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José Donoso: la escritura sin límites

Por Felipe Navarro
Publicado en revista Crisis, N°59. Buenos Aires, abril de 1988



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El perfil de escritor y tribuno es, para el narrador chileno, un modelo del siglo pasado del que prefiere escapar. Sin embargo, la situación de su país lo ha llevado a tomar posición y en su último libro, La desesperanza, la preocupación política ingresa a su obra de ficción. Asiduo invitado a la Feria del Libro, este año ha interrumpido los muchos proyectos que aborda —entre ellos dos novelas— para volver a contactarse con lectores argentinos.

 

Después de su regreso a Chile, en 1980, usted publicó únicamente dos libros: Cuatro para Delfina (1982) y La Desesperanza (1986). ¿Por qué esos cuatro años de silencio?
—Fundamentalmente por razones de índole personal, familiar, y, en mínima parte en razón de la situación que yo calificaría de "revuelta" que viene atravesando Chile en el transcurso de los últimos años. De todos modos, para mí, escribir libremente no es muy difícil, porque tengo un buen pasar económico, porque me llamo José Donoso y soy un escritor bastante conocido, porque tengo 63 años. Para un joven que comienza, evidentemente, el problema no se plantea así, es mucho más complicado.

Esa situación "revuelta", ¿de qué manera incide en su trabajo?
—Muy simple: me llaman a pronunciarme sobre tal o cual acontecimiento continuamente, y esto me crea un grave problema, porque yo no tengo ninguna vocación de hombre público.

En América Latina, el intelectual interviene muy a menudo en política.
—Históricamente, cada escritor latinoamericano ha escondido a un tribuno. Una gran cantidad de autores han sido parlamentarios, políticos o diplomáticos. Los orígenes de este fenómeno hay que buscarlos en el romanticismo, un período en el cual comienzan a reivindicarse las nacionalidades en América Latina y que coincide con la ausencia de cuadros. Los hombres cultos eran pocos y estaban prácticamente obligados a asumir varias responsabilidades al mismo tiempo. De ahí surgen los Echeverría, los Mármol, los Mitre, los Sarmiento, los Martí.

Y hoy en día, ¿es válido mantener esa postura? Los ejemplos en ese sentido son abundantes.
—Pienso que no, que en este período es peligrosísimo, y que la principal perjudicada no es la política, sino la literatura. Los escritores se desvían de su actividad principal y sus obras se ven impregnadas de las responsabilidades políticas o de las declaraciones que asumen. Nuestra literatura está últimamente marcada por varios interrogantes: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? Son obras de indagación de la identidad nacional, que generalizan, que a veces terminan pareciéndose a las enciclopedias, con una gran pretensión filosófica. Por desgracia, no poseemos una literatura de lo particular como la de los países que tienen una seguridad en cuanto a su origen y, al mismo tiempo, una seguridad económica, como es el caso de Francia o de los Estados Unidos.

O sea que hay que leer a los franceses y a los norteamericanos.
—Hay que leer de todo, pero a un joven escritor yo le aconsejaría que leyera a los grandes del siglo XIX para comenzar. Sobre todo a Víctor Hugo —para mí Los Miserables es uno de los monumentos de la literatura mundial—, a Emily Brontë, a los ingleses. También a Henry James. Hace un tiempo asistía a mi taller literario un joven que, me di cuenta al cabo de varias conversaciones, no había leído nunca a Dostoievski. Le dije que no volviera a poner los pies en el taller hasta no haber leído sus obras completas.


la desesperanza

En su última novela, La Desesperanza, usted aborda continuamente el tema político.
—Yo soy un hombre que tiene posiciones clarísimas con respecto a la dictadura de Pinochet. Pero me mantengo en mis propios términos, es decir no obedezco a la línea del partido o de cualquier otra ideología. Mi posición, evidentemente, se transparenta en mi obra. Pero el origen de La Desesperanza es otro. Mi novela es hija de otros dos libros, como pasa a menudo en literatura. En este caso se trata de You can go home again de Thomas Wolfe, la cuarta de su obra americana, notable, terrible, una obra que yo quise mucho. Trata de un hombre, un escritor, quien después de recorrer Europa intenta volver a su tierra de origen, a sus raíces, y se da cuenta que no puede. La otra novela pertenece a Thomas Hardy, The return of the native, escrita en el siglo pasado. Es la historia de un joven de poca cultura que va a estudiar relojería a Bélgica y que luego regresa a su país, donde encuentra a dos mujeres. Lo interesante del texto es que el paisaje juega un papel no de escenario, sino de personaje. Esto creo que es una característica de la novela inglesa. Dickens también lo hace: va llenando los paisajes hasta transformarlos en criaturas vivas, en causantes de hechos.

Cuando yo vuelvo a Chile tengo un tema. Y con él me voy a Chiloé, en el sur, un lugar mítico. Tomé algunas notas, que quedaron olvidadas un tiempo. Hasta que falleció Matilde Neruda, gran amiga nuestra. Poco después nos fuimos de vacaciones con mi mujer a Chiloé, pero yo en ese momento no sabía que iba a escribir una novela sobre ese sitio. Fue en Chiloé que empecé a pensar en la casa de Neruda, en esa última noche, y la novela se me armó poco a poco.

Esta parece ser su novela más autobiográfica.
—Quizá no más que Casa de campo, pero es cierto que hay un sentimiento muy fuerte de mi experiencia de Santiago, de mi barrio, de los Neruda, de mi participación en los mitos.

Y además del tiempo, porque la novela transcurre en 24 horas, lo que da una intensidad dramática muy especial. Pero volviendo a Santiago, es una ciudad que ha cambiado mucho, no es la misma que usted dejó. Hay una gran nostalgia.
—Yo diría que hay una nostalgia de lo que todavía existe. Porque Santiago funciona de alguna manera como un espacio cerrado, inviolable, y se transforma así en un espacio sagrado. Al mismo tiempo existe el viaje a los orígenes, al sur mítico, que no se efectúa nunca, como tampoco se concretiza la violación de Judith. Todo, o mejor dicho muchas cosas, pasan en la imaginación de esta gente. Ahora, cuando releo la novela, me pregunto qué irán a hacer verdaderamente Mañungo y Judith, los dos protagonistas, porque en realidad están cambiando de opinión continuamente.

Otros dos personajes que llaman la atención por el aura de misterio que los rodea son los niños, el hijo de Mañungo y la hija de López
—Lo que ocurre es que el mundo de los niños es de muy difícil comprensión, se rige por otras leyes, obedece a otros mecanismos. Claro que, en contrapartida, su universo misterioso se ve agredido por las normas de la sociedad, que intenta hacerlos entrar en su propia lógica.

¿Cómo fue recibido el libro en Chile?
—Favorablemente, salvo claro está por los canales oficiales, por el diario El Mercurio...

¿Y el Partido Comunista? Le pregunto esto porque los comunistas no quedan bien parados.
—No quedan muy bien parados, es verdad, pero no se pronunciaron oficialmente.

¿Cuáles son sus proyectos en lo inmediato?
—Varios, y algunos de ellos ya han sido comenzados. Tengo dos novelas bastante avanzadas, que este último año no he trabajado mucho, un diario de escritor que llevo desde hace 25 años, donde está verdaderamente el origen, la historia de la estructura de mis novelas, y que hay que poner en orden. Y después existen dos proyectos: un libro de memorias de infancia y otro de viajes por todo Chile.



 

 

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