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«Coronación», de José Donoso: Espacios invertidos y opresores

Por Emilio Vilches Pino
Publicado en Cine y Literatura, 27 de junio de 2018



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La ficción del famoso escritor chileno se presenta como una dislocación afectiva y estética de los ambientes, ya que la casa, el territorio cerrado, aparentemente acogedor, termina transformándose en un lugar restrictivo, delimitado por un microcosmos ordenado que atrapa y concluye aniquilando a sus personajes. En cambio, el exterior, la ciudad, geografía represora por excelencia, aparece como una invitación a la libertad humana y emocional.


Coronación, la primera novela de José Donoso Yáñez (1924 – 1996), fue un éxito rotundo cuando se publicó en 1957. Se le consideró parte del Boom latinoamericano y Donoso alcanzó de inmediato un nombre entre las letras chilenas y de habla hispana. La crítica de la época la asoció la novela con la tendencia realista y destacó sobre todo la representación de la decadencia de la burguesía. Sin embargo, el mismo Donoso desestima estas clasificaciones. En efecto, en Coronación evidentemente no tenemos una simple novela realista al estilo Balzac, como la mayoría de los críticos de la época sostuvo. Si bien están presentes ciertos códigos propios de este tipo de escritura, la novela posee dos planos interdependientes que corren simultáneamente: un plano enunciativo y un plano simbólico paralelo al desarrollo de las acciones.

Creo que, en gran medida, esta naturaleza simbólica de la novela se basa en la relación metonímica que existe entre los personajes y los espacios que habitan. Los personajes están oprimidos en el orden interno de los espacios cerrados y les resulta muy difícil romper la barrera hacia la esfera del espacio abierto, libre y caótico. Esta dicotomía espacio público/espacio privado es lo que condiciona los movimientos de los personajes en cuanto son medios representativos o continuaciones de los caracteres de los propios personajes; existe entre ellos una relación de contigüidad y así en el plano simbólico cada personaje representa una cara determinada de las siguientes dicotomías: Libertad/opresión; vida/muerte; caos/orden; verdad/engaño.

Para analizar la novela desde esta perspectiva tomaré los conceptos planteados por Luis Javier de Juan Ginés acerca del espacio narrativo y su relación con los personajes. En el apartado Espacios como refugio y como rechazo para el personaje,  plantea que existen lugares que resultan cómodos para los personajes, como la casa (símbolo del nido) y otros que le resultan opresores. Sin embargo, esta lógica no es estricta: “La cualidad acogedora o agresiva de un lugar se decide a posteriori, como resultado de su influencia en las acciones que los personajes desarrollan en él. Es el receptor quien concreta, con la intermediación del imaginario cultural, el significado los espacios”[1].

Siguiendo este postulado, Coronación se presenta como una inversión de los espacios, ya que la casa, el espacio cerrado, aparentemente acogedor, termina transformándose en un lugar opresor, delimitado por un microcosmos ordenado que atrapa y termina aniquilando a los personajes. En cambio, el exterior, la ciudad, espacio opresor por  excelencia, aparece como una invitación a la libertad. Para José Promis, en la obra de Donoso: “El medio ambiente se fragmenta en afuera y adentro, espacios libres y abiertos, espacios cerrados, opresivos, sórdidos y enajenantes. Las casas se convierten en mansiones oscuras, laberínticas, prontas a destruir y destruirse. Pierden la condición de espacios protectores que le atribuía la narrativa anterior”.

Según Juan Ginés los personajes no asumen el espacio negativo con resignación, sino que reaccionan y toman una actitud determinante ya sea de adaptación o de acción. Esta actitud puede llevarlo al triunfo sobre el espacio o a la derrota.

Considero necesario aclarar que pese a la separación que vengo planteando entre el adentro y el afuera, muchas veces estos límites se cruzan y lo exterior invade a lo interior y lo determina. No es casual que Coronación comience precisamente cuando el empleado del emporio entra a la casa a dejar los encargos. No entra solamente él, sino todas las fuerzas caóticas del exterior que echan a andar la obra.

Se puede señalar que el espacio abierto aparece como una representación de la libertad de movimiento, de decisión. El espacio privado, en cambio, tiene que ver con el orden opresivo y negativo al cual los personajes intentan derrotar. Dentro de la casa tenemos durante toda la novela la presencia maléfica [2] de misiá Elisa, un personaje encerrado en su cotidianidad y en su locura. Se presenta como una madre castradora para Andrés, no le permite crecer. En su juventud fue hermosa y vital, pero la locura la hizo encerrarse en la casa y envejecieron juntas. En el momento del acontecer de la obra la casa aparece como un lugar lúgubre, oscuro, en oposición a la claridad y colorido que tuvo en el pasado: “Tanto la casa como sus habitantes estaban viejos y rodeados de olvido (…) En otra época era costumbre pintar la fachada todos los años cerca del dieciocho de septiembre, como asimismo los rosales, de blanco abajo y rojos en la punta. Pero rosales ya no iban quedando y todo envejecía muy descuidado.” [3]

Misiá Elisa y la casa resultan presencias tentaculares para Andrés. Ella, desde su cama en la habitación de arriba, ejercía una vigilancia panóptica sobre los habitantes de la casa y los y castigaba con agresiones verbales y maldiciones. Viviendo en aquella casa, Andrés se sentía amenazado por este orden opresor e intentó enfrentarlo yéndose e instalándose en un departamento de soltero:

“Era imposible seguir viviendo en la casa de su abuela, tenía derecho a una vida propia, de hombre, a buscar ambientes nuevos, amistades (…) al regreso de su abuela hubo violentas querellas respecto al paso que ella consideró egoísta, pero a pesar de encontrarse en varias ocasiones a punto de ceder, Andrés logró derrotar una compasión que hubiera terminado por destruirlo.” [4]

Como se puede ver, Andrés tenía conciencia de que dejarse atrapar por la casa-abuela lo encaminaría a la destrucción e intenta derrotar al espacio negativo saliendo hacia un afuera que le otorgaría libertad. Sin embargo, nunca genera lazos con el nuevo espacio, nunca terminó por convertirlo es un espacio propio y termina volviendo una y otra vez a la casa hasta que vuelve completamente y termina siendo devorado por la casa-abuela, alienado, destruido.

René siente la misma opresión y líneas de orden en su casa del barrio bajo. Este espacio aparece con características que a los personajes les resulten hostiles: es pobre, desarreglada, fría, estableciendo una relación de contigüidad con el tipo de vida que llevan los habitantes:

“no era raro que hiciera frío en la pieza. Los dos cuartos que René ocupaba al fondo del pasadizo estrecho y obscuro —con la Dora, sus dos chiquillos y con Mario— eran de madera mal ajustada (…) además, el piso era en parte de tierra, y la construcción estaba adosada a un muro desnudo, de ladrillos y cemento”.

La casa de René se parece a Dora, mal arreglada, arruinada. Dora no tiene dientes, lo que simbólicamente indica que no tiene poder de acción, como sí los tiene Estela, quien muerde con sus dientes la lengua de Andrés al final de la novela, cuando logra vencer al orden y al espacio opresor. Para Dora es una necesidad salir de la casa, quiere vivir las posibilidades del afuera, que la vean las amigas, ir a los eventos sociales del barrio. Pero no puede vencer al espacio, se queda atrapada por los tentáculos de su casa al igual que René, cuyo proyecto era conseguir un buen negocio que le permitiera vivir una vida pública holgada y, en el mejor de los casos, irse al norte abandonando a su casa y su familia. Sin embargo, no es capaz de hacerlo, el orden interno de su casa-familia lo mantiene atado a ella: “No, no era posible. No se atrevería a abandonar a la Dora y a los chiquillos, jamás en todos estos años se había atrevido, a pesar de que la idea poblaba todos sus planes.”

Como he anunciado, Estela es el único personaje capaz de derrotar la opresión del espacio cerrado y salir al exterior. Al morder a Andrés corta los lazos con las líneas de orden de la casa, y más aun, rompe el orden que se espera de su comportamiento como ser jerárquicamente inferior al burgués acomodado. Al delatar el robo, además, se muestra como un personaje capaz de actuar y de tomar decisiones, aunque aquello pueda traerle consecuencias desfavorables, como en efecto le ocurre (la golpiza de René). No es casual que ella venga del campo, espacio de afuera, opuesto a la casa burguesa de la capital. No sabemos qué les espera a Estela y Mario en el orden caótico del espacio público hacia el cual huyen, pero sí sabemos que en ese espacio ellos tendrán libertad de decidir y estarán alejados de la vieja y de René, sus respectivas  presencias maléficas.

Considerando ahora la dicotomía vida/muerte, nos encontramos con que en los espacios públicos de la novela están situados los impulsos vitales y sexuales que están ausentes en el espacio privado. Debemos fijarnos en que todas las escenas de amor aparecen en el exterior: el primer beso entre Estela y Mario, sus citas posteriores, su primera relación sexual y también la de Dora y René. No es casual tampoco que producto de aquellas relaciones al aire libre se produzcan embarazos: la vida se gesta en el espacio público, mientras que la muerte se produce en la casa.

Para analizar la dicotomía caos/orden sería conveniente saber que Donoso considera la casa como el lugar donde sucede la novela, es el espacio “del orden y de las reglas, y del catastrófico, aunque a menudo insignificante, advenimiento del caos”. La casa, lugar privado por excelencia, he señalado anteriormente que no aparece en  Coronación  precisamente como lugar de refugio. En un comienzo el orden del espacio cerrado resulta acogedor, pero termina por volverse en contra de sus moradores, oprimiéndolos y negándoles la libertad. (Concepción constante en la obra donosiana, ver por ejemplo el caso de El obsceno pájaro de la noche, donde la casa, aparentemente protectora, termina por convertirse en un lugar de opresión.)

Hemos señalado que el espacio  de afuera  penetra en los espacios privados y provocan el advenimiento del caos al que se refiere Donoso. La cocina de la casa se presenta como un espacio intermedio entre lo público y lo privado, y es la puerta de entrada desde el exterior. Por esta puerta ingresan los empleados del emporio y es por donde ingresan a robar Mario y René. Estas fuerzas del afuera desestabilizan el orden de la casa y ponen en tensión a los personajes, provocando las acciones y los conflictos de la obra.

El tema de la verdad/engaño se podría asumir desde distintas perspectivas. Tomando las palabras de Juan Ginés acerca de la subjetividad del espacio (filtrado por la concepción del personaje) se puede afirmar que Andrés ve lo que quiere ver. Un ejemplo de esto ocurre cuando Estela llega desde el campo y él la percibe como una mujer fea, sin gracia, porque es así como un hombre burgués debe ver a la campesina empleada de la casa. Su visión comienza a cambiar cuando misiá Elisa anuncia su deseo por Estela y Andrés comienza a asumirlo: ahora la ve joven, hermosa y profundamente sensual.

Con respecto a las casas de la obra donosiana, José Promis señala que son construcciones que “adquieren una mentida fisonomía de espacio feliz cuando son contempladas por una mente deformante”. Y la mente de Andrés sin lugar a dudas es deformante. Basta recordar a Omsk o la locura que asume finalmente como refugio ante las responsabilidades de una vida libre.

Los personajes, al ser parte de espacios negativos y hostiles, se refugian en otros lugares que les resultan cómodos y protectores. Juan Ginés define estos lugares como espacios propios: “El personaje se mueve con seguridad en los lugares que domina, en los que ha desarrollado parte de su vida y donde, por tanto, se siente parte integrante de un sistema que le pertenece.”

Como he planteado anteriormente, a los personajes de Coronación les está impedido emigrar hacia esos lugares y, por lo tanto, los buscan en su mente. Estos refugios mentales actúan como una salida o respuesta ante la opresión del espacio cerrado. Ellos se auto-engañan y prefieren la sublimación hacia lugares utópicos antes que asumir la realidad de su opresión.

Ejemplos de estos refugios mentales son Omsk, la ciudad utópica que se inventa Andrés para estabilizar sus conflictos existenciales; también Oslo, la ciudad desconocida por Mario que significa para él la salvación y la libertad; el norte para René, el escenario de una infancia feliz al cual desea volver; el pasado para los habitantes de la casa Ávalos, una época de oro feliz que ha quedado irremediablemente atrás; la locura para Andrés, que se presenta para el personaje como la libertad, la evasión definitiva de todas las responsabilidades y encierros. Pero esa salida se presenta en un refugio mental, en un engaño, debido a la incapacidad de vencer al espacio negativo en la realidad. Andrés es derrotado, consumido por la casa-abuela, se convierte en ella, se vuelve loca. Como contraste, Estela representa la realidad, la conciencia de dónde se está y cuáles son las posibilidades de salida.

 

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Emilio Vilches Pino
 (Santiago, 1984), además de ser autor de la novela Labios ardientes (La Polla Literaria, Santiago, 2014), y del volumen de cuentos Noches en la ciudad (Santiago-Ander, Santiago, 2017) registra ser profesor de Estado en castellano, titulado en la Universidad de Santiago de Chile, y magíster en literatura latinoamericana y chilena, también por la misma Casa de Estudios.

 

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Bibliografía

José Donoso. Coronación. Santiago: Zig-Zag, 1962 (Primera edición 1957).

José Donoso. Conjeturas sobre la memoria de mi tribu. Santiago: Alfaguara, 1996.

José Donoso. Historia personal del Boom. Santiago: Editorial Andrés Bello, 1987.

Luis Javier de Juan Ginés. El espacio en la novela española contemporánea. Madrid: Tesis doctoral en Universidad Complutense de Madrid, 2004.

 

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Citas

[1] Luis Javier de Juan Ginés. Op. Cit. P. 98.

[2] Donoso se refiere a Misiá Elisa en los borradores de la novela. Ver más en el artículo de Maricelle Pinto-Tomás.

[3] José Donoso. Coronación.  Santiago: Zig-Zag, 1962. P.9.

[4] José Donoso. Coronación. Op. Cit. P. 19

 

 



 

 

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