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Notas sobre Donoso
en la Barcelona del boom
Por Jorge Herralde
Publicado en La Vanguardia, sábado 19 de agosto de 2017
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El 6 de junio, le envié un email a Cecilia G. Huidobro felicitándola por su artículo en Cultura/s, el excelente suplemento de La Vanguardia, sobre los diarios de José Donoso que tan magníficamente ha editado. Como le comentaba que había frecuentado bastante a Donoso, Pepe Donoso, tal como le conocíamos, me invitó a que contara mis experiencias con dicho autor, “quizá tengas un tiempito para que copuchemos”. Unos días después asistí al muy interesante coloquio sobre dichos diarios que tuvo lugar en Casa América con Sergio VilaSanjuán, al final del cual intervine desde el público contando algunas anécdotas sobre Donoso en Barcelona. Hablando luego con Cecilia, le dije que ya había cumplido con su encargo, pero me insistió en que le contara más cosas.
Cecilia G. Huidobro, destacada intelectual chilena, es una gran amiga desde hace muchos años. Fue directora del suplemento cultural de El Mercurio, de Santiago, uno de los mejores de América Latina y, desde luego, mi preferido. En mis viajes a Chile me invitó un par de veces a sus desayunos en El Mercurio, con los colaboradores del suplemento y también con destacados escritores. En la actualidad es decana de la facultad de Comunicación y Letras.
UNA CENA
Aunque había coincidido con Donoso a su llegada a Barcelona en algunos actos culturales y en la agencia de Carmen Balcells, la primera vez que conversamos fue en una cena que habían organizado Luis Goytisolo y María Antonia, con Donoso y Pilar, en un restaurante árabe en la zona del Paral∙lel, barrio muy canalla en la Barcelona de antes del franquismo y luego bastante descafeinado si exceptuamos el célebre y descarado El Molino, un teatro de variedades que fue, entre otras cosas, una escuela de erotismo algo chusco para numerosas generaciones de adolescentes curiosos, como yo. En la cena asistí al espectáculo verbal de Donoso charlando en libertad, en confianza y a calzón quitado. Apasionado por la literatura y su queridísimo Henry James, también tenía un gran sentido del humor y lanzaba frecuentes y certeras maldades sobre escritores y personajones, una gozada. Pilar, aquella noche, parecía más interesada en rememorar las recepciones diplomáticas y palaciegas en El Cairo de Faruk, donde residió un tiempo.
UN PREMIO
Luis Goytisolo era muy amigo de los escritores del boom, muy en especial de Vargas Llosa y de Donoso. A principios de los setenta, cuando tuve la idea de crear el premio Anagrama de Ensayo y se lo comenté, Luis se entusiasmó con la idea y convenció a Mario para que formara también parte del jurado, que se completó con Juan Benet, Salvador Clotas (especialista en jurados, había estado en el Biblioteca Breve y luego en el Barral de Novela) y Hans Magnus Enzensberger, que hablaba castellano y había traducido a Neruda y a Vallejo (también había estado en Barcelona y en Aragón rodando, acompañado por su amigo poeta José Agustín Goytisolo, un documental sobre Durruti a partir del cual luego salió un gran libro, El corto verano de la anarquía. Además, habíamos iniciado con su libro Detalles, en 1969, la colección Argumentos). Un jurado rutilante para un premio convocado por una editorial que casi recién empezaba.
EN SITGES
Donoso se había trasladado a Sitges, junto al mar, donde puso en marcha el primer taller literario, quizá, de España: había estado unos años antes en la Universidad de Iowa, donde habían “inventado” el concepto de taller literario de escritores. También vivió un tiempo en las montañas de Vallvidrera en una casa con magníficas vistas de Barcelona. Acudí una noche con Luis y María Antonia, y fui sometido a una suerte de rito de paso: en una pared estaban clavadas numerosas fotografías de escritores, algunos muy reconocibles y famosos, otros más recónditos. No recuerdo si superé el examen, quizá lo sepa cuando aparezca el segundo tomo de los diarios, a partir de 1965, cuando se instala en España, así nos enteraremos de lo que realmente pensaba de aquellos tiempos. De momento, nos hemos quedado con la miel en los labios, como nos sucedió con las estupendas memorias de Jaime Salinas, que terminaban cuando iba a incorporarse a Seix Barral, un final muy anticlimático.
LA OBRA DEFINITIVA
Durante muchísimos años Donoso, a la par que iniciaba numerosos proyectos literarios rápidamente desechados, estaba inmerso en su obra definitiva, su libro, El obsceno pájaro de la noche. La suerte no le acompañó: lo había presentado, con serias garantías de ganarlo, al premio Biblioteca Breve de Seix Barral (de la época, claro, del gran Carlos Barral), que ya habían obtenido grandes figuras del boom como Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante y Carlos Fuentes. En aquel momento se produjo la ruptura entre Barral y la familia Seix, y el premio Biblioteca Breve no se concedió el año de la publicación de El obsceno pájaro de la noche, aunque en Seix Barral lo lanzaron a bombo y platillo, y fue muy celebrado, lo cual fue un buen lenitivo para los tormentos que Donoso se infligía sin descanso. Carlos había fundado Barral Editores (eslogan: “Barral sigue, Barral decide”) e inauguró, casi simultáneamente a la aparición del libro de Donoso, sus publicaciones con Un mundo para Julius, la primera y excelentísima novela de Alfredo Bryce Echenique, quien inyectó al postboom o boom júnior un ingrediente del que el boom propiamente dicho (si aceptamos que existe) andaba algo escaso: un extraordinario sentido del humor.
EL PROCESO DE BURGOS
En diciembre de 1970 tuvo lugar el llamado proceso de Burgos, un juicio sumarísimo contra dieciséis militantes de ETA, seis de ellos condenados a muerte en una parodia de juicio. Por su parte, los acusados eligieron la llamada “defensa de ruptura”, en la que los acusados se erigieron en acusadores del tribunal, a quien negaban legitimidad (siguiendo los esquemas de Estrategia judicial en los procesos políticos de Jacques M. Vergès, que publicamos en 1970).
La noticia causó un gran revuelo y entre otras acciones se organizó el encierro de 300 intelectuales y artistas catalanes en la abadía de Montserrat como protesta. En la preparación nos correspondió a Román Gubern, a Octavi Pellissa (infatigable conspirador comunista en el ámbito cultural) y a mí mismo notificar la situación a los tres grandes del boom residentes en Barcelona –Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Pepe Donoso–, explicando el alcance de la decisión tomada, e implícitamente recabar, si así lo manifestaban, su adhesión. La reunión tuvo lugar en el piso de Gabo o de Mario, no lo recuerdo bien, ambos vecinos de Sarrià. Durante la charla, García Márquez escuchaba impasible (pese a su ideología de izquierdas, evitó siempre cualquier manifestación pública en tanto que extranjero), a Donoso parecía escapársele un bostezo, mientras que “el cadete Vargas”, como lo había bautizado Barral, se enardecía visiblemente, y así subió el primer día de encierro a Montserrat, junto a Miró y Tàpies, y pronunció un vibrante discurso. Después, tal como se había pactado, regresaron a Barcelona. El encierro tuvo una notoria resonancia internacional en la prensa y en las televisiones, en especial la sueca, que estuvo varios días en Barcelona después del encierro (que duró del 12 al 14 de diciembre), e hizo numerosas entrevistas a los participantes. Y, entre esta y otras iniciativas como las de Madrid o León, la precaria reputación pseudoaperturista del régimen quedó seriamente erosionada. Los seis condenados a muerte fueron indultados, aunque siguieron en la cárcel hasta la amnistía general de 1977 promulgada por el gobierno Suárez.
UNA PLACA
La primera vez que Donoso vino a la editorial me dijo: “Ningún rótulo en la puerta, qué chic”. En realidad las intenciones eran muy ajenas al chic. Anagrama estaba pensada, como otras editoriales peleonas de la época, para ser un antro de resistencia, de lucha contra el franquismo, de rechazo al nacionalcatolicismo y al orden burgués, y a favor de una sexualidad libre e indiscriminada, al igual que reivindicaba “nuestro derecho a las drogas”, según el título de uno de nuestros libros. En fin, lo normal. En cuanto al rótulo, un tanto superfluo, debía yo de pensar, tiempo después sin darme cuenta dejé de ser chic y pusimos una plaquita en la puerta con la palabra ANAGRAMA, como hasta ahora.
UNA PORTADA
En 1972 tuve la oportunidad, el honor y el placer de publicar Historia personal del “boom” en nuestra Serie Informal, muy literaria, en la que publicamos desde los sonetos de Shakespeare hasta el primer Tom Wolfe, a Sade y a Stendhal o poemas de Enzensberger. Una colección que se inició en 1970 con Ojos, círculos, búhos, con textos de Luis Goytisolo y dibujos de Joan Ponç, y que fue para mí muy apreciada, aunque quedó oscurecida por el peso de las ciencias sociales y de la radicalidad política en los primeros años de Anagrama. Preparamos la edición con minuciosidad y esmero, conscientes de la atención maníaca de Pepe Donoso. Sólo hubo un fallo: encargamos a una joven grafista la portada, en la que se veía una foto de Pepe abrazando a su perro o perra entre el follaje, según sus deseos, pero por desdicha el arriesgado color rosa del fondo, que no se vio precisamente favorecido por la impresión, no le gustó nada a nuestro exagerado autor, como me comentó con cierta insistencia.
UNA PRESENTACIÓN
Hicimos una presentación muy sonada de Historia personal del “boom” en la imprescindible Cinc d’Oros, que con Áncora y Delfín eran las dos librerías de referencia de Barcelona. El espacio estaba atestado por “el todo Barcelona de las letras” y con la presencia de muchos latinoamericanos, con Vargas Llosa y García Márquez al frente. Pepe y Pilar estaban muy emocionados. Luego, una veintena de amigos fuimos a cenar al Massana, un histórico restaurante que estaba muy próximo a Bocaccio: gran cordialidad y risotadas en la cena, aunque un tanto empañada porque uno de los comensales, el único que no era “conocido” ni más o menos famoso, se sentó frente a Pepe y lo estuvo acogotando con fervorosas preguntas, pese a que yo le intentaba disuadir y Donoso esquivar, pero en fin, peccata minuta. Y luego, apoteosis final en Bocaccio, también lleno hasta los topes de fans alertados y con la presencia pontifical de Mario y Gabo.
UNA NOCHEVIEJA
Más Historia personal del “boom”: en el libro hay una espléndida descripción de la fiesta de Fin de Año de 1970 en casa de Luis Goytisolo con la presencia de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, el propio Pepe Donoso y sus respectivas parejas, riendo y bailando felizmente: las grietas del caso Padilla y sus repercusiones en la política castrista empezaban apenas a cuartear la cohesión de los grandes del boom.
Pasada la medianoche, empezó a llegar un tropel de invitados que venían de otras fiestas, y entre ellos estaba mi amigo Sergio Pitol, entonces un joven (aunque era mayor que Vargas Llosa) autor mexicano aún muy poco conocido. Iba felizmente achispado y nos reímos mucho sacándole punta al glorioso cast. Si aquella noche una bomba hubiera caído en el piso de Luis Goytisolo, la historia del boom habría sido muy distinta.
EL QUINTO PUESTO
Malas lenguas; había cuatro escritores que según la vox populi eran la esencia del boom: el colombiano García Márquez, el peruano Vargas Llosa, el argentino Cortázar y el mexicano Fuentes. Había un posible quinto lugar para un autor de otro país y se dijo que el chileno Donoso había escrito Historia personal del “boom” para asegurarse la codiciada quinta plaza.
EN CALACEITE
Los Donoso se instalaron finalmente en Calaceite durante largos años para que Pepe pudiera concentrarse en la escritura y donde escribió varias novelas. Entretanto Buñuel se había interesado en llevar al cine una novela de Donoso, cosa que lamentablemente no ocurrió. Los amigos barceloneses que también tenían casa en Calaceite bromeaban diciendo que durante meses Pepe no salió de su casa y estuvo pegado al teléfono esperando a Godot, la llamada de Buñuel. Las tendencias homosexuales de Donoso, que desveló en sus diarios, se alejaron un tanto de la discreción en Calaceite: una de las lenguas ya mencionadas me comentó, hace pocos días, al contarle el acto sobre Donoso en Casa América, que me podía dar los nombres y apellidos de los muchachos que Donoso frecuentó.
También en Calaceite se instaló durante años otro gran escritor chileno, Mauricio Wacquez, para quien el concepto de discreción ni siquiera se planteaba. Él y su pareja, Francesc, fueron dos de las muchas víctimas del sida de aquellos años.
UNA TRAGEDIA
Muchos años después se celebró en Madrid, en la librería del Fondo de Cultura Económica, un homenaje a mi amigo Sergio Pitol en el que participé. Desayunamos con él al día siguiente y Lali (Gubern, claro) me recuerda que bajó con el libro Correr el tupido velo de Pilar Donoso, hija adoptiva de José Donoso, muy subrayado (naturalmente fui de inmediato a comprarlo en la infalible librería Antonio Machado, junto al hotel Suecia). Como es sabido, Pilar se suicidó poco después de leer en los archivos de la Universidad de Princeton los diarios de Donoso, en los que desvelaba su homosexualidad y en los que había comentarios hirientes sobre su hija: “Sigue y se agudiza el problema Pilarcita, que nos tiene completamente crucificados con su odio al mundo, a su marido y a sus hijas. De pronto temo un asesinato, tan violenta y perversa es”. Como para desactivar y paliar conclusiones demasiado truculentas, la propia Pilar escribió: “Él se proyectaba más allá de su muerte en esos diarios y el resultado era un ser complejísimo”.
Y Cecilia G. Huidobro afirma que Pilar “nunca leyó el mencionado esbozo como un mandato ni le adjudicaría especial sentido. Ella entraba y salía del tema de la muerte con sentido del humor; era española en el modo de tomar la muerte”.
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De «boom» a «boom»
Por Manuel Vázquez Montalbán
En Revista Triunfo (España) N°535. 30 de diciembre de 1972
Presentación del libro de José Donoso Historia personal del "boom", editado por Anagrama. El acto va a empezar en la librería barcelonesa Cinc d'Oros, el mismo lugar donde semanas atrás se presentó el «boom» de la novela española «made in Barral». También el mismo oficiante: José María Castellet. El crítico barcelonés acaba de ser multado, doscientas mil pesetas, por haber formado parte de un Jurado para un premio literario en lengua catalana, concedido en el extranjero. Los otros multados son los también críticos barceloneses Joan Triadú, Cirici i Pellicer, Albert Manent, Félix Cucurull y Josep Faulí. Doscientas mil pesetas a cada uno o tres meses de cárcel.
Castellet abandona por un momento la margarita del dinero o la cárcel, y se aplica a la tarea de presentador de «booms». De «boom» a «boom» y tira porque le toca. Castellet viene apadrinando pleamares y bajamares de las letras hispánicas desde hace ya casi veinte años. Algo tendrá este maduro muchacho para que se le tolere tan largo sacerdocio. Hay que reconocerle maneras y audacia histórica. O, tal vez, todo sea un problema de estatura. Castellet es físicamente el crítico más alto de España, y ello le permite mirar más lejos y ver lo por venir.
En el salón, una auténtica manifestación latinoamericana. Argentinos, chilenos, peruanos, uruguayos, respaldaban la presentación de este balance de cuentas del «boom», A esta inmensidad americana hay que sumar islotes de aborígenes; escritores, editores y superagente literario 098, Carmen Balcells. Hasta se presentó Luis Goytisolo, personaje de cuya existencia muchos dudan.
Luis Goytisolo llegó cuando el acto maduraba, y preguntó:
—¿Dónde está el pájaro?
—¿Qué pájaro? Hay muchos.
—El obsceno pájaro de la noche.
Y tras la pertinente indicación, se fue en busca de Donoso. Goytisolo se había perdido el largo parlamento de Castellet en el que sintetizó los propósitos del libro de Donoso: básicamente, un testimonio directo de diez años de «boom» literario latinoamericano, un balance claramente espléndido, no sólo para los autores aupados sobre la ola, sino para el prestigio generalizado de las letras latinoamericanas.
Tras el parlamento de Castellet, Donoso no quiso hablar. Dialogó. Eso sí, y mucho; porque el cerco de paisanos continentales y aborígenes adictos no cesaba, y Donoso tenía una sonrisa nada obscena para todos y cada uno. Resultaba en suma, un pájaro encantador.
Barral preguntó una vez más:
—¿Hay nueva novela española?
Una muchacha sueca, al parecer profesora de ballet, revoloteaba perseguida por miradas y presunciones, hasta tropezar con la malla lingüística del historiador Miguel Barceló. Algunas mujeres hablaban de sus cosas: es decir, del las woment lib. Vargas Llosa y García Márquez formaban con Donoso en la foto fija de los Tres Mosqueteros, que son cuatro (Cortázar se había quedado en París). Alberto Míguez anunció que se iba a Rabat como corresponsal de «La Vanguardia». En cambio, Terenci Moix llegaba de los Estados Unidos envuelto en pieles y en ganas de volverse a marchar. Guillermotta sonreía a las «guillerminas». Palabras y canapés. A «boom» muerto, «boom» puesto.
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EL TALLER DE DONOSO EN SITGES
Por Sergio Vila-San-Juan
Publicado en La Vanguardia, España. 19 de agosto de 2017
En los últimos años han proliferado por todas partes academias y escuelas de escritura donde se enseña a la gente con vocación literaria a pulir sus cuentos y novelas. Pero el primer “Taller Literario” español del que tengo constancia lo organizó en Sitges en 1975 el escritor chileno José Donoso, fallecido el pasado sábado en Santiago. Y ese taller presentaba una importante ventaja respecto a los que le sucedieron: era completamente gratuito.
Tras unos años entre Calaceite y Barcelona, donde había participado en los esplendores finales de la “gauche divine” y había sufrido la guerra interna en Seix Barral (que le había editado “El obsceno pájaro de la noche”), el ecuador del decenio de los 70 pillaba a Donoso instalado en Sitges con su mujer, María Pilar, y su hija Pilarcita en una torre ajardinada detrás del hotel Calípolis.
Aunque estaba trabajando en la novela “Casa de campo”, que tenía por uno de sus proyectos más ambiciosos, Donoso echaba a faltar algo de vida social. Su experiencia en las universidades norteamericanas, donde la elite literaria del país se gana la vida enseñando a escribir a los estudiantes y los “writers workshops” tienen rango institucional, le animó a impulsar unas reuniones donde se comentaran, bajo su tutela, las narraciones que los asistentes aportaran.
El otoño de 1975 vio cómo el salón suburense de los Donoso comenzaba a congregar, una tarde a la semana, a una fauna muy de la época, parte colonia sudamericana (a la que pertenecían el flemático traductor Juan J. del Solar o a la periodista peruana exiliada Elsa Arana), parte promesas domésticas: Xavier Prat, Tere Sisó, el leridano Eduard, el químico Francesc (llegado a través de otro escritor chileno, Mauricio Wacquez). Los integrantes del Taller llamaban a su inspirador, a sus espaldas, “el maestro”.
Donoso solía pronunciarse con amabilidad y cautela, casi mayeutico. Pedía a los asistentes que contaran cuántas veces habían introducido en sus textos un “que” o un adverbio en “ente”. El detalle le obsesionaba. A un escritor de paso que leyó un largo fragmento de la novela que preparaba sobre el Chile del XVI, y donde los protagonistas no paraban de subir y bajar las escaleras de una casa, le reprochó que hiciera “ciencia-ficción”, ya que “en el Chile de esa época las construcciones eran de una sola planta”.
En ocasiones señaladas las reuniones se celebraban fuera de casa del maestro, y entonces solían derivar en unas juergas bastante apoteósicas. Si estaba relajado y animado, Donoso gustaba de subirse chaqueta y camisa y mostrar el costurón que le había dejado una de sus operaciones de estómago.
Al Taller acudía devotamente un personaje extraordinario, el poeta peruano Américo Yabar, quien había tenido que dejar su país por misteriosos problemas con la justicia. Yabar organizaba a veces folklóricos rituales de culto incaico a la luz de la luna en su jardín de Esplugues. Podía hablar durante horas y conmoverse hasta las lágrimas en mitad de una conversación rutinaria.
HUELLA CATALANA
En cierta ocasión el peruano conducía en su destartalado cupé al maestro a Barcelona, a través de las curvas del Garraf. Donoso iba en el asiento de atrás y el entusiasmado Yabar se volvía para hablarle con tanta frecuencia que prácticamente dejó de mirar la carretera. Un Donoso lívido tuvo que pedirle que se detuviera para sentarse a su lado.
Las reuniones del Taller se prolongaron un par de años y después murieron de muerte natural. Donoso dejó primero Sitges y después el país; la estancia catalana resulta muy visible en su obra, tanto en el ensayo “Historia personal del boom” (que es de lo mejor de su producción) como en sus “Tres novelitas burguesas” o en la novela “El jardín al lado”. A Yabar no se le volvió a ver, pero aún se le recuerda con asombro.