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Nuevo y premiado libro:
La novela más personal de Jorge Edwards
Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 25 de mayo de 2008
La próxima semana se presenta en España "La casa de Dostoiewsky", novela ganadora del II Premio Planeta Casa de América y que llevará de gira a su autor por algunas ciudades de España y de Latinoamérica.
En Chile, el libro estará disponible esta semana.
Aunque se las ha arreglado para ser personaje de varias de sus ficciones y de robarle protagonismo al propio Neruda en las memorias Adiós, poeta..., es quizás en La casa de Dostoiewsky, su más reciente y premiada -y lograda- novela, donde Jorge Edwards (Santiago, 1931) parece estar más presente. Aunque ningún personaje lleve su nombre. Ni se le reconozca completamente en uno de ellos. Porque ésta es la novela de su generación, la del cincuenta, y de un Santiago mítico, al que el escritor vuelve encarnado en parte en el Poeta con mayúscula, que es y no es Enrique Lihn, pero también es él, y en parte en Eduardito Villaseca, un joven aspirante a poeta que debe lidiar con las presiones de una familia burguesa y un padre autoritario que ya le tienen resuelto su futuro de abogado con un conveniente matrimonio.
Jorge Edwards también dio con esta novela un completo giro a su relación editorial. Después de publicar El inútil de la familia en Alfaguara, el Premio Iberoamericano Planeta Casa de América que ganó en abril le significó -aparte de los US$300.000- una edición de 100 mil ejemplares bajo el sello Planeta y la distribución en España y Latinoamérica. Lo que quiere decir, además, que esta semana deberá viajar a Madrid para presentar el 3 de junio su obra, junto a la del colombiano Fernando Quiroz, Justos por pecadores, finalista del concurso. La gira seguirá luego por Barcelona, Sevilla, Buenos Aires, Santiago -entre el 14 y el 18 de junio-, Bogotá y Lima, donde participará en la Feria del Libro. Como si nada, a sus casi 77 años, Edwards está más preocupado de la refacción de su céntrico departamento y de que le instalen los artefactos Trotter en una cocina completamente remodelada, que del viaje que deberá emprender a fines de esta semana. "En esto me estoy gastando el premio", comenta divertido, mientras muestra orgulloso los avances.
En su presentación del Premio en Buenos Aires, Álvaro Pombo -quien fue jurado junto a Gioconda Belli y Marcela Serrano- dijo que, a su juicio, esta novela demuestra que los poetas, a los que Edwards trata con cariño, son en realidad malas personas, son unos aprovechadores, viven de becas, son astutos. La idea divirtió tanto al autor que la repite ahora, riéndose, pero algo en él, quizás un rictus, una mirada, refleja que, en cierto modo, comparte esas palabras. Los epígrafes tomados de Dostoiewsky, en tanto, parecen haber sido escritos para retratar al Poeta muerto en 1988 y, por qué no, a otros que vinieron después: "Soy un hombre enfermo... Soy un hombre resentido... No, no soy en absoluto un hombre agradable... Creo que algo anda mal con mi hígado..." (Memorias del subsuelo)
-¿Cómo se decidió a escribir de nuevo sobre un poeta?
-Una cosa básica para mí es que yo comencé de poeta y entré en la literatura y en ese mundo por la poesía, entonces siempre observé con fascinación a los poetas. Yo era muy observador además, sobre todo de joven, de adolescente. Y los poetas a mí me parecían unos seres muy curiosos, muy enigmáticos, muy fascinantes. Observé con esa atención a Neruda, y por eso Adiós, poeta... habla de eso, pero observé también a los de mi tiempo y a los que eran un poco anteriores, que eran amigos nuestros, porque nosotros teníamos 20 años, 18 años, y éramos amigos de Teófilo Cid, de Eduardo Anguita, de Jorge Cáceres, de Braulio Arenas, de Nicanor Parra, especialmente. Así que ese mundo de la poesía para mí se convirtió en una especie de historia generacional.
-¿Cuál fue el punto de partida de esta novela generacional?
-Una vez Enrique Lihn me dijo una cosa que me quedó en la cabeza como una posibilidad narrativa: fijaté, me dijo, que en una época yo vivía en una pieza en el centro de Santiago y se acumularon tantas cosas en esa pieza, que al final ya no podía abrir la puerta, y un día me desesperé, me salí por la ventana y no volví más. Esto me quedó dando vueltas en la cabeza, entonces escribí primero un relato de 50 páginas que es el comienzo de esta novela, el baile en la escuela de danza hasta el episodio en que el tipo se va de la pieza. Pero después me quedé pensando que esa novelita tenía muchas posibilidades de desarrollo. O sea, esta novela es la reescritura de un cuento de cincuenta páginas.
-La huida es una imagen muy simbólica y parece guiar el desarrollo de la novela.
-En la novela el Poeta se va varias veces de forma parecida, se va de muchas cosas, se va de Cuba. Yo quise retratar una actitud humana. La evasión es uno de los temas de la novela. Y la relación entre el amor y la evasión es característica. Hay algo generacional. Yo creo que toda la atmósfera del existencialismo, Sartre y qué sé yo, tenía que ver con eso.
-En "Adiós, poeta..." Neruda era el Poeta con mayúscula, aquí es el Poeta Oficial y su lugar lo ocupa Enrique Lihn. ¿Cómo se produjo este cambio?
-Esto es para mí más ficticio que todo lo que he escrito sobre Neruda y, en el fondo, más mío. Lo de Neruda es una cosa de un joven que observa a un viejo poeta, pero éste era el mundo nuestro, por eso Neruda aparece como un fantasma, por ahí al fondo. Y se ríen mucho de él. Los jóvenes hablaban pestes de Neruda, yo era el único amigo de él, y he llegado a la conclusión de que pude ser su amigo porque dejé de escribir poesía; en cambio Teillier, Lihn y un largo etcétera tenían una relación de conflicto con Neruda.Yo traté de reconciliar a Neruda con Enrique Lihn y no pude.
-¿Por qué elige esa casa para el título?
-A mí no sólo me interesó rescatar personajes de mis comienzos y traerlos hasta hoy, hacerlos pasar por la historia del siglo veinte, sino que también quise rescatar el Santiago de ese tiempo, los boliches, la calle. Por eso se llama La casa de Dostoiewsky; en realidad había muchas casas destartaladas, con personajes que arrendaban una pieza. El observatorio de Lastarria era una de ellas, pero esta casa que yo veo y que en realidad era una casa del centro de Santiago a la que yo fui muchas veces, es una casa desaparecida para siempre. Pero también hay un Santiago generacional, una ciudad que para mí, hoy, es como un invento, una fantasía, porque queda muy poco de eso.
-¿Por qué recurre nuevamente aquí a este narrador conjetural que especula sobre los hechos y los personajes?
-Ese narrador lo usé en El sueño de la historia, en El inútil de la familia, pero yo creo que aquí sobre todo he insistido en la parte conjetural, en la identidad difusa. Este Enrique Lihn que no es Enrique Lihn, soy yo también. Yo podría decir como Flaubert "Madame Bovary soy yo", el Poeta soy yo. Y Eduardito, ese niño bien, que vive en una casa muy parecida a la de mi infancia también tiene algo mío. Y el narrador, por lo general, es plural. Una novela tiene que plantearse siempre un punto de vista narrativo, qué se va a narrar y cómo y desde dónde. Y esta novela la hice así, y con personajes secundarios muy identificados y otras veces reales.
-¿Cuál fue el criterio para decidir qué personajes serían reales?
-Fue un criterio puramente estético. Algunos personajes secundarios me resultaban como personajes de la realidad real y otros no. El más importante invento de esta novela es, a mi juicio, la Teresita. Más que el Poeta y más que nadie, porque yo creo que ésta es una novela sobre la poesía y el amor, las dos cosas funcionan ahí. Y no es que el amor del Poeta sea perfecto, es el amor más imperfecto que hay, en realidad, lleno de claudicaciones. El personaje de la mujer cubana, que yo conocí y que se casó con Enrique Lihn, también está ficcionalizado, pero tiene más base histórica que la otra.
-¿Por qué ahora eligió la novela y antes, con "Adiós, poeta...", las memorias?
-A mí me parece que en una novela no puede haber un artista perfecto, no se puede hacer una novela en la que el personaje principal sea Gustave Flaubert. En Adiós, poeta... yo tenía un poeta que con todos sus defectos y sus cosas era un gran poeta, entonces convertirlo en personaje de ficción no me parecía muy convincente. Creo que la novela, como género, se presta mucho para personajes que son parcialmente algo, parcialmente poeta, músico o arquitecto. El terreno de la novela son personajes imperfectos, por lo menos en la ficción que escribo yo.
-Como el Poeta, a quien sigue hasta su muerte.
-Este personaje pasa en realidad por toda la historia moderna, por la izquierda, militante, joven, después París, después La Habana, el castrismo, que significa un conflicto con su comunismo moscovita, el regreso a Chile, mal mirado, porque ha sido un disidente en La Habana, después el golpe de Estado donde tampoco él se puede ubicar. Así que ésta es una novela de un hijo del siglo, un enfant du siecle, que pasa por la historia, que trata de no embarcarse demasiado, pero siempre termina más o menos embarcado y más o menos chamuscado.
-¿Cuál es esa enfermedad generacional, esa debilidad de fondo que menciona en el libro?
-Yo creo que era una incapacidad de asumir el compromiso en muchas cosas, en la política, en el amor.
-Pero hay compromiso con la poesía, a pesar de una autoconciencia de lo inútil que puede ser el propio oficio.
-Bueno, ese es el tema de El inútil de la familia también, planteado de otra manera, pero ese es un tema que para mí ha sido vital. Yo me he pasado escribiendo mucho tiempo, comencé cuando tenía quince años. Y uno reflexiona, al final de una vida así, qué sentido ha tenido. Se puede pensar que uno se comprometió con la literatura y eso tuvo algún sentido, pero no es tan claro. Es el sentido y el no sentido de la literatura. Respuestas no creo que haya. Lo que hay es un compromiso, en el fondo, con la estética del lenguaje, con el mundo verbal y con todas esas cosas.
-¿Ayudan los premios a encontrarle algún sentido a la escritura?
-No, los premios no ayudan nada, los premios no son para eso. Los premios sirven para promover un libro, sí, y son una satisfacción muy momentánea. El verdadero premio que tiene un escritor es el lector. Yo nunca he sido un escritor de masas, un best seller, pero tengo lectores muy fieles. Los premios, bueno, son un poco de plata que nunca cae mal.
-¿Qué significado tiene este Premio después de haber recibido el Cervantes?
-Significa que voy a tener que estar un mes viajando y presentando este libro, contestando entrevistas y que el libro va a tener una buena promoción. Además, esto lo he comprobado después, como yo no soy un best seller, sino un escritor de una minoría amplia, al menos en español, hay una cantidad de editores extranjeros que nunca me dicen que no, pero que tienen que estudiarlo porque no saben si mis libros se van a vender lo suficiente. Resulta que ahora tengo como a veinte editores extranjeros que se decidieron nada más que por la noticia del premio. Bueno, eso ha ayudado, ha desbloqueado situaciones de duda. Y a mi avanzada edad, pues María Teresa, no está mal.
-Algunos escritores jóvenes son muy críticos con usted, dicen que ya no lo quieren ver figurar más.
-La relación con los jóvenes suele tener conflictos. Yo tengo muchos amigos entre los escritores jóvenes, pero he llegado a la conclusión de que ya no son tan jóvenes, porque soy muy amigo de Gonzalo Contreras, de Arturito Fontaine. Vienen otros jóvenes ahí. Que le tengan pica a uno, bueno, qué le vamos a hacer. Yo quiero seguir escribiendo, ese es mi objetivo principal. Yo creo que este premio me ayuda a seguir escribiendo, a "salvarme" como escritor. Qué más puedo pedir.
De "La casa de Dostoiewsky"
"Sonó el teléfono, y era Eduardito, y después de varios preámbulos, de afectos que se reiteraban, le contó que sus padres iban a partir de viaje a Buenos Aires dentro de un par de días, para explorar el terreno, por si convenía refugiarse allá.
-¿Refugiarse de qué?
-Del comunismo. ¿De qué va a ser?
Y Eduardito, en virtud de eso (y después de reiterarles a sus padres que el Poeta había "escapado" de la isla comunista), había conseguido que le prestaran la casa para darle una cena de bienvenida. Porque la casa suya de recién casado era demasiado chica, y su mujer, la niña de las monjas, a la cocina le pegaba poco. Y pensaba invitar a medio mundo, a poetas de la vieja generación, a bardos y narradores más jóvenes, a mujeres bonitas, a Teresa Echazarreta (y estoy obligado, dijo, a invitarla con el huevón de su marido), a tu primo el Mote Gandarias, a quien tú me digas.
-Yo no sé -replicó el Poeta, confundido, pensando que no tenía ropa elegante-. Ya ni me acuerdo de Chile: perdí la costumbre de las comidas y las conversaciones chilenas.
-¿Y te acuerdas, siquiera, de la poesía?
-Poco -replicó el Poeta, con una risa medio socarrona-, muy poco. Me acuerdo de esos gallos de La Mandrágora, que olían como a ratas podridas, y de un chico que parecía que estaba electrizado, colgado del alambre, y de la antipoesía y el Antipoeta, y del Cagatorio, parodia del Purgatorio, del Dante, y que era obra de un poeta y empleado bancario que se llamaba Tupper.
-A todos los vamos a invitar -replicó, y más que replicar, cantó Eduardito por la línea del teléfono-. Y si estuviera en Chile el Gordo Bonzo, también me atrevería a invitarlo, pero lo mandaron de embajador a no sé dónde.
-Y a mí -preguntó el Poeta-, ¿no me darían un consuladito por ahí?
-Si te hubieras portado bien en Cuba, quizás sí. Pero la cagaste una vez más.
-Es que el Poeta -comentó el Chico, al lado del teléfono, riéndose en forma convulsiva, tapándose con una mano la boca desdentada-, no sabe dar puntada con hilo".