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Cuestionario Proust
José Donoso: Navegante de tierra firme
Por Lluis Permanyer
Publicado en La Vanguardia, 29 de Abril de 1979
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Es como un navegante de tierra firme. Después de once años de andar costeando y recalar en los Països Catalans —Mallorca, Vallvidrera, Calaceite, Sitges —. nos dejó hacer unos pocos meses por Madrid. Esa pasión encendida por ir de un sitio para otro, la ansiedad que padece en cuanto se siente anclado y a disgusto la cultiva amorosamente desde chico.
Su vocación como escritor no surgió como un estallido, sino que fue consecuencia de un poso intelectual que venía de muy lejos. Nació en el seno de una familia de abogados y de médicos él es la cuarta generación de Donosos que pasó por la universidad, lo que en su tierra no es precisamente un caso insólito. En su casa las discusiones eran feroces y le tenían que marcar por fuerza. pues venían motivadas por apasionados sentimientos sobre literatura, música, pintura. El padre, por ejemplo, leía ya ‘A la recherche’ en 1924.
Un buen día, cuando era mayorcito, sin avisar decidió romper cabos: los que le unían a Santiago, al hogar, a la clase burguesa, al mundillo intelectual, para hacer de pastor en Magallanes. Qué padre tendría: no sólo
encaja la rebeldía, sino que le escribe una larga carta felicitándole por aquel gesto que se le antoja admirable. El hijo aventurero me confiesa hoy que aquella reacción imprevisible hizo que su fuga perdiera el sentido de provocación. Abandona. Va a Buenos Aires. Decide estudiar en Princeton. Durante tres años cursa literatura inglesa e historia de la pintura. Allí funda la revista "M.S.S" donde publica en la lengua de Shakespeare los dos primeros cuentos. Se confirma la vocación de escritor.
Decide regresar a Chile, pero
recorriendo el continente y en autostop: se trataba de retornar lo más lentamente posible. Enseña en la Universidad Católica de Santiago. Y de pronto le entra un miedo atroz: va a por los 30 años y aún no ha escrito nada que valga nada; ese cumpleaños lo establece como límite. Pasa el largo estío del maestro en Puerto Saavedra, ligado intimamente a la geografía de su admirado Neruda, en donde escribe su primer cuento en castellano: "Veraneo". A renglón seguido toma un gran retiro en la solitud —con el tiempo se convertirán en característicos—
durante el que alumbrará "Coronación", la novela que le dará fama. Bien merecida la tiene.
Prepara una gira de varios años por todo el continente, pero en la primera etapa conoce a la que será su mujer, y todo quedó en proyecto. Después vendrán Méjico, Nueva York...
Donoso es un viajero impenitente. Pero él no se desplaza para vivir experiencias que alimenten los argumentos literarios. No, porque ya tiene un bagaje de fantasmas, de miedos, de pasiones personales más que suficiente para crear sin perder el aliento: su imaginación, poderosa y torturada, no precisa nutrirse de vivencias: va dando tumbos para tratar de saciar una necesidad voraz de cosmopolitismo.
Mientras conversamos —su voz se caracteriza por un ceceo muy cariñoso y una entonación casi musical—, se me antoja que tiene un aire pero sobre todo una testa monacal. Exacto: si en vez de camisa roja y demás ropa menos vistosa llevara hábito, el aire seria perfecto: pero cuidado, porque gestos, mirada y sonrisas revelarían un monje malicioso y decadente, culto y refinado, del Renacimiento, cuando el ser monje era precisamente lo de menos.
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CONTESTACIÓN AL CUESTIONARIO
—¿El principal rasgo de mi carácter?
—La necesidad de inventar.
—¿La cualidad que deseo en un hombre?
—Que su inteligencia sea tentativa, hesitante, que se revise y se contradiga a si misma. Una inteligencia que sea lo contrario de dogmática, que no dependa de principios ni de ideologías: una inteligencia libre, en suma, que abarque la emoción y la imaginación además de lo racional.
—¿La cualidad que deseo en una mujer?
—Lo mismo.
—¿Lo que más aprecio en mis amigos?
—La posibilidad de confianza, de intimidad.
—¿Mi principal defecto?
—Mi incapacidad para entregarme a una experiencia colectiva.
— ¿Mi ocupación preferida?
—Leer. Oír música. Rastrear las huellas de la literatura y del arte de las ciudades que visito. Estar solo. Estar con amigos. La amistad de una mujer bella e inteligente, que lo sepa todo y venga de vuelta de todo.
—¿Mi sueño de dicha?
—La paz.
—¿Cuál seria mi mayor desgracia?
—Fuera de las naturales en relación con los seres queridos, la decrepitud, la decadencia, la inutilidad.
—¿Qué quisiera ser?
— Director de cine. Arquitecto: son actividades que necesitan de un equipo, que eliminan la soledad.
—¿Dónde desearía vivir?
—Es una pregunta que me vengo haciendo desde los 18 años, cuando salí por primera vez de casa de mis padres, y que a los 54 años, después de haber tenido 20 casas en los últimos 18 años, soy incapaz de contestar. Se, en todo caso, que quizá me gustaría vivir definitivamente en una casa que tuviera un árbol muy grande, de esos que se les ponen amarillas las hojas en otoño y quedan desnudos en invierno.
—¿El color quo prefiero?
—Siempre el color que echo de menos, que me hace falta: en Inglaterra los ocres del paisaje mediterráneo; en la meseta castellana el verde fresco y sombrío de ciertos jardines chilenos.
—¿La flor que prefiero?
—La rosa «oh, contradicción pura, deleite de no ser el sueño de nadie bajo tantos párpados». (Rilke-Epitafio).
—¿El pájaro que prefiero?
—La golondrina, por su resistencia en el viaje, por la audacia de su vuelo, por la arquitectura de sus nidos.
—¿Mis autores preferidos en prosa?
—Proust, Virginia Woolf, Stendhal, Cortázar, Henry James.
—¿Mis poetas preferidos?
—Rilke, Cernuda, Wallace Stevens, Gerard Manley Hopkins.
—¿Mis héroes de ficción?
—El Rey Lear, Pierre (de «Guerra y paz»). Marcel, sobre todo porque jamás se deslinda la personalidad real del autor de aquella del personaje que crea en su ficción.
—¿Mis heroínas favoritas de ficción?
—Cathy, de «Cumbres borrascosas», por apasionada; Dorothea de «Middlemarch», por inteligente; Natacha Rostov, de «Guerra y paz», por encantadora.
—¿Mis compositores preferidos?
—Los románticos, especialmente Schubert, Chopin, Schuman, Liszt, Brahms, Hugo Wolf. Sobre todo la música de cámara.
—¿Mis pintores predilectos?
—Piero della Francesca, Vermeer, Rothko, Velázquez, Ingres. Pero también los contrarios, también Bacon, Munch, Soutine, Signorelli.
—¿Mis héroes de la vida real?
—La pregunta más difícil de contestar de todo el cuestionario, hoy, en 1979. Tal vez en tiempos de Proust haya sido más fácil hacerlo.
—¿Mis heroínas históricas?
—Las novelistas del siglo pasado que tuvieron que escribir bajo nombres masculinos para romper los convencionalismos de la época: George Sand, George Elliot, Daniel Stern (Marie d'Agault).
—¿Mis nombres favoritos?
—Los nombres románticos: Cordelia, Melania, Esmeralda, Florencia.
—¿Qué detesto más que nada?
—El autoritarismo en cualquiera de sus formas.
—¿Qué caracteres históricos desprecio más?
—Los que lo practican, o intentan imponerlo.
—¿Qué hecho militar admiro más?
—Ninguno. No creo que existan hechos militares admirables. Otra cosa son las revoluciones...
—¿Qué reforma admiro más?
—Las que dan derechos y obligaciones a las minorías oprimidas o despreciadas, como minorías raciales y religiosas, a las mujeres, a los homosexuales.
—¿Qué dones naturales quisiera tener?
—La capacidad para ser lúcido y brillante y hablando.
—¿Cómo me gustaría morir?
—De ninguna manera. Prohibiré terminantemente que desenchufen el pulmón eléctrico que al final me mantenga vivo.
—¿Estado presente de mi espíritu?
—Rabia porque política y moral siguen permaneciendo conceptos que se excluyen.
—¿Hechos que me inspiran más indulgencia?
—Los que cometen los seres que amo.
—¿Mi lema?
—No tenerlo.