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Homenaje a José Donoso

Por Josefina Delgado
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escritora -
Leído el 12 de diciembre de 1996, en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura, Avenida de Mayo 575, Ciudad de Buenos Aires.




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Todos lo sabemos: estamos aquí porque hace apenas cinco días que  murió José Donoso, admirado escritor y querido amigo. Homenaje, evocación, rituales que condensan principalmente el deseo de que la memoria pueda conservar todos los recuerdos, de que futuros lectores y lectoras prolonguen esa cadena sin la cual no existiría la literatura.

La muerte de José Donoso a los setenta y dos años significa que el tiempo ha pasado también sobre aquel brillante grupo de escritores que alternaron sus nombres para ocupar lo que se dio en llamar "las cuatro sillas del boom". Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar, Rulfo, Donoso, fueron los nombres que más se vincularon a este fenómeno cultural gracias al cual la gran literatura latinoamericana se puso al nivel de la gran literatura europea y norteamericana.

Como todos, Donoso se preguntó más de una vez qué quedaría de su obra. Sincero como pocos, no se cuidó de disimular que lo aterraba la idea de desaparecer, pero sobre todo, de que desapareciera su literatura. Hace unos días escribí que la literatura le permitía ser. Creo, además, que gracias a ella conjuraba también el miedo a pasar por el mundo sin dejar ninguna huella. Entre este temor y la posibilidad de crear el mundo de su literatura, creció su voz.

Siempre me llamó poderosamente la atención su capacidad de "metabolizar",-esa palabra que él mismo usaba para describir los procesos literarios- los datos que le llegaban de la realidad, los detalles de su propia vida. Alguna vez le pregunté si el Marcelo Chiriboga de El jardín de al lado, ese escritor fracasado y enamorado de una ilusión, tenía algo que ver consigo mismo. Y él contestaba: "Son capas, cada uno está hecho de capas, todas son uno mismo y sin embargo cada una de ellas puede ser distinta."

Importa en José Donoso su lucidez acerca del papel que cumplió, junto a su generación, en relación a  la novela chilena. El mismo lo dice en Historia personal del boom: "nuestros padres nos interesaban muchísimo menos que los padres extraños" Y sigue: "Quizás lo más estimulante para las vocaciones literarias es que el escritor incipiente perciba que lo contemporáneo adquiere forma en las páginas de otro escritor; y a menudo lo contemporáneo de mala o dudosa calidad resulta muchísimo más germinativo que lo tradicional o lo consagrado, de perfección indudable pero remota."

La lista de las lecturas de su generación incluye todo lo que la literatura europea y norteamericana brindaba por aquellos años cincuenta: Sartre y Camus, por supuesto, Gunter Grass, Moravia, Lampedusa, Durrell, Robbe-Grillet, Salinger, Kerouac, Miller, Frisch, Golding, Capote, Pavese, junto a Joyce, Proust, Kafka, Mann y Faulkner.  Pero de pronto irrumpió en la conciencia del novelista en ciernes una novela que deshizo todo lo elaborado a partir de sus lecturas: se trata de La región más transparente, de Carlos Fuentes, el escritor mexicano, publicada en 1958. Las razones del deslumbramiento ante el texto de Fuentes las da el mismo Donoso: "su no aceptación de una realidad mexicana unívoca", "su rechazo -y su utilización literaria- de lo espurio, de las apariencias.", su capacidad de "utilizar su propio yo, implacablemente empeñado en inventar un idioma, una forma con el fin de efectuar el acto de hechicería de hacer una literatura que no aclare nada, que no explique, sino que sea ella misma pregunta y respuesta, indagación y resultado, verdugo y víctima, disfraz y disfrazado."

Sabemos que Donoso no estuvo satisfecho, luego de publicadas, de sus dos primeras novelas, Coronación y Este domingo. Escribir El obsceno pájaro de la noche, una de sus "novelas grandes", como las llamaba él mismo, le llevó nada menos que siete años. Muchas veces estuvo a punto de romperla, de quemar sus borradores; sin embargo, cuando la terminó, con las últimas líneas, cuando el fuego consume la bolsa, el saco, y el viento dispersa la liviana ceniza, Donoso sintió que por primera vez era literariamente él mismo, que se deshacía de todo su pasado, incluido el familiar, y que el camino se abría ante él sin más obstáculos que los de su propio deseo.

Esto ocurrió en el año 1969, un año después de haberse trasladado a España.

Mientras tanto, El lugar sin límites, escrita al mismo tiempo que El obsceno pájaro, presenta por primera vez la posibilidad de que una de sus novelas sea a la vez respuesta y pregunta. El truco de las identidades sexuales cambiadas, el cuestionamiento de la masculinidad puesto nada menos que en el lugar donde supuestamente se confirma -un prostíbulo- muestra por primera vez el guiño del escritor. Sabemos también que uno de sus dioses literarios fue Henry James. A veces lamentó no haber logrado la sutileza narrativa del novelista angloamericano, su capacidad de aludir a mundos pequeños, pero quizás debió advertir que la ambigüedad jamsiana se manifestaba en él  de una forma diferente: la de la doble lectura, el atravesar los significados pudiendo quedarse alternativamente con uno o con otro, a la manera de las alegorías. El lugar sin límites puede ser la novela del machismo puesto en evidencia, y por lo tanto censurado, pero es también sin duda -y el epígrafe de William Blake lo corrobora- el espejo invertido que muchas veces jugará como centro del significado: el infierno lleva adentro un pequeño paraíso donde el amor se abre en forma de esperanza.

La idea de truco, de artificio, obsesionó también la obra de Donoso desde los comienzos. El final de El jardín de al lado es el ejemplo clásico: la novela que termina habiendo sido escrita por quien menos lo pensamos. Casa de campo, en cambio, exacerba la idea de que  las reglas de construcción de los universos de significado son las únicas que pueden develar "ese andamiaje de la novela que es necesario destruir para dejar la líneas del edificio literario en descubierto." Como en El obsceno pájaro, pero más cerebralmente, en Casa de campo Donoso extrema el artificio hasta llevarlo a la materia misma de la anécdota, creando una verosimilitud que lo despoja de toda relación con lo histórico concreto. Quizás es la novela inglesa del siglo XVIII la que está presente como intertexto. Sabemos, de todos modos, y esto siempre irritaba a Donoso, que la novela fue interpretada por algunos críticos como la metáfora del encierro que Chile sufría durante la dictadura de Pinochet.

La idea de destruir el andamiaje de la novela no estuvo en Donoso al servicio de una actitud vanguardista, sino más bien, de la exacerbación de ciertos elementos de fuga, podríamos llamarlos así, que transportan al lector desde su creencia en que lo que lee es ficticio, hacia una realidad que finge insinuarse bajo la forma de detalles "verdaderos". Un poco a la manera de Borges y Cortázar, aparecen datos de la realidad que suspenden la credulidad, y advierten acerca de la provisoriedad de todo planteo formal, de la necesidad de no aceptar como definitivo ningún punto de llegada. Donoso también confesó alguna vez de qué manera cada vez que empezaba una novela se proponía una cosa que terminaba siendo otra.

Mis preferencias se inclinan del lado de las "nouvelles", sin que esto signifique no deleitarme con la prosa bellísima y envolvente de El obsceno pájaro o dejarme cautivar por la melancolía de El jardín de al lado. Relatos como "Sueños de una ruina inconclusa" muestran la sordidez de esos mundos que lo fascinaron y que inventó por primera vez en el convento de El obsceno pájaro. Los personajes sórdidos se han transformado en una manera de cuestionar la realidad de saco y corbata, que fue más que eso para Donoso: la imposibilidad de admitir que cada uno, novelista o no, puede inventarse a sí mismo a partir de su propio deseo, y gracias a él ser libre y pleno. “El tiempo perdido” y “Jolie Madame” bordean lo costumbrista, para volverse, hacia sus respectivos finales, interrogantes acerca de la capacidad develadora de la literatura.

Un inteligente autor de contratapas dijo que Donoso oscilaba entre los cuadros costumbristas, las alegorías, el humor negro y esperpéntico, la ambigua parábola. Diremos, ya que he dejado para el final al amigo, que también Donoso era así. A veces irónico, con un humor de permanente observación, podía abismarse en la más terrible de las melancolías, de la que salía siempre con un nuevo proyecto literario. Casi siempre sus malos humores tenían que ver con la imposibilidad -momentánea, por cierto- de escribir a la medida de sus deseos. Su bondad, sin embargo, una generosidad que no se olvidaba nunca del amigo, servían para disipar cualquier tormenta.

En 1985, cuando lo visité para grabar unas conversaciones literarias, comprendí qué chileno era. En Buenos Aires me había parecido tan europeo, con sus conversaciones plagadas de citas en inglés o francés, con su gran conocimiento de la literatura del mundo. En Chile, en cambio, cuando paseaba de noche sus perros por las calles bordeadas de acantos, abrigado con un poncho blanco y negro, era entrañablemente chileno. Amó también mucho a Buenos Aires, donde, como todos sabemos, vivió algunos años y conoció a su mujer. Le gustaba el desenfado de los porteños, la audacia de los jóvenes, los árboles grandes y frondosos, los barrios del sur y también las calles de Palermo Viejo. Como lo pretendió de algunos de sus personajes, vivió a fondo su vida de escritor, la que eligió vivir, y hasta su último minuto pidió poesía. Por eso quiero leer, a modo de despedida, unos versos suyos:

Hora a hora
-oídme-
el laurel definitivo se acerca:
el cerro va a derrumbar su sombra,
y para dormir enrollan sus esqueletos
una confusa variedad de lebreles.
Y cuando se detiene, violeta, el corazón
descubre que el terror definitivo es su igual
si osa ponerle un nombre.

("Palabra", de  Poemas de un novelista)



 

 

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Por Josefina Delgado.
Leído el 12 de diciembre de 1996, en el Salón Dorado de la Casa de la Cultura, Avenida de Mayo 575, Ciudad de Buenos Aires.