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El obsceno éxito de José Donoso
Por Carlos Droguett
Publicado en revista Mensaje n°201. 1971
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Cuando hace dos años estuve en Barcelona, Pepe Donoso me señalaba, ahí en su escritorio del hermoso departamento que habita en Vallvidrera, el voluminoso manuscrito de su ambiciosa novela que, después de más de siete años de obsesión y de reiteración, se le empezaba a transformar en un problema, en un malestar físico, al verla se ponía nervioso, neurótico. Deseaba deshacerse de ella, comenzaba a odiarla, decía que los papeles, los apuntes, las transcripciones, las reiteraciones se le aparecían por todas partes, era un infierno empapelado, se quedaba ensimismado mirándome. Ahora, en esta primavera húmeda de Barcelona, el más notable prosista de la generación del 50 se ve tranquilo, sin obsesiones visibles, como el enfermo que se recupera lentamente después de una difícil operación. En efecto, aquel malestar general e inacabable que era El obsceno pájaro de la noche, ya no circula ni por sus carnes ni por sus arterias sino que vuela libremente en el límpido aire español, en esta España atónita ante la explosiva novela hispanoamericana.
Hace exactamente un año, un promisorio escándalo literario abrió súbitamente la jaula de la notoriedad a la intensa novela de Pepe Donoso. Postulaba al codiciado premio Biblioteca Breve 1970 y, aunque se le tenía como seguro ganador, el premio no fue otorgado como consecuencia última de la grave crisis surgida en la editorial Seix y Barral, que provocó el retiro definitivo de la empresa de Carlos Barral. Este clima de violencia fue fructífero para el destino de la novela y jamás se nos ha informado, se hizo tan intensa e inteligente propaganda del libro, ni siquiera comparable con la que se desplegó para Cien años de Soledad. En todas las librerías se hizo lugar común la jaula que simbolizaba al pájaro; sus puertas abiertas o entreabiertas estaban señalando el índice creciente de ventas que ahora, un año después, se ha apaciguado. Como se ha apaciguado el autor, quien, de pie en esta noche de invierno agradable, mientras rueda a nuestros pies, allá abajo, la tumultuosa e iluminada Barcelona, me confía sus proyectos y sus noticias. El obsceno pájaro de la noche será publicado por Bompiani o Feltrinelli de Milán y ya está siendo traducido para ediciones Du Seuil, de París. El éxito de estas difusiones queda, como todo lo que concierne al inasible y objetable arte literario, entregado a la voz tajante del futuro, pues, lo que puedan opinar de un libro difícil, y quizás demasiado personal, los amigos de ]osé Donoso, entre los que me cuento yo mismo, no parece el camino más sólido para asegurar una firme y larga trayectoria a esta larga y no tan firme historia de una obsesión contada por "Humberto Peñaloza el sensible prosista que nos entrega en estas tenues páginas una visión tan sentida y artística del mundo desvanecido de antaño cuando la primavera de la inocencia florecía en jardines de glicinas".
Por eso, Carlos Barral por ejemplo, excelente poeta, minucioso estudiante de la poesía de Rainier María Rilke, introductor en España de las más profundas corrientes del pensamiento africano, asiático, europeo o hispanoamericano, al presentar la novela de Donoso, se ha enredado en los mil vericuetos del mundo mórbido del protagonista y en su delirio, en el personal delirio del poeta Carlos Barral, inventa otra novela, una novela que no ha sido escrita todavía por Donoso y que es muy probable escriba en el futuro: "Porque la novela es un intento de minuciosa organización, de legalización estética de una zona de la experiencia particularmente salvaje en nuestra tradición literaria. La novela es algo así como la formalización de un delirio, la representación de un mundo dual, continuamente bipolar, esquizofrénico, al que Donoso aplica las mismas técnicas de disección literaria que aplicaría a la descripción de una realidad comprobable. Y el resultado es de unas dimensiones insospechables. El mundo cavernoso y ronco de la decrepitud, un mundo que como una tentación vertiginosa ha ido aflorando en casi toda la obra anterior de José Donoso, adquiere en este libro la dimensión de un universo del que el lector puede escapar desde la primera a la última página. Un mundo de cosas quebradizas y polvorientas continuamente asomadas a su propio espectro: las viejas de la Casa o los monstruos de la Rinconada, Iris Mateluna o Inés de Azcoitía o la Perra Amarilla, el mudito o Jerónimo, cosas o sombras vivísimas, pero que parecen como el cartón-piedra triturado de la cabeza del Gigante y que en la memoria del lector dejan como polvo de mariposas entre los dedos".
No es raro entonces que esta novela atroz, espantosa, monstruosa, anormal, degenerada, degenerante, en perpetua transformación y desintegración se escape a los lectores sencillos y lineales y que sea clasificada o etiquetada injustamente para bien o para mal, ya que, por ahora escapa a las clasificaciones, aunque, para quien esto escribe, no hay novedad en su temática ni en su desarrollo. Se diría que es un "lugar sin límites" más limitado precisamente, señalado con la certeza y la adivinación que tienen los delirios incontrolables y cuando la protagonista-testigo, ese ser humano frustrado, ese novelista frustrado que es el Mudito, el gerente, el vigía, el sereno jamás dormido de esta insondable historia, el autor de esta venganza elíptica que es El obsceno pájaro de la noche, este ángel vengador, este testigo que no perdona porque no olvida ya que "ser testigo también es ser sirviente", desaparece intermitentemente de la historia, el delirio que cose toda la ingenua trama se evapora y la tensión fluctúa entre Coronación y Frontera, cayendo en el más frondoso y copioso criollismo, tal vez por lo que el mismo Mudito explica, "porque uno es lo que es mientras dura el disfraz".
Seguramente la neurosis que le produjo a Pepe Donoso esta larga novela que convivió con él durante tantos años, en sus sucesivas estancias en Chile, Mallorca, Santander y Barcelona, es alergia al papel impreso y a los propios papeles que uno expele y transpira, le ha obnubilado un tanto la visión impidiéndole abarcar en su totalidad y con frialdad el intenso y extenso mundo de sus protagonistas. A ratos se piensa que la novela está artificialmente hinchada y que, positivamente, el doctor Azula pudo meterla a su monstruoso quirófano para someterla a una maravillosa y necesaria operación quitándole grasas, excresencias, humores ajenos, dejándola tal vez más horrible, pero seguramente más hermosa y ya se sabe, y no es necesario insistir en ello, que las beldades de este mundo, para defenderse de las patas de gallo, de las papudas, de las carnosidades súbitas, deben ingresar cada ciertos años —digamos cada generación— a la sala de operaciones.
Estoy seguro de que la lucidez de Pepe Donoso pudo, si él hubiera querido, y él pudo haber querido realmente, haber transformado el más ambicioso de sus libros en lo que soñaba el Mudito, en "un cosmos limitado, un presente inalterable y continuo". Sobre todo porque Pepe es muy lúcido, demasiado lúcido después de haber estado tan enfermo y sabe magistralmente definir lo que pretendía con su novela. Alguien le pidió que la definiera y él se negó a hacerlo con las siguientes palabras: "No sé, no puedo definírtela. Es una novela laberíntica. Esquizofrénica, donde los planos de la realidad, irrealidad, sueño y vigilia, lo onírico y lo fantaseado, lo vivido y lo por vivir se mezclan y se entretejen y nunca se aclara cuál es la realidad. Es una refutación de la realidad, pero no ya del realismo social —al que considero una rama menor de la literatura fantástica—, sino también la posibilidad de imaginar, de crear otra realidad. Es un problema que no me planteo. Simplemente, he inventado la posibilidad de novelar obsesiones, temas, recuerdos, cosidos y recosidos. Novelar un mundo esquizofrénico dando por absolutamente real lo más atrabiliario: treinta y cinco u ochenta realidades posibles".
Como se ve, el inteligente crítico literario que es siempre Pepe Donoso, no sólo para los otros sino también para sí mismo, está certificando, en las palabras citadas, no la realidad de su novela sino la realidad de su novelística, no la realidad concreta de lo que ha escrito, ya que seguramente la ignora, sino la realidad abstracta de lo que ha soñado escribir y que no ha escrito todavía y que por lo demás, estoy seguro que escribirá. El escritor que ha dado a la literatura chilena algunos de los cuentos más extraordinarios de que ella pueda enorgullecerse, la conmovedora historia de Santelices, por ejemplo y, sobre todo, esa joya impalpable y sin embargo tan concreta, tan posible, tan verídica, que es Una Señora, esta inolvidable señora que no necesitará de las morbideces quirúrgicas del Dr. Azula para mantenerse siempre joven, siempre misteriosa, siempre pasional y apasionada, atravesando las generaciones, las críticas, los silencios, las transfusiones, las transgresiones, las frustraciones de los críticos nacidos de un fracaso, de los escritores nacidos de una envidia, sí, con toda seguridad, dará todavía a la literatura chilena la novela que él merece escribir y que a solas consigo mismo y con su talento, aún no ha escrito. Él sabe desde hace muchos años que he admirado su maravillosa calidad humana y su avasallante calidad de escritor. Cuando gente de mi generación negaba incluso mi nombre, sólo un escritor que no me conocía y se llamaba José Donoso, se interesó brutalmente en mi obra y el callado escándalo que significó la publicación por Zig-Zag de Patas de perro, está vinculado a su nombre. Sin su opinión, la novela no se habría publicado. Por eso, lo que aquí digo sobre "El obsceno pájaro de la noche" nace de una profunda amistad y admiración por el hombre y por el escritor y en estos momentos pienso con simpatía y con pesadumbre en el Mudito cuando, ya desaparecido alguien se expresa así de el: "En realidad no escribió jamás nada, Jerónimo. Se lo llevaba pensando en lo que iba a escribir... No tenía la vocación de la sencillez. Sentía necesidad de retorcer lo normal, una especie de compulsión por vengarse y destruir y fue tanto lo que complicó y reformó su proyecto inicial que es como si él mismo se hubiese perdido para siempre en el laberinto que iba inventando lleno de oscuridad y terrores con más consistencia que él mismo y que sus demás personajes, siempre gaseosos, fluctuantes, jamás un ser humano, siempre disfraces, actores, maquillajes que se disolvían... sí, eran más importantes sus obsesiones y sus odios que la realidad que le era necesario negar..."
El obsceno pájaro de la noche es como todo el mundo lo sabe y como el mismo Pepe Donoso se ha encargado de recalcar, el resultado de largos años de sufrimiento físico y de hospitalizaciones. Tiene, pues, el valor de! sufrimiento vivido y no imaginado. Es un trozo palpitante de vida. A pesar de esta imaginación vertiginosa y desenfrenada, de espaldas a la realidad del mundo, de este mundo sórdido demasiado ordenado, es una obra fundamentalmente realista, a veces demasiado realista, con un realismo esencial y obvio que el delirio no alcanza a magnificar. Novela nacida de dolorosas circunstancias, de largos años de padecimientos que constan en papeles, cartas, documentos. Este material acumulado podría dar nacimiento a otra novela, a la novela que todos esperamos. Pero por ahora sólo servirán para escribir la historia notarial y circunstanciada del Obsceno pájaro de la noche.
Un editor lo ha entusiasmado con la idea y en estos días, mientras prepara el cambio de casa, ya que con María Pilar, la heredera y el perro se trasladan a una mansión del siglo XVII que han adquirido en Calaceite, provincia de Teruel, empieza a trabajar en la nueva obra. Yo espero que esta vez Pepe Donoso sepa, con sus magníficas posibilidades, llegar hasta lo más profundo de su sangre para darnos la obra de que lo sé capaz. Con esperanza y con júbilo cierro este pensamiento.
Barcelona. 8 de marzo de 1971