Proyecto Patrimonio - 2021 | index |
José Donoso | Autores |


 








“La desesperanza", de José Donoso

Por Luis Chitarroni
Publicado en revista Vuelta, N°7, febrero de 1987




.. .. .. .. ..

Si la ausencia de reflexión crítica agudiza la tentación de escribir obras maestras, puede atribuirse a la profusa fatuidad de la crítica contemporánea el hecho de que sólo se escriban novelas empeñadas en resistirse a esa tentación. Sin tentaciones ni empeños, La Desesperanza prolonga la obra de Donoso con cuidada mansedumbre formal. No descubre, como El Obsceno Pájaro de la Noche, un mundo secreto cuyas proporciones desconciertan; no pacta ni dialoga con el lector del modo que lo hacía Casa de Campo (una infancia a lo lvy Compton-Burnett descompuesta en desenlaces a los que no eran ajenas la picaresca española ni las clásicas novelas de aventuras); no convoca, como El Jardín de al Lado, la complicidad del que lee para revertirla, mediante un grave ardid novelesco que asombra más gracias a su sencillez, en fascinación. Cinco años separan a La Desesperanza del libro anterior de Donoso, cinco minuciosos años que no se resignan a la invisible cronología de la elaboración literaria. Por eso La Desesperanza obliga: a compararla con las otras, a definirla en relación a esas tentativas y logros.

Dos franjas deslinda esta novela de la literatura que está escribiéndose en Santiago de Chile o en Barcelona, en Paris o en Buenos Aires, para disimular la angustia de cierta extenuación temática: la de una literatura sólo enconadamente reflexiva, autoindulgente, vaciada de cualquier caución de distanciamiento, apegada hasta la pulcritud a un modelo de escritor indefendible (indefendible porque defiende para el escritor una posición fija, una lealtad sin decisiones, íntima reverencia que se prodigó el que en la desesperación sólo comenta el hastío de encontrarse a sí mismo), y la de una literatura ilustrativa, paciente siempre con sus vindicaciones, contigua a la alegoría. La extenuación temática, por otra parte, es síntoma de alguna transformación, puesto que no constituía un problema en los setentas. Lo importante (se citaba a Joyce) era tener algo qué escribir, no algo sobre qué escribir. Aparte del chiste de apoyatura, lo cierto es que la narrativa —y en particular la narrativa escrita en América Latina— nunca pudo, por fortuna, despejarse de temas y argumentos. Tres Tristes Tigres y José Trigo son, además de maravillosas construcciones verbales, novelas entretenidas y recordables, novelas en las que, aparte de la ávida capacidad del lenguaje para inventar sus leyes y juegos, hay circunstancias y personajes. En la misma línea, no sé de artificios mejor concebidos que los de Néstor Sánchez, pero aún esas síntesis fulgurantes en las que todo parece definitivamente subordinado a la entonación poética, construyen la intriga novelesca de acuerdo con los percances argumentales —precisos o vagos, coherentes o contradictorios— (si bien imposibles de ser "contados por teléfono", como bromeaba Sánchez refiriéndose a las novelas de banal linealidad). Mucha de la peor literatura de la década pasada lo fue por un exceso de "literatura", como si la literatura pudiera ser explicada antes de hacerse.

Pero en 1986, La Desesperanza, decíamos, deslinda dos franjas. Estratégicamente, como construcción alejada de los modelos que puedan utilizarse para su encasillamiento; literariamente, como oportuno traslado de acontecimientos ficcionales a una circunstancia real. Es en ese recodo singular que descansa una maestría (reconocerla resulta, sin duda, un atrevimiento) que satura: en el pórtico mismo de su concepción (siguiendo, pues, con las palabras atrevidas), La Desesperanza exhibe algunos de los alarmantes signos de la roman à clef.

Esos signos, no obstante, sólo ahondan en la inferioridad del lector distraído (lo soy), que se promete una urgente revisión de la vida política y cultural chilena para encontrar en otros nombres lo que el novelista puso en sus personajes. Por su parte, la historia de Mañungo Vera, de la Ju, de Lopito y todos los demás, tiene un irresistible interés. Donoso a veces lo mortifica: cuando no deja que sus personajes actúen sin marcas y abunda en devaneos que los estereotipan; cuando retuerce una retórica admonitoria que ubica al invisible narrador en el demasiado visible panteón de los escritores del "boom". Peor que el cansancio de Homero son sus suspiros.

La invención de un mundo novelesco, por contradictorio que parezca, implica una severidad de la que ninguno de los antiguos atributos debe desertar: todo relato de cierta extensión —cuento, nouvelle, novela— es, en definitiva, una meticulosa administración de tiempos, de tiempos débiles y tiempos fuertes, de énfasis y reticencias. Juzgar esa suprema magnitud como una presión es como juzgar los catorce versos del soneto una violencia limitadora. Pero no es el fanatismo de los géneros el que importa aquí, sino ese fanático a quien muchas veces las novelas conducen al desconsuelo: el lector. Maltratado, olvidado, obligado a repetir con impuesta devoción que sólo lo aborrecible es arte, el lector debe de nuevo ser tentado, seducido, interesado por las historias que se cuentan de acuerdo con este provisorio esquema. La Desesperanza podría llamarse, "la destreza" por la habilidad con que su tono, nunca desfalleciente pese al titulo verdadero, coincide con la historia narrada. Hay una extrema realidad narrativa que nos obliga a aproximarnos confiadamente. Hay deliberación y delicadeza en los detalles, como ese mal de oído —tinnitus— que afecta a Mañungo Vera, y es el doloroso vínculo de su profesión desclasada con su exilio precoz y, tal vez, con su precoz retorno, o como el rugido adenoidal de Carlitos, el león del zoológico, que es el sonido de recibimiento que la patria prodiga al volvedor, o como el vestido de seda que la Ju elige para su noche de apoteosis y venganza, o como la desdentada boca de Lopito dormido, enfermo de males que no conoce, el del exilio, o como el otro león, de peluche, que Matilde peina incansablemente en su mansión parisiense, o como las banderas que Jean Paul descifra en su francés materno, o como la ronda final de niños en torno de Fausta Manquileo. No sé si este pequeño repertorio coincidirá con otras lecturas, pero constituye el conjunto de rincones privados que perduran en la memoria del que leyó.

Parecerá un descuido, por lo demás, pasar por alto la estructura tripartita de La Desesperanza; es un trabajo que los críticos menos entusiastas se encargarán de hacer sin duda alguna. De las tres partes de La Desesperanza podrá hablarse como de una vasta tragedia que comporta otras tres tragedias sabiamente definidas, insertadas en la aún más vasta tragedia de un país valiente y sometido. Un reparo final: la extenuación temática parece reclamar para una internacionalidad deliberada, la deliberada elección de temas nacionales: esa elección sin que una pasión estetizante mitigue la importancia que la urge, obliga a veces a que el escritor deje de lado la intensidad ficcional, la episódica eficacia ficcional de lo novelesco, en pos de garantías de lectura. No es fortuito ese determinismo originario; cierto, no es fortuito. pero no es tampoco imprescindible.



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2021
A Página Principal
| A Archivo José Donoso | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
“La desesperanza", de José Donoso
Por Luis Chitarroni
Publicado en revista Vuelta, N°7, febrero de 1987