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Zoom sobre Donoso

Por Antonio Avaria

Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de octubre de 1989



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En «China». Y yo no comprendí". Con estas palabras, José Donoso terminó la lectura de su cuento, tartamudeó a la elegante manera británica e ingresó en la literatura chilena. Asistíamos con fervor, en 1953 en la Escuela de Derecho, a las Jornadas del Cuento que dispararon a la Generación del 50. El supremo alumbrador —mérito irredargüible— era Enrique Lafourcade, quien al año siguiente publica una resonante, a poco andar inencontrable, Antología del Nuevo Cuento Chileno. Se iniciaba la polémica y la literatura joven se convertía en un fenómeno de sociedad con ruidoso eco periodístico. Tras los años mustios de la degradación de los valores, ¡qué saludable nos parece hoy la enconada controversia en torno a la Generación del 50!

Ya en China, ese primer cuento (hubo dos anteriores, escritos en inglés), se insinúa la fascinación por lo popular y anárquico, más entretenido y más inquietante que el mundo protegido y ordenado en que vive el narrador. Será uno de los temas recurrentes de la extensa obra de Donoso, que ya reúne dieciséis volúmenes (y otros tantos de estudios sobre su obra, incontables tesis universitarias y artículos, y las traducciones a todos los idiomas conocidos, a excepción del árabe). Va más allá del tópico del aristócrata que se encanalla para matar el esplín. Mucho más que eso, lo marginal, miserable y hasta lo delincuente despiertan una fuerte atracción física (Este Domingo) y es espiado con triste avidez por los protagonistas burgueses: es una salida, una invitación a quitarse las máscaras y a ponerse otras para vivir una vida más plena, menos hipócrita. pero también sinónima de perdición y caos. Enmascararse y desenmascararse resultan operaciones idénticas, intercambiables una y otra vez. La impostura es un anhelo y una maldición inexorables. Casi no hay personajes en la obra novelesca de Donoso, sino actuaciones producto del terror de ser una personalidad inconsistente, sin pies en la tierra ni alma definida.

En cierto momento de La Casa Verde, Vargas Llosa nos da una clave para comprender de súbito que la prostituta y la novicia son la misma persona en distintas épocas de su vida; todo queda explicado unívocamente. En Donoso nada se explica; no hay acertijos ni claves policiales que, al descifrarlas, nos sosiegan. Figuran símbolos, pero no hay explicaciones racionales o naturalistas. No sabemos a ciencia cierta por qué Matilde, una señora de su casa (un cuento en El Charleston, 1980), se pierde un día con un perro, ni por qué la muy sensual Marquesita de Loria (1980) se pierde un día con un perro, ni quién era la señora del impermeable verde (en Veraneo, 1955), ni la razón de la sustracción del cuadro "Átomo verde, número cinco" (en Tres novelitas burguesas). En El obsceno pájaro de la noche, el endoso de papeles protagonistas es vertiginoso. Incluso el travestismo (El lugar sin límites, El jardín de al lado) no es sino una variación del motivo mortificante fundamental: la personalidad psicológicamente única no existe, ni la libertad, sino la sumisión a ciertos roles, acatando órdenes de una fuerza oscura o de un ser perverso, quizás satánico. Ni siquiera se trata de una robusta "rebelión de los sentidos", como propusiera redentoramente un crítico. ¿Qué es la carnavalesca y macabra Coronación (1957) de la nonagenaria, sino un embuste teatral, al igual que las bodas de la Manuela, la cosmogonía deforme en La Rinconada, los rituales de los muy viejos o muy niños o muy marginales, la represión y juegos del narrador en Casa de Campo (1978)?

Acaso el único personaje que persigue y conquista la felicidad sea el protagonista de La puerta cerrada (en El Charleston), pero a costa de la exclusión social, la degradación física y la muerte.

El Cuchepo (mutilado hasta el torso) y demás cartoneros de La desesperanza (86) son los primeros marginales, en la obra de Donoso, que cumplen una función más o menos explícita. ¿Otra vuelta de tuerca de su animación narrativa, que no explica pero sí ilumina la obra?

La otra salida a la humillación de vivir (la progenie, además, nunca parece ser efecto del amor) es la locura o la desesperanza resignada. Es decir, el ensimismamiento en un mundo ciego, irresponsable, que alcanza su extremo metaforón en el mito chileno del imbunche: un ser con todos sus orificios clausurados al exterior. De ahí el recurso al grotesco y la exageración esperpéntica, claves necesarias que imprimen al universo de Donoso un sello inconfundible entre los máximos escritores latinoamericanos de los últimos veinte años.

En el nivel más inmediato y epidérmico, Donoso paga un cierto tributo al naturalismo que aherroja la imaginación de la prosa narrativa chilena del siglo XX. Pero "Mis novelas no son inmediatas, son siempre metáforas", dice juiciosamente el autor en el prólogo, muy revelador, a sus Poemas de un novelista. En efecto, desde sus primeros ensayos es visible la exasperación ante mecanismos programáticos y excesivamente lógicos que no sirven para sacar de las entrañas una obsesión, una angustia o una imagen fugaz que deja una huella. Si Vargas Llosa es quizás el último naturalista en el continente de los frutos tardíos, y cierra un ciclo con gesto seguro y dominador, Donoso —como Borges, Cortázar, García Márquez— tartamudea ante la inseguridad del ser, presiente metáforas de horror en su propia patria. Rechaza el apoyo de toda consigna o mensaje y se aventura mórbidamente por una realidad que es expresión parabólica y cruelmente humana de pulsiones insondables. Su género es la fábula, la alegoría, el apólogo.



 

 

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Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de octubre de 1989