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El país de los monstruos
José Donoso «El obsceno pájaro de la noche» Alfaguara, 2016
Por María Paz Rodríguez
Publicado en La panera n°80. Marzo de 2017
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La literatura de José Donoso es oscura; su narrativa viene a insertarse en la tradición de los autores del “Boom latinoamericano”, y esas novelas que intentaron articular un relato que resignificara a un país, a una sociedad, un momento histórico, y cuyos personajes representaban –la mayoría de las veces– a los actores silenciados por el discurso oficial; a los desplazados del centro y a los caídos. Pienso que eso es un poco lo que hacen Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Pienso, también, que esa pulsión es la que define al país inventado en «El obsceno pájaro de la noche» , de José Donoso (Santiago, 1924).
El Mudito, escribidor de esta historia, intenta construir una biografía de su patrón don Jerónimo de Azcoitía, quien, sin herederos, salvo sus propios monstruos, resume la encarnación de una aristocracia decadente y enferma. La oligarquía, entonces, es un espacio mental que aúna las voces de los sirvientes, de los curas, de las viejas de la casa, de las “misias”, de las leyendas y, por sobre todo, de una genealogía que repite nombres y errores. Una genealogía condenada a extinguirse, para mezclarse, a través de la “brujería”; a través de las artes de la Peta Ponce o de la finada Brígida, con ese vulgo que tanto desprecia. En este sentido, creo, «El obsceno pájaro de la noche» es una novela cuyo afán es articular una discursividad de patrones y sirvientes. Dónde radica el poder y por qué. Qué le otorga ese poder a unos y le resta a otros. No es casualidad, entonces, que el encuentro entre el Mudito y don Jerónimo sea lo que mueva al primero a pertenecer a la casta de los Azcoitía; y así, intentar convertirse en “alguien”. Dejar de ser Humberto Peñaloza para convertirse en el Mudito, en la guagua de la Iris Mateluna, en el heredero de la familia Azcoitía. De alguna manera, don Jerónimo y Humberto son uno mismo. La herida de bala de uno se transfiere a la herida ficticia del otro. La impotencia de uno es la capacidad de engendrar del otro. La distinción de uno será el deseo/pulsión que mueve al otro. Unos (sirvientes) por debajo de otros (patrones), permiten la configuración coral del texto. Querer pertenecer a la tribu de los poderosos será lo que otorgue un orden social a las muchas voces que en la novela urden un centro en constante desplazamiento. Así, el cruce de Iris con el patrón y de doña Inés con el Mudito, permiten la fertilidad. Permiten que nazcan herederos que, aunque monstruosos, perpetúen el apellido y la clase.
A su vez, la madre Benita, casi como una presencia mediadora; como la jueza mental de estos protagonistas, será el ojo que lo ve todo. Será la gran confesora de estas páginas. La madre Benita, entonces, está encima de la acción para expiar la misma acción. Entremedio de santos de yeso sin cabeza, ni manos ni pies; santos quebrados, ídolos religiosos fracturados que yacen como un reflejo de otros tiempos dentro de la casa patronal, se susurran los milagros de doña Inés de Azcoitía: la casi casi beata; la casi casi santa de la familia; única posibilidad de perpetuar el apellido. Así, esta será la mitología de una fronda llena de imbunches: monstruos cuyos agujeros del cuerpo han sido cocidos para transformarlos en los juguetes vivos de las viejas del fondo de la casa. Pero, también, el imbunche es una significación de cómo se escribe esta historia; una escritura llena de costuras e imposibilidades. Esto agrega cierta dificultad a la lectura, pues, aunque sea el Mudito quien narra, serán las voces de la Peta Ponce, don Jerónimo, doña Inés, de algunas viejas de la casa, la Emperatriz, la Iris o del padre Azócar quienes se tomen la palabra.
Y existe un país de los monstruos. Una pequeña fortaleza que don Jerónimo le construye a su hijo Boy, más parecido a una gárgola que a un niño; Boy no es más que la encarnación de lo grotesco, a quien tendrán escondido en una corte llena de otros seres tan grotescos como él. Una élite de monstruos de primera, segunda y tercera categoría, siempre en pugna de su propia ascensión social dentro de la misma plataforma ficticia en la que habitan. Pura simbología de una sociedad enferma, condenada a desaparecer o a perpetuarse en la sombra. Un mundo que es la firma de Donoso. Eso, que hace que otras literaturas sean donosianas, circula por estas páginas, configurando lo que, creo, es su obra más importante. Como una obsesión que se demora en decantar, acaso no decanta, esta es una novela de espejos, de pares opuestos, de luces y sombras –más de sombras que de luces. Es una novela brutal, llena de terrores y problemáticas complejas, pero que se lee vorazmente. Que se lee como un artefacto del terror. O una máquina que hace sonar una música rara, complicada, pero llena de belleza. Disponible en todas las librerías, recomiendo su lectura y re lectura.