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José Donoso: Conjeturas sobre la identidad chilena

Por Luis García-Huidobro, S.J.
Publicado en revista Mensaje, N°555, diciembre de 2006




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Este 7 de diciembre se cumplen 10 años de la muerte de José Donoso. Vale la pena aprovechar la ocasión para acercarse a algún aspecto de su obra. Veremos aquí, a través de Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, publicada por Alfaguara el mismo año 1996, algo de su indagación en el problema de la identidad chilena[1].

La novela de Donoso Conjeturas sobre la memoria de mi tribu trata principalmente de conjeturas sobre el origen de su familia y otros asuntos íntimos. A través de sus memorias, Donoso nos lleva hasta nuestros recientes orígenes nacionales, las guerras de la independencia o, un poco más atrás, al período colonial. Veremos cómo el novelista aborda, a través de sus historias personales, asuntos fundamentales de nuestra identidad.

La base de las historias narradas es siempre un recuerdo trunco: una foto antigua empolvada, un cuento de viejo de esos a los que nadie pone atención, un pedazo de conversación de adultos escuchada por un niño, un rumor de empleadas, un silencio discreto de los que hay en toda familia. A partir de estos recuerdos truncos, Donoso va tejiendo las historias —mezclando y confundiendo lo que puede ser realidad con la fantasía, intentando con ella llenar los vacíos de su memoria—, y conjetura distintas posibilidades de resolución a los conflictos.

Las distintas conjeturas, solo en apariencia contradictorias, no pretenden anularse entre sí, sino complementarse para una mayor comprensión de las identidades que se forjan con los relatos[2]. A la hora de reconstruir la historia, el ser y el no ser no son contradictorios para Donoso sino complementarios y la realidad se comprende como algo mucho más complejo que la resolución de esta dicotomía. La verdad, si se trata de la vida, tiene siempre distintas dimensiones —polivalencia parecida al fenómeno de estar vivo (p. 240)—, ya que el ámbito en que accedemos a ella es siempre el de la interpretación. Para Donoso, la identidad o la realidad concebida unívocamente y sin contradicción es un mito y un absurdo que no se encuentra en ninguna parte. Por eso, si hemos de contar nuestra historia, hemos de contemplar y aceptar cómo las más distintas y contradictorias versiones enriquecen nuestra comprensión de los fenómenos.


La historia de los cueros negros

Tal vez el mejor ejemplo para ilustrar esto en la novela es la historia de los cueros negros (capítulo 7). Se trata de una hermana del bisabuelo del novelista: Marta Donoso Henríquez, sor Bernarda, que siempre fue un misterio para la familia pues desde que entró al claustro nunca nadie le vio la cara. En ese tiempo, el Presidente de la República tenía por derecho, heredado del Gobernador del Reino colonial, ver a las monjas de clausura, junto con sus familias, una vez al año. Ese día los conventos abrían sus puertas a los notables de la ciudad para visitar a sus hijas. La historia de esta monja rebelde que, año a año, en estas ocasiones, jamás se descubrió el rostro, probablemente estaba ligada a la de su hermana Eugenia cuyo nombre no se podía mencionar en casa del abuelo Emilio, por haberse escapado de la casa paterna con un gringo de mala reputación.

A partir de conversaciones, rumores, antiguos objetos de familia y usando la imaginación, Donoso intenta reconstruir la historia, partiendo de distintas premisas, según si Misia María, madre de las dos mujeres, hubiera sido adepta al partido conservador o liberal. En caso de ser conservadora, conjetura Donoso, probablemente Misia María habría negado el pecado de Eugenia y lo habría ocultado, obligando a Marta a hacerse pasar por su hermana Eugenia en el convento. Si la madre hubiera sido liberal, quizá su hija Marta, religiosa conservadora y reaccionaria a su familia (conjetura Donoso), se hubiera negado a descubrirse el rostro frente a los presidentes liberales, puesto que se trata ese de un privilegio divino que se ejerce en nombre del rey. Una tercera interpretación, la más macabra de todas, es que Marta se suicidó cuando su madre pensaba obligarla a entrar al convento para purgar por su hermana, y sor Bernarda es una sirvienta, hija guacha del marido de Misia María, que se niega a mostrar su verdadero rostro, orgullosa de la misión que le dio su patrona de suplantar a una gran señora.

Las tres versiones de la historia son verosímiles y muestran facetas complementarias de nuestra identidad. A través de la libertad que da la literatura por sobre la historiografía, Donoso nos muestra que, si de lo que se trata es de hablar de identidad, tan importante como lo que realmente ocurrió es aquello que podría haber ocurrido o aquello que cabe imaginar. Si queremos reflexionar sobre lo que somos, no podemos dejar de lado ninguna de las versiones puesto que todas son, de algún modo, verdad. Filosóficamente, diríamos que la identidad no es la claridad y distinción o la superación de las contradicciones, sino la coexistencia de la pluralidad de interpretaciones. La reflexión, para ser real, tiene que mostrarse ambigua y contradictoria, tal como la vida. De ahí que la literatura, que es ambigua por esencia, deba ser considerada una buena interlocutora para la historiografía. En ella se muestra no sólo la superficialidad de nuestros actos, lo que mostramos, sino principalmente aquello que ocultamos, callamos, tememos o deseamos.


Las familias y el tupido velo

Otro asunto novedoso de la propuesta de Donoso, a la hora de reflexionar sobre la identidad chilena, es el ámbito en el que desarrolla su indagación. Tal vez podría compararse lo suyo al cambio de enfoque que planteó para la historiografía chilena el último premio nacional Gabriel Salazar. La intuición del historiador es que lo importante de la historia no lo encontraremos en los grandes relatos, pretendidamente omniabarcantes, instituidos por las elites, sino en la historia del chileno común y corriente. José Donoso, por su parte, nos plantea que es la familia —el interior de la casa[3], en contraposición al espacio público— el ámbito de investigación apropiado para dar cuenta de cómo nos constituimos identitariamente. Si hemos de preguntarnos por lo que significa ser chilenos, más que referirnos al Estado y a la Nación, tendremos que indagar en un ámbito mucho más cercano: nuestras propias historias familiares.

Tal vez un ejemplo apropiado —además de atingente a la celebración del Bicentenario que se aproxima— para explicar el asunto, es el de las guerras de nuestra independencia nacional. Al respecto, Donoso nos previene de que este relato contradice el trabajo de la historia, con enmiendas que tienen mucho de fantasía y que pueden resultar lesivas para algunas familias (p. 283), ya que algunos de nuestros abuelos, dice, no fueron lo que en el colegio se nos enseñó a admirar (p. 280).

Un tema fundamental del pensamiento de Donoso es el enmascaramiento como modo de ser. Para el novelista, no existe algo así como una realidad auténtica, sino que el ser es máscara, y por lo tanto la identidad es un mero juego de imágenes y palabras[4]. En el caso de nuestra independencia, si bien la guerra fue para los criollos un afirmarse a sí mismos lanzando fuera a los extraños, a los otros, tanto a los del Rey como a los indígenas (p. 270), el novelista considera que fue un asunto propio de los santiaguinos, y que las familias de provincia, tanto los militantes realistas como la mayoría indiferente, huían cuando llegaban las tropas a las lejanías de los indígenas encomendados (p. 270). Este hecho que hoy nos puede parecer anecdótico, de que parte importante de nuestras familias pertenecieron o al bando realista o a la entonces mayoría mestiza de origen y costumbres mapuches todavía muy arraigadas (y que no se identificaba en absoluto con la causa criolla), para José Donoso dice mucho de lo que somos. Terminada la guerra, era necesario olvidar y mirar al futuro, en pos de la unidad de nuestras familias (tal como después ocurriría con la guerra del 91).

También el historiador Alfredo Jocelyn-Holt en El peso de la noche (1997), a modo de imagen de la forma en que se constituye el orden en Chile, describe la llegada del ejército realista, tras su triunfo en Rancagua, siendo vitoreado a la entrada de la ciudad; igual recibimiento que poco después reciben las tropas patriotas. Se ve que nuestros tatarabuelos no tenían muchas dificultades de enmascararse de partidarios de unos u otros vencedores.

Valgan estos relatos como ejemplo de que los chilenos somos expertos en el arte del olvido, duchos en correr el tupido velo cuando eso nos acomoda (p. 98). El tupido velo de que habla el novelista se corre en Chile para ocultar lo molesto, lo vergonzoso, lo peligroso, y en último término la verdad (p.167). Entonces, para decirnos quiénes somos, sería necesario discurrir velo tras velo (puesto que tras el velo, si atendemos bien a Donoso, no está la verdad como parece indicar la última cita, sino otro velo) y dejar ser en nosotros la riqueza de la diversidad, la ambigüedad y la franca contradicción.


Cada uno a hacer sus historias

Donoso se lanza en esta reconstrucción fantasiosa de sus memorias familiares, con la conciencia de que las nuevas generaciones han perdido la noción de cuáles fueron las pasiones que movilizaron a sus mayores, la fidelidad y la traición. Todo lo que no tiene que ver con el dinero ha perdido significación (p. 284). Escribe esta novela porque Chile ha cambiado (p. 73), y las cosas ahí descritas nos parecen como de otro mundo.

Sin embargo, al poner esta novela en el conjunto de su obra, más bien se tiene la sensación de que, a pesar de los cambios, algo queda en nosotros de todo aquello. No se refiere por supuesto a nuestras características visibles, sino al modo en que se constituyen y suceden las distintas formas de nuestro ser, en los distintos contextos históricos (como los textos de la Nueva Novela Histórica que reencarnan a nuestros próceres a lo largo de los siglos). Se trata pues de un problema filosófico y también psicológico más que de una descripción costumbrista. Los conceptos fundamentales que subyacen a toda descripción identitaria en la novela de Donoso son la negación, el olvido, el silenciamiento, el enmascaramiento. La palabra —que para Martín Heidegger es la casa del ser—, para Donoso es siempre ocultadora (represiva, por aquello que calla, y por lo mismo violenta, como se ve en Casa de Campo) a la vez que mostradora (expresiva).

Donoso, al dejarnos sus memorias, lo que pretende es motivarnos a buscar en nuestras propias raíces familiares nuestra identidad. La apelación del autor a El Gatopardo, del que cita un texto como epígrafe a sus Conjeturas está dirigida a nosotros mismos, en estos momentos en que Chile, sea profunda o aparentemente, está cambiando: llevar un diario, o escribir, a cierta edad, nuestras memorias, tendría que ser una obligación impuesta por el Estado. Al cabo de tres o cuatro generaciones se habría recogido un material precioso, y podrían resolverse muchos problemas psicológicos que acosan a la humanidad.

Que no nos pase como a los primeros comerciantes —nos advierte Donoso retrotrayéndonos al siglo XIX— que, como hoy los economistas, se creían los autores de la imaginaria grandeza del país, olvidando que no hay adelanto sin base en la memoria y la cultura (p.185).

 

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Notas

[1] Donoso, José: Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. Alfaguara, 1996, 284 pp. El problema de la identidad es una de las mejores claves de lectura para toda la aventura literaria de Donoso. Vale la pena al respecto leer al menos Donde van a morir los elefantes (1995) y Taratuta (1990).

[2] Lo mismo ocurre en El Obsceno Pájaro de la Noche (1970), con la historia de la niña bruja-beata.

[3] Ver Sarrochi, Augusto: El Simbolismo en la obra de José Donoso, Santiago, La Noria, 1992.

[4] Aunque el tema aparece de alguna manera en toda su obra, además de las novelas mencionadas antes, vale la pena: El lugar sin límites (1966), Tres novelitas burguesas (1973) y Casa de Campo (1978).

Imagen superior "La lectura" (1874) Cosme San Martín


 



 

 

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José Donoso: Conjeturas sobre la identidad chilena.
"Conjeturas sobre la memoria de mi tribu". Alfaguara, 1996, 284 pp.
Por Luis García-Huidobro, S.J.
Publicado en revista Mensaje, N°555, diciembre de 2006