ligero contacto con esta aforada agitación de la novelística del uruguayo, procede de la común utilización de la literatura de Faulkner. Donoso, que es más joven, conserva sin embargo muchas cosas sobrevivientes de otras épocas en las que todavía confía, o en las que quiere confiar. Ello explicaría que la postulación tan teatral como funeraria de su tema admita la incorporación de un ansia vitalista y sana, que es, en literatura, el uso de un feliz costumbrismo contrapuesto a un decidido y cruel análisis psicológico.

 


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Notas

[1] Justo debajo de la reseña de Ángel Rama, apareció publicado un texto de Antonio Candido titulado “La novela brasileña contemporánea”. He analizado este singular y olvidado “encuentro en página” en el artículo “Antonio Candido y Ángel Rama, 1958. Addenda para una amistad intelectual” (Revista Chilena de Literatura 97: 63-86).
[2] Ángel Rama alude a Veraneo y otros cuentos (Santiago: Universitaria, 1955). Por tal volumen Donoso obtuvo el Premio Municipal de Santiago de 1956. Ese mismo año publicó su segundo libro, Dos cuentos (Santiago: Editorial Guardia Vieja, 1956).

 



 

 

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